Obesidad infantil: un problema de mayores
Cuatro de cada diez niños en España tienen sobrepeso u obesidad. Esta patología, que se defi ne por la acumulación excesiva de grasa corporal, no pasa por una cuestión estética o de imagen; va mucho más allá. La obesidad dispara el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares, problemas locomotores y diabetes de tipo 2. También entre los niños. Se trata de una patología que provoca difi cultades respiratorias, un mayor riesgo de fracturas e hipertensión, resistencia a la insulina y marcadores tempranos de enfermedades cardiovasculares. La “enfermedad de enfermedades”, como es conocida, favorece que los niños padezcan dolencias de adultos.
La obesidad, por supuesto, no es nueva, pero su incidencia se ha extendido y agravado en la infancia. Si en 1985 el 15% de los niños españoles presentaba sobrepeso, hoy son casi 5 de cada 10. Según el último informe Aladino, publicado en 2020, el 40% de los pequeños de entre 6 y 9 años tiene sobrepeso, su prevalencia aumenta con la edad y afecta especialmente a los hogares con menos recursos. Pero no solo a ellos. La evolución creciente de la obesidad infantil en nuestro país acompaña una tendencia global que se observa en casi todas las regiones del mundo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que hay más de 380 millones de niños y adolescentes con este problema, y cifra en 41 millones los menores de 5 años que presentan obesidad, un dato que podría casi duplicarse para 2025 de continuar como hasta ahora.
¿Qué hacer para remediarlo? ¿Cómo se ataja y corrige un problema que ha sido catalogado por la propia OMS como “la pandemia del siglo XXI” debido a su alcance y su gravedad? ¿Se conocen estrategias que hayan dado resultado? Estas son solo algunas preguntas que nos hemos hecho y que han marcado el punto de partida de un proyecto periodístico exhaustivo en el que contaremos con la opinión de los principales expertos de todos los sectores implicados, incluso el ministro de Consumo, Alberto Garzón.
La obesidad es un problema multicausal y de gran complejidad. No se resuelve ni agota con frases hechas ni con ingenuidad. La obesidad infantil es un problema de salud pública muy grave que debe abordarse como lo que es: un enorme desafío comunitario. La expresión “comer menos y andar más”, que coloca la responsabilidad en las personas –en este caso, en los niños– se antoja insufi ciente para afrontar un escenario que tiene múltiples capas y actores. Todo empieza en casa: los adultos somos conscientes de la amenaza, pero no siempre aplicamos este libreto a la hora de elaborar su menú: el ritmo de vida y el engorro de decidir cómo alimentar día a día a los menores nos lleva a conformarnos con darles productos socorridos y –a veces– poco saludables.
Esa mala alimentación y la falta de ejercicio son los precursores más conocidos, pero no los únicos. El poder adquisitivo, el tiempo para cocinar, el barrio o pueblo en el que vivimos y las relaciones sociales, el acceso a especialistas en dietética y nutrición, los comedores escolares, la publicidad de alimentos insanos dirigida a los más pequeños, la oferta creciente de productos ultraprocesados, el sedentarismo, la genética, los modelos de ocio y los ejemplos que damos los adultos son también factores que inciden en esta patología.
¿Qué dicen las últimas investigaciones? ¿Mejoraría el panorama si hubiese nutricionistas en atención primaria? ¿Es preciso erradicar la publicidad de los ultraprocesados? En plena era de noticias falsas, ¿qué se puede hacer para aumentar la información fiable y de calidad sobre alimentación? ¿Son los padres responsables de la obesidad de sus hijos? ¿Deben mejorarse las políticas públicas? Para conocer en profundidad cuáles son las catapultas de la obesidad infantil, hay que saber qué se está haciendo y, sobre todo, qué más se podría hacer.
España es uno de los países con mayor tasa de obesidad infantil. Por eso, y porque lo que está en juego es la salud presente y futura de los niños, a lo largo de 2021 descubriremos las principales causas y conoceremos cuáles podrían ser las soluciones. Como subraya Alejandro Martínez Berriochoa, director general de la Fundación Eroski y de la revista Consumer Eroski, “si se mantiene la tendencia actual, en 2022 el número de niños y adolescentes de entre 5 a 19 años con exceso de peso superará al de los que sufren desnutrición y presentan un peso muy bajo, advierte la OMS. En la Fundación somos conscientes del aumento de la obesidad infantil y queremos contribuir a revertir esa tendencia”.
