A medio camino entre la literatura y la pintura, el cómic está relegado a ser género menor. ¿Es ése su sitio?
El cómic es una expresión que se puede etiquetar como cultural, artística o literaria, dependerá de quién quiera hacerlo y con qué intenciones. Desde las cuevas de Altamira el hombre se sirve del dibujo para narrar; los egipcios usaron los símbolos como lenguaje y los orientales tienen como alfabeto los ideogramas. No hay duda de que es una herramienta interesante para contar historias. Además, ha quedado patente lo eficaz que es como género para los medios de comunicación. La generación que comienza a dirigir periódicos se reconoce en el lenguaje del cómic y concede importancia a la capacidad que tiene una viñeta para transmitir una noticia, una idea o una opinión. Eso permite que se les asigne un espacio destacado en las páginas de las publicaciones, espacio equiparable en ocasiones al de firmas prestigiosas e incluso con el del editorial.
Sin embargo, muchos lo tienen por un lenguaje infantil.
El encuentro del tebeo con el público infantil es indudable, pero también es un lenguaje que cautiva al mundo adulto. Tal vez porque es capaz de ofrecer más allá de una primera lectura y esconde intencionalidades falsamente inocentes. En el fondo, creo que todos tenemos una infancia a la que regresamos. No es necesario que lo digan sesudos psiquiatras para darnos cuenta de que las sensaciones más fuertes son las que nos devuelven a la niñez. Y el cómic conecta con ella a través de un vínculo afectivo que reconforta.
También se le tacha de expresión populista o subterránea.
En cierta medida, el cómic es eso: una herramienta de la cultura popular que tiene la capacidad de contar historias en formato barato. El cine también las cuenta, pero es muy caro. La pérdida de esta seña de identidad -ser baratos, ser de la calle, ser mordaces, ser vozarrón social y musical…- le llevó a sufrir una crisis importante a finales de los años 90.
Cientos de revistas, publicaciones, fancines y fotocopias que habían sido testigos de primera línea de lo que se cocía en muchos órdenes de la sociedad perdieron su orientación. Los tebeos se convirtieron en un objeto elitista, sólo se encontraban publicaciones caras distribuidas en circuitos minoritarios. Ahora el cómic vuelve a los quioscos y comienza a recuperar su sitio, que es masivo y plural. No tiene que arrastrar el complejo de saber que nunca formará parte de un Museo de Arte o de un Archivo Histórico, ése no es su lugar.
En la mayoría de las ocasiones las viñetas están vinculadas con el humor. ¿Todo puede ser objeto de burla?
Las ganas de broma son directamente proporcionales a la seriedad con la que se quieren revestir algunos personajes o algunas instituciones. Salvo las desgracias personales, que no tienen gracia se miren como se miren, todo lo demás puede ser contemplado en clave de humor. A veces negro o ácido, a veces poniéndote de parte de la víctima, tomando partido, pero intentando reírte. Se me ocurre la violencia doméstica como ejemplo. Es un tema de actualidad, que afecta a toda la sociedad y no podemos estar callados. Pero buscamos la sonrisa cómplice, no hiriente, y en todo caso respetuosa. En su descargo diré que los dibujantes suelen ser muy conscientes del límite y son ellos quienes lo marcan.
¿Hay temas tabú?
¿Cómo han logrado llegar a 1.500 números, cerca tres décadas ininterrumpidas en la calle?
Sinceramente, no lo sé. Cuando se empezó a publicar ‘El Jueves’ yo no tenía ni 5 años. A lo mejor seguimos aquí por que no nos hacemos esa pregunta. El público nos percibe como independientes, sabe que nuestra opinión es nuestra y no está condicionada por intereses externos. Hemos logrado permanecer al margen de los grandes grupos mediáticos, aunque no lo digo muy alto para que continúe siendo así. Cuando se encargan encuestas, que algunas hemos hecho, descubrimos a un lector heterogéneo. Nos compra el hombre de 50 años de izquierdas, el treintañero liberal y el joven inconformista. Coinciden en que les gusta reírse de la realidad, aun cuando ésta no tenga ninguna gracia. Ésa es sencillamente nuestra única misión: tomar el pulso a la sociedad y caricaturizarla.
Cuando un lector se acerca a un tebeo, ¿en qué debe fijarse más, en los dibujos o en el texto?
Son dos elementos que se complementan. Conceder mayor valor a uno o a otro dependerá de la sensibilidad del lector y de su gusto. Tal vez de Mafalda rescate su mensaje y de Mortadelo los disfraces. Lo que está claro es que ambas partes deben tener calidad. Un buen dibujo con mal guión no funciona, y el mejor chiste, si se ilustra mal, se estropea. El autor lo sabe y, por eso, muchas veces se trabaja en pareja. Un guionista inspira a un dibujante y viceversa. Su éxito llegará si consiguen hacer partícipe de esa simbiosis al lector.
