¿Cuándo son considerados arqueológicos unos restos?
Hemos de partir de la propia definición de arqueología, es decir, acercarnos a esta disciplina que trata de buscar, estudiar y analizar objetos materiales que ayudan a comprender aspectos desconocidos de la historia. Para ello se vale de vestigios que revelan la actividad humana de épocas pasadas, no necesariamente remotas, y que ayudan a resolver las preguntas que nos hacemos del pasado.
Estos vestigios, ¿cuándo pasan a ser considerados patrimonio?
La “importancia” como concepto siempre es relativa. Unos humildes fragmentos de sílex y huesos, asociados a un estrato de tierra concreto, pueden revolucionar el conocimiento científico sobre un periodo prehistórico y su importancia no es ni artística ni crematística. Para el profano carecen de importancia y para el docto la tienen, quizá hasta en exceso. El término medio lo intentan establecer las Administraciones regionales, que son quienes asumieron las competencias en la protección de su patrimonio histórico y quienes determinan las pautas de conservación en cada caso.
La ley habla de “terrenos susceptibles de contener restos”. ¿Cómo se sabe que lo son?
La obligación de contar con un arqueólogo y presupuestar su trabajo hace que el especialista, cuando no conoce de manera fehaciente la existencia de restos, se presente en el lugar tras estudiar las cartas arqueológicas, ver fotografías aéreas y estudiar anales de historia. Una vez allí se inspecciona el suelo. A fuerza de experiencia, de caminatas, terminas adquiriendo la capacidad de leer los indicios externos que te llevan a concluir que ahí hay restos: montículos de tierra, diferentes colores de la arcilla, piedras colocadas de una determinada manera, etc. Cuando los unes te dan un margen de error muy escaso. Si la evidencia de restos es clara, se organiza un equipo que estudia los lugares que a priori podrían esconderlos. Este profesional debe contar en muchas ocasiones con paleontólogos cuyo interés se centra en aspectos más científicos, de geólogos que ayudan a analizar las muestras terrestres, historiadores e incluso filólogos que estudian la toponimia en busca de pistas. También necesita a ingenieros de caminos y arquitectos que ayudan a interpretar planos. A partir de ahí, como en el caso de Illescas, se aprovecha el verano para sacar a la luz los restos y se emite un informe a la administración. Las medidas a tomar ya no forman parte de nuestra competencia.
Si no hubiera leyes que salvaguardaran los restos, ¿existiría una sensibilidad por protegerlos?
Si no hubiera leyes de protección del patrimonio arqueológico pero existiera un gran sistema educativo, quiero creer que sí. La falta de sensibilidad con el patrimonio histórico-arqueológico o cultural o etnográfico, en mi opinión, es producto de la ignorancia.
¿Por qué en muchas ocasiones las ruinas de civilizaciones pasadas aparecen enterradas bajo tierra, como si las ciudades hubieran “crecido”?
Porque han crecido. Un espacio propicio para la vida y la actividad humana se reutiliza constantemente, a menos que lo arrasemos o contaminemos sin remedio. Por eso es fácil encontrar vestigios de culturas remotas bajo nuestras casas y son muy frecuentes en las terrazas de los ríos. Suelen aparecer enterrados por la dinámica geológica general de erosión-sedimentación. Aunque no todos: muchos elementos son construcciones que pueden mantenerse en pie y sobre los que también se aplica metodología arqueológica para su estudio.
La acometida de obras en cascos antiguos va acompañada casi siempre de polémica entre la parte política o administrativa y los sectores sociales que demandan un mayor respeto por lo que el subsuelo esconde. La ciudadanía, mientras, escucha sin saber a qué atenerse los motivos por los que se suprimen plazas de un parking necesario o se suspende una promoción de viviendas.
Las obras en cascos históricos son, en efecto, muy polémicas. Los arqueólogos y las administraciones con competencia en la protección del patrimonio preferimos que no se realice obra alguna en cascos históricos, pero en algunos casos son inevitables, y en muchos necesarias. De todas formas, la experiencia dice que cuando un equipo de gobierno se plantea una transformación urbana en casco histórico, comienzan a operar factores como el prestigio o el interés propagandístico, casi siempre buscando el mérito por resolver algún problema urbanístico previo o incluso un interés social que pueda tener la obra, que a veces es indiscutible que lo tiene. Las razones de la polémica suelen provenir del interés de los políticos que encargan o consienten la obra, que nunca suele coincidir con el interés cultural, por el que se suele demostrar poco respeto. Los países sensibles y con políticas proteccionistas que valoran e integran sus elementos patrimoniales e invierten en su conocimiento y difusión están a la cabeza mundial del desarrollo. Esos países están marcando el camino: rehabilitación y conservación de cascos históricos y desvío de infraestructuras y mejoras urbanísticas al extrarradio. Y estamos hablando de ciudades con una riqueza medieval muy importante.
¿Es respeto la costumbre de conservar un trozo de muralla, parcheada con hormigón, en los aparcamientos subterráneos?
Sirve para muy poco. Al político para lavar su conciencia. Al ciudadano para casi nada. Los arqueólogos intentamos no tocar nada, ni para su estudio ni para su traslado, pero no siempre puede ser. Quiero decir que nuestro interés no es recuperar los vestigios para estudiarlos, todo lo contrario, si estuviera en nuestras manos dejaríamos las cosas tal cual están, y por supuesto, siempre que sea posible, y siempre hay que intentar que lo sea, merece la pena subordinar una obra moderna a los restos valiosos. Por puro respeto al patrimonio que es de todos, también de las generaciones futuras. De esta forma, si hoy lo respetamos, dentro de 50 años nos lo agradecerán y, además, es seguro que dentro de 100 se podrá estudiar con más medios y mejores técnicas.
¿Y qué sucede con aquello que ya se quebrantó? No es tan raro descubrir que una zanja para separar dos tierras se ha servido de las piedras de un puente romano que nadie hacía caso y se caía a pedazos. ¿Son recuperables?
En el pasado fueron frecuentes las reutilizaciones. Toledo es un buen ejemplo de ello. Hay muchos edificios renacentistas que cuentan con sillares e incluso adobes de procedencia romana, pues eran materiales de muy alta calidad y más fáciles de arrancar que de reproducir. De todas formas, ahora eso sólo puede hacerse con construcciones que no están protegidas. Poco a poco en España se ha ido apreciando y valorando más el patrimonio, en parte por el acicate de un emergente un turismo culto que demanda espacios arqueológicos bien conservados e interpretados. Este hecho ha forzado posturas de cambio respecto a la puesta en valor del patrimonio en todas las Comunidades Autónomas. Mérida es un buen ejemplo de ciudad desbordada por su rico pasado y por un turismo que valora precisamente esos bienes allí conservados. Otras ciudades no han tenido tanta visión y destruyeron lo que pudo ser su mayor riqueza. Mejor no las citamos. De cualquier forma, queda mucho por hacer y debemos tener como referente otras ciudades de Europa que tienen mucho menos volumen de restos arqueológicos (exceptuando las italianas), pero un gran respeto en su tratamiento.