No solo las embarazadas tienen antojos. ¿Qué hay detrás de ellos?
A la comunidad científica se le antojó hace ya tiempo encontrar las causas por las que la gran mayoría de los seres humanos tenemos de vez en cuando un fuerte e impulsivo deseo de comer un determinado alimento. La misión no es sencilla, prueba de ello es que los investigadores trabajan con varias hipótesis, aunque sin poder confirmar con rotundidad muchas de ellas. Principalmente porque no existe una sola razón por la que lo hacemos. Lo que sí sabemos, porque así lo corroboran muchos estudios realizados a lo largo de los años por diferentes universidades del mundo, es que tener un antojo es algo que le ha pasado por lo menos alguna vez en la vida al 90% de la población. A priori parece algo completamente normal, un capricho que forma parte de la naturaleza del ser humano, pero que cada uno lo experimenta con diversas intensidades y frecuencias. Y ahí está precisamente el quid de la cuestión de los antojos: para nuestra salud no es lo mismo darse un capricho de vez en cuando que vivir en un continuo atracón emocional.
Casi siempre son de alimentos muy calóricos
A algunos esta querencia por un determinado alimento les surge de la nada. A otros se les presenta tras pasar por delante de una pastelería y oler a mazapán artesanal recién hecho; a muchas personas les nace el impulso tras someterse a una estricta dieta con una reducción calórica importante, al ver un anuncio en la televisión de un producto determinado, después de una fuerte discusión con el jefe o al romper una relación. Hay personas a las que les pasa muy de vez en cuando y a otros constantemente. Pueden ser antojos por alimentos muy concretos o simplemente por cualquier cosa dulce o salada. Pero lo que trae de cabeza a los neurocientíficos es descifrar su mecanismo, ya que algo que sí tienen claro es que los antojos pueden llegar a alterar nuestro cerebro y generar problemas de adicción a la comida.
Como señala Roberta Haddad-Tóvolli, investigadora del Grupo de Control Neuronal del Metabolismo del Hospital Clínic de Barcelona, “aunque es cierto que hay una gran variedad en los tipos de antojos no calóricos, como por ejemplo los que algunas mujeres reportan tener durante el embarazo, que pueden ser de espinacas, frutas o incluso pepinillos, en la mayoría de los casos los antojos son por alimentos altamente sabrosos y ricos en carbohidratos y grasas”.
Antojos y hambre: se pueden confundir
El hambre es un proceso biológico que refleja la necesidad que tiene nuestro cuerpo de recibir alimentos. Es un mecanismo de defensa que alerta a nuestro organismo si existe una necesidad de nutrientes. Además, el hambre va apareciendo paulatinamente, poco a poco, hasta que llegas a sentir tu estómago vacío y escuchas sus sonidos. Puedes llegar a sentir mareos, dolor de cabeza o debilidad, pero es algo que cesa inmediatamente tras la ingesta. El antojo sin embargo llega repentinamente, es selectivo –ya sea un determinado grupo de alimentos o uno concreto– y el deseo puede persistir incluso cuando ya lo has comido. En principio, la diferencia parece clara, pero no es difícil que el hambre y el antojo se confundan. Cuando los niveles de azúcar en sangre comienzan a decaer, el estómago libera una hormona llamada grelina que alerta al cerebro de la necesidad de alimentos. Al mismo tiempo, en el mecanismo del hambre también destaca el papel de otra hormona, la leptina, cuya función es avisar al cerebro de parar de comer porque ya estamos saciados. Pues bien, hay investigadores que han puesto el foco en la grelina para encontrar una explicación a los antojos. Un estudio en concreto realizado por varios centros de investigación canadienses y que se ha publicado recientemente en Cell Reports ha encontrado que hay personas con los niveles de esta hormona considerablemente más altos y que, además son muy sensibles a ella. Esto provoca que sean más vulnerables a los olores de comida, algo que influye en sus hábitos alimenticios y en su respuesta al hambre.