¿Cómo ven los padres a sus hijos en edad escolar?
Durante años, el aspecto rollizo se ha asociado a saludable. Raro es el padre que reconoce a su hijo “gordito”. Según la OMS, un 69,1% de los escolares con “exceso de peso” (88,6% con sobrepeso; 42,7% con obesidad) según sus progenitores tienen “peso normal”. Otro ejemplo: el 67,1% de los niños con “obesidad severa”, según sus padres, tienen “ligero sobrepeso” y el 19,1% lo considera “peso normal”.
Prevalencia de sobrepeso, obesidad y exceso de peso en España
Estudio que se viene realizando, a través de la Estrategia NAOS (Nutrición, Actividad Física y Prevención de la Obesidad) de la AESAN, desde el año 2011 en escolares de 6 a 9 años. 16.665 escolares de 276 colegios, distribuidos de forma proporcional por comunidades y tamaño de municipio. Obtiene datos antropométricos de los escolares por medición directa, pero también tiene información sobre diferentes factores familiares, ambientales y de estilo de vida de los escolares y de sus colegios
Exceso de pes
- Niños: 41,3%
- Niñas: 39,7%
La dieta hecha a medida
Nadie discute ya que la carga genética es decisiva en la obesidad y el sobrepeso, pero esta también puede desempeñar un papel fundamental en la prevención y el tratamiento de la enfermedad. La nutrición de precisión, una de las protagonistas de la investigación en el sector durante este siglo, pretende la creación de dietas y pautas personalizadas a partir no solo del estudio del genoma humano, sino también de elementos externos (emocionales, conductuales…). La aplicación de la nutrigenética, la nutrigenómica o la epigenética podría darle un buen repaso a la sencilla y manida idea de las dietas mediterráneas.
Pero aún queda mucho por hacer. “Digamos que hay algunas piezas del puzle, pero todavía queda mucho por rellenar. No va a ser sencillo que el médico o el nutricionista tenga un manual que le diga: ‘como usted tiene este gen y hemos visto que le sienta mal esto, haga aquello…”, cuenta Luis A. Moreno. “Quizá en 20, 30 o 40 años sí se puedan aplicar más. Seguramente, se crearán algoritmos con inteligencia arti fi cial que, al fi nal, en muchas ocasiones nos van a decir lo mismo que decimos ahora, pero que también es posible sirvan para recomendar algo distinto a personas o grupos concretos”.
Panorama de la obesitad infantil en Europa
España se encuentra entre los países con mayor número de niños y niñas con exceso de peso. Datos en % de la Organización Mundial de la Salud. Años 2015 a 2017.
Según Aladino 2020, tres de cada 10 niños en España no desayunan todos los días. Y solo un 20,1% incluye fruta fresca en el menú. La ausencia de un desayuno sano en nuestra rutina alimentaria está asociada a un riesgo mayor de obesidad. “Lo ideal es que los niños, y también los adultos, consuman cuatro comidas al día, a ser posible cinco. Una es el desayuno”, explica Luis A. Moreno. Pero no vale con unas galletas ingeridas a la carrera de camino al colegio. “Los niños tienen que irse a dormir temprano, levantarse con margen sufi ciente para no salir corriendo… Si les recomendamos que consuman tres tipos de alimentos en el desayuno, no es tan fácil hacerlo en ausencia de tiempo”. ¿Y en qué consiste un desayuno saludable? “Debe incluir un lácteo de entrada que, en general, les gusta y se cumple. Un alimento a base de cereales integrales (como avena o pan integral). Y, por último, lo ideal sería incluir una fruta”, explica Moreno. Esa es la parte más complicada y menos extendida. Para intentar cumplirla, Moreno aconseja: “Cuando se habla de las recomendaciones para un desayuno saludable se incluye el almuerzo de media mañana, y la fruta podría comerse en ese almuerzo”.
