Engordar o no, ¿es cosa de los genes?
Imaginemos nuestro cuerpo como una figura de Lego. Tenemos distintas piezas y, para montarlas, hacen falta instrucciones. Si hay algún error, las piezas no encajarán o la figura quedará descuadrada. El genoma humano (o ADN) viene a ser el manual de instrucciones genéticas que se encuentra en cada célula. Lo forman los 23 pares de cromosomas localizados en el núcleo, así como un pequeño cromosoma que se encuentra en las mitocondrias celulares. Cada conjunto de 23 cromosomas contiene aproximadamente 3,1 mil millones de bases de la secuencia de ADN, algo así como una larga frase con la descripción completa del organismo. Los genes son las palabras de esa frase. Por si fuera poco, cada gen puede tener una sola función o varias. Si está dañado o tiene alguna alteración (mutación), la lectura de las instrucciones será errónea y esas funciones podrían verse alteradas. Como una función más dentro de nuestro cuerpo, una mala codificación en alguno de los mecanismos ligados a la nutrición puede hacer que algunas personas tengan más predisposición a la obesidad o a la hipercolesterolemia, por citar dos ejemplos.
Corregir el ADN
Secuenciar el genoma nos permite conocer el manual de operaciones de nuestro cuerpo, aventurar cómo se va a comportar en el día a día y, en su caso, crear pautas para prevenir riesgos de salud. Genetistas, biólogos y biotecnólogos son los profesionales que se encargan de “decodificar” el genoma. Y antes de abordar cualquier estudio, dejan claro que los genes no se pueden cambiar. Por así decirlo, no se pueden modificar las letras de esa larga frase. Sin embargo, podemos poner comas, puntos o acentos, para “corregir” la gramática de nuestro genoma que, en la vida real se traduce en tomar decisiones de salud. Y la nutrición es una de esas palancas donde se puede actuar.
Cuestión de conceptos
La genómica nutricional es aún una disciplina joven y poco conocida. Se estudia como un área de investigación muy amplia que integra a su vez otras disciplinas, como la nutrigenética, que investiga cómo nuestro cuerpo responde a los diferentes nutrientes en función de nuestro perfil genético individual. Por ejemplo, analiza los genes que pueden hacer que una persona tenga dificultades para metabolizar ciertos nutrientes, lo que podría aumentar su predisposición a padecer ciertas enfermedades.
La nutrigenómica, por su parte, estudia la forma en la que los nutrientes de los alimentos pueden afectar a nuestros genes. Por ejemplo, examina por qué los hidratos de carbono pueden engordar mucho a una persona, pero sentarle muy bien a otra. Finalmente, la nutriepigenética aborda cómo los alimentos que ingerimos pueden modificar la forma en la que funcionan nuestros genes. Actualmente todos estos conceptos se engloban en uno: la nutrición de precisión.
Uno de los grandes referentes en esta materia, José María Ordovás, director del Programa Nutrición de Precisión y Obesidad del Instituto IMDEA Food e investigador en el Centro de Investigación en Nutrición Humana y Envejecimiento (HNRCA) en Boston, reconoce que aún no hay una definición única para esa disciplina. “Como ciencia, la nutrición de precisión busca descubrir y entender los efectos en la salud de esa compleja interacción entre nuestros factores internos (la genética) y externos (la microbiota, el entorno alimentario, la actividad física, el sueño, así como sus características económicas, sociales, medioambientales…). Este enfoque multidimensional nos permitirá responder preguntas tales como qué, cuándo, dónde y cómo comer. Además, hacerlo de una manera más personalizada en lugar de las recomendaciones nutricionales generales que se dan hoy en día”, explica Ordovás.
Un humano tiene más de 40.000 genes que se codifican de diferente manera en cada individuo, haciéndole único.
Se conocen más de 50 rasgos genéticos que hacen que los mismos hábitos no tengan efectos idénticos en personas distintas. Por esta razón, los test genéticos se han convertido en una prometedora herramienta para la medicina preventiva. Se realizan a partir de una muestra de saliva, que se envía al laboratorio para extraer el ADN, analizar su secuencia y buscar los posibles polimorfismos relacionados con ciertas patologías. A partir de ahí, se pauta una dieta.
Por ahora, la sanidad pública no los cubre, son caros (unos 300 euros) y se realizan en clínicas privadas. Algunas secuencian el genoma completo. Otras, más asequibles, solo buscan aquellos genes relacionados con las patologías asociadas a un determinado problema. A medida que avanzan las investigaciones se van descubriendo cómo inciden ciertas mutaciones en problemas metabólicos concretos. Más aún, conocer esta asociación no implica necesariamente que siempre se puedan dar recomendaciones nutricionales contrastadas. Queda mucho camino por hacer.
