Jóvenes y pantallas. El peligro de la burbuja analógica
Según el estudio El impacto de las pantallas en la vida familiar, publicado en 2022 por la plataforma para padres y madres Empantallados.com, más del 90% de los progenitores españoles son conscientes de que las nuevas tecnologías son claves en el futuro profesional de sus hijos. A pesar de que conocen su utilidad, buena parte de las familias se enfrentan a varios dilemas en torno al uso que los más pequeños hacen de la tecnología: no permitirla, retrasar el momento lo máximo posible o potenciarla.
Aunque la opinión mayoritaria entre las familias parece ser la de postergar tanto como se pueda la entrada en el mundo digital de sus hijos, lo cierto es que son muchos los profesores, educadores sociales, psicólogos y neurocientíficos que apuestan por dejar de demonizar la tecnología y aliarse con ella para que los menores no se queden al margen de una realidad que ha llegado para quedarse. Solo al educarles desde una edad temprana podremos garantizar un uso responsable y seguro cuando llegan a la adolescencia.
Cuanto antes, mejor
No se trata de comprarle al niño su primer móvil a los tres años, pero tampoco esperar a que cumpla 15. Para entonces, según Jordan Shapiro, profesor de la Temple University de Filadelfia y experto en alfabetización digital, ya será tarde. Este investigador insiste en que hay que enseñar a los niños el mundo digital cuanto antes. Asegura que a un niño con seis y siete años aún puedes darle pautas, pero a un adolescente ya no.
De la misma opinión es Jordi Jubany, antropólogo y experto en psicología y familia, que asegura que “más que focalizar tanto el tema de la tecnología en la edad considerada como adecuada para iniciarse en lo digital, hay que centrarse en educar y acompañar al niño en ese uso”. Este experto recuerda algo que a veces pasa desapercibido, y es que ser consumidor de contenidos no implica que conozcamos y aprovechemos de forma competente las herramientas que tenemos a nuestra disposición. “Para ello, los usos, hábitos y valores del entorno familiar, que normalmente es el lugar donde pasamos más horas, son clave”, indica Jubany. Los padres deben empezar por limitar el uso que ellos mismos hacen de la tecnología, que sus hijos vean que pueden pasar el rato en las redes sociales, pero que igualmente tienen tiempo para leer un libro, salir a hacer ejercicio o practicar otra afición.
Reglas para todos
Hay gestos que se hacen de manera inconsciente, pero que son significativos. Por ejemplo, que un niño vea que su padre o su madre está obsesionado por responder todos los mensajes de whatsapp o que es incapaz de desactivar las notificaciones cuando se mete en la cama, no ayuda a crear una relación sana con la tecnología. En casa las reglas tienen que ser para todos.
También hay que tener claro qué queremos hacer con la tecnología y qué papel queremos que tenga en nuestra vida. “Hay que preguntarse qué intereses tiene nuestra familia y para qué la vamos a utilizar en casa”, explica Anya Kamenetz, experta en educación y nominada al premio Pulitzer en el 2005 por sus reportajes sobre adolescentes. Para ello, recomienda que los progenitores, en lugar de estar pegados al móvil sin decir lo que están haciendo y que sus hijos lo interpreten como que el uso del móvil es algo secreto y privado, den explicaciones sobre su uso. “Por ejemplo: voy a mirar mi correo electrónico a ver si esta persona me ha contestado…”, explica Kamenetz. Si tenemos claro para qué se usa esa la tecnología, nuestros hijos se percatarán de ello.
