Asociamos el aprendizaje con la infancia, la adolescencia y la juventud, y en ocasiones, con el reciclaje profesional, pero ahora se nos dice que nunca debemos aparcar esta actividad. ¿Por qué?
Las personas otorgamos a las palabras un significado que depende mucho de nuestras propias experiencias, y así sucede cuando reducimos la idea de aprender a nuestros años escolares, lo que nos lleva a pensar que sólo es propio de la infancia o de la adolescencia. Pero si reflexionamos un poco nos daremos cuenta de que todos los días aprendemos algo: cómo encontrar una calle si me pierdo en la ciudad, cómo lograr comprar más barato, cómo elegir productos de mayor calidad. Todo esto son experiencias de aprendizaje.
Sin embargo, nosotros mismos, y también la sociedad, otorgamos a la educación académica y a la superación de exámenes el valor primordial para certificar nuestras capacidades. ¿Es tan fundamental este escenario?
No cabe duda de que relacionamos el aprendizaje a situaciones escolares, pero no son las únicas, ni para los niños, ni para las personas adultas. Hay muchos escenarios de aprendizaje. Yo diría que tantos como situaciones vitales, incluso aquellas que no las percibimos como tales funcionan como ‘escuela’. Por ejemplo, no sólo se aprende a leer en el colegio, el hecho de vivir en una sociedad en la que lo escrito está por todas partes hace que nos vayamos convirtiendo en personas alfabetizadas, a veces sin darnos cuenta.
¿El aprendizaje no pasa por asimilar conceptos?
Yo diría que el hecho de ser conscientes de que estamos aprendiendo algo va a hacer más fácil que lo aprendamos mejor y, sobre todo, nos capacita para aplicar lo que aprendemos, pero esta conciencia no es sinónimo de memoria. Imaginemos que un día vamos a casa de un amigo y hemos tenido que encontrar la calle en el plano; si una vez iniciado el camino tratamos de prestar atención a las calles por las que pasamos o a algunos elementos que nos den una pista de cómo orientarnos -un comercio, una casa, etc.- no cabe duda de que estamos aprendiendo. Ese interés por aprender y ser conscientes de que muchas situaciones pueden representar un problema en la vida diaria facilita la superación.
¿En qué consistiría, en pocas palabras, aprender a aprender?
Lo resumiría en tres frases. Primera: Ser capaz de adaptarse a lo nuevo. Segunda: Ser consciente de lo que ha resultado eficaz para resolver un problema. Tercera: Buscar nuevas vías de acción que no hayamos explorado.
¿Cómo podemos comprobar que estamos aprendiendo de forma eficaz?
Saber aprender, como otras muchas cosas en la vida, no es algo que se logre de una vez para siempre. Cada día podemos ir progresando. Sabemos aprender si somos capaces de adaptarnos a las situaciones y superamos las dificultades aplicando estrategias o realizando actividades que han sido útiles en otras ocasiones parecidas.
¿Los sistemas educativos enseñan a aprender?
He reflexionado mucho sobre esta cuestión y llegué a creer que pasábamos demasiado tiempo en la escuela y que quizá no hemos aprendido suficiente. Pero cambié de idea después de estudiar algunos informes de las Naciones Unidas. Me quedó muy claro que donde no existen escuelas, en los países más pobres del mundo, las personas que no estudian se convierten en la parte más vulnerable de la sociedad. Y es precisamente el analfabetismo lo que les coloca en una desventaja atroz respecto a los otros. Tal vez debamos avanzar y mejorar nuestros sistemas educativos, pero no cabe duda de que son válidos para procurarnos herramientas de saber, de conocimientos y de habilidades.
¿Qué pueden hacer un padre o una madre y el profesorado para ‘enseñar a aprender’?
¡Ojalá lo supiera! Yo misma soy profesora y cada día aprendo algo nuevo en este tema. Me parece que sólo consigo enseñar desde ese punto de vista cuando yo misma trato de aprender y de adaptarme a mis alumnos. Ellos también tienen muchas cosas que enseñarnos y a veces lo olvidamos.
