Alergias desde la cuna

Uno de cada 10 menores en edad escolar presenta alguna reacción adversa a los alimentos. Muchos de estos síntomas desaparecen con la edad, pero algunos pueden ser tan graves que resulta perentorio diagnosticarlas cuanto antes y saber cómo actuar ante un shock anafiláctico.
1 febrero de 2021

Alergias desde la cuna

A la leche, a los frutos secos, al huevo, al pescado… Uno de cada diez niños padece alergias alimentarias en los países desarrollados, informa la Organización Mundial de la Alergia (WAO), y el problema no deja de crecer: según este organismo, la prevalencia ha ido aumentando en las últimas décadas, y hay un incremento en los ingresos hospitalarios por reacciones adversas agudas a algún alimento. Actuar de forma correcta ante un episodio de alergia alimentaria es crucial, especialmente en los casos más graves. Por eso es tan importante que los padres sean capaces de identificar una reacción alérgica y sepan qué deben hacer.

Los conceptos, claros

Antes de nada, debemos saber de qué estamos hablando. Como señalan Ángela Claver y Celia Pinto, alergólogas de la Sociedad Española de Inmunología Clínica, Alergología y Asma Pediátrica (Seicap), “el término ‘alergia alimentaria’ se ha utilizado de manera abusiva, aplicándolo de forma incorrecta para referirse a cualquier tipo de reacción secundaria a un alimento o a un aditivo. Las definiciones de reacción adversa, intolerancia y reacciones alérgicas a alimentos se han prestado a confusión hasta hace unos años, cuando la Academia Europea de Alergología e Inmunología Clínica y la WAO llegaron al consenso actual de los mismos”. Así pues, ¿qué ideas nos deben quedar claras?

  • Hipersensibilidad a alimentos. Cualquier reacción adversa a alimentos se engloba dentro de este término. Dentro de este grupo, tendríamos las alergias y las intolerancias.
  • Alergias. Si queremos ser precisos, solo podemos hablar de alergia alimentaria cuando se ha producido una reacción de tipo inmunitario. Es decir, cuando nuestro sistema inmune, por error, identifica un alimento con una amenaza y reacciona para hacerle frente. Dentro de este grupo, las más habituales son aquellas en las que se crean unos anticuerpos denominados IgE (inmunoglobulina E), como por ejemplo, la alergia al huevo. Hay otras alergias en las que no intervienen estos anticuerpos, como sucede con la celiaquía, que se considera una enfermedad autoinmune, en la que es el propio organismo el que daña las vellosidades intestinales para defenderse del gluten, al que considera un enemigo.
  • Intolerancias. Si no interviene un mecanismo inmunitario, hablamos de “hipersensibilidad no alérgica a alimentos”. Sería el caso, por ejemplo, de la intolerancia a la lactosa. En su gran mayoría se trata de reacciones adversas causadas por un déficit enzimático, pero también pueden ser de causa farmacológica o química.

No se trata de una clasificación baladí: las reacciones son distintas y también lo son la gravedad y las medidas que se deben adoptar. “Una intolerancia no es una alergia. En una alergia, la reacción suele ser rápida: en cuestión de minutos desde que el niño se lleva el alimento a la boca, aparecen los síntomas. En cambio, en la intolerancia las reacciones se mantienen latentes durante más tiempo. Son más lentas y, generalmente, menos graves. Podríamos decir que, en una intolerancia, una transgresión –es decir, comer algo indebido– no compromete la vida (salvo en casos excepcionales); en una alergia grave, sí puede ponerla en riesgo”, insiste Luis Echeverría, coordinador del Grupo de Alergias Alimentarias de la Seicap.

La ‘marcha atópica’: de la dermatitis al asma 

Es probable que hayas oído que niños con celiaquía u otras alergias alimentarias tienen un mayor riesgo de asma, problemas dermatológicos, rinitis… Es cierto, y se trata de un proceso que se conoce como marcha atópica o progresión atópica. Se trata de una secuencia de acontecimientos que se inicia con la dermatitis atópica en la piel del niño, frecuentemente antes de los seis meses. Más adelante pueden aparecer las alergias alimentarias (al huevo y a la leche de vaca en torno al primer año de vida, y al trigo, la soja o los cacahuetes en niños un poco mayores). Después aparecerían alergias respiratorias, como el asma y la rinitis alérgica. Es muy importante el diagnóstico precoz por dos motivos: para poder poner un tratamiento y para intentar medidas preventivas –como la aplicación de cremas que eviten la aparición de eccemas– que reduzcan la probabilidad de que la marcha atópica avance.