“És inacceptable que el 40% de la població infantil espanyola tingui sobrepès o obesitat”
Luis Alberto Moreno // Profesor de la Universidad de Zaragoza. Miembro del Centro de Investigación Biomédica en Red de Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBEROBN).
Las cifras siguen sin ser buenas. El último estudio realizado por el Ministerio de Consumo y la Agencia Española de Seguridad Alimentaria (AESAN) sobre la alimentación, actividad física, desarrollo infantil y obesidad de España, el estudio Aladino 2020, confi rmó que la incidencia de la obesidad infantil sigue estancada desde 2015. El 40% de los niños de entre 6 y 9 años tienen sobrepeso u obesidad. Los medios para combatirla parecen claros: alimentación saludable, actividad física y buen descanso. Pero llevar a la práctica esas rutinas parece ser lo complicado. La genética también juega un papel importante, pero no definitivo, como nos explica Luis Alberto Moreno, experto en epidemiología y prevención de los problemas nutricionales de los niños y adolescentes, que ha participado en numerosos estudios tanto en España como en Europa sobre la obesidad infantil, como el estudio Helena, impulsado por la Comisión Europea para comprender y mejorar de forma efi caz los hábitos nutricionales de los menores.
En un mundo cada vez más preocupado por la alimentación sana –como vemos en redes sociales y medios de comunicación–, ¿por qué el caso infantil no parece seguir el ejemplo? No sé si esos mensajes llegan a la gran mayoría de la población, porque uno de los aspectos a que tener en cuenta con respecto a la obesidad son las desigualdades sociales. La obesidad es bastante más frecuente en las poblaciones más desfavorecidas. Probablemente, toda esa información que se maneja en las redes sociales, por ejemplo, llegará más a las personas que lo necesitan menos.
También se habla mucho de la obesidad infantil como una pandemia. ¿Lo es? No me gustan mucho los titulares demasiado populistas; pero, sin duda, la obesidad infantil y la obesidad en general son una pandemia. No hablamos de un virus, sino de una enfermedad crónica. ¿Qué defi ne a una epidemia? Que aumenta mucho el número de casos en un periodo corto de tiempo. Pasó sobre todo en los años ochenta y noventa, cuando se materializó el despegue que se ha mantenido y ha acabado afectando a todo el mundo. Ahora mismo, en todos los países, es más frecuente la obesidad que la malnutrición. Incluso en los más pobres.
Si hablamos de epidemia en España, y con el estudio Aladino como referencia, ¿cuáles serían los datos más alarmantes? Si hacemos caso al estudio Aladino, en España tenemos unas cifras de obesidad inaceptables. Es inaceptable que el 40% de la población infantil tenga sobrepeso u obesidad. Pero también es verdad que puede que esté un poco sobredimensionado.
¿Por qué? Porque el metro que se usa para medir identifica demasiados niños que tienen sobrepeso u obesidad. Los resultados del estudio Aladino se han analizado comparando con los valores de referencia de la OMS, que dan valores más elevados que otros métodos, como el utilizado por la Federación Mundial de Obesidad, por ejemplo.
¿Cuál cree que sería un dato más real? Seguramente, que el 25% de la población infantil española tiene sobrepeso u obesidad, lo cual sigue siendo mucho.
El estudio señala que la mayoría de los progenitores cree que sus hijos tienen un peso “normal”, aunque padezcan sobrepeso u obesidad. ¿Cómo pueden los padres reconocer ese problema? Los pediatras de los centros de salud en las revisiones periódicas del niño sano deberían medir siempre el peso y la talla, y calcular el índice de masa corporal (IMC). Eso sería lo mínimo indispensable, pero se pueden hacer otras cosas. El problema es que no tenemos aún un método fácil y preciso para diagnosticar la obesidad. Porque la obesidad es un exceso de grasa, no de peso. Fijémonos en Cristiano Ronaldo, por citar a alguien muy popular: si calculamos su IMC a partir de su peso y talla seguramente nos va a dar un resultado de obesidad o, al menos, de sobrepeso. Y, sin embargo, lógicamente, Ronaldo no tiene un gramo de grasa, pero sí tiene mucho músculo. No obstante, en los niños, esta medida, como una primera aproximación, puede estar bien. El problema es que hay distintos metros para medir la obesidad.
