¿De dónde viene ese alimento?
Nuestras demandas como consumidores han evolucionado mucho en las últimas décadas. Hace 40 años la prioridad era llenar la cesta de la compra y hacerlo con alimentos seguros y fiables. Un poco más tarde comenzamos a interesarnos por los aspectos relacionados con la salud y, en la actualidad, nos preocupan todas esas cosas y muchas más, como el impacto medioambiental, el bienestar animal o el comercio justo.
Esta evolución se explica en buena parte por los cambios que han ido sucediendo en nuestro entorno. Uno de ellos es la globalización, que entró en escena aproximadamente hace dos décadas. Con el aumento del comercio internacional y la deslocalización de muchas empresas productoras, comenzamos a ver cómo muchos de los productos que comprábamos eran importados desde otros países. Esto se convirtió en una inquietud para muchas personas, que recelan de los productos de fuera por diferentes motivos: porque piensan que son peores o menos seguros, por el impacto sobre el medio ambiente que implica el transporte, por su efecto negativo sobre la economía local, por la explotación laboral o de recursos…
A pesar de esta preocupación, en la actualidad la información sobre el origen solo se indica en la etiqueta de algunos alimentos. Además, en muchos se muestra de forma confusa, así que a veces nos despista.
¿Qué dice la ley?
Según la legislación –Reglamento 1169/2011– debe indicarse el país de origen o el lugar de procedencia de un alimento siempre que la falta de tal indicación pueda inducir a engaño a los consumidores. Pero en circunstancias normales, no hay necesidad de hacerlo. Por eso la mayoría de los alimentos no muestra el origen. En esos casos solo es obligatorio para algunos en concreto, en los que debe mostrarse siempre, como la miel, las frutas y vegetales frescos, el pescado, la carne, el aceite de oliva, los huevos o la leche y productos lácteos.
En principio, desde nuestra posición como consumidores, podemos ver la indicación del origen como una ventaja indiscutible y quizá nos preguntemos qué motivos puede haber para no incluirla en todos los alimentos, especialmente a estas alturas, cuando el etiquetado tiende a ser cada vez más transparente. Sin embargo, la realidad demuestra que incluir esta información no siempre es fácil.
- Frutas y vegetales frescos
- Leche y productos lácteos
- Aguas minerales naturales
- Aceite de oliva
- Huevos
- Pescado
- Miel
- Carne: vacuno, porcino, ovino, caprino y aves de corral (fresca, refrigerada o congelada)
- Vino
Los problemas de la leche
Un ejemplo. En el año 2015, el sector lácteo –industrias lácteas y organizaciones agrarias– aprobó casi por unanimidad facilitar información sobre el origen de la leche, una medida respaldada también por la gran mayoría de los consumidores. El Ministerio de Agricultura elaboró un proyecto para hacerlo realidad. De ese modo, los consumidores tendrían más información y los productores venderían más, lo que compensaría la balanza comercial, porque en España se importaban tres veces más productos lácteos de la Unión Europea de los que se producían.
Pero se encontró con la oposición de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), adscrita al Ministerio de Economía. Este organismo emitió un informe en el que señalaba que la inclusión del origen podía ser relevante para el consumidor, pero también podía constituir una restricción a la libre circulación de mercancías y, por lo tanto, a la competencia. Por eso, expresó la conveniencia “de extremar la precaución a la hora de introducir esta clase de obligaciones” e instó al Ministerio de Agricultura a justificar mejor los motivos que respaldaran la propuesta.
Con ese fin se realizaron encuestas entre los consumidores, con las que se justificó ante la Comisión Europea, que el origen de la leche y los productos lácteos es una información demandada por la mayoría de los consumidores en España, que además asocian la mención del país a la calidad. Finalmente se aprobó la medida, que obligaba a indicar el país de ordeño y el país de transformación de la leche (de vaca, oveja y cabra) y en los productos que contuvieran más de un 50% de leche. Eso sí, la medida tenía carácter experimental, así que solamente iba a tener vigencia durante un periodo de dos años. Al final entró en vigor en enero de 2019 y se prorrogó hasta el 22 de enero de 2025.
En definitiva, la inclusión de la información sobre el origen en la etiqueta de los alimentos es una cuestión sobre la que existen posiciones enfrentadas. Por eso a veces no se lleva a término.
- País de origen. Los productos elaborados enteramente en un solo país. “Origen: España”.