¿Por qué los niños?

Cuando hablamos de las alergias alimentarias, nos encontramos constantes referencias a los niños y, más especialmente, a la primera infancia. Hay estudios que señalan que, por cada adulto con este problema, podría haber cuatro niños afectados. La clave de esta diferencia está en que, frecuentemente, la alergia infantil desaparece con el paso del tiempo. “En la alergia alimentaria se produce un error del sistema inmunitario. Por algún motivo que desconocemos, nuestras defensas reaccionan contra algo, en este caso un alimento, que no es agresivo. Lo consideran una amenaza y, para combatirla, producen anticuerpos IgE. Esta reacción no es a todo el alimento, sino a una parte de él (normalmente una glicoproteína). Esta parte responsable de la reacción alérgica es el alérgeno”, continúa Echeverría.

Se produce esa reacción, pero, a medida que el bebé se va haciendo mayor, “el sistema inmunitario va de manera natural corrigiendo esos errores. Realmente, no sabemos con certeza por qué ocurre, pero hasta el 90% de los niños con alergia a la proteína de la leche de vaca terminan superando el problema en los primeros años de vida. En el caso de los huevos, la evolución también es buena: superan la alergia el 80% de los niños”, añade el experto.

Estos dos alimentos, la leche y el huevo, son los que en España causan más alergias alimentarias en los niños menores de cinco años; afortunadamente, suelen desaparecer en la primera infancia, como también sucede con la alergia al trigo y a la soja. “En cambio, la alergia a los frutos secos, el pescado y los mariscos aparece más tarde y su pronóstico suele ser peor: es difícil que lleguen a tolerarse. Y, si persisten, pueden ser muy graves”, concluye Luis Echeverría.

Atención a los síntomas

Hablamos de gravedad, y no es una exageración. Los síntomas suelen consistir en aparición repentina de picor, urticaria, así como hinchazón en la lengua, labios o garganta, dificultad para respirar… Pero una reacción alérgica severa puede desencadenar una anafilaxia, es decir, una afectación de múltiples órganos y sistemas que podría poner en riesgo la vida del niño.

Asimismo, aun cuando sean mucho menos frecuentes, también hay reacciones de hipersensibilidad no alérgicas que pueden resultar de extrema gravedad. Es el caso de la intolerancia hereditaria a la fructosa (fructosemia): los niños que la sufren pueden morir si continúan ingiriendo alimentos con fructosa. De ahí que sea esencial saber cómo actuar si estamos con un menor que tenga alergia o intolerancia a algún alimento.

Para eso, es fundamental haber hecho un diagnóstico diferencial para delimitar qué tipo de problema hay detrás de una reacción adversa a un alimento. Aunque siempre debe ser el médico el que haga este diagnóstico, existe una serie de señales que nos pueden orientar para distinguir unas de las otras, y que debemos conocer:

  • En las intolerancias alimentarias (hipersensibilidad no alérgica), las reacciones, normalmente digestivas, suelen ser de inicio retardado, es decir, pueden transcurrir horas, e incluso días, desde que el niño toma el alimento problemático hasta que aparecen los síntomas.
  • Las alergias mediadas por los anticuerpos IgE se conocen como “de hipersensibilidad inmediata”. La aparición de los síntomas es muy rápida, normalmente en los primeros 20 minutos desde la exposición. Estos síntomas pueden ser cutáneos, respiratorios y gastrointestinales.
  • En las alergias alimentarias no mediadas por estos anticuerpos, como por ejemplo la celiaquía, el inicio de los síntomas suele ser retardado, pasadas horas, y a veces días, desde la exposición al alimento. Normalmente, se trata de cuadros digestivos.
Los problemas de la leche

Confundimos a menudo la intolerancia a la lactosa con la alergia a la proteína de la leche.