Aunque hay muchos expertos que abogan por acercar la tecnología a los niños cuanto antes, otros defienden la necesidad de retrasar este contacto lo máximo posible. Uno de ellos es el neuropsicólogo Álvaro Bilbao, que deja claro que, en los primeros seis años de vida de niño, nada de pantallas. En su libro El cerebro del niño explicado a los padres, explica los riesgos que supone para los más pequeños el uso de las nuevas tecnologías. “Disponemos de datos contundentes que demuestran que la exposición de los niños a teléfonos inteligentes, tabletas y otros dispositivos eleva el riesgo de que presenten problemas de comportamiento o trastornos por déficit de atención”, escribe. Pero aún hay más. “Se estima que los niños nacidos a partir de 2008 serán la primera generación que, cuando tenga 25 años, tendrá menos cociente intelectual que sus padres. Y en eso tienen mucho que ver las horas de televisión y videojuegos que chupan, que les hacemos menos tolerantes a la frustración”, explica. “Sabiendo lo que sé de neurociencia y de desarrollo intelectual, no tengo ninguna aplicación para niños en mi móvil o en mi tableta”, concluye.
Cal Newport, profesor de ciencia computacional en la Universidad de Georgetown (Washington), comparte la misma opinión. En una reciente entrevista publicada en El País, este experto afirmaba de forma contundente que “nadie debería tener un móvil antes de los 16 años. De hecho, a los 18 tendría más sentido”. Sus reticencias acerca del uso del smartphone entre los más pequeños también se extienden a otros canales y plataformas. “Sabemos que las redes sociales les pueden generar malestar psicológico. Su cerebro no puede gestionar todo lo que se lo causa, así que soy un gran defensor de que no tengan un móvil inteligente con acceso a ellas, sino uno con el que solo puedan poner mensajes”, explicaba.
En busca del culpable
La tecnología tampoco es la responsable de todos los problemas en el hogar. Shapiro, que exige a sus hijos un tiempo previo de lectura –ya sea en papel, tableta o libro electrónico– antes de sentarse con ellos ante la videoconsola, opina que no es que los jóvenes lean menos, sino que simplemente que sus padres ya no leen libros. Echar la culpa de todo a la tecnología no es justo.
Aunque cada familia hace lo que considera mejor para sus hijos como buenamente puede, mucha de la responsabilidad del mal uso de las pantallas es de los padres. “Algunas sí que entienden que son responsables de la tecnología que consumen sus hijos y realizan un seguimiento periódico de los contenidos consultados o las actividades que han realizado en internet. Otras optan por la prohibición por miedo a los peligros y otros prefieren no mirar lo que están haciendo”, relata Jordi Jubany.
Entonces, ¿quién tiene la fórmula secreta? “No hay que prohibir ni permitir todo. La opción correcta, como siempre, es educar”, explica. Se hace sobre todo compartiendo experiencias juntos para así ir poco a poco construyendo un criterio. Está bien comentar con nuestros hijos algo gracioso o desagradable que hayan visto en TikTok o Snapchat; participar todos en casa opinando sobre un vídeo que se ha hecho viral. Es una manera de acompañarle en este viaje y que no se termine convirtiendo en un huérfano digital, en alguien que sabe utilizar las herramientas, pero que no comprende las implicaciones que conllevan.
Jubany lo compara con la dieta saludable. “No dejamos que coman de todo lo que quieran a todas horas. En este caso hay que construir una dieta digital saludable con normas razonadas para poder ser pactadas y revisadas regularmente. Trabajar desde pequeños la autonomía y la responsabilidad con el acceso a internet, las redes sociales, las tabletas o los móviles. Si es necesario, con el uso de herramientas que puedan ayudarnos como filtros y control parental, aunque el mejor seguimiento siempre será el que puedan ejercer los adultos”, detalla.
Una de esas normas es limitar el tiempo de uso. ¿Cuánto? Para Anya Kamenetz, hay que observar los hábitos generales de los niños. “¿Duermen lo suficiente? ¿Pasan tiempo al aire libre? ¿Hacen ejercicio a menudo? ¿Está al día con las tareas escolares? ¿Pasan tiempo en familia? ¿Ve y juega físicamente con sus amigos? Estas son rutinas imprescindibles y que te dan una pista de si tu hijo tiene un problema con las pantallas”, relata.