Cuantos más altos son los niveles de la hormona grelina, menos satisfacción encuentran tras la ingesta de un alimento. Estas personas, por ejemplo, justo después de haber comido un buen desayuno, pueden no resistirse al aroma de un cruasán si se lo ponen delante. De repente, experimentarán una caída de azúcar en sangre, su energía disminuirá e incluso podrán sentir un vacío en el estómago. Esto ocurre porque los antojos son capaces de secuestrar los mecanismos del hambre.
La Escuela de Salud Pública de Harvard ofrece una serie de consejos para reducir los impulsos por ciertos alimentos.
- Comer de forma equilibrada con alimentos ricos en proteínas y fibra para que sean más saciantes.
- Evitar largos periodos de tiempo sin comer. Recomiendan ingerir una comida o merienda nutritiva cada 3-4 horas durante el día.
- No acostarse más de cuatro horas después de cenar para evitar los refrigerios nocturnos que pueden interrumpir el sueño.
- Evitar los aperitivos ultraprocesados con un alto contenido de sal, grasa, azúcar y calorías. Estos alimentos activan las vías de recompensa del cerebro y provocan más antojos. Es mejor sustituirlos por fruta fresca, un puñado de frutos secos o un yogur sin azúcar.
- Desaprender. Los antojos a veces son comportamientos aprendidos que están asociados con un evento o entorno, como comer patatas fritas mientras se ve una serie. Se recomienda evitar la comida durante esa actividad o cambiar la rutina nocturna por una actividad diferente.
- Realizar otras actividades que produzcan dopamina, como dar un paseo por la naturaleza, bailar o mirar un vídeo divertido o pasar tiempo con amigos.
Productos que no se pueden parar de comer
Una mezcla explosiva de grasas, azúcares, sal e hidratos de carbono. Así se definen los alimentos hiperpalatables, una bomba capaz de interferir las señales que llegan al cerebro y hacernos desear comer algo aun cuando tenemos el estómago lleno. Hablamos de dulces, helados, chocolate, hamburguesas, pizzas, palomitas, patatas fritas… Alimentos que tienden a desencadenar los antojos porque estimulan una mayor sensación de recompensa que otros. El problema, como demostró en un experimento para la cadena de televisión británica BBC el doctor Chris van Tulleken, es que consumirlos de forma frecuente y repetitiva puede afectar a los procesos cerebrales involucrados en el autocontrol o la inhibición, anulando así nuestra capacidad para decidir lo que comemos y desencadenando un patrón de conducta adictiva.
La sensación de placer que se experimenta al comer está mediada por la dopamina, una hormona que segrega el cerebro cuando comemos alimentos. Con esa sensación de placer lo que hace esta hormona es recompensarnos y así propiciar que queramos ingerir esos alimentos de nuevo. Lo mismo ocurre con el amor y el sexo. Así se garantiza la supervivencia de la especie humana. Se sabe que la comida extremadamente calórica estimula mucho más la dopamina, una sobreestimulación que nos provoca el querer comer más y más. Lo malo es que, paulatinamente, la dopamina hace menos efecto en nuestro organismo y, para obtener esa sensación de placer, necesitaremos ingerir cada vez más de esos alimentos para mantener el mismo nivel de satisfacción. De ahí que se hable de adicción a la comida. Para demostrarlo, Tulleken siguió durante cuatro semanas una dieta basada en un 80% de productos ultraprocesados, el mismo porcentaje que una quinta parte de la población en el Reino Unido consume al mes. Pasado el tiempo, y tras escanear la actividad de su cerebro, se observó que se habían activado conexiones cerebrales que antes no existían y que son responsables de un comportamiento automático y repetitivo, las mismas que tiene encendidas las personas con problemas de adicción a las drogas y al alcohol. Aunque su cerebro volvió a su estado anterior a las seis semanas de regresar a sus hábitos saludables, quedó demostrado que este tipo de comida sí que puede cambiar nuestro cerebro.
