Félix Lobo, presidente de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria

"Hacer ejercicio y gastar energía resulta cada día más difícil"

1 marzo de 2006
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¿Por qué la obesidad infantil ha pasado a tratarse como un problema de seguridad alimentaria, cuando a este concepto lo hemos relacionado tradicionalmente con el control de la calidad higiénico-sanitaria de los alimentos y con problemas como las toxiinfecciones alimentarias o las crisis del aceite de colza y de las vacas locas?

En estos momentos, por dictamen de la OMS, se está haciendo un esfuerzo muy grande por evitar la llamada ‘epidemia del siglo XXI’, es decir, la extensión de índices de obesidad en todas las edades y en todos los perfiles sociales. España ha asumido el reto de constituirse en modelo a seguir para su erradicación. Es la Agencia quien coordina las acciones, partiendo de la convicción, que ya está consolidada en toda la UE, de que los agentes que han de salvaguardar y potenciar la alimentación saludable han de ser los profesionales de la salud pública y que deben, al mismo tiempo, especializarse en proteger a los ciudadanos de los riesgos, en este caso del que representa la obesidad. /imgs/20060301/entrevista02.jpg

¿Cómo se puede frenar este preocupante crecimiento de las tasas de obesidad?

Atajar la obesidad es complejo y difícil. No depende sólo de la alimentación, sino también del consumo de energía, que no sólo significa hacer deporte sino también desarrollar cualquier actividad física. En sólo un siglo, hemos pasado de tener una población en la que el 80% de personas trabajaban en la agricultura o en actividades que exigen mucho desgaste físico a contar con sólo un 2% de agricultores. Incluso el trabajo de la construcción se ha optimizado, de manera que el gasto de energía se ha reducido. Y también en las tareas domésticas se ha producido un cambio significativo: no es lo mismo limpiar a mano que ayudándose de electrodomésticos. En fin, lo que quiero decir es que gastar calorías, nos resulta cada vez más difícil. Y no es que las personas se hagan más vagas o perezosas, sino que el esfuerzo que para la gente implica gastar energía es cada vez mayor. El ritmo y el estilo de vida actual no sólo no propicia, sino que dificulta que se vaya caminando al lugar de trabajo o se suban escaleras cotidianamente. Porque, quiero insistir en esto, no se trata sólo de una cuestión de voluntad: el padre o la madre que tienen que preparar la cena a los hijos no dispone de tiempo para abastecerse de comida fresca ni para cocinar del modo necesario para que la alimentación resulte lo más saludable y equilibrada posible. Tienen que dar de cenar a sus hijos y lo hacen como mejor pueden: a menudo echan mano de congelados o de comida preparada y no porque no quieran alimentar bien a su prole o a sí mismos, es que no tienen tiempo ni energía para ponerse delante de los pucheros.

¿Tan mal comemos?

Los alimentos más saludables se encarecen y los más perjudiciales se abaratan. A la vez, algunos restaurantes compiten con una oferta basada en la cantidad y no en la calidad de sus menús. Afortunadamente, en nuestro país la ración grande se considera una ordinariez, con lo que esa corriente no es mayoritaria, pero puede llegar a serlo. A esto va ligada la necesidad de que se produzca una reformulación de los productos alimentarios para que sea el mismo mercado el que ofrezca más salud. Por ejemplo, reduciendo la cantidad de grasas saturadas en la composición de algunos alimentos, o la cantidad de sal.

¿Y qué dice de esto la industria alimentaria?

Hasta ahora hemos tenido una receptividad muy buena. Esperemos que a medida que avancemos en este proceso, porque acabamos de empezar, la sintonía se mantenga.

Las encuestas indican que el 38% de nuestros jóvenes se declaran sedentarios en sus prácticas de ocio. España es, además, uno de los países europeos en los que se hace menos deporte. ¿Cómo se puede cambiar esta tendencia?

Mejorar la dieta, hacer más deporte? Esto implica cambios de hábitos, y se puede lograr. Las instalaciones deportivas han mejorado pero no podemos decir que todo el mundo acceda a ellas con facilidad. Por ello, es necesario mover muchos canales al mismo tiempo. Pero me voy a valer de un ejemplo que demuestra las altas posibilidades de éxito: los pediatras fueron esenciales para transmitir la necesidad de que las madres optaran por la leche materna para alimentar a sus bebés. Su labor fue fundamental para afianzar una costumbre sanísima que había sido desprestigiada y había caído en desuso en los 30 años anteriores. La obesidad también es un tema de salud, y apoyándonos en que estar sano es un valor muy importante y consolidado en nuestra sociedad, hemos de ser capaces de cambiar la tendencia.

¿Tanto importa estar un poco gordo?

El sobrepeso afecta a la salud, acorta la vida y la hace peor. Un dato muy significativo y alarmante es el aumento del número de casos de diabetes tipo 2, es decir, la que no es congénita sino que se desarrolla por los hábitos de vida. Hasta hace cinco años no había niños diagnosticados, y ahora los hay, su número va en aumento y está relacionado con la mala alimentación. La calidad de vida de estos niños va a ser peor y no sólo porque se convierten en insulinodependientes, sino porque, además, la diabetes puede provocar ceguera y necrosis e incluso afectar a la sexualidad. También la relación directa de la obesidad con enfermedades cardiovasculares está científicamente demostrada.