¿Cuáles son los más usados y fiables o eficaces? Hay unos más de investigación, como el usado en Aladino. Pero creo que en los centros de salud usan unas gráfi cas de la población española, que a nivel de la práctica clínica parecen perfectas. Según esas gráficas, se define sobrepeso cuando el niño está por encima del percentil 85 y obesidad cuando está por encima del 95. Si los pediatras manejan esas gráfi – cas –que son de la Fundación Orbegozo–, identifi car a los niños con sobrepeso u obesidad es sencillo.
El problema viene después. Una vez diagnosticado, ¿qué se puede hacer? Estaría bien dar unas recomendaciones al niño con sobrepeso –o insistir un poco más en unos consejos que ya se les da siempre a todos los niños– para que no lleguen a sufrir obesidad. A los menores con obesidad no hay que ponerles una dieta, pero sí marcarles unos objetivos. Y ahí surge otro problema: para perseguir y alcanzar esos objetivos se necesita tiempo, que normalmente no se tiene. Por eso, creo que sería muy importante contar con nutricionistas en los centros de salud, que ahora mismo no hay. Porque las enfermeras juegan un papel importante, pero, sin duda, un especialista en esa materia concreta en los centros de atención sanitaria sería lo ideal.
¿Qué objetivos se les podría marcar a las familias? Inicialmente, habría que conocer la cultura alimentaria y los estilos de vida de la familia. No puedes proponer algo que sepas que no van a cumplir porque tienen, de entrada, muchas deficiencias para realizarlo y porque es mejor empezar proponiendo algo que se adapte fácilmente a lo que ellos ya hacen y reforzarlo. Decirles: “Eso que ya hacéis tres días a la semana, sería mejor si lo hicierais cinco”. Lo ideal es conocer bien los hábitos y, a partir de eso, marcar objetivos adaptados. Por ejemplo: “Tienes que comer cinco porciones de fruta y verdura al día durante los próximos meses”. Ese va a ser el objetivo para el niño y para toda la familia, porque lo ideal es que la mejora se afronte en conjunto.
Además de la mala cultura alimentaria personal o familiar, ¿la carga genética es determinante en el sobrepeso o la obesidad infantil? Sin duda, la genética infl uye. El 60% de lo que llamamos la variabilidad en el IMC depende de la genética. Y si nos ponemos a pensar en cada persona, esto es como una lotería: cuantos más números tengas en tu bombo personal, más fácil va a ser que te toque la lotería negativa. En este caso, que tengas obesidad. A más susceptibilidad genética, más facilidad para padecer obesidad. Dicho esto, no te puedes abandonar y pensar que, como te sienta bien todo lo que comes y tienes mucho apetito, no hay hacer nada más.
¿Se puede corregir, frenar o cambiar esa carga genética? Cuantos más números de la lotería tenga un niño, es más difícil. Pero se pueden hacer muchas cosas y desde muy pequeñitos. Una acción importante y factible es que los menores coman una gran variedad de alimentos; es decir, que haya una gran diversidad en su dieta. Si nos guiamos un poco por sus gustos, a los cuatro o cinco años acabarán comiendo solo pasta, hamburguesas o patatas fritas. Si al ofrecerles verduras, no les gustan y no se las volvemos a dar, damos a entender que no les van a gustar en su vida, pero no es verdad. Si se le repite un plato a cualquier niño pequeño, acaba aceptando todos los sabores y todos los alimentos, o la gran mayoría. Es una idea que los pediatras y las personas con niños a cargo deben transmitir: hay que tener paciencia, porque los menores se deben incorporar a la alimentación de la familia.
Pero cuando tienes un niño que no come o lo hace mal, se acaba la paciencia. Es decir, volvemos a esa falta de tiempo. Hay que jugar con las cosas. Muchas veces, cuando dicen “mi niño no come”, lo llevan al pediatra. Allí le miden, le pesan… y está en el percentil 75. Pues algo tiene que comer, eso está claro. Lo que pasa es que no come lo que no quiere. Hay mucha casuística. Y, por supuesto, hay niños que comen menos.
