Etiquetados nutricionales frente a frente
A estas alturas, a pocas personas les suena extraño el nombre de Nutri-Score. En noviembre de 2018, el Gobierno de España anunció la implantación de este sistema como una herramienta de etiquetado frontal capaz de comparar la calidad nutricional de los productos empaquetados e incentivar la elección del más saludable. El objetivo no es otro que empoderar al consumidor. Actualmente, mientras en España es fruto de discusión en el Congreso de los Diputados, en Europa, un grupo de 269 investigadores y 21 asociaciones médicas y científicas han firmado una petición para exigir a la Comisión Europea que adopte Nutri-Score como obligatorio en todos los países miembros.
Un etiquetado nutricional que, durante los últimos meses, ha sido objeto de polémicas, críticas e inconcreciones. Parte de la industria alimentaria y algunos profesionales de la nutrición se han mostrado reacias a Nutri-Score y han circulado varios bulos sobre este sistema que lleva más de tres años funcionando con éxito en países vecinos como Francia, Holanda o Alemania. Sin ir más lejos, se le ha culpado de favorecer intereses privados, y del intento de privilegiar a algunos productos ultraprocesados por encima de otros más naturales.
El apoyo de la ciencia
“Ninguno de los sistemas de etiquetado es perfecto” –reconoció en marzo el ministro de Consumo, Alberto Garzón en una entrevista concedida a Consumer–, “pero Nutri-Score es el que más consenso genera y, además, cuenta con un apoyo abrumador de la ciencia”. Se refería a la carta firmada por más de 80 científicos, nutricionistas y profesionales de la salud (cardiólogos, endocrinos, oncólogos…) con el objetivo de solicitar la rápida y urgente implantación de Nutri-Score en España, ignorando “las campañas que se han llevado a cabo para desprestigiar la herramienta”.
“Es una auténtica falta de conocimiento. La gente no se ha informado bien. Además, la industria está en contra de que haya un etiquetado que pueda dajar peor parado a algún alimento que a otro”, defiende Jordi Salas, experto en Nutri-Score y miembro de la Red de Expertos de la Agencia de Salud Pública de Cataluña. “Se le pide mucho más de lo que puede llegar a ser un etiquetado frontal. Nutri-Score, al igual que otros semáforos, valoran los alimentos nutricionalmente. Actualmente está cumpliendo con las normativas de la legislación europea, que no obligan, por ejemplo, a incluir en la etiqueta nutricional la cantidad de azúcar añadido. ¿Cómo va a cuantificar Nutri-Score algo que ni siquiera está incluido en las etiquetas de los productos?”, añade Salas.
“De hecho, Nutri-Score es el único etiquetado que responde a las directrices nutricionales marcadas por la Organización Mundial de la Salud para dar el visto bueno a cualquier sistema de valoración nutricional”, explica Salas. Cada uno de estos objetivos, además, incluye varias subcategorías a cumplir. Y existen más de 40 estudios científicos que demuestran la eficacia en la comprensión de Nutri-Score a la hora de hacer la compra desde ese punto de vista nutricional.
Otros sistemas de etiquetado cumplen con varias de las directrices de la OMS, pero nunca con todas. “Si se implementa una política de salud pública como esta se tiene que dar un tiempo prudencial para adaptar el sistema a la realidad del contexto alimentario”, defiende Nancy Babio, investigadora de la Unidad de Nutrición Humana de la Universitat Rovira i Virgili. “Cuando se aplicó en 2016 el sistema de sellado chileno, por ejemplo, se dio un tiempo para redibujar los puntos de corte y los cálculos estadísticos. Para que un sistema de etiquetado sea eficaz primero tiene que cumplir con todas las directrices de la OMS y, ya luego, resolver sus coladeros”.
- Establece un objetivo. El etiquetado tiene tener uno de estos fines: promover la elección de alimentos saludables, destacar los alimentos críticos o comparar la calidad nutricional de alimentos.
- Cuenta con un diseño gráfico fácilmente comprensible. Debe incluir colores, palabras y símbolos para que sea lo más simple posible y fácilmente legible.
- Determina el cálculo del algoritmo. Establece límites para cada elemento y diseña cálculos estadísticos para los perfiles nutricionales.
- Su efectividad debe ser comprobada a través de estudios científicos.
- Está controlado por procesos de monitorización. Deben medir la extensión de la aplicación y el efecto que provoca sobre las compras de los consumidores y la reformulación de productos.
Fuente: Manual to develop and implement front-of-pack nutrition labelling, Organización Mundial de la Salud.