Además, los problemas de salud relacionados con la obesidad generan mucho gasto a la Seguridad Social.

Cierto, pero ése no es el principal motivo para intentar evitar la epidemia. Prevenir la obesidad, evitar ganar peso y mantener un valor adecuado en el Índice de Masa Corporal es relativamente fácil y factible, es más que nada una cuestión de hábito y concienciación. Curar la obesidad es muy difícil y costoso, y no sólo para los recursos públicos, también al paciente le exige mucho esfuerzo. Lo mejor es prevenirla, sin duda.

¿Cuál fue el motivo del éxito de la solución de la crisis de las vacas locas?

Si bien respetando a quienes fallecieron como consecuencia de la EEB, hemos de decir que la solución de aquella crisis fue la consecuencia de una reforma alimentaria muy profunda cuya utilidad es incuestionable. Se tomó mucho más en serio la cadena alimentaria y se multiplicaron exponencialmente los controles en todo el proceso, no sólo en el resultado final o en la industria. Esto se ha traducido en la vigilancia de la alimentación de la acuicultura, por ejemplo.

Cambiando de asunto, la información que se ofrece de la gripe aviar varía conforme se van conociendo nuevos datos. Hasta hace poco pensábamos que la gripe se transmitía en las rutas de las aves migratorias, y no sólo es así sino que se está descubriendo la relación de la expansión de la epidemia con la comercialización ilegal de aves exóticas, sin descartar otras vías.

Es importante dejar clara una cuestión: la gripe aviaria es un problema de salud animal y no de seguridad alimentaria. Las personas que han enfermado no lo han hecho por el consumo de carne de aves, sino por convivencia con animales enfermos. En los países en que han dado casos de gripe aviaria en humanos se vive con los animales, como se hacía aquí hace 50 años, por lo que tampoco tenemos que extrañarnos tanto del contagio. Las bestias dormían en el bajo de la casa. Esto sigue ocurriendo en muchos lugares del mundo, por lo que para atajar la enfermedad que, insisto, es animal y no humana, la solución es acabar con todos los animales que estén infectados y no las vacunas a humanos.

¿Y esa insistencia en dar con la vacuna?

No se puede diseñar y producir una vacuna si no se tiene la cepa del virus que se debe atajar, y de momento, no se ha producido la mutación hacia un virus que contagie al ser humano. Se habla de vacunas polivalentes, eficaces sea cual sea la forma que tome la proteína que está en la parte exterior del virus. Lo que hay que hacer hoy por hoy es controlar las aves de los países que están padeciendo el virus, el tráfico ilegal de animales y permanecer vigilantes ante las aves migratorias.

También preocupa a algunos consumidores la posible presencia de transgénicos en los alimentos.

El estilo de vida actual dificulta que los padres preparen cada día platos saludables a sus hijos

El término científico y exacto es el de organismo genéticamente modificado, que sin duda necesita de una explicación y, efectivamente, el consumidor quiere y debe ser informado. Las investigaciones científicas son cada día más contundentes al afirmar que las especies transgénicas, sobre todo las vegetales, no perjudican a la salud humana. Pero es un problema complejo, porque para analizar las modificaciones genéticas se tienen que haber producido. Desde luego, es necesaria una regulación razonable, pero se trata de avances científicos, y la historia nos dice que se recela mucho de ellos. De cualquier forma, siempre ha habido selección genética, antaño ya se buscaba a la vaca más lechera para que diera terneros. Pero esto no alarma tanto como la alteración genética, ante la cual Europa está siendo muy prudente y se ayuda de la experiencia de otros países, fundamentalmente Estados Unidos. Y no hay que despreciar los controles que allí se efectúan. No en vano, el movimiento asociativo de los consumidores nace en los Estados Unidos, y su fuerza es muy grande y está vigilante. Su regulación para experimentar es más permisiva que en Europa, pero son muy rigurosos en la distribución de alimentos y la determinación de su calidad. Hay que tener una actitud celadora y de estudio, pero los resultados de las investigaciones científicas permitirán disponer de más alimentos para más población y a menores costes con una mayor calidad.

Tanto en este tema como en otros relacionados con la salud y la alimentación, los consumidores recelan de la información proporcionada por las instituciones públicas, las empresas y los medios de comunicación. ¿Cómo podría conseguirse que en un asunto tan importante como la seguridad alimentaria las cosas estuvieran claras para todos, más aún cuando se trata de temas preferentemente técnicos y científicos?

No es fácil, hay que procurar que llegue una información objetiva a los consumidores, pero también a las empresas y las instituciones públicas, ya sean estatales ya autonómicas. La Agencia actúa como centro de referencia de ámbito nacional en la evaluación de riesgos alimentarios y en su gestión y comunicación, especialmente en las situaciones de crisis o emergencia. Nos exigimos a nosotros mismos tener una única voz y transmitir un mismo mensaje, y también asesoramos a las comunidades autónomas con las que compartimos intereses y les servimos en sus necesidades. Al mismo tiempo, colaboramos con distintos sectores, incluidas las asociaciones de consumidores y usuarios.