Cortisol: la otra pandemia
Seguro que alguna vez lo hemos experimentado: ante un examen importante, ante una cita de trabajo trascendental o frente a una adversidad de cualquier tipo, como ser víctima de un atraco, hemos sentido cómo nuestro cuerpo se tensaba, el corazón se nos aceleraba y nuestra mente se mantenía alerta, al acecho. Todo eso ocurre gracias al cortisol, una hormona que nuestro organismo produce en las glándulas suprarrenales, esos dos triangulitos que tenemos encima de los riñones. El cortisol ayuda a nuestro cerebro a enfrentarse a situaciones difíciles o con un alto grado de tensión, cuando el organismo necesita, por ejemplo, que el corazón bombee con más fuerza.
Y no solo eso. También reduce las inflamaciones, conserva el buen funcionamiento del sistema inmune, ayuda a regular la presión arterial, protege el corazón y los vasos sanguíneos, echa una mano en el metabolismo de las proteínas, grasas y carbohidratos y colabora en el mantenimiento constante de los niveles de azúcar en la sangre. “El cortisol juega un papel muy importante en nuestro organismo. Actúa en muchísimos niveles y funciones esenciales. De hecho, sin cortisol uno no podría sobrevivir”, sentencia Mario Alonso Puig, especialista en cirugía general y del aparato digestivo, miembro de la Academia de Ciencias de Nueva York y de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia.
Como un reloj
Es una hormona cíclica cuya producción sigue el ciclo circadiano, se mueve al ritmo del sol: por las mañanas el cortisol tiene su pico más alto, para ayudarnos a enfrentar el día con fuerza y energía. Luego, a lo largo del día, va descendiendo. Y por la noche baja considerablemente para ayudarnos a dormir. Cuando los niveles son los adecuados, el organismo funciona en perfecta armonía. Es normal que el cortisol suba en un momento de tensión o peligro, pero luego baje. Un estudio de la Universidad Complutense de Madrid demostró cómo a los toreros, al entrar en la plaza, se les dispara el cortisol, pero este vuelve a los niveles normales cuando terminan la faena.
Los riesgos llegan cuando esta hormona se dispara durante un periodo dilatado. “El problema surge cuando se produce una liberación excesiva durante demasiado tiempo, algo que generalmente ocurre en situaciones de estrés crónico, lo que llamamos distrés. En ese estado, el cortisol se libera en cantidades mayores y de forma más prolongada, hasta el punto de que, con frecuencia, se produce un agrandamiento de las glándulas suprarrenales en las que se produce”, cuenta Mario Alonso Puig.
Las situaciones prolongadas de estrés, ansiedad o miedo elevan peligrosamente el cortisol. También hay algunos tumores que lo hacen subir a niveles estratosféricos: los que se localizan en la hipófisis o en las glándulas suprarrenales, y que suelen desembocar en la llamada enfermedad de Cushing, que provoca una gigantesca cantidad de cortisol. Y medicamentos como los corticoides también elevan el nivel de esa hormona.
“Los corticoides exógenos son, funcionalmente, cortisol. Su estructura es un poco diferente a la de esta hormona natural, pero no mucho. Con unos pocos miligramos de corticoides se consigue hasta 30 veces más potencia antiinflamatoria que la que proporciona el cortisol natural que tenemos en el cuerpo”, afirma el doctor Camilo Silva, especialista en Endocrinología y Nutrición y profesor en la Universidad de Navarra.
Y advierte: “Si una persona toma corticoides por encima del cortisol que produce naturalmente, la producción de esta hormona se inhibe. La glándula suprarrenal llega a atrofiarse, porque se acostumbra a no tener que producir cortisol. Por eso, es muy importante no suspender de manera rápida los corticoides, el descenso debe de ser progresivo, para que la suprarrenal vaya arrancando de nuevo la producción de esta hormona”.
Inundados por el estrés
Pero, sin duda, el estrés es la principal causa de la subida de cortisol que los endocrinos ven en sus consultas. “El estrés negativo ha ido creciendo de una manera desmesurada hasta convertirse en la pandemia del siglo XXI”, sentencia el doctor Víctor Vidal Lacosta, especialista en Medicina del Trabajo y autor de El estrés laboral, análisis y prevención. “Estamos intoxicados de cortisol”, dictamina, por su parte, Alonso Puig.