10 sistemas diferentes
En la actualidad, existen más de una decena de etiquetados nutricionales en el mundo; algunos ya activos y otros a punto de estarlo. De todos ellos, varios son de implantación voluntaria, como Nutri-Score, aprobado en Portugal, España, Austria, Bélgica, Francia, Alemania, Luxemburgo y Suiza; el sistema Keyhole, implantado en Dinamarca, Islandia, Lituania, Noruega y Suecia, o el Traffic Light, de Reino Unido. Otros, como los sellos nutricionales de Chile, Perú, Brasil, Ecuador, Israel o Australia son de obligado cumplimiento en sus países de origen.
Los etiquetados se pueden clasificar en dos grupos: los enfocados en nutrientes (solo brindan información sobre ingredientes críticos para la salud, como el azúcar, las grasas o la sal) y los sistemas de resumen, aquellos que hacen una evaluación global del producto en relación al contenido nutricional y sintetizan con un solo símbolo, icono o puntuación la calidad del producto. Aquí se sitúa Nutri-Score. Sin embargo, cada sistema sigue su propio proceso. “Solo Nutri-Score y el sistema australiano tienen en cuenta todos los nutrientes, frente a los que se enfocan únicamente en destacar la cantidad de sal o los ácidos grasos saturados. Pero, por ejemplo, nadie se quejó del sello australiano como con Nutri-Score”, puntualiza Salas.
La propuesta de la industria
Nada más anunciarse en España, Nutri-Score se vio inmerso en una “guerra de etiquetas”: cinco de las 10 mayores corporaciones alimentarias –Mondelez, Nestlé, PepsiCo, Coca-Cola y Unilever– intentaron lanzar su propio sistema de etiquetado, basado en unos criterios y códigos de colores distintos (por ejemplo, no hacía referencia a 100 gramos de producto, sino a una ración, medida que no está regulada por ninguna autoridad alimentaria). Sin embargo, Nutri-Score acabó por imponerse frente a esta propuesta que acabó por suspenderse por “falta de comprensión”. Nancy Babio puntualiza que “el etiquetado frontal Nutri-Score es una mera traducción del etiquetado tradicional de detrás del envase. Es un etiquetado vivo que, como todos, requiere pequeños ajustes, pero no podemos pedirle más porque cumple con todo lo que es actualmente obligatorio”.
La literatura científica a favor de Nutri-Score es amplia. Uno de los estudios más recientes publicados en el Journal of Behavioral Nutrition and Physical Activity defendía que el uso del sello Nutri-Score “podría proteger de hasta un 3,4% de las muertes relacionadas por una dieta alimentaria deficiente, mientras que otros, como el Health Star Rating System (Australia) o el Traffic Light (Reino Unido) verían reducida la tasa de éxito entre un 2,8% y un 1,1%”. Por otro lado, varios estudios experimentales realizados en Francia también evidenciaron que Nutri-Score es el único que permite reducir significativamente el contenido en lípidos, ácidos grasos saturados y sodio en la cesta de la compra. Comparado con otros etiquetados, Nutri-Score se coronó como el más eficaz para influir en el comportamiento de los consumidores (especialmente en aquellos que adquieren los productos más baratos).
¿Quién está detrás de Nutri-Score?
El algoritmo en el que se basa Nutri-Score fue desarrollado en 2005 por un equipo de investigación de la Universidad de Oxford con el objetivo de regular la publicidad enfocada a alimentos infantiles poco saludables. Fue posteriormente validado por la Agencia de Normas Alimentarias del Reino Unido y por más de 35 estudios científicos. Después, Francia, con el objetivo de cumplir con la ley de modernización del sistema de sanidad, que contemplaba la creación de un etiquetado para facilitar la comprensión de la información nutricional de los alimentos, decidió aplicarlo en 2017 con la ayuda del Equipo de Investigación en Epidemiología Nutricional, un comité público dirigido por el catedrático en Nutrición Serge Hercberg y supervisado por la Agencia Francesa de Seguridad Alimentaria y el Alto Consejo de Salud Pública.
