Nuestro cerebro también se “contamina”

En 2050 se estima que 153 millones de personas sufrirán demencia en el mundo. La evidencia científica relaciona la exposición continuada a los contaminantes atmosféricos con el riesgo y la prevalencia de enfermedades neurodegenerativas.
1 noviembre de 2023

Nuestro cerebro también se “contamina”

Cada día inhalamos y exhalamos entre 10.000 y 12.000 litros de aire para sobrevivir. Lo que no pensamos al respirar es que la exposición a micropartículas contaminantes del aire también es constante. Los contaminantes urbanos son el enemigo silencioso del ser humano, porque no solo perjudican la salud pulmonar y cardiovascular, sino que están estrechamente relacionados con la neuroinflamación implicada en enfermedades neurodegenerativas como la demencia, el alzhéimer, el párkinson, la esclerosis múltiple o la esclerosis lateral amiotrófica (ELA).

En los últimos años, la evidencia científica advierte que la contaminación está detrás de la reducción de las habilidades intelectuales, la capacidad cognitiva y la memoria. Es decir, por el mero hecho de respirar en una gran ciudad de elevada contaminación atmosférica corremos más riesgo de sufrir estrés oxidativo y deterioro precoz del sistema nervioso central. Los estudios epidemiológicos también advierten del posible escenario futuro, en el que además del envejecimiento de la población, la contaminación atmosférica favorezca la aparición –más precoz y a más personas– de deterioro cognitivo. Según el reciente estudio Global Burden of Disease, publicado en The Lancet, sobre la prevalencia de la demencia, que toma 204 países como muestra, se estima que en el mundo se pasará de los 57 millones de personas con demencia en 2019 a los 153 millones en 2050.

Cómo llegan los contaminantes al sistema nervioso

Ocular

  • Ojo-Nariz-Cerebro

Inhalación

  • Del sistema respiratorio pasan a la sangre

Ingestión

  • Sistema linfático
  • Hígado

Piel

  • Nervio trigeminal
  • Nervio olfativo
  • Bulbo olfativo
  • Bronquio traqueal
  • Sistema cardiovascular
  • Barrera capilar alveolar
  • De la piel llega a los ojos cuando nos los frotamos
  • De la piel pasa al estómago cuando nos tocamos la boca

¿Qué neurotóxicos respiramos?

Cuando hablamos de contaminantes urbanos que afectan al cerebro no nos referimos a los gases de efecto invernadero —como el dióxido de carbono—, responsables de cambios en la atmósfera y el calentamiento global, pero que no producen inflamación. Los contaminantes más peligrosos para la salud neurológica son la materia particulada (PM 2.5 y PM 10), es decir, las partículas de polvo, hollín, cenizas, cemento, residuos y metales en suspensión, con un diámetro de entre 2,5 y 10 micras. También del monóxido de carbono (CO2), ozono (O3), dióxido de nitrógeno (NO2) y dióxido de azufre (SO2).

“Lo que más nos preocupa son los contaminantes procedentes del tráfico rodado, tanto de la combustión del motor como del desgaste de frenos y neumáticos. Se calcula que, entre las partículas en suspensión, alrededor del 30% de lo que respira un ciudadano medio español procede de ese tráfico rodado. Existen valores límites diarios y anuales, medidos y legislados, para las PM de 2.5 y PM 10. Pero aquellas partículas que miden menos 0,1 micras de diámetro y pueden pasar al torrente sanguíneo con más facilidad, no están reguladas. Todavía se están haciendo estudios, tanto de sus niveles como de los efectos en la salud”, advierte Xavier Querol, investigador del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA), del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

Según el último informe La calidad del aire en Europa 2022, elaborado por la Agencia Europea del Medio Ambiente en 2020, el 96% de la población urbana de la Unión Europea estuvo expuesta a concentraciones de partículas finas (PM 2.5) superiores a lo que Organización Mundial de la Salud considera seguro (5 µg/m³). Además, se produjeron cerca de 238.000 muertes prematuras por esta exposición en 2020.

Las consecuencias de la exposición.

¿Qué puede suceder si seguimos expuestos a estas partículas contaminantes? Un reciente metaanálisis realizado por investigadores de la Escuela de Salud Pública de Harvard ha revisado más de 2.000 estudios y destacado 51 investigaciones en las que se establecía la relación entre el aumento del riesgo de padecer demencia y la exposición a las PM 2.5, el dióxido de nitrógeno y el óxido de nitrógeno. El departamento de Biología de la Universidad Bautista de Hong Kong llegó a similares conclusiones en otro metaanálisis, que analizó y comprobó la evidencia reciente que establece la relación entre contaminantes urbanos y el riesgo de padecer alzhéimer.

¿Se puede reducir el riesgo?

El profesor Xavier Querol, investigador del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA), del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), lleva décadas analizando la geoquímica ambiental aplicada a la contaminación del aire. Propone una serie de medidas que deberían ser impulsadas por las instituciones para mejorar la calidad del aire que respiramos.

Potenciar el transporte público

No solo dentro de las grandes ciudades, sino fuera, en las zonas suburbanas, donde se generan los grandes desplazamientos urbanos. “El 60% de los coches de Madrid o Barcelona son de gente que se desplaza para trabajar. El transporte público metropolitano debería estar organizado junto a aparcamientos disuasorios en las ciudades de origen, situados cerca de estaciones de autobuses o trenes con suficiente frecuencia”, afirma el investigador.