- Lugar de procedencia. Cualquier lugar del que se indique que procede un alimento y que no sea el país de origen. Por ejemplo, en un pescado se debe indicar la zona de pesca de la FAO, así como la denominación de dicha zona expresada en términos comprensibles por el consumidor. Por ejemplo: “Atlántico Nordeste o FAO 27”.
- Razón social: la dirección de la empresa. No informa sobre la procedencia del alimento ni tiene por qué estar relacionada con ella. Por ejemplo; “Aceitunas El Olivo. C/ de la Fuente, 28080 Madrid”.
- Alimentos en cuya producción han intervenido varios países. Debe indicarse el país donde se ha llevado a cabo la última transformación o elaboración sustancial. Pero también, el origen del ingrediente que se asocia inherentemente con el producto. Por ejemplo: “Pimientos procesados en España. Origen de los pimientos: Perú”.
- Productos en los que se muestran motivos asociados a un país, pero proceden de otro. Debe mostrarse el origen para evitar confusiones. Por ejemplo: galletas que muestran una imagen del acueducto de Segovia, pero que proceden de Italia.
- Productos en los que se muestran motivos asociados a España, elaborados en España, pero cuyo ingrediente principal (si supera el 50% o lo asociamos con el nombre del alimento) procede de otro país. Por ejemplo: galletas con una imagen del acueducto de Segovia, elaboradas en España, pero con harina procedente de Italia; “Origen de la harina: Italia”.
Pero no siempre es necesario…
- Alimentos en cuyo envase se hacen menciones geográficas que no hacen referencia al origen. Por ejemplo: galletas donde se indica “gane un sorteo a Nueva York” y se muestra la bandera de EE UU.
- Alimentos cuyo nombre habitual incluye un lugar geográfico que forma parte de él. Por ejemplo, salchichas de Frankfurt, galletas danesas o fabada asturiana.
- Alimentos cuya marca hace referencia a un lugar geográfico. Por ejemplo, “garbanzos La Asturiana” (a no ser que resulte engañoso).
Mismo producto, distintos lugares
Otras veces no es fácil saber el origen de un alimento. Imaginemos una bebida de café lista para tomar: es posible que los granos de café se hayan recolectado en un país, se hayan tostado en otro diferente y que en un tercero se molturen y se infusionen para envasarlos. ¿Qué país se considera como origen? Por lo general, cuando intervienen más países en la producción de un alimento, se considera que el producto tiene su origen en el que se haya llevado a cabo su última transformación o elaboración sustancial. En este caso, en principio, sería el país donde se muele, se infusiona y se envasa. Pero, por otra parte, el café es el ingrediente principal, así que debería mostrarse el origen del grano.
La legislación que regula la indicación del origen de los alimentos es algo ambigua, así que está sujeta a diferentes interpretaciones y no siempre es fácil entender qué medida debería adoptarse en cada caso. Por otra parte, podemos encontrar productos que proceden de un lugar, pero parecen venir de otro. Por ejemplo, unas galletas que muestran en su envase una bandera de España junto con imágenes de monumentos típicos de este país, pero que en realidad han sido elaboradas en Italia. En este caso, debe indicarse su verdadero origen (“Italia”), porque de lo contrario podría llevar a error.
Imaginemos ahora que esas galletas, con esa misma caja que muestra motivos asociados a España, están elaboradas realmente en este país, pero su ingrediente primario, en este caso la harina, procede de Italia. En este supuesto debería indicarse el origen de la harina. Esto solo es aplicable cuando se trata de un ingrediente primario, es decir, cuando hablamos de un ingrediente que supone más del 50% del alimento o cuando asociamos ese ingrediente con el nombre del producto.
Es obligatorio, pero no se indica. En muchos productos que se venden a granel es obligatorio indicar el origen, concretamente en vegetales como frutas, hortalizas y legumbres; también en pescados y en carnes (frescos, refrigerados o congelados). Sin embargo, hay comercios donde la información que se muestra se reduce solamente al nombre del producto y el precio, obviando el resto de los datos obligatorios.
Fraudes en los productos de más valor. En ciertos casos se producen muchos fraudes en los productos de alto valor económico, como el aceite, el vino o el jamón. Uno de los ejemplos más representativos es el del azafrán. Una investigación realizada en 2016 mostró que el 50% de las muestras analizadas era fraudulentas porque se indicaba que su origen era España, cuando en realidad se trataba de otro más barato y de peores características, procedente de países como Marruecos, Irán o India. También fue muy llamativo un caso ocurrido en 2018 en Francia, donde se vendieron 10 millones de botellas de vino rosado como si fueran de ese país, cuando en realidad procedían de España.
