Con cuatro novelas ha logrado el apoyo del público, ha inspirado el guión de una película y ha obtenido el tan difícil reconocimiento unánime de la crítica. ¿Cómo ha logrado inscribir, en tan poco tiempo, su nombre entre los novelistas de referencia de hoy?
En este sentido, yo permanezco aún un tanto agazapada y también lo hacen mis historias. Lo que me gustaría pensar es que existen personas que se hacen las mismas preguntas que se plantean mis novelas, y encuentran en ellas una invitación a continuar poniendo en entredicho las respuestas que se ven a primera vista por todas partes.
La crítica le define como “escritora que sin llegar a ser representante de la literatura femenina sí comparte en cierto aspecto ese espacio”. Su escritura, intimista, narrada desde los sentimientos y las experiencias, hoya el alma de los protagonistas y aparenta sencillez formal, pero discurre por pautas de rigor narrativo y exquisitez técnica; en definitiva, hace usted el tipo de literatura que se atribuye a las escritoras. ¿Qué hay de esto?
La intuición y el conocimiento no se contraponen, escribió Bertold Brecht que era, por cierto, un hombre. La intuición se transforma en conocimiento y el conocimiento en intuición. Los sueños se transforman en planes; los planes, en sueños. Siento añoranza y me pongo en marcha, y mientras marcho, añoro. Los pensamientos se palpan, los sentimientos se piensan. Tal vez esta cita sirva como respuesta.
Han comparado el perfil de sus personajes con los del celebrado escritor Milan Kundera, ¿cómo les da vida, qué busca dotándolos una biografía tan sincera y compleja, y cuánto tienen de la manera de ser y vivir de Gopegui sus personajes?
Busco llegar a ser capaz de comprender por qué hacemos las cosas, por qué las hace cada personaje y, en esa medida, ser capaz de imaginar otra forma posible de vivir.
¿Cómo gesta sus novelas?
En mi primera novela, La escala de los mapas, la pregunta era: ¿En dónde se retraen los retraídos; los tímidos, dónde se esconden? En la segunda, Tocarnos la cara: ¿qué ocurre con las cosas que salen mal? En la tercera, La conquista del aire: En una sociedad como la nuestra, ¿hasta qué punto miente, o se mienten, quienes dicen “el dinero es lo de menos?”. En la cuarta, Lo real, ¿por qué es tan común identificar el ser bueno con ser un poco, diríamos, tonto, por qué se tiene miedo a la bondad? Siempre imagino una historia que encarne una pregunta.
Últimamente, el plagio es una espada de Damocles que pende sobre las cabezas de los literatos, ¿Cuesta tanto hacer un argumento nuevo, contar cosas distintas?
En lo que a mí respecta, sólo tengo noticia de una broma que me hicieron en un chat sobre el plagio. Y, en general, creo que cuesta contar cosas nuevas, pero no porque no se nos ocurran, sino porque no son verosímiles. Todo el mundo se creería una nueva historia de amores o desamores como hay cien mil. Pero nadie se creería una historia de esas que ahora no hay, por ejemplo la historia de que una empresa alemana que amenaza con despedir a diez trabajadores se encuentra con un boicot hecho por todos los trabajadores en todas sus filiales, en Alemania, en Italia, en Indonesia, en Chile, en España, en Portugal y entonces decide no despedirles.
Su tercera novela, La conquista del aire, fue llevada al cine, ¿qué siente una autora, en su caso cinéfila, cuando ve su obra traspasada a otro lenguaje?
No se puede contar lo mismo de dos formas distintas. No es lo mismo decir “te quiero mucho” que decir “te quiero tanto que tiemblo como las hojas de las amapolas cuando te alejas”. En el primer caso se dice “te quiero mucho”, y en el segundo seguramente se dice: “mira, fíjate cómo hablo”. Con el cine y la novela, ocurre igual. El equipo de la película trabajó con muchos materiales y uno de ellos era mi novela. A mí me gustó que lo hicieran pero no era exactamente la misma historia.