Para ser visibles en el mundo profesional, los jóvenes deben tener un perfil online. Ya sea para pedir o encontrar una beca, realizar unas prácticas o buscar el primer empleo, es importante haber ido creando una reputación digital que el día de mañana no les pueda perjudicar. Cualquier comentario, imagen o vídeo comprometido puede viralizarse, algo que puede perjudicar su reputación. De ahí la importancia de comenzar cuanto antes a gestionar una identidad digital cuidada y positiva. “La identidad digital es un lienzo en blanco en el que plasmar diferentes pinceladas de lo que somos o nos gustaría ser. La clave reside en su continua actualización, ya que todo lo que se hace en la red, pasa a formar parte de dicha identidad”, explica Manuel Area, catedrático de la Universidad de la Laguna. Junto a José F. Borrás y Belén San Nicolás, miembros del Laboratorio de Educación y Nuevas Tecnologías (EDULLAB), han realizado una guía para orientar a los jóvenes sobre qué aspectos son claves para la gestión de una identidad digital plena.
- Contenidos para siempre. Hay que ser consciente de que lo publicado en la red permanecerá por siempre en ella. Por lo tanto, va a influenciar directamente en su identidad digital futura, tanto en el aspecto personal como en el profesional.
- Espacio privado. Los jóvenes tienen derecho a su espacio personal en la red sin la intromisión de los padres. Esto nos empuja a crear una relación de confianza y respeto hacia ellos. Tenemos que trabajar esta área desde que son muy pequeños.
- Un entorno común. La mejor forma de trabajar esta confianza es que los más pequeños hagan uso de estas herramientas digitales en un entorno común, como el salón, bajo supervisión y con un adulto que ejerza de guía de su aprendizaje, ya sea buscando páginas, vídeos o recursos de interés para el menor.
- Los videojuegos pueden ser una ayuda. Los videojuegos no son malos. Les ayudan a desarrollar habilidades y destrezas que también pasarán a formar parte de su identidad digital. Lo importante es respetar la clasificación por edades, la gestión del tiempo que pasan con ellos y en qué circunstancias pueden usarlos. En casos en los que existen problemas de salud mental, como depresión, ansiedad o esquizofrenia, no son recomendables porque pueden agravar estos trastornos.
- Una burbuja imposible. De poco servirá tener al niño en una burbuja sin tecnología. No querer que participen en el mundo digital no significa que otros no hablen de ellos y puedan configurar parte de su identidad con las imágenes o vídeos que compartan de nuestros hijos.
- La identidad no es única e inamovible. Existen muchas herramientas para configurar la identidad digital: blogs, redes sociales, canales de vídeo… Una persona puede utilizar una o varias, pero tiene que ser cuidadoso en todas.
- La usurpación de identidad está a la orden del día. Es imprescindible un uso responsable de las redes sociales y de la tecnología en general, configurando las opciones de privacidad y seguridad, eligiendo a quién agregan o con quién comparten contenido y favoreciendo entornos seguros solo con personas conocidas. Además, cabe recordar que para muchos niños y niñas la escuela es otra puerta por la que acceder al mundo digital. Conviene insistir que en este ámbito las precauciones para mantener la privacidad y la seguridad personales deben ser las mismas, como no compartir contraseñas personales con los compañeros de clase.
Dentro del cerebro del adolescente
Los expertos de esta nueva corriente recomiendan comenzar a compartir tiempo con nuestros hijos en internet desde que tienen seis o siete años. Esta es una edad en la que su modelo a seguir son sus padres y, por lo tanto, es más fácil que imiten sus pautas. Comenzar de cero a imponer reglas con un adolescente es muy complicado. Diego Redolar, profesor de Neurociencia de la Universitat Oberta de Catalunya, explica el porqué: “A esta edad su cerebro está aún en desarrollo y esta maduración no es lineal. Mientras su sistema emocional está muy activo, aún no dispone del control cognitivo que tenemos los adultos. El sistema límbico y, en concreto, la estructura de la amígdala, que nos ayuda a detectar y evitar el peligro y también nos permite acercarnos a lo que identificamos como algo positivo, cuando nacemos ya está muy desarrollada y en la adolescencia ya ha madurado. Pero el sistema relacionado con el conocimiento, con la toma de decisiones y el razonamiento, el que nos permite anticipar las consecuencias de nuestra conducta, no termina de madurar hasta los 20-25 años. Esto explica el hecho de que los adolescentes sean tan impulsivos y que muchas veces no se puedan adelantar a las consecuencias de sus actos, algo que también explica por qué son tan vulnerables al uso de las nuevas tecnologías”, analiza Redolar.
