Pasaportes diminutos
Ni tan inofensivas, ni tan maléficas. Las cookies son una de las pocas formas que tienen los sitios web de conocer algo de sus visitantes, aunque sea de una forma imprecisa y vaga. En definitiva, las cookies (galletitas en inglés) son pequeñas porciones de texto que el navegador recoge y almacena cuando visita una página web. Si el visitante vuelve por sus pasos y recala de nuevo en la misma página, ese sitio web (y sólo ese) leerá la tarjeta de visita que le dejó en el disco duro cuando estuvo, por lo que podrá reconocerle y adaptar la página al usuario. Al menos, esa es la teoría.
¿Qué informaciones atesoran estas piezas de texto? Cualquier dato sobre el usuario al que haya podido acceder el sitio web, que, a decir verdad, tampoco suelen ser muchos. Las cookies se usan para propósitos tan prosaicos como conocer las ruta más habitual que los internautas realizan dentro de la página, mostrar anuncios (banners) que los usuarios aún no hayan visto o personalizar las previsiones meteorológicas para una ciudad que el visitante haya prefijado. En definitiva, datos que son extremadamente difíciles de ligar a la identidad real del internauta y que en ningún modo le comprometen. Para la web, en estos casos, el usuario es un número de identificación. No le interesa conocer quién está detrás.
Identificaciones
No obstante, donde más útiles devienen las cookies es a la hora de almacenar la contraseña del internauta en ese web concreto, ahorrándole así la molestia de identificarse cada vez que acceda y, convirtiéndose, de facto, en pequeños pasaportes que permiten la entrada a multitud de páginas que personalizan su contenido para el usuario. Sin embargo, es muy importante que cada galletita sólo pueda ser vista por la web que la creó, si no, esos datos que el navegante ha decidido ofrecer a un web concreto podrían ser vistos por cualquiera.
Desafortunadamente, diversos fallos detectados en los navegadores de Internet más comunes se han convertido en auténticos agujeros que internautas sin escrúpulos aprovechan para apropiarse de estos datos almacenados en el disco duro. Eso sí, las únicas informaciones que están en peligro son las que hayamos enviado a un web. En ningún modo corre riesgo el resto de informaciones guardadas en el equipo. Todo lo que no esté en la carpeta donde se apilan las cookies (en cada sistema tiene una ubicación diferente) no puede ser accedido desde el exterior.
Para protegerse, bastan dos vías: por un lado, mantener el navegador siempre actualizado, ya que será la única forma de que los últimos parches de seguridad suplan las lagunas descubiertas después de su salida al mercado. Una visita al web del navegador de turno en el que ejecutar las actualizaciones automáticas que tanto Netscape como Explorer incorporan será suficiente para subsanar los fallos conocidos.
Impedir la entrada
Por otro lado, hay que tener en cuenta que nadie está obligado a usar las cookies. Los navegadores que permiten su uso (la inmensa mayoría) incorporan la opción de limitar o prohibir tajantemente que el ordenador se guarde estas galletitas. Lamentablemente, la mayoría de los usuarios desconoce la propia existencia de estos archivos, por lo que difícilmente podrá gestionarlos.
Básicamente, el internauta tiene tres opciones: permitir la libre circulación y almacenaje de cookies (la opción por defecto que la mayoría de usuarios pone en práctica), prohibir tajantemente la inclusión de cualquier galletita en su disco duro y, por último, ser preguntado cada vez que una web pida la instalación de uno de estos archivos.
La tercera opción es la más efectiva, ya que limita el número de cookies guardadas a las que de forma consciente haya dado su visto bueno el usuario, por lo que su número se limitará a las que aporten un beneficio claro.
De cualquier modo, es suficiente con ir a la carpeta donde estén las cookies (suele llamarse así), y abrir con cualquier procesador de textos, por simple que sea (el Simpletext de Macintosh, el Pico de Linux o el Bloc de notas de Windows) cualquier archivo de los que allí se encuentren. Si el internauta navega habitualmente, se encontrará con decenas de ellos. Podrá abrirlos, ver su contenido y tirarlos a la papelera a discreción. El computador no se resentirá de esta pérdida.
Euro digital
Un mes después de que el tintineo de los monederos haya cambiado y la cantinela 6 euros son 1.000 pesetas haya calado entre los consumidores, todavía queda una asignatura pendiente: los ordenadores. Y es que, en nuestro país el euro trae una novedad: hemos pasado de tener una moneda con abreviatura (pta) a otra con símbolo (E),que los ordenadores deben interpretar; como el yen (¥) o el dólar ($).
Tradicionalmente, los sistemas de codificación de texto han incluido el logo de la moneda norteamericana, pero han ninguneado otros caracteres que no estuvieran en la grafía anglosajona (tildes y eñes incluidas). Por eso, de la misma forma en que hoy al hacer ciertas conversiones entre formatos de archivo las tildes se convierten en caracteres indescifrables, cuando uno de los programas que participa en la creación, envío o impresión de un documento ignore el novísimo símbolo del euro lo sustituirá por otro que nada se le parezca.
Por eso, lejos de los triunfalismos que recomiendan usar el símbolo de la nueva moneda en todos los documentos, para el usuario medio que no busque complicaciones lo ideal es usar el logo sólo cuando pueda comprobar fehacientemente que va a imprimirse correctamente (probar una tipografía concreta, en un ordenador concreto, con una impresora concreta). Si no, es mucho más efectivo limitarse a escribir el nombre del recién llegado con todas sus letras.
Reloj manual
yugop.com/ver3/stuff/03/fla.html
Bolígrafo, papel y una imaginación desbordante han dado vida a un proyecto realmente original. No es más que un reloj, pero fabricado de forma amanuense.
Recetas de galletas
www.nutricionyrecetas.com/recetas/galletas
En la Red hay sitio para todo tipo de galletas. En esta página se muestra cómo preparar un variado surtido de las de verdad, esas que no se guardan en el disco duro sino en el estómago.