Cuidado con ellos durante el embarazo
¿Revolución hormonal? ¿Falta de algún nutriente en particular? ¿Capricho de una futura mamá o necesidad de comer por dos? Nada de todo esto parece estar relacionado con los típicos antojos de algunas embarazadas. Tampoco hay un acuerdo científico a la hora de encontrar los motivos por los que aparecen especialmente en esta etapa de la vida. Recientemente, un estudio liderado por los investigadores del Instituto de Investigaciones Biomédicas August Pi i Sunyer (IDIBAPS), del Hospital Clínic de Barcelona, Marc Claret y Roberta Haddad-Tóvolli, y publicado en la revista Nature Metabolism, ha observado en hembras de ratón que el embarazo induce una reorganización de los circuitos cerebrales que afecta a componentes claves del sistema de recompensa.
“En nuestro estudio hemos visto que en el núcleo accumbens, una de las regiones del cerebro implicadas en estos circuitos hedónicos, hay un aumento de la dopamina. Esta modulación en la respuesta de esta hormona aumenta la percepción de estímulos de placer y desencadena los episodios de antojos durante el embarazo”, explica Claret.
“Algunos científicos llevan años explicando que evolutivamente los antojos podrían tener lugar para garantizar un aporte de energía para el desarrollo del embrión en momentos de escasez, lo que sería beneficioso tanto para la supervivencia de la madre como para el bebé. Sin embargo, en nuestro modo de vida actual, con una exposición y acceso constante a alimentos altamente energéticos, los antojos recurrentes acaban perjudicando la salud metabólica y psicológica de la madre, así como la del bebé”, matiza Roberta Haddad-Tóvolli.
El embarazo es un periodo crucial durante el cual el organismo del bebé está desarrollándose. En las últimas décadas, se ha reconocido que la exposición materna a un ambiente inadecuado durante la gestación o durante el inicio de la vida posnatal, predispone al bebé a desarrollar una serie de enfermedades. Además, alteraciones en los hábitos alimenticios de la madre, incluyendo la obesidad, diabetes gestacional y desnutrición, afectan al desarrollo de los centros neuronales responsables del control de procesos metabólicos, psicológicos y de comportamiento alimenticio en de sus hijos. “En nuestro laboratorio, hemos observado que los antojos por alimentos altamente calóricos, cuando son recurrentes –incluso sin alteraciones metabólicas en la madre– son suficientes para influir en el desarrollo de los centros cerebrales del bebé, aumentando la predisposición a enfermedades metabólicas, psicológicas y trastornos alimenticios durante la adolescencia y la vida adulta”, explica Marc Claret.
El antojo nocturno tiene explicación
Lo de atacar la nevera cuando no podemos dormir es algo que casi todos hemos experimentado alguna vez y que tiene una explicación. El científico inglés y profesor de Neurociencia y Psicología en la Universidad de California en Berkeley, Matthew Walker, fundador y director del Centro para la Ciencia del Sueño Humano, asegura que como el sueño afecta a las dos hormonas que controlan el apetito, la leptina y la grelina, cuando las personas no duermen, estas dos hormonas van en direcciones opuestas: bajan los niveles de leptina, lo que significa un aumento del apetito, mientras que la grelina se dispara, dejando a las personas insatisfechas. Y de nuevo se mezcla la explicación evolutiva. Los animales rara vez se privan del sueño, a menos que estén hambrientos y necesiten permanecer despiertos para buscar comida. Entonces, cuando no dormimos lo suficiente, desde una perspectiva evolutiva, nuestro cerebro piensa que podemos estar en un estado de inanición y aumenta nuestros antojos de alimentos para impulsarnos a comer más.
Las estanterías del supermercado están repletas de comida hiperpalatable, que es objeto de deseo de nuestros impulsos.