Hay muy pocos estudios sobre cómo afectan las pantallas en general y las redes sociales al cerebro de los adolescentes, pero sí que hay bastantes sobre el efecto de los videojuegos. Continuamente se realizan estudios con la intención de encontrar una vinculación entre la violencia y los videojuegos violentos, pero aún no se ha podido concluir que exista relación. Recientemente, la Asociación Americana de Psicología ha actualizado su posición al respecto y señala que “atribuir la violencia a los videojuegos no es científicamente sólido y desvía la atención de otros factores”.
Varios grupos internacionales de investigación han estudiado los efectos cerebrales de los videojuegos y se ha visto que, a nivel cognitivo, mejoran la atención, el procesamiento visoespacial, la capacidad ejecutiva y la memoria. En niños con autismo se ha apreciado que ciertos juegos funcionan también como herramienta terapéutica. “Pero si se exceden con el tiempo dedicado a ellos y los niños dejan de hacer otras cosas que son importantes en sus pautas de conducta normal –como hacer ejercicio o tener relaciones sociales–, entramos en un terreno peligroso”, explica Diego Redolar. “La OMS ya reconoce como un trastorno el Internet Gaming Disorder (trastorno por juego en internet), una adicción que produce cambios cerebrales muy parecidos a los que provoca la cocaína”, añade.
Una oportunidad para aprender
Haciendo un símil tecnológico, en la adolescencia el cerebro se encuentra en plena actualización de su software. Se está adaptando al entorno y preparando para la edad adulta. Es una época de maduración que los neurocientíficos denominan poda neuronal, una etapa en la que se produce un reajuste de las neuronas de determinadas áreas, eliminando aquellas conexiones que ya no se utilizan (cuando son bebés y niños necesitan muchas para aprender y explorar el mundo) y reforzando las que serán útiles para la vida adulta. “En el cerebro del adolescente, los sistemas de la recompensa y de la motivación tienen un papel crítico, por ello esta etapa significa una gran oportunidad de adquirir conocimiento. Las nuevas tecnologías nos permiten crear contextos de aprendizaje que motiven más, que les llamen la atención, y si están más motivados, la adquisición de ese conocimiento será más rápida y también más efectiva”, explica el neurocientífico.
Sara Desirée Ruiz. Educadora Social y experta en adolescencia
“La mejor edad para que un niño se inicie en el mundo digital es cuanto antes y siempre acompañado de un adulto”
La sociedad no entiende al adolescente, a pesar de que todos lo hemos sido. Sara Desirée Ruiz descubrió hace ya dos décadas que en parte estábamos estancados en este conflicto intergenacional, porque eran pocos los profesionales que acompañan a las familias en este viaje repleto de grandes cambios cerebrales que es la adolescencia. Esta educadora social nos da las pautas sobre cómo acompañar al joven adolescente y entender esa relación tan estrecha, compleja y no exenta de riesgos que mantiene con las nuevas tecnologías.
Cuando se habla de los problemas de los adolescentes siempre sale a relucir la tecnología. ¿Es así? Sin duda, el abuso de pantallas, como cualquier otro, puede tener consecuencias indeseables para nuestra salud y nuestro desarrollo. Pero a pesar de esta realidad, atribuir exclusivamente al uso de dispositivos todos esos efectos me parece arriesgado. Las pantallas tienen riesgos, pero también son muy útiles y hay muchos otros factores que pueden incidir en que un adolescente sea sedentario, no rinda académicamente o esté deprimido.