En relación con los factores tempranos asociados a un mayor riesgo de obesidad, ¿hasta cuándo y cómo se recomienda empezar con la alimentación complementaria? La lactancia materna es muy positiva para prevenir la obesidad, y se debería prolongar por lo menos hasta los seis meses. Otra cosa más discutida es si debería ser exclusiva esos primeros seis meses. Parece que en las zonas más desfavorecidas o en los países menos desarrollados sí debe ser exclusiva, porque es el mejor alimento que pueden tener en ese momento. Sin embargo, en los países desarrollados idealmente se debería empezar antes de los seis meses a introducir algunos alimentos. En la alimentación complementaria, que se lleva discutiendo no muchos años, se daban pautas basadas en el sentido común o la experiencia de los médicos, pero investigación ha habido poca.
¿Por qué no existen muchos estudios? Porque se trata de una edad complicada. Es ahora cuando empieza a haber estudios bien hechos de ese periodo, de los que salen resultados. Por ejemplo, parece que lo mejor para evitar al máximo la enfermedad celiaca es introducir los cereales progresivamente entre los cuatro y los seis meses. Pero está todo en proceso de cambio, en función de esas investigaciones que se están realizando. En cualquier caso, es muy importante tener confianza en el pediatra: todas estas cosas generales que estamos hablando las conocen perfectamente, y cuenta mucho la experiencia personal de cada médico. Así lo he hecho yo: siempre he puesto plena confianza en el pediatra que tuviera a cargo a mis hijos.
De hecho, el estudio, el tratamiento y la prevención de la obesidad infantil lleva solo unas pocas décadas. En España se originó a mediados de los ochenta. Sí, probablemente, cuando se le ha dedicado más interés y más recursos ha sido en este siglo. Es un poco corta la experiencia. De todas maneras, lo ideal es prevenir y cambiar o mejorar los comportamientos de las personas, y eso resulta complicado. Para conseguirlo tenemos que ir por muchas vías. Va a costar mucho, pero iremos mejorando. Porque, al fi nal, todos esos mensajes de salud que comentábamos, sí van calando. Y hablamos de alimentación. Pero en el campo de la actividad física, que también es muy importante, se está mejorando mucho, igualmente.
Usted no habla solo de dieta mediterránea, sino de “estilos de vida mediterráneos” en los que se incluyen dieta, actividad física y sueño. En el caso de los niños, ¿cuáles serían unos niveles de actividad física adecuados? Eso está muy claro. Desde la edad preescolar hasta la adolescencia deberían hacer 60 minutos al día, como mínimo, de actividad física moderada o intensa: correr, jugar… Y a los que tienen tendencia a ser más parados, habrá que estimularlos un poco.
Estos meses de pandemia, en los que los niños han podido moverse menos, jugarán en contra. Sí, todo infl uye. Por ejemplo, hace unos meses se puso en contacto conmigo un compañero de la universidad preocupado porque sus hijos se quedaban a comer en el colegio y les ponían un vídeo que duraba todo el tiempo de la comida. Después, claro, no tenían oportunidad de moverse, enganchados a esa actividad audiovisual. Probablemente, no es lo ideal. Entiendo que dadas las circunstancias actuales es más complicado que estén jugando fuera. Pero estar al aire libre, por mucho frío que haga, es lo mejor. No tienes más que irte a Finlandia, donde hace más frío que aquí, y los menores están jugando siempre en el exterior.
Precisamente, en los países nórdicos, el índice de obesidad infantil es menor. En Noruega, por ejemplo, es del 6%. Además de con los hábitos, ¿los datos tienen que ver con sus políticas públicas de prevención? Sin duda, tienen mejores políticas de prevención. Por ejemplo, cuentan con tradición de trabajo comunitario. Están muy bien organizados. Para todo lo que es salud esa tradición ayudaría mucho. Los centros de salud y los municipios deberían fomentar la participación de las personas de la comunidad en la mejora de la salud. Idealmente, identifi cando los problemas más importantes y buscando soluciones efi caces adaptadas a las necesidades de cada comunidad.