¿Existe un gen de la obesidad?
Una de las preguntas que más se repite en las consultas de los nutricionistas y endocrinos es por qué ciertas personas tienen más dificultad para controlar su apetito y cómo ese factor puede derivar en predisposición a la obesidad. Y una de las respuestas puede estar en el gen FTO, el famoso “gen de la obesidad”. “Este gen codifica una proteína –en concreto, una desmetilasa– que modifica el ARN mensajero y esto implica que modula el funcionamiento de otros genes. Tiene una elevada influencia en el cerebro y ejerce una función importante en los mecanismos que regulan el apetito y el comportamiento alimentario. También se ha observado que modula el desarrollo del tejido adiposo y la acumulación de grasa”, explica Lidia Daimiel, directora del Grupo de Control Nutricional del Epigenoma en el IMDEA.
Algunas variantes de este gen se asocian a una peor capacidad del cuerpo para sentirse saciado y a respuestas neuronales más fuertes hacia imágenes de comida, en regiones cerebrales involucradas en la regulación del apetito. Y a más hambre, más dificultad para contener el impulso de comer y, por tanto, mayor predisposición a la obesidad y a la acumulación de tejido graso. Daimiel señala que “también se ha observado una relación entre la presencia de estas variantes y el comportamiento alimentario. Así, quienes presentan las variantes en el gen suelen comer más, especialmente grasas y proteínas, y tienen una mayor tendencia al picoteo”.
Detectarlo es fácil: se hace a través de una PCR o con la secuenciación genética. Lo siguiente es aplicar una nutrición personalizada, no con pautas generales, sino atendiendo a esas peculiaridades genéticas. “Cuando se identifica una alteración del apetito y del comportamiento alimentario de un individuo, podemos trabajar atendiendo a la capacidad saciante de los diferentes alimentos y a la distribución de las comidas a lo largo del día para evitar los picoteos y atracones”, destaca Daimiel. Otra vía de acción es regular el metabolismo basal (la cantidad de calorías que necesita el organismo para realizar sus funciones metabólicas básicas), por ejemplo, aumentando la práctica e intensidad de actividad física.
Ultraprocesados y ADN
La nutrigenética abre una nueva vía de investigación en torno a los alimentos ultraprocesados, muy cuestionados ya por su posible relación con la aparición de ciertos tipos de enfermedades no transmisibles, como el cáncer o la obesidad. La doctora Celia Martínez participa en la actualidad en un estudio sobre la metilación del ADN relacionada con los nutrientes contenidos en los alimentos ultraprocesados. “La metilación –explica– actúa como un interruptor que enciende o apaga ciertos genes potencialmente vinculados a la predisposición de padecer ciertas enfermedades, como la obesidad”.
“Esta alteración de la expresión del ADN puede tener lugar debido a la dieta, incluya o no alimentos procesados, pero es siempre reversible a largo plazo si se interviene sobre el menú habitual que cada uno elige”, advierte. Lo que se investiga en ese estudio, denominado METHYL-UP, es determinar si un alto consumo de alimentos ultraprocesados puede afectar a la metilación del ADN y, como consecuencia, si aumenta el riesgo de obesidad. “Aún no tenemos suficientes datos para sacar conclusiones, pero hemos observado diferencias en la metilación del ADN en personas con alto y bajo consumo de alimentos ultraprocesados. Las consecuencias de estas diferencias en relación con el riesgo a padecer obesidad están aún por determinar”, analiza Celia Martínez.
Hambre y saciedad
Con el estudio de los genes se puede buscar si hay alguna alteración en los mecanismos hormonales que regulan el binomio hambre/saciedad.
Tendencia a engordar
Se analiza la respuesta del organismo a las modificaciones en la dieta y al ejercicio físico, esto es, si empieza a quemar los depósitos de grasa con facilidad o si, por el contrario, opta por la destrucción muscular.
Metabolismo
El análisis de los genes relacionados con la absorción, metabolización y acumulación de las grasas e hidratos de carbono permite configurar dietas personalizadas variando la proporción de uno u otro nutriente.
Intolerancias alimentarias
Muchas se deben a alteraciones genéticas de las enzimas que intervienen en el metabolismo del nutriente específico. Es el caso de la intolerancia a la lactosa o la mala absorción de la fructosa.