“Nutri-Score nace con una triple finalidad. La primera es comparar la calidad nutricional de alimentos pertenecientes a la misma familia: por ejemplo, los copos de avena frente a los cereales con chocolate, o las lasañas de carne frente a las de pescado o espinacas. En segundo lugar, busca comparar la calidad nutricional de un mismo tipo de alimento propuesto por marcas distintas. Es decir, puede comparar cereales de desayuno rellenos de chocolate de una cierta marca con el equivalente de otra”, explica Babio. “Por último, también compara la calidad de alimentos pertenecientes a familias diferentes. Aquí es importante destacar que se dará entre alimentos incluidos en una misma ocasión de consumo o uso (por ejemplo, postres como los yogures respecto al arroz con leche)”. Para la implantación de este sistema, explica Salas, cada país interesado ha nombrado a dos científicos independientes de la industria alimentaria para que ejerzan una labor de vigilancia del sistema y proporcionen su conocimiento de cara a mejorar el algoritmo cuando sea necesario. “El comité ya se ha reunido al menos una vez para ponerse a trabajar”, puntualiza.
Espacio para la mejora
El algoritmo que utiliza Nutri-Score se estableció a través de diferentes procesos de análisis estadísticos. “No obstante, a partir de su creación, Francia llevó a cabo numerosas mejoras estadísticas hasta aproximarlo a lo que es hoy”, explica Babio. Y Salas añade: “La agencia inglesa fue la primera que hizo esos puntos de corte en los diferentes nutrientes, partiendo de valores muy básicos. Luego se fueron añadiendo la fruta y la verdura, las proteínas… En resumidas cuentas, se adaptó para valorar más allá de los componentes críticos, lo que, a nuestro entender, es la única forma de dar una dimensión nutricional completa del alimento”. Así, el algoritmo califica positivamente la presencia de frutas, verduras, legumbres, frutos secos y algunos aceites, la fibra y las proteínas. Un estudio elaborado por la cohorte española del estudio SUN (Seguimiento de la Universidad de Navarra) sobre 20.503 participantes durante casi 11 años concluyó que el algoritmo de Nutri-Score es coherente con las recomendaciones de salud pública españolas y con la dieta mediterránea.
“Por el momento no es posible modificar el cálculo de Nutri-Score fijado en 2015”, advierten ambos expertos. No obstante, está previsto que el algoritmo pueda ser redefinido dentro de algunos años en función del progreso de los conocimientos científicos, de la vigilancia de los efectos observados, de la aplicación del sistema en varios países y de la evolución de la legislación europea. Los debates ya están en curso a nivel de los ministerios competentes desde hace varios meses.
Para su implantación, Nutri-Score, como cualquier otro etiquetado, debe ir acompañado de una campaña de educación. “No se puede condenar el conjunto de un sistema que funciona perfectamente en términos de salud pública y que ha demostrado su eficacia sobre varias decenas de miles de alimentos por excepciones particulares que también afectan a otros sistemas, como es el caso del aceite de oliva”, puntualizan ambos expertos. De esta forma, consideran que las campañas informativas sobre Nutri-Score deben centrarse en promover una alimentación rica en alimentos de mínimo procesamiento (frescos) y un consumo de alimentos envasados puntuados por este sistema.
Los sellos chilenos
Los críticos de Nutri-Score lo suelen comparar con los sellos chilenos. Este etiquetado, instaurado en el país andino en 2016, obliga a incluir en los envases un sello negro cuando el producto es alto en azúcares, grasas saturadas socio o calorías. Para Nancy Babio no existe posibilidad de comparación con Nutri-Score, ya que persiguen objetivos completamente distintos. “El etiquetado chileno simplemente advierte de los ingredientes críticos para una buena salud alimentaria, no hace un resumen nutricional como Nutri-Score. Podrían hasta complementarse: Nutri-Score proporciona la conclusión general y el sellado chileno detalla la cantidad de ingredientes “malos” en el producto. Pero el etiquetado chileno también tiene sus límites y reformulaciones.
Cambios en los límites
El etiquetado chileno ha vivido una etapa de actualización y ajustes. “Cuando se implementó hace más de cinco años, los puntos de corte de cada ingrediente eran altísimos. Por ejemplo, en 2016 se estableció que un alimento era considerado alto en sal cuando tuviera 800 mg de sodio. Eso es una barbaridad. Tras esa primera etapa, pasaron dos años hasta que el sistema redujo el límite a 400 mg. Algo parecido ocurrió con el azúcar”, explica Babio.
Reformulación de productos
De Nutri-Score también se ha dicho que puede llevar a las empresas alimentarias a utilizar ciertos trucos para mejorar la puntuación, reformulando algunos productos al rebajar su cantidad de azúcar o al añadir nutrientes ricos en fibra. Pero la reformulación también ha protagonizado el etiquetado chileno. Un estudio elaborado por la FAO y el Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos de la Universidad de Chile (INTA), mostró que los fabricantes habían reformulado el contenido de azúcares totales y de sodio del 15% de los productos estudiados. Así, un 7% modificaron sus fórmulas que entraban en la categoría”altos en azúcares” y el 5% hicieron lo mismo en la categoría “altos en sodio”. Por grupos de alimentos, los más modificados fueron los embutidos, los cereales de desayuno, las leches y las bebidas lácteas.