Cuando la presencia de cortisol es elevada durante demasiado tiempo, nuestro organismo se resiente física y psíquicamente. Entre los daños físicos se encuentran caída de pelo, sequedad de piel, temblores en el párpado, inflamación de las articulaciones, irritación e inflamación de la mucosa intestinal, disminución de la libido, aumento del azúcar en sangre, aumento de la presión arterial, dificultad en conciliar el sueño…
“El cortisol elevado también favorece un deterioro de los músculos y los huesos, porque utiliza materia ósea y muscular para transformarlas en energía”, añade el doctor Alonso Puig. “Además, con el cortisol alto, bajan las defensas y se bloquean también algunas células, como los linfocitos LK, que forman parte de nuestra defensa natural y están encargados de destruir las células tumorales y de luchar contra los virus”, concluye. Por no hablar de los daños psíquicos: fallos de memoria, irritabilidad, ansiedad, dificultad en el aprendizaje y en la concentración…
Más depresión y ansiedad
Tener el cortisol bajo también es un problema, aunque menos frecuente y que se suele tratar con la administración de corticoides. Lo que los doctores observan a diario con preocupación es un número creciente de pacientes con el cortisol por las nubes.
El estilo de vida actual, con mucho estrés, ya había disparado los niveles de cortisol. Y la pandemia de coronavirus, más. Seis de cada siete personas en el mundo ya presentaban sentimientos de inseguridad antes de la llegada de la covid-19, según un reciente informe del Programa de la ONU para el Desarrollo. Un estudio publicado en la revista The Lancet en noviembre pasado deja claro que en 2020, ya en pandemia, se registró en el mundo un fuerte aumento de la depresión y la ansiedad. Globalmente los casos de depresión crecieron un 25% y los de ansiedad, un 26%, afectando especialmente a mujeres y jóvenes. Y España no es una excepción.
“Estamos viviendo desde hace tiempo una pandemia de cortisol. Vivimos en una sociedad que genera mucho estrés, y eso ha aumentado en los dos últimos años a causa del coronavirus. Las cifras antes de la pandemia indicaban que casi el 25% de la población consumía ansiolíticos o antidepresivos, y el porcentaje ha subido”, señala Alonso Puig. “El estrés existe desde siempre, desde que apareció el hombre. Los esclavos que construyeron las pirámides de Egipto, por ejemplo, tenían un nivel de estrés enorme. Sin embargo, hoy hay mucho más estrés negativo, el llamado distrés, que en la época de Tutankamón”, advierte Víctor Vidal.
Cuando el cortisol sube significa casi siempre que hay estrés. Y los datos en España son apabullantes: 6 de cada 10 bajas laborales tienen relación directa con el estrés, porque el cortisol elevado afecta de manera radical al organismo y a la salud. Alrededor de un 60%-70% de todas las enfermedades estan vinculadas de manera directa con el estrés, porque este actúa en todos los sistemas del organismo.
La oxitocina es una hormona conocida hasta hace unos años casi exclusivamente por su papel en el parto y en la lactancia, ya que su liberación ayuda a la distensión del útero y el cérvix y estimula la producción de leche en la madre. Pero en los últimos tiempos se ha descubierto que es clave para disminuir el estrés y unos niveles altos de cortisol. Cuando el organismo tiene mucho cortisol, produce poca oxitocina. Y al revés: cuando se genera oxitocina, baja el cortisol.
La oxitocina se activa con cualquier actividad que estimule nuestros sentidos de manera placentera: de pasar el tiempo con unos amigos a recibir un abrazo, ser escuchado atentamente por alguien… Hay quien la llama la hormona de la empatía. Así que un modo de mantener a raya al cortisol y de reducir el estrés es socializando y tratando de realizar cosas placenteras y agradables.
“La oxitocina es la hormona del encuentro, de la conexión humana, y una persona se siente menos estresada cuando está acompañada”, explica Alonso Puig.
Cómo reacciona el cuerpo
Cuando hay estrés y sube la producción de cortisol también aumenta el número de latidos del corazón por minuto, la denominada frecuencia cardiaca. Eso obliga al corazón a trabajar más y a necesitar más oxígeno para generar la energía necesaria para contraerse y dilatarse más rápidamente. El estrés también hace que el flujo de la sangre se incremente, aumentando así la fuerza que ejerce sobre las arterias, lo que a su vez incrementa la presión arterial. El estrés continuado aumenta la rigidez de las arterias, haciendo que estas degeneren más rápidamente.
