Socialización de hijos e hijas

La familia, clave en la educación en valores

El estilo de familia con autoridad recíproca es el más indicado para favorecer el crecimiento de los hijos e hijas en todas las dimensiones
1 enero de 2005
Img interiormente listado 151

La familia, clave en la educación en valores

/imgs/20050101/img.interiormente.01.jpg
Los padres y madres, y la sociedad en general, están cada vez más preocupados por los comportamientos y actitudes de parte importante de niños y jóvenes. El consumo de drogas, la proliferación de la violencia, la falta de respeto, el acoso en las aulas o los malos resultados académicos son problemas evidentes, y crecientes, que llevan a hablar de una crisis de valores. Aunque sus causas y factores varían, los expertos coinciden en que la familia juega un papel crucial en su solución. Por lo tanto, a pesar de las dudas que se ciernen sobre ella, la familia sigue siendo el nudo esencial de la constitución de la personalidad y de la socialización de los hijos en los valores comunes de la colectividad.

¿Qué son los valores?

Los valores son elementos centrales en el sistema de creencias de las personas y se relacionan con estados ideales de vida. Responden a nuestras necesidades como personas, nos proporcionan criterios para evaluar a los otros, a los acontecimientos que nos rodean y a nosotros mismos. Los valores nos orientan en la vida, nos hacen comprender y estimar a los demás. El primer contexto de su aprendizaje se halla en la familia, que no sólo va a ser transmisora de esos principios y reglas: en ella se comparte un proyecto vital en el que se da un compromiso emocional; se ofrece un contexto de desarrollo de las personas, sean hijos, padres o abuelos, y posibilita un encuentro intergeneracional; y sin duda, es una red de apoyo para los cambios y las crisis. Pero no sólo supone esto para los niños y niñas. Ellos son asimismo agentes activos en el proceso de su construcción, en la medida en que la relación padres-hijos es una relación transaccional, esto es, de ida y vuelta, aunque sea de carácter asimétrico.

Esto significa que no sólo cambian o se influye en los valores de los niños, sino también en los de los adultos. Por ejemplo, después de tener hijos una persona puede dar más valor a la seguridad que al reconocimiento social. Las reglas familiares son en general implícitas, se transmiten de generación en generación y pueden funcionar como vehículos de expresión de los valores, pero deben ser consideradas como flexibles, puesto que han de cambiar a lo largo del ciclo familiar y estar al servicio del crecimiento de los miembros del grupo. Por eso, el cultivo de los valores no sólo se hace modificando las conductas de los hijos o la de los padres, sino con la transformación de los tipos de relación en la estructura familiar.

El estilo de familia con autoridad recíproca

Más allá de la forma que adquiera, la familia sigue siendo la institución cuya función fundamental es responder a las necesidades y las relaciones esenciales para el futuro del niño y su desarrollo psíquico. Según las investigaciones actuales, el modelo de autoridad recíproca aparece en la actualidad como el más indicado para favorecer el crecimiento del hijo en todas las dimensiones. Los cambios operados en el interior de la familia desde los años 70 han dejado de lado el modelo tradicional, con una fuerte y rígida división de roles entre hombre y mujer, y entre padres e hijos. Los padres y madres optan hoy por una educación para la libertad en la que se da más valor a la comunicación, el diálogo y la tolerancia. La familia aparece como la primera instancia donde se experimenta y organiza el futuro individual, donde se dan las contradicciones entre pertenecer a un grupo y a la vez mantener la autonomía, parecerse y diferenciarse. En el seno familiar se construye la identidad y constituye el primer paso importante hacia la cultura, la organización del sistema de valores, la manera de pensar y de comportarse de acuerdo a la pertenencia cultural.

De cualquier forma, más allá de la estructura, la historia, la cultura y la composición de la familia, sus funciones principales siguen siendo las mismas: favorecer lo mejor posible las relaciones y las condiciones necesarias para que los hijos maduren en el respeto hacia sí mismos y hacia las otras personas. Y no hay duda de que la relación padres/madres-hijos a través de la educación en valores constituye la primera y fundamental escena para lograr esta meta.

El proyecto educativo de la familia

Todo este proceso pasa por llevar adelante el proyecto educativo de la familia. Se trata de un acuerdo no escrito que define la forma en que se organizan las familias, cómo se dividen las tareas y qué expectativas generan sus miembros. Estos valores, actitudes y confianzas se materializan bajo un método que determina sus señas de identidad, plasmadas en un estilo con el que se transmiten los contenidos del aprendizaje y que diferencia a unas familias y a otras. Así, se distinguen varios estilos educativos que vienen determinados por la presencia o ausencia de dos variables fundamentales a la hora de establecerse la relación padres/madres-hijos: la cantidad de afecto o disponibilidad de los padres y madres; y el control o exigencia paterna/materna que se plasma en la relación padres/madres-hijos.

De esta forma, según se combinen el afecto y la exigencia, surgirán cuatro tipos de familias:

  • Familias con autoridad recíproca. En ellas estas dos dimensiones están equilibradas: se ejerce un control consistente y razonado y a la vez se parte de la aceptación de los derechos y deberes de los hijos, y se pide de estos la aceptación de los derechos y deberes de los padres y madres.
  • Padres y madres autoritarios-represivos. Si bien el control existente es tan fuerte como en el caso anterior, no está acompañado de reciprocidad, por lo que se vuelve rígido y no deja espacio a los hijos para el ejercicio de la libertad.
  • Padres y madres permisivos-indulgentes. En este caso no existe control por los progenitores, que no son directivos, no establecen normas. De todos modos, estos padres y madres están muy implicados afectivamente y atentos a las necesidades de sus hijos.
  • Padres permisivos-negligentes. En este caso la permisividad no está acompañada de implicación afectiva y se parece mucho al abandono.