Según los datos de EIT Food, organización alimentaria no gubernamental que cuenta con el apoyo de la Unión Europea, España es el país de la UE donde se registran más casos de fraude relacionado con el origen. Normalmente de productos internos que se etiquetan con orígenes que no son ciertos, ya sea vino, que supuestamente proviene de una provincia cuando realmente es de otra, o azafrán que supuestamente es de España cuando en realidad viene de China.
Cuando el engaño afecta a la seguridad. Cuando se comete este tipo de delitos, a veces no se trata simplemente de un fraude relacionado con el origen, sino que también puede afectar a la naturaleza del producto, sus características organolépticas y su seguridad. Por ejemplo, en 2022 se decomisaron en España 10 toneladas de supuesto azafrán que en realidad estaba constituido por hebras de gardenia procedentes de China, modificadas para evitar la detección. Esta sustancia no se considera un alimento en la Unión Europea. Ese producto no siguió cauces legales y no fue sometido a los pertinentes controles para asegurar su inocuidad, lo que quizá podría haber puesto en riesgo la salud de los consumidores de no haber sido detectado a tiempo.
¿Qué pasa cuando se menciona un lugar que no es el origen?
En algunas ocasiones podemos encontrar productos que hacen referencia a lugares geográficos de distintos modos. Esto podría llevarnos a pensar que deben mostrar obligatoriamente la información sobre el país de origen o el lugar de procedencia, pero si esas referencias no están destinadas a proporcionar información al consumidor sobre el origen, no es obligatorio hacerlo.
Por ejemplo, en un producto en el que se indique la frase “Participe en el sorteo de un viaje a Francia” junto con una bandera de ese país para acompañar la promoción. Estos mensajes no se refieren a la procedencia del alimento, así que no es obligatorio indicar el origen, a no ser que se hagan de forma engañosa o den lugar a error.
En el caso de preparaciones o alimentos que incluyen nombres de lugares geográficos que forman parte de la denominación, tampoco es obligatorio indicar el origen. Por ejemplo, las salchichas de Frankfurt, la fabada asturiana, el cocido madrileño, el chorizo de Pamplona o la mostaza de Dijon… En caso de que una marca registrada haga referencia a un lugar geográfico, tampoco hay obligación de indicar el origen. Por ejemplo, garbanzos La Asturiana.
- A veces resulta más rentable. Puede parecer contradictorio que traer un alimento desde la otra punta del mundo resulte más rentable que producirlo en el propio territorio. Pero a veces es así. Se explica por la producción a gran escala, que reduce los costes, por el bajo precio del transporte y por las condiciones de trabajo que existen en esos países, sobre todo, los sueldos comparativamente más bajos.
- Para cubrir la demanda. Hay veces que la producción local no es suficiente para cubrir toda la demanda. Ocurre, por ejemplo, con muchas legumbres. Según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, en España consumimos en el año 2017 en torno a 42.100 toneladas de lentejas, pero solamente se cultivaron unas 24.400 toneladas, así que hubo que importar el resto, algo que se hace habitualmente de países como Estados Unidos, Canadá o Argentina, por poner algunos ejemplos.
- Para romper la estacionalidad. Ocurre sobre todo con algunas frutas. Uno de los casos más claros es el de las naranjas. En España la producción nacional llega al mercado aproximadamente a finales de octubre y principios de noviembre. Pero a principios de septiembre también podemos comprar naranjas porque estas se importan desde otros países, como Sudáfrica, donde la producción se adelanta en el tiempo. Y lo mismo ocurre para muchas otras frutas, como melones o sandías. Esto no solo se hace para que podamos disponer de esos alimentos durante más tiempo, sino también para asegurar el suministro de materias primas en empresas transformadoras. Por ejemplo, una empresa envasadora de pimientos lo tendría más difícil para mantener su actividad a lo largo de todo el año si no importara esas materias primas en épocas en las que la producción local es escasa y su precio elevado.
- Para disponer de productos que no son propios de nuestras latitudes. El motivo más obvio por el que se importan alimentos es para poder disponer de aquellos que no se producen en nuestro territorio, ya sea por motivos culturales, climáticos o de otro tipo. Por ejemplo, ingredientes exóticos de la gastronomía de otros países, como wasabi o alga kombu, o bien, frutas como la pitahaya o el maracuyá.