¿Qué cree que se podría o debería hacer en España en ese sentido? Es complicado, porque tenemos costumbres que no queremos tocar: cenar tarde, salir tarde… Los niños tienen que cenar pronto y acostarse temprano, como mucho a las 10 de la noche. Un menor en edad preescolar debería dormir unas 11 horas. Y eso implica haber cenado hora y media antes, por lo menos. También infl uyen los programas de televisión que les gustan a cierta hora. Si, además, tienen televisor en la habitación y no estamos muy pendientes… Eso, sin culpabilizar a los padres, que es lo último que hay que hacer: bastante tenemos con trabajar y adaptarnos a la vida moderna.
¿Cómo se puede ayudar a los padres? Una acción puede ser lo que los anglosajones llaman el parent education, es decir, enseñar sobre la manera de educar a los hijos. Cuando tenemos hijos no vienen con manual de instrucciones, cada padre se basa en lo que ha visto en su casa, lo que le ha parecido bien o le ha parecido mal. Crear escuelas de padres ayudaría mucho. Cuando tienes el primer hijo o incluso cuando la pareja está embarazada, es el mejor momento, porque eres más receptivo. Ahí sí se podrían hacer muchas cosas desde el ámbito sanitario o el escolar. Existen distintos modelos de prácticas de crianza. Por ejemplo, el modelo “democrático”, que fomenta la toma de decisiones conjunta entre padres e hijos y en el que el ejemplo positivo de los progenitores juega un papel muy importante.
¿Qué se puede hacer desde las políticas públicas? Primero, poner más énfasis en las poblaciones más vulnerables. Por ejemplo, en el Centro de Investigación Biomédica en Red de Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBEROBN) estamos haciendo un estudio en niños con riesgo de obesidad porque los padres la tienen. Que los progenitores padezcan obesidad puede venir de que tengan un componente de susceptibilidad genética o de unos hábitos o estilos de vida que les lleven a ello. O de las dos cosas. Son familias con riesgo de obesidad. Deberíamos focalizarnos en ellas. Porque, de hecho, en los programas que habíamos realizado previamente para toda la población veíamos que los que tenían un peso saludable seguían así. Mientras, los que sufrían sobrepeso, mejoraban. Pero no era un programa de tratamiento, sino de prevención.
¿Qué conclusiones se sacan de estos datos? Nos indican que al actuar por separado en aquellos que tenían sobrepeso sí podíamos ser efi caces. Hay que intensifi car el trabajo en las familias con sobrepeso y en las que son más vulnerables. Ahí existen distintas estrategias. Por ejemplo, trabajamos y queremos trabajar con supermercados: cuando se llevan a cabo promociones o estrategias de marketing, los “premios” muchas veces son alimentos no precisamente saludables. Queremos intentar que se premie o se fomente la venta de alimentos más saludables y que las familias puedan hacer la cesta de la compra saludable a un precio relativamente asequible.
Volvemos al factor socio-económico, decisivo en este problema. Se conoce como vulnerabilidad social, un concepto que ya se recoge en muchos sitios, como en convocatorias de la Unión Europea. ¿Qué incluye? Lo clásico era el nivel de ocupación y el nivel de estudios: el salario, tener o no tener trabajo, la educación… Pero hay otros elementos, como ser inmigrante o no serlo, tener una red social más o menos extensa, la estructura de la familia… Muchas más cosas. Todo eso hay que considerarlo.
¿Qué consecuencias tendrá la covid-19 en esta llamada “enfermedad de enfermedades”? Probablemente en este periodo se van a incrementar las desigualdades. Las familias menos vulnerables lo han hecho igual o incluso un poco mejor, y las más vulnerables lo han hecho igual o algo peor. Como creo que va a pasar en muchas asuntos sociales, se va a incrementar la desigualdad. En cuanto a la tendencia global sobre la obesidad, las cifras probablemente seguirán estancadas o en una progresión muy lenta de disminución.