¿Por ejemplo? Puede llegar a ser más peligroso que una adolescente se sienta incomprendida, juzgada y criticada por su madre a que pase tiempo en Instagram. Si esta adolescente no se siente valorada en casa, puede correr un riesgo mayor del que corre subiendo un post a cualquier red social y puede que todo lo que haga responda a la necesidad de ser valorada, escuchada o vista. Además, muchos de los riesgos que se derivan del uso de los dispositivos tienen que ver con la ineficaz y casi inexistente educación digital que damos a los niños.
¿Cuándo tenemos que ponernos en alerta? Que nuestro hijo quiera pasarse horas jugando a un videojuego o mirando vídeos en YouTube no quiere decir que se haya generado una situación de dependencia. Puede que los use más tiempo del recomendable, pero si sigue adelante con el resto de actividades de forma regular, no deberíamos poner el grito en el cielo. Ahora bien, si toda su vida gira en torno a esos dispositivos, baja su rendimiento escolar, se aísla y abandona sus actividades favoritas, entonces debemos preocuparnos y buscar ayuda. Por eso es muy importante que les ayudemos a equilibrar los espacios que dedican al ocio y al estudio, y que les invitemos a tener espacios de ocio variados.
Hay familias que han optado por prohibir el uso de cualquier tipo de pantalla. ¿Qué opina? Aislar a una persona de la realidad no es muy recomendable. Suelo sugerir lo contrario: introducir la tecnología de forma progresiva y con un acompañamiento muy consciente para desarrollar unos hábitos de uso lo más autoprotectores posible. Hacer esto cuando la persona adolescente tiene 15 años es, como poco, arriesgado y puede ocasionar grandes conflictos y mucha tensión.
¿Somos un mal padre o una mala madre por comprar un móvil a un niño de 10 años? En absoluto. Yo invito siempre a que empecemos cuanto antes. La mejor manera de iniciarse es con una persona adulta que les presente el mundo digital y les acompañe paso a paso en el proceso de aprender a moverse en él. Es importante que no les entreguemos el móvil como si fuera un objeto más, igual que no les daríamos las llaves de un coche sin enseñarles a usarlo.
Un inocente comentario como “deja ya el móvil” puede generar un auténtico conflicto con el adolescente. ¿Por qué son tan susceptibles? Su cerebro, al no poder disponer en todo su esplendor de sus funciones ejecutivas, todavía en desarrollo, tiende a interpretar cualquier estímulo, por pequeño que sea, como un ataque. Esto puede dar lugar a reacciones impulsivas. El objetivo de estas reacciones es defenderse. En este momento, cualquier cosa que se les pueda decir en casa, aunque para los adultos sea insignificante, puede desembocar en una reacción desagradable. No es algo que tengan con nosotros. Sencillamente, no pueden evitar comportarse así, por eso suelo decir que “no es personal, es cerebral”.
¿Qué podemos hacer los padres para evitar los conflictos cuando llega el momento de poner límites? Las familias tienen que establecer límites claros y concretos en relación con el uso de la tecnología. Sugiero que lo hagan mediante acuerdos que involucren al máximo a sus hijos adolescentes, en lugar de hacerlo de forma unidireccional. La adolescencia es muy reactiva a la autoridad, así que todo lo que podamos hacer de forma cooperativa va a suponer que se impliquen más que si lo hacemos de forma imperativa. Es necesario mantenerse firmes a la hora de cumplir los acuerdos y ahí es donde se encuentra uno de los mayores retos.
Poner en práctica esa teoría es lo que resulta complicado. ¿Puede poder un ejemplo? Los acuerdos debe cumplirlos toda la familia. Es decir, que si se decide que durante las comidas no hay móviles o que a las 23 horas se apaga la wifi, esto se lo aplica toda la familia. Las personas adolescentes suelen detectar las incoherencias adultas al vuelo, lo que puede dificultar el cumplimiento.