Un estudio realizado por el Departamento de Nutrición y Bromatología de la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid analiza la probable relación del aumento del cortisol con la cronodisrupción (la alteración del ritmo), lo que podría incrementar el riesgo de sufrir algunas de las enfermedades degenerativas más prevalentes: envejecimiento prematuro, cáncer, enfermedad cardiovascular y obesidad.
Los altos niveles de cortisol afectan asimismo a la sexualidad. “Cuando el cortisol se eleva, baja claramente el deseo sexual y la producción de hormonas sexuales, baja la fertilidad. Es normal: en situaciones de estrés el organismo en lo último que piensa es en la reproducción”, afirma Alonso Puig. No solo se reduce la testosterona en los hombres y los estrógenos y la progesterona en las mujeres. Una investigación publicada en la revista Journal of Developmental Origins of Health and Disease revela que las mujeres que presentan altos niveles de cortisol en el momento de la concepción tienden a dar a luz a más bebés niñas. No sé sabe por qué, solo hay hipótesis al respecto, pero varios estudios certifican que tras situaciones de adversidad –por ejemplo, el asesinato del presidente Kennedy, los ataques terroristas del 11-S o la muerte de la princesa Diana– hubo un incremento en el nacimiento de niñas.
El cortisol se puede medir a través de un análisis de saliva o de sangre. “Pero tan importante como medirlo es saber si esos niveles elevados se mantienen en el tiempo, por lo que habría que hacer numerosos análisis”, asegura Camilo Silva. En la mayoría de los casos no se realizan dichas pruebas, sobre todo cuando parece claro que detrás de esa subida del cortisol se encuentra el estrés.
Vivimos en la era digital, rodeados de pantallas. Y estas nos dan alivio cuando tenemos el cortisol y el estrés por las nubes: las redes sociales, los videojuegos o WhatsApp generan una gratificación instantánea. Cuando utilizamos pantallas segregamos dopamina, la hormona del placer, la misma que se pone en funcionamiento durante las relaciones sexuales, una buena comida o cualquier cosa que nos haga disfrutar. El problema es que la dopamina es también la hormona de las adicciones. Y las pantallas, tal y como revelan decenas de estudios, generan cada vez más dependencia, así que no es una buena idea recurrir a ellas para combatir el cortisol elevado.
Mantenerlo a raya
Para mantener el cortisol a raya hay que atacar a aquello que lo dispara. “Cuando la subida del cortisol es debida al estrés, lo que se trata es la causa. No hay un fármaco para bajarlo, así que de lo que se trata es de reducir el estrés”, explica Camilo Silva. Estas son algunas recomendaciones para reducirlo:
- Cuidar la alimentación. La nutrición tiene la capacidad de afectar a nuestro cerebro. El tubo digestivo, y no la piel, es la encargada de la mayor parte de la comunicación de nuestro organismo con el mundo exterior. Hay investigaciones científicas –como la publicada en 2013 en el International Journal of Basic and Clinical Endocrinology– que relacionan altos niveles de cortisol con el consumo de comida rápida, de alimentos procesados y, en general, de alimentos con poco valor nutricional y un alto contenido de azúcar y grasas. Los altos niveles de cortisol pueden alterar el sistema de recompensas que recibe el cerebro y favorecer el consumo de ese tipo de alimentos, que a su vez hacen subir el del cortisol, creándose un círculo vicioso del que muchas veces es difícil salir. “Yo aconsejaría una dieta equilibrada, mediterránea, e insistiría en la forma de comer: despacio, con tranquilidad y en un ambiente relajado, sin engullir, porque eso retroalimenta el estrés”, indica Silva.
- Dormir bien. Es importante tener un descanso adecuado. Las personas que duermen poco y mal tiene el cortisol alto.
- Hacer deporte. Una investigación de la Universidad de Gotemburgo, publicada en el Journal of Affective Disorders, ha analizado cómo afecta practicar ejercicio a la ansiedad crónica. El resultado: cuanto más intensa es la actividad física, más se alivian los síntomas de la ansiedad.
- Practicar relajación. Varios estudios, como uno realizado en la Universidad de California, destacan que practicar meditación, respiración profunda y otros medios de relajación ayudan a bajar el cortisol. En la actualidad, la mayor parte de las subidas de esta hormona están producidas por la mente humana: por angustiarse, por preocuparse… Hay que tratar de mantener la serenidad y tener una visión positiva de la vida.
Favorecer las relaciones sociales. La interacción con otras personas, siempre que esté basada en la amabilidad y el afecto, aumenta la liberación de oxitocina y esta hormona disminuye el cortisol.