La mayoría de los antojos están al acecho y lo que los activa es algún tipo de entrada de los sentidos, principalmente a través de la vista o el olfato. La industria alimentaria lo sabe y aprovecha algunos de los factores desencadenantes de estos deseos por la comida extremadamente calórica para dirigir al consumidor hacia ellos. Existen técnicas de neurociencia que ayudan a conocer el viaje emocional que realizan los consumidores cuando comen o eligen un determinado alimento y que revelan información relevante para entender por qué optamos por determinados productos; si lo hacemos de forma consciente o motivados por sentimientos, actitudes, valores…
La técnica de medida de la Respuesta Galvánica de la Piel (GRS) es una de ellas. A través de sensores colocados en los dedos de las manos se monitorizan los cambios que se producen en la conductividad de la piel del consumidor. Cuando las glándulas sudoríparas segregan humedad a través de los poros de la piel, cambia el balance de iones positivos y negativos en el fluido, que se pueden medir con los sensores. Según explican desde el centro tecnológico Ainia, “cuando estamos expuestos a estímulos con carga emocional, positivos o negativos, la conductancia eléctrica de nuestra piel cambia sutilmente. Nosotros no podemos tener un control consciente de la respuesta galvánica de la piel, de manera que la información que obtenemos es información objetiva de los procesos fisiológicos y psicológicos”. Esta técnica es capaz de detectar cuándo un determinado objeto o producto nos emociona y con qué intensidad lo hace. Actualmente, esta prueba se realiza con voluntarios en laboratorios a modo de supermercado ficticio para diferentes marcas del mercado.
Las dietas no ayudan
En la década de los cuarenta del siglo pasado, una investigación de la Universidad de Minnesota dirigida por el fisiólogo Ancel Keys analizó los efectos que tiene la restricción de calorías sobre el cuerpo y la mente. En este estudio, 36 hombres pasaron de ingerir 3.500 calorías diarias durante 12 semanas, a tomar solo 1.600 durante seis meses. Esto provocó un cambio psicológico en todos ellos. Casi inmediatamente todos los participantes comenzaron a obsesionarse por la comida: solo hablaban y pensaban en alimentos, incluso se planearon realizar carreras relacionadas con la gastronomía, como abrir una tienda de comestibles o un restaurante, e incluso siguieron preocupados por la alimentación mucho después de que el estudio había terminado. Eran hombres de la década de 1940, que probablemente nunca habían cocinado en toda su vida, pero comenzaron a recortar recetas del periódico y a probar suerte en los fogones.
Desde el mismo departamento de esta universidad norteamericana, pero en el 2021, la psicóloga Traci Mann realizó otra investigación para estudiar la rapidez con la que comienzan los pensamientos obsesivos sobre la comida después de que una persona comience una dieta restrictiva. El resultado del estudio: en menos de 10 días.
Otros factores que afectan
Los circuitos neuronales que interconectan el hambre, el apetito por puro placer o el estrés, están interconectados y son extremadamente complejos. Por tanto, entender cómo situaciones que afectan a nuestras emociones se traducen en compulsividad por un tipo particular de alimento aún necesita ser estudiado con más profundidad. Pero se sabe que situaciones de estrés y ansiedad pueden llevar a un consumo exagerado de alimentos calóricos, ya que el aumento de niveles de cortisol (hormona que se libera ante el estrés) generados por estrés físico o emocional, por ejemplo, influyen en el patrón alimentario.
Durante la menstruación también se suelen tener más antojos de comida calórica porque las hormonas ováricas sufren modulación en sus niveles durante el ciclo menstrual y también pueden tener impacto en el cerebro y modular el apetito. Además, hay fármacos que pueden alterar las ganas de comer. Aún se está estudiando por qué pasa esto, pero se sospecha que se produce un cambio en el metabolismo y aparecen mensajes cerebrales alterados que señalan el apetito. En algunas personas, los antidepresivos, por ejemplo, interfieren con el neurotransmisor serotonina, que regula el estado de ánimo y el hambre.
El ejercicio intenso, por su parte, puede combatir los antojos. Hay un fenómeno conocido como incubación del deseo y que consiste en que, cuanto más tiempo nos resistimos a consumir una sustancia deseada, más difícil es ignorar las señales que el cerebro te envía para que las consumas. Es decir, que es más fácil caer en la tentación del dulce cuando estás a dieta. Pero algunos estudios han demostrado que el ejercicio físico de alta intensidad puede evitar que se establezca ese periodo de incubación del deseo y, por lo tanto, es capaz de intervenir en esas señales del cerebro que animan a comer en exceso.