Alergia a proteínas de leche de vaca (APLV). Aparece en los primeros meses de vida, en cuanto se empieza a introducir este alimento. Suele ser la primera alergia que se diagnostica en el lactante, y en el 60% de las ocasiones aparecen los síntomas ya después de la primera toma. También pueden aparecer tras el contacto –una caricia, un beso– de alguien que ha manipulado leche de vaca. Las reacciones pueden ser tanto inmediatas como tardías y, en casos severos, llevar a una anafilaxia (sensibilidad excesiva). La evolución suele ser favorable: el 50% de los pacientes toleran leche de vaca a los dos años del diagnóstico, y el 80% a los 3-5 años.

Intolerancia a la lactosa. Se trata de la intolerancia más frecuente. Se produce porque el organismo tiene una deficiencia en la enzima lactasa, y eso provoca que no se metabolice correctamente la lactosa. Puede estar inducida por el ambiente cuando el niño se cría en una sociedad en la que no se consumen productos lácteos, como sucede en algunas culturas asiáticas y africanas (no así en España). También puede ser una alteración genética que se da desde el nacimiento, pero constituye una alteración muy rara. En general, la intolerancia a la lactosa provoca síntomas digestivos, pero no revisten gravedad.

¿Solo afecta un alimento?

“Hasta una tercera parte de los niños con alergia alimentaria presentan reacciones adversas con más de un alimento”, explica Ana María Plaza-Martín, del Servicio de Alergia e Inmunología Clínica del Hospital Sant Joan de Déu (Barcelona). La reactividad cruzada es un fenómeno que ocurre cuando un anticuerpo reacciona no solo con el alérgeno original, sino con otros similares. Es común entre alimentos de la misma familia. Por ejemplo, distintos frutos secos o distintos mariscos.

Cuando un niño muestra síntomas de alergia a un alimento, son muchas las dudas que les surgen a los padres. Por ejemplo, si el pequeño tiene alergia a la leche de vaca, se preguntan si podrán tomar leche de otros animales; si el rechazo es al huevo, quieren saber si solo al de gallina o también al de otras aves. No hay una respuesta única, y la clave suele estar en las proteínas:

  • Leche. Los alérgicos a la leche de vaca habitualmente también lo son a las de otros mamíferos, como la de cabra y la de oveja, porque dichas leches comparten muchas proteínas; no obstante, pueden tolerar otras, como la de burra o la de camella. Pero no es necesario retirar o no introducir la carne de ternera en estos niños, ya que la mayoría de ellos la toleran perfectamente.
  • Huevo. Los alérgicos suelen serlo también a los de las otras aves, pero no en todos los casos.
  • Mariscos. Moluscos, cefalópodos y crustáceos no comparten muchas de sus proteínas. Por lo tanto, deben estudiarse separadamente.
  • Pescados. Los niños alérgicos a un pescado suelen reaccionar a muchos de ellos. Esto es debido a que la parvalbúmina es la proteína más comúnmente implicada en esta alergia, y se trata de una proteína presente en la mayoría de los pescados.
  • Vegetales y frutos secos. Podemos encontrar reactividades cruzadas entre distintas familias. Normalmente, gran parte de la reactividad cruzada existente entre alimentos del reino vegetal es debida a proteínas comunes. Así, por ejemplo, es frecuente que quienes son alérgicos al cacahuete también lo sean a las legumbres (lentejas, guisantes, garbanzos y judías blancas).

Cómo pueden ser las reacciones alérgicas a los alimentos

  • Tóxicas
  • No tóxicas: hipersensibilidad
    • Mecanismos inmunitarios: alergia
      • Mediada por anticuerpos IgE
      • No mediada por anticuerpos IgE
    • Mecanismos no inmunitarios: intolerancia
      • Intolerancia de origen enzimático
      • Intolerancia de causa farmacológica
      • Intolerancia de origen indeterminado
Tipos de diagnóstico 

PRUEBAS ‘IN VIVO’

  • Cutáneas. Se hacen mediante la técnica Prick, que consiste en raspar la piel del niño con una lanceta en la que hay una gota del alérgeno problemático. Existe una variante que consiste en utilizar directamente el alimento, y no un extracto del alérgeno.
  • Epicutáneas. Son los Patch Test, y consisten en pegar en la espalda un parche con el alérgeno que se quiere probar. Habitualmente se usa para testar la dermatitis de contacto y está indicado en algunas alergias no IgE en las que la reacción se puede haber producido por el contacto con un alimento (por ejemplo, a la piel del melocotón).
  • De exposición o provocación oral. Consisten en hacer, de forma controlada y en un medio hospitalario, que el paciente se exponga al alimento sospechoso.
  • Reto. En ellas, se elimina de la dieta el alimento sospechoso durante un tiempo; después, se va reintroduciendo progresivamente.