¿Cómo se logra esa sinergia?
En mi caso, cuando preparo la página que comparto con Manel Fontdevilla (coautor de ‘Para ti, que eres joven’, dos planchas semanales que satirizan el comportamiento humano) decidimos juntos la idea, que cada vez nos cuesta más porque nuestra creatividad no es infinita, y después cada cual hace su tira. En escuelas como la americana el trabajo es muy autónomo, y quien ilustra lo hace sobre ideas concebidas por un escritor a quien tal vez ni conoce. A la mayoría de dibujantes lo que les gusta es contar una historieta, no tanto por la militancia hacia una expresión artística, sino por el uso del código que conocen, en este caso el dibujo.
¿Cuánto de Monteys tiene Tato, el personaje que le lanzó a la fama?
Bueno, yo logré terminar la carrera de Bellas Artes para contentar a mis padres y a mi novia. He conseguido ganarme el jornal haciendo lo que me gusta. Ya no me pellizco para asegurarme de que estoy en ‘El Jueves’, pero reconozco que en mis primeros tiempos llegaba a la redacción, soltaba los originales y me iba corriendo para evitar escuchar la terrorífica frase de “muchacho, no vuelvas”. Con Tato tengo poco que ver, la edad tal vez. Pero esa vieja discusión de si los autores sólo pueden hablar de aquello que conocen está superada. Si no fuera así, sólo los vaqueros podrían dibujar un western, y no habría ciencia ficción. El sentido común y la curiosidad son la inspiración más poderosa para la imaginación.
También habrá un método, ¿cómo consiguen reunir capítulos sueltos o historietas todas las semanas?
Cada personaje de ‘El Jueves’ tiene una parcela temática. El propósito es intentar no taparse los unos a los otros, aun cuando toquen la misma idea. Los miércoles se reúne el consejo de dirección, decidimos las portadas. Si no hay consenso, el director, en este caso yo, opta por una, pero todo lo demás, incluido el editorial, se resuelve en conjunto. Después se actúa como en una redacción normal, recibiendo originales, maquetándolos y enviándolos a impresión, sólo que la mayoría de los autores están en sus casas.
¿Hasta qué punto han influido las nuevas tecnologías en la manera de trabajar?
Han cambiado positivamente todo. En esta publicación, en la que los pilares fundamentales son dibujantes, es decir, gentes esencialmente informales, poder recibir en formato definitivo una historieta en tan sólo unos segundos, el tiempo de descarga del correo, ha supuesto un paso de gigante. Se acortan los plazos de entrega y de postproducción, lo que traducido significa que ‘El Jueves’ puede estar más ligado a la actualidad.
Los puristas denuncian que en la conversión de lo artesanal a lo tecnológico se ha perdido textura.
Si se refiere a que se colorea con ordenador, es cierto que las tintas son más planas, pero se sigue dibujando a mano y el producto final es igual de satisfactorio. Además, la producción se ha hecho más ecológica. Ya no se usa tanto papel ni tanto producto químico.
Hemos visto a superhéroes llegar al cine. Incluso Maqui Navaja, un personaje de ‘El Jueves’, tuvo su momento de gloria en la gran pantalla. ¿El futuro es ahora la animación?
El caso de los superhéroes que llegan a la pantalla es la demostración de que una historia puede ser contada de muy diversas maneras, y el cómic seguirá siendo fuente de inspiración como lo es la literatura o la realidad más mundana. Respecto a la animación, tiene menos que ver con nuestra profesión de lo que a simple vista pudiera parecer. Su manera de usar el tiempo es cinematográfica, y además, no se dibuja, se diseña. Son conceptos diferentes.
Ahora que se habla tanto del futuro incierto de las publicaciones en papel, en competencia directa con los medios digitales, ¿ofrecer contenidos en Internet es beneficioso?
En nuestro caso lo ha sido, sólo que Internet todavía tiene que evolucionar mucho, y no sabemos qué pasará. Por el momento, al aficionado del cómic le pone en contacto con la producción mundial y con otros ‘raritos’ a los que les gusta coleccionar ejemplares de todo tipo. A nosotros nos permiten mantener una interconexión con el lector que es muy fructífera. En cierta medida, vivimos de la imagen y, sin duda, tener una web ha supuesto un valor añadido? y la posibilidad de que nos conozcan en el mundo entero.
¿Y les entienden? ¿Las peculiaridades locales pueden ser traducidas?
Nosotros no hemos publicado en otros idiomas, pero aunque lo concreto no sea igual, la esencia sí lo es. Astérix esconde mucha crítica y perdértela no hace que desmerezca su lectura. Sin duda los Simpson son una caricatura de una cultura muy diferente a la nuestra, y sin embargo su éxito parece inagotable. Aun con sus particularidades, al final, los temas son universales.