Reducir los vehículos privados

“No se trata de provocar el mismo colapso circulatorio con coches eléctricos o híbridos”, explica el investigador del CSIC. Un ejemplo de medida efectiva es la ciudad de Milán, que desde 2015 estableció un elevado peaje urbano, que ha provocado una reducción del 35% del tráfico rodado. El aparcamiento en la calle solo debería ser posible para los residentes del barrio.

Limitar los vehículos contaminantes

“Si se consigue reducir un 30% de vehículos en circulación, el 70% restante debería ser lo menos contaminante posible”, analiza Xavier Querol. La reciente Ley de Tráfico aumenta las sanciones por circular con vehículos antiguos y contaminantes en Zonas de Bajas Emisiones, que se localizan en 149 municipios españoles con más de 50.000 habitantes. Se trataría de renovar la flota y promover los vehículos híbridos, enchufables o eléctricos.

Apoyar el reparto y taxis eléctricos

“Aquellos vehículos que circulan por la ciudad entre 10 y 12 horas al día, como los de reparto y taxis, son los que más necesitan las ayudas a la hibridación y electrificación”, opina Querol. Las campañas de apoyo de renovación a la flota deberían centrarse en las Zonas de Bajas Emisiones y vehículos de alto kilometraje diario.

Optimizar el reparto de bienes

En la ciudad de Nueva York se ha calculado que un restaurante pequeño recibe siete furgonetas al día. Para reducir el número de vehículos se han propuesto medidas como hacer reparto nocturno, con vehículos eléctricos, que salen desde una plaza central y un camión grande, que reúne y distribuye los bienes o mercancías al restaurante o donde sea necesario. “Necesitamos una logística más inteligente que no requiera tantos vehículos de reparto, aplicaciones móviles que permitan compartir taxis en la misma dirección y restringir los que circulan vacíos”, recomienda. Esto es lo que se llama “optimizar la última milla”.

Rediseñar la urbe

“Peatonalizar una calle solo implica llevar el tráfico a la calle de al lado. En el rediseño urbano, si construimos un parque de juegos para niños, en vez de situarlo al lado de una calle con mucho tráfico, debería situarse dentro de una manzana aislada: los niños respirarán menos contaminación. Y lo mismo debería hacerse con geriátricos, centros de atención primaria, hospitales, colegios”, concluye Querol. El objetivo de una ciudad que proteja la salud de sus habitantes debería ser reverdecer los alrededores, sacar el tráfico del centro y reducir el número de vehículos cercanos a la población.

¿Cómo se produce la neuroinflamación?

“Lo que hemos aprendido en los últimos años es que la exposición a este tipo de micropartículas se puede dar a través de la inhalación, por vía ocular o transdérmica, que provocan alteraciones a nivel molecular. A partir de dichas vías de entrada, esas partículas pasan a la circulación y provocan una disfunción en la pared de los vasos sanguíneos y estrés oxidativo, que afecta a diversos órganos, entre ellos el cerebro, lo que predispone a propagar esa toxicidad. A nivel cerebral afecta a la comunicación entre neuronas, a los mecanismos de mantenimiento del cerebro y favorece el riesgo de presentar ictus, tanto isquémico (por embolia) como hemorrágico, y deterioro cognitivo”, explica el neurólogo Javier Camiña, vocal de la Sociedad Española de Neurología. “Ahora mismo tenemos un millón de personas con demencia en España, de las cuales unas 800.000 padecen alzhéimer. Se estima que ascenderemos a dos millones y medio o tres millones de personas con demencia en los próximos 20 años en nuestro país”, añade.

Otro estudio publicado por la Oficina de Investigación y Ciencias de la Salud Ambiental de Canadá en 2019 señala la relación entre contaminantes del aire –precisamente las nanopartículas, partículas en suspensión y ozono– con la mayor incidencia de trastornos neurológicos y psiquiátricos como deterioro cognitivo, demencia, ansiedad, depresión y suicidio. La clave parece estar en el estrés, al que es particularmente sensible el cerebro, y el disparador del estrés provocado por dos contaminantes concretos: PM y ozono. ¿Cómo sucede? “Las evidencias recientes han demostrado que las PM y el ozono, dos contaminantes comunes con diferentes características y reactividad, pueden activar el eje hipotalámico-pituitario-adrenal (HPA) y liberar las hormonas del estrés, el cortisol. Estas hormonas afectan a la cognición y a la salud mental. La activación crónica y desregulación del eje HPA se relaciona con efectos adversos que incluyen neurotoxicidad, estrés oxidativo y deficiente control de los procesos inflamatorios”, señala el estudio. De esta forma, una exposición continuada a la contaminación y el estrés crónico o agudo pueden llevar a cambios estructurales y bioquímicos del cerebro, relacionados con los efectos de los contaminantes en el sistema nervioso central.

La única solución para limitar esta exposición a los responsables de los procesos oxidativos, inflamatorios y metabólicos, pasaría por agilizar las medidas para reducir la contaminación atmosférica, concienciar a la población sobre el uso de fuentes de energía y de transporte menos contaminantes y reducir la exposición al aire libre de la población vulnerable en episodios de alta contaminación.