Riesgo cardiovascular
Se analiza, por ejemplo, si una dieta con alto contenido en omega 3 reduce el riesgo de enfermedad cardiovascular en un determinado perfil de personas o no. O si hay una mutación en el gen LDLR (el famoso “colesterol genético”).
Nutrición personalizada
Cuanto más se avanza en el conocimiento de la genética aplicada a la nutrición más fuerza cobra la idea de que la obesidad es una enfermedad de origen multifactorial. No basta con llevar una nutrición equilibrada y unos hábitos saludables. El genoma condiciona qué alimentos o qué deporte y a qué intensidad lograrán los mejores resultados para una persona determinada. También, cómo influyen en su microbiota intestinal.
Conocer el genoma viene a ser algo similar a lo que sucedía en la película Minority Report, en la que Tom Cruise detenía a delincuentes antes de que cometieran sus fechorías. Actuar sobre la dieta según la lectura del genoma contribuye a reducir el riesgo de desarrollar enfermedades crónicas, como la obesidad o las patologías cardiometabólicas. Con ello se ahorran muchos costes en tratamientos y el paciente gana años de salud. El profesor José María Ordovás matiza, no obstante, que “con la nutrición de precisión no tratamos de desarrollar prescripciones únicas para personas individuales, sino más bien de estratificar a las personas en diferentes subgrupos de población, similar a lo que hacemos habitualmente con las tallas de los zapatos o de la ropa”. Es lo que se conoce como nutritipos.
¿Debemos chequear nuestro genoma?
La publicidad de los tests genéticos a veces los plantea casi como una exigencia para toda la población, incluso para aquellas personas con hábitos saludables en cuanto a nutrición, actividad física o sueño. “Pienso que para una persona sana, con buenos genes y buenos hábitos, conocer su genoma no tendría un mayor impacto en su vida. Sin embargo, esta persona hoy en día es una minoría, una rara avis, y la mayor parte de nosotros vivimos en un ambiente obesogénico [entorno que estimula hábitos y comportamientos que conducen al exceso de peso]”, destaca Ordovás.
Que la nutrición no sea una ciencia exacta y que las recomendaciones respecto a ciertos alimentos, como las grasas o las carnes rojas, cambien cada cierto tiempo condiciona también la posibilidad de llegar a una dieta perfecta con arreglo al genoma. “En la práctica de la nutrición de precisión existe todavía mucha imprecisión. Estamos aprendiendo a predecir cómo cada uno de nosotros responde a unos alimentos u otros, y eso es clave para el siguiente paso, que es dar las recomendaciones de hábitos saludables –no solo de nutrición– personalizados”, apunta Ordovás.
La nutrición de precisión también abre la puerta a la crononutrición, es decir, no solo qué comemos, sino cuándo y cómo distribuimos lo que comemos en los diferentes momentos del día. “Existe una moda ahora precisamente de comer unos días sí y otros no, o concentrar el periodo de las comidas en un número reducido de horas. Pero insisto en que cada uno de nosotros es diferente. Por lo que vamos descubriendo, es mejor antes que después, es decir, parece ser más saludable desayunar, comer y cenar pronto que tarde”. Pero esto todavía está en estudio.
El empleo de las tecnologías genéticas en el ámbito de la alimentación y la nutrición comienza a democratizarse, pero aún queda mucho camino por recorrer. Así, por ejemplo, hoy es posible adquirir en farmacias o en internet tests que detectan distintas intolerancias alimentarias (algo que exige al consumidor tomar ciertas cautelas, pues no existe una regulación específica para estos productos), pero llegar a dietas personalizadas basadas en la genética de cada persona será un hito que requiere aún de largos años de investigación.
El futuro
A pesar de los avances de los últimos años, todavía queda mucho por descubrir para desarrollar completamente la nutrición de precisión. “Hemos avanzado, pero no al punto que un relojero daría por bueno para vender su reloj”, ilustra José María Ordovás, investigador en el Centro de Investigación en Nutrición Humana y Envejecimiento (HNRCA) en Boston. ¿Cuánto tiempo se puede tardar en conseguir ofrecer recomendaciones personalizadas a cada paciente? “Esta es posiblemente la pregunta más difícil de contestar. Cuando inicié esta área de la investigación en los ochenta aseguraba que en los próximos cinco años, y he seguido diciendo lo mismo durante más de cuatro décadas. Pero creo que ahora será verdad”, opina Ordovás, que hace suya una frase del físico danés Niels Bohr: “Predecir es muy difícil, especialmente si es sobre el futuro”.