Para una persona adulta en Occidente, ¿cuáles son los frenos y las barreras más difícilmente franqueables en el aprendizaje?
Los que ella misma se pone, que suelen estar muy ligados a la desconfianza en uno mismo. Si bien debemos convencernos de que nunca tenemos completamente “la verdad”, de que hay otras formas de ver las cosas y de hacerlas, también es importante motivarnos para lograr descubrirlas. Por ejemplo, nuestros hijos tienen muchas cosas que enseñarnos y a veces lo olvidamos. Sus libros de texto cuentan cosas diferentes a las que contaban los nuestros, en geografía, en historia, en ciencias… en tantas cosas. ¿Por qué no aprovechamos para reciclar nuestro saber?
Tal vez nos encontremos de nuevo con que nuestra habilidad para las matemáticas sigue siendo escasa. ¿Hasta qué punto es cierto, o sólo es un tópico, que cada uno de nosotros tiene áreas de conocimiento que le son casi inaccesibles?
Subir una montaña de 8.000 metros es muy difícil, y seguramente nunca estaremos capacitados para lograrlo. También será complicado que lleguemos a comprender aquí y ahora lo que representa la innovación en muchos campos de conocimiento. Pero aprender significa progresar, entrenarse para comprender y saber. Es difícil precisar dónde empezamos y hasta dónde llegaremos. Puede que de niño no se entendiera una ecuación y de adulto se resuelvan diariamente.
El aprendizaje de idiomas, la obtención del carné de conducir, expresarse mejor en público y resultar más convincentes, ser más eficientes y resolutivos… son algunas de las asignaturas de los adultos. ¿Pueden ser contempladas como tareas de aprendizaje?
Por lo general, estas situaciones surgen ante necesidades concretas, problemas que debemos resolver y no sabemos cómo hacerlo. Nos vemos obligados o motivados externamente, y por eso decía que aprender a aprender consiste en buscar nuevas vías de acción que no hayamos explorado. De estas necesidades surgirán otras, y de esa forma nuestros campos de aprendizaje son casi infinitos durante toda la vida.
Y en el camino también acumulamos fracasos. ¿A qué se deben, a una mala predisposición o a la falta de técnica?
Ambas cosas inciden en no lograr los objetivos, pero yo me inclinaría más por intentar desterrar de uno mismo la indisposición hacia lo nuevo, que suele anteceder a esos fracasos. El conocimiento técnico es necesario, y en ocasiones para desenvolvernos mejor en muchas situaciones cotidianas necesitamos que alguien nos enseñe la habilidad, pero de su aprendizaje también depende de nuestra motivación.
¿Qué podemos hacer para aumentarla en nosotros y en nuestros hijos?
Seguramente si los jóvenes perciben que los adultos, su ejemplo, no lo olvidemos, están motivados, ellos también lo estarán. Los adultos debemos convencernos de que nunca tenemos completamente “la verdad”, de que hay otras formas de ver las cosas y de hacerlas, y que es importante descubrirlas.
¿Será necesario desaprender lo aprendido para aprender cosas nuevas?
No es fácil responder esta pregunta. Aprendemos en función de la situación, y aunque no se trata de olvidar algo que ya sabemos, es necesario ajustarse a las exigencias de lo nuevo.
¿Existe un “kit básico” de herramientas de aprendizaje al que recurrir para resolver cualquier reto?
Yo diría que son más importantes los instrumentos específicos que los generales, pero seguramente no todo el mundo estará de acuerdo conmigo. Lo que aprendemos depende mucho de la situación en que lo hacemos, y un problema que nos encontramos con frecuencia es saber trasladar los conocimientos de unas situaciones a otras. Este es uno de los grandes interrogantes para quienes buscamos resolver la cuestión de “cómo aprender”.
Como sociedad, ¿qué es lo que más falla en nuestra cultura del aprendizaje?
A veces recibimos tanta información que resulta muy difícil cribarla. Corremos el riesgo de acostumbramos a la cantidad, perder la curiosidad y olvidar que aprender es también “buscar” y “explorar”. Si creemos que ya no queremos “saber más” o que no necesitamos hacer las cosas de otra manera, será muy difícil seguir aprendiendo.