Abandonó el periodismo y de sus afirmaciones se refleja cierto escepticismo ante la función de los medios de comunicación de plasmar el derecho a la información de los ciudadanos. En su última novela donde analiza la corrupción política, recurre a la literatura para ejercer la crítica y despertar así la conciencia social
No lo sé, al principio pensaba que los novelistas estábamos un poco menos condicionados que los periodistas. Ahora empiezo a pensar que estamos tan condicionados los unos como los otros.
Sus novelas y opiniones reflejan la sociedad desde una perspectiva un tanto agria y critican, con unos parámetros similares a los de la literatura más comprometida, el culto al hedonismo que profesan los ciudadanos.
Un novelista no es un filósofo, pero es alguien que se pasa mucho tiempo pensando en cómo son las cosas y en las palabras. Seguramente, un novelista debería hacer algo más que estar en su mesa escribiendo historias. Pero ha de haber un término medio entre hacer algo más y convertirse en opinador acerca de todo lo que pasa. Yo estoy buscándolo.
En julio de 2000 muere Carmen Martín Gaite, autora muy reconocida por crítica y público. Sin embargo, su desaparición pasó sin pena ni gloria. Tal vez nunca se le reconozca como componente esencial de la generación de los 50. ¿Cree que las novelistas figurarán algún día en los libros de texto y enciclopedias?
La verdad suele depender de la correlación de fuerzas. Y ahora voy a entrar, sí, en un tema de actualidad. Si unos estudiantes en una protesta rompen una puerta del siglo XVI, decimos que han cometido un delito. Si un Ayuntamiento en una operación urbanística destroza yacimientos arqueológicos, decimos que era bueno para el interés general. Con el canon literario muy a menudo ocurre lo mismo. Las mujeres han tenido muy poca fuerza y eso no les ha permitido colocar muchos nombres en el canon.
Se editan y compran muchos libros en nuestro país; sin embargo está muy extendida la sensación de que no se leen, y de que la nuestra no es una sociedad culta. Entonces, ¿puede ser la compra de libros una manera de evitar los remordimientos de conciencia por no leer, una moda efímera o quizá una respuesta impulsiva a la mercadotecnia de las ferias del libro o las entrevistas promocionales en televisión?
Desde mi punto de vista son el cansancio, la tensión, la falta de espacios comunes y la injusticia cotidiana lo que hace que las personas lleguen a sus casas sin ánimo para pensar, sin fuerzas para ni siquiera imaginar. Ése es uno de los motivos de que se lean pocos libros interesantes. Yo sí creo que los libros que se compran se leen, lo que ocurre es que muchos de esos libros son parecidos a la televisión: no distinguen entre lo que hay y lo que podría haber, cuentan mentiras y eso es todo.
El día en que los libros estén en cederrones y las novelas se presenten por capítulos en Internet, el papel como soporte de la cultura verá peligrar su supervivencia o se verá abocado a convivir con la pantalla. ¿Qué le dice este futuro?
El papel ya convive con la pantalla. En mi opinión, el lápiz es distinto al bolígrafo, porque el lápiz se puede borrar. La pantalla se parece más al lápiz que al bolígrafo, y bueno, por ahora yo prefiero recibir cartas escritas con bolígrafo que con lápiz.
¿Son las ediciones baratas una fórmula de democratizar la lectura? ¿Y los libros por fascículos la única manera de lograr una buena biblioteca?
Me gustaría que el precio de las novelas dependiera de su valor de uso, pero suele ser al revés. Los libros que casi sólo tienen valor de cambio, es decir, los que son la última novedad de alguien famoso pero no cuentan nada interesante, son caros. Y las novelas de gran valor de uso se pueden comprar muy baratas en librerías de segunda mano. Está bien que esas novelas sean baratas, lo que no está bien es que las otras sean caras. En todo caso, para lograr una buena biblioteca lo más importante es preguntarse qué le pide uno o una a los libros, qué necesita saber.