En los colegios e institutos se fomenta el uso de la tecnología, sin embargo, en casa les ponemos freno. ¿No deja de ser un tanto paradójico? Precisamente, uno de los motivos por los que les cuesta poner límites a las familias es que el uso de los dispositivos está vinculado a las tareas académicas. Todo funciona a través del ordenador, el móvil o la tableta, y a las familias les resulta muy complicado supervisar las distracciones durante el tiempo de estudio. Es muy importante que centros educativos y familias vayan a la vez. Actualmente no se les prepara lo suficiente para generar hábitos saludables para la vida digital, se suele hacer un uso aplicado a los objetivos académicos, pero no se tienen en cuenta aspectos del uso de la tecnología que van más allá de eso. Es un tema complejo y requiere de una revisión a fondo, pero es importante que las familias cuenten con el apoyo del centro educativo y a la inversa.
Una guía para familias y centros educativos
Los creadores de la mítica serie Barrio Sésamo fueron capaces de ver a finales de los años sesenta el potencial educativo que tenía la televisión. Hoy en día, el Centro Joan Ganz Cooney, formado por sus fundadores, es un grupo de investigación e innovación independiente sin ánimo de lucro que se dedica a promover la alfabetización digital de los niños y fomentar la innovación en el aprendizaje a través de los medios digitales. Dentro de esta apuesta, este grupo ha realizado una guía para aconsejar tanto a las familias como a los centros educativos sobre cómo introducir la tecnlogía en la educación.
- Implicarlos. Si desde que son pequeños se cuenta con ellos antes de descargar una aplicación, cuando sean mayores habrán interiorizado como algo natural hablar con sus padres sobre las aplicaciones o los juegos que les gustan. Hay que pensar qué les divierte y pregúntales a qué les gustaría jugar.
- Jugar juntos. Los estudios demuestran que los niños aprenden más si sus familias también participan. Cuando se juega con ellos o se ve juntos la televisión, les damos a nuestros hijos la oportunidad de hacer preguntas y aprender sobre lo que están viendo y ese puede ser el principio de otras conversaciones.
- Leer juntos. Compartir momentos de lectura todos los días, ya sean libros impresos o digitales, es una forma divertida de fomentar esta afición. Hay que intentar hacer preguntas con respuestas abiertas, animarles a imaginar qué pasará o conectar partes de la historia a su propia vida y vivencias.
- Hacer proyectos creativos. Al crear sus propios contenidos –como historias, arte, juegos o vídeos–, los niños pueden expresar lo que piensan y lo que sienten. Algunas aplicaciones para móvil pueden servir de introducción a la programación y la informática para niños un poco mayores.
- Prepararles para nuevas experiencias. Algunas experiencias nuevas llegan acompañadas de emociones intensas, por ejemplo, el nacimiento de un hermano, el primer día de escuela o mudarse de casa. Hay libros y vídeos que se utilizan desde hace tiempo para ayudar a los niños a manejar estas situaciones.
- Conectarlos con la familia. Los estudios demuestran que los niños pequeños que realizan videollamadas con sus seres queridos mantienen la atención durante más tiempo cuando participan en actividades como leer libros juntos, cantar, contar historias y explicar cosas en clase.
- Aprovechar los viajes. En coche o transporte público, los viajes pueden ser estresantes, pero también puedes pasar un rato en familia. Existen apps que pueden ayudar a que todos aprendan y jueguen juntos durante el viaje. Otras les permiten seguir la ruta y documentar el viaje con fotos e historias.
- Establecer rutinas. Los límites en el uso de la tecnología ayudarán a nuestros hijos a desarrollar habilidades de autocontrol, además de evitar que el tiempo frente a la pantalla interfiera con otras actividades como jugar al aire libre. Hay que eligir momentos que parezcan apropiados y limitar el resto.