Más allá de la proporción reformulada, algunas marcas –como Nestlé, En Línea y Quaker– han sustituido los azúcares por edulcorantes para deshacerse del sello, ya que este sistema no los tiene en cuenta y, además, la legislación del país no obligado a advertir sobre ellos, a diferencia de España. No obstante, Jordi Salas aprovecha para destacar que las reformulaciones pueden ser positivas. “Este es uno de los objetivos finales: que las empresas trabajen por fabricar productos más saludables. Puede haber trampas que son criticables, pero que un producto se reformule para que contenga menos cantidad de sal y azúcar es una buena noticia”.
Las combinaciones de nutrientes no cuentan
“Los etiquetados que se basan solo en nutrientes críticos tienen una limitación bastante llamativa: puede haber un alimento que puntúe negativamente en sal pero que incluya otros nutrientes mucho más valiosos”, analiza Babio. En el mercado hay cientos de combinaciones y eso complica la decisión del consumidor: qué es mejor, ¿qué sea alto en sal o en grasas saturadas? En este aspecto, numerosos análisis y estudios han reconocido que el punto más fuerte de NutriScore es su facilidad de interpretación visual. También ocurre con los consumidores: en una encuesta elaborada por Hispacoop con el apoyo del Ministerio de Consumo, nueve de cada diez aseguraron que Nutri-Score les ayudaba a detectar los productos más sanos.
NutrInform Battery, la alternativa italiana
NutrInform Battery es un nuevo sistema de etiquetado que nació en 2020 como alternativa a Nutri-Score. “El rechazo del sistema francés en Italia no está vinculado a estrategias de salud pública, sino a cuestiones puramente políticas internas”, defiende Jordi Salas. Propuesto por cuatro ministerios italianos, Nutri-Inform es un logotipo formado por símbolos de baterías que incluye el contenido energético, grasa total, grasa saturada, azúcar y sal presentes en una ración de alimento (en lugar de hacer una valoración general por cada 100 gramos, como Nutri-Score).
La ración la decide el fabricante
“La OMS y las entidades de salud pública recomiendan utilizar como referencia los 100 g, ya que permite comparar de manera objetiva los alimentos sobre la misma base y evita recurrir a tamaños de porciones no estandarizados y a menudo definidos por los mismos fabricantes”, explica Salas. “En Europa no tenemos una ración estandarizada y esto lo pueden utilizar las empresas para alterar la porción a su favor y así pasar el semáforo: por ejemplo, para las pizzas con queso la porción recomendada podría ser 100, 123 o 150 gramos, según las marcas”, añade Salas.
Un sistema poco claro
Además de ser monocromático, el sistema de baterías es más complejo e incomprensible. “No es fácil de interpretar, primero, porque lleva mucha información en un espacio muy reducido y, segundo, porque funciona de forma contraria a la intuición: en la vida cotidiana estamos acostumbrados a considerar positiva la batería llena de un smartphone, mientras que en el etiquetado una batería llena indica un suministro demasiado alto y, por lo tanto, hay que evitar consumirlo”, describe Babio. Esta queja que ha sido puesta de relieve por las asociaciones de consumidores, en particular en Italia (Altro-Consumo) y a nivel europeo, por la Organización de Consumidores Europeos (BEUC), que directamente ha rechazado el sistema. “Por si fuera poco, el sistema de baterías italianas no cuenta con un expediente científico serio. Los dos únicos estudios que cita en su metodología son pobres”, añade Salas. “Solo lo apoyan los grupos de presión agroalimentarios, que lo consideran un medio de preservar la imagen de los productos made in Italy”.
- Datos por ración, fijada por el fabricante.
- Las cantidades de calorías, grasa, grasa saturada, azúcar y sal se representan en una batería: cuanto más llena esté por cada compuesto, peor.
- El porcentaje está referenciado a la ingesta recomendada de un adulto medio (2.000 kcal/día).
- Las calorías por 100 g de producto.
La misma información, tres representaciones
¿Todos los etiquetados frontales ayudan al consumidor? Así se traducen estos cinco productos con Nutri-Score, los sellos chilenos y Nutrinform Battery.