PRUEBAS ‘IN VITRO’

Se hace un análisis de sangre orientado a diagnosticar aquellas reacciones alérgicas que están mediadas por IgE. Puesto que hay un anticuerpo IgE específico para cada alérgeno, este análisis podrá ayudar a identificar si se sufre de una alergia determinada.

Cómo debemos actuar

La primera medida que se toma ante una alergia alimentaria es evitar el alimento que la provoca. Ahora bien, esta decisión corresponde al profesional. “Nunca debemos quitar un alimento porque sí, solo porque pensemos que le ha sentado mal al niño. Es algo que muchos adultos hacen: por ejemplo, prescinden del gluten o de la leche. Pero, con ellos, todo lo que se haga debe ser meditado, sopesado; no podemos olvidar que se trata de organismos en crecimiento que van a necesitar muchos nutrientes. Y eliminar alguno de ellos puede tener consecuencias”, advierte Echeverría.

  • En los casos de alergias severas, en las que ya se sabe que el consumo del alimento, por mínimo que sea, puede provocar reacciones gravísimas, el médico ya habrá informado a la familia de qué alimento o grupo de alimentos debe evitar, y también de qué actitud se debe tomar ante una transgresión.
  • Un problema de todos. Es fundamental que todos los adultos del entorno del niño, desde sus familiares a cuidadores y profesores, aprendan a manejar las alergias alimentarias, a reconocer sus síntomas y cómo responder ante una crisis anafiláctica. Pero es igualmente decisivo que el niño conozca este riesgo y que se le entrene en evitar el alimento.
  • Reacciones alérgicas. La mayoría se produce de forma accidental fuera del hogar, y especialmente cuando se rompen las rutinas: fiestas de cumpleaños, extraescolares, excursiones… En las mesas con muchos alimentos y diferentes elaboraciones puede estar oculto el peligro. Por tanto, hay que contar con un plan de emergencia. Se trata de tener previsto qué hacer en caso de ingestión accidental: teléfonos de emergencia, centros hospitalarios próximos, medicación… Ante un niño con una alergia alimentaria, el adulto no puede correr el riesgo de quedarse parado sin saber cómo reaccionar.
  • Ante una ingestión accidental, la actuación variará dependiendo de la situación. Si los síntomas son leves, puede que sea suficiente con administrar antihistamínicos. “Pero aquellos niños con riesgo de una reacción anafiláctica deberán llevar siempre un autoinyector de adrenalina: les salvará la vida. Y no solo es llevarlo, sino saber usarlo. En el 70% de las muertes por anafilaxia, o no tenían a mano la adrenalina o la administraron mal. Hay que vigilar que no se caduque y entrenarse”, insiste Echeverría.
  • Cuidado con las trazas. La reacción alérgica no va a depender de la cantidad ingerida, sino de cómo sea el niño de sensible a ese alérgeno. Es posible que aparezcan síntomas con cantidades muy pequeñas, lo que se conoce como trazas. Por eso, en la actualidad, el etiquetado alimentario obliga a advertir de la presencia de trazas.
¿Es posible el tratamiento? 

La mayoría de los niños con alergias al huevo y a la leche las superan de forma espontánea antes de los tres años. Pero no siempre sucede así y, dado que ambos alimentos son básicos en la dieta y su ausencia puede afectar a la calidad de vida de los pequeños, existen programas de desensibilización. Con ellos, se busca lograr que el niño pueda tomar estos alimentos o, al menos, que sea capaz de tolerar la ingesta de pequeñas cantidades; de esa forma se evita el riesgo de una reacción grave por un consumo accidental (como cuando se toma una salsa en la que había trazas de huevo). La desensibilización consiste en ir dando mínimas cantidades del alimento problemático para aumentar la dosis hasta llegar a una ración normal para su edad. Este proceso debe hacerse siempre a nivel hospitalario y bajo la vigilancia de expertos en alergología. Al terminar el tratamiento, el niño podrá consumir un vaso de leche (200 ml) al día o un huevo cada dos días.