¿Cree que ha existido alguna vez una obsolescencia planificada como una trama perversa de las empresas?
Creo que hay un toque de perversidad en limitar la vida de un dispositivo, pero no estoy seguro de que sea una práctica extendida ni que tenga una intencionalidad clara, sino más bien creo que es la consecuencia de varios factores. Es verdad que a veces nos da la sensación de que por su apariencia un móvil, un ordenador o una cámara podría haber durado más. Sin embargo, por qué nos decimos siempre esto al final de la vida del aparato y no en su inicio.
¿A que se refiere?
Al momento de la compra. ¿Por qué no nos preguntamos al adquirir un ordenador cuánto tiempo nos funcionará con fluidez en función de su memoria RAM o de su procesador? Si lo hiciéramos, tal vez preferiríamos pagar un poco más y tener otro aparato con componentes que nos alarguen su vida dos o tres años más. Con esto quiero decir que evitar la obsolescencia de los aparatos también es responsabilidad del consumidor.
¿Entonces cree que existe una obsolescencia planificada en el mundo de las tecnologías de la información y el conocimiento?
Creo que los fabricantes producen aparatos para que hagan un servicio, pero les dan unas condiciones de durabilidad que son acordes con su proyecciones económicas. En este sentido sí creo que hay una obsolescencia planificada, pero más bien determinada por lo que es viable y lo que no lo es desde el punto de vista económico, No podemos pedirle a una empresa que sacrifique su viabilidad para evitar la obsolescencia de un aparato.
No se puede afirmar que un ordenador con tres años de vida sea viejo. Sin embargo, sí se puede decir que cada vez es menos eficaz a la hora de gestionar los distintos programas. ¿Se puede hablar de obsolescencia funcional?
Sí, pero motivada por la revolución innovadora que vivimos. La innovación crece en una curva exponencial y los fabricantes de hardware casi van por detrás. No podemos parar la innovación porque es progreso.
Entonces, ¿qué se puede hacer?
Ser más responsables en nuestro consumo. Podemos comprar objetos más caros pero pensados para durar más, por ejemplo entre varias personas. Se comparten coches, sofás, oficinas: ¿por qué no compartir ordenadores, impresoras o cámaras fotográficas?
Pero los teléfonos de gama alta ya rozan los 700 euros y también están afectados por la obsolescencia funcional. No podemos gastar esa cantidad cada dos años…
Quizá no sea necesario tanto. Desde el 3G se han comercializado cuatro versiones más de iPhone. Yo, por ejemplo, pasé del 3G al iPhone 4 y de momento me siento satisfecho. Cuando cambie de teléfono lo haré pensando en términos de durabilidad.
Sin embargo, el desarrollo acelerado de nuevas aplicaciones y tecnologías pesa en la obsolescencia de los aparatos de consumo digital, ¿no cree?
Estoy de acuerdo en que hay que reconocer esta situación y que incluso a veces puede que haya intencionalidad de las empresas detrás de ella, pero la solución no es decir: “detengan la innovación, detengan la economía y hundan sus negocios porque queremos luchar contra la obsolescencia”. La solución pasa por tener en cuenta este factor cuando compramos un televisor o un ordenador. Antes los aparatos duraban veinte años, ahora tal vez cinco con suerte.
¿Se ha convertido la obsolescencia en un problema?
Se ha convertido en una realidad que no podemos obviar. Cuando publiqué Geekonomía habían pasado dos años desde que escribí el libro, y ahora hace ya dos años que salió; está en algunos aspectos obsoleto y muchos lectores me piden que lo actualice. Yo lo escribí pensando en un ciclo que se ha acortado por muchos factores que eran imposibles de controlar por mi parte. Las TIC lo han acelerado todo.
¿No cree que es denunciable que un televisor que puede haber costado más de 1.000 euros esté fuera de juego en tres años?
Creo que estas situaciones acabarán por tener una respuesta por parte de sus consumidores. El hecho de que el ciclo de vida se acorte en los productos tecnológicos también comporta que la fidelidad de los usuarios a una marca sea mucho más efímera que antaño. Si las empresas juegan sucio, perderán a sus usuarios de golpe. En cambio, si son honestas y transparentes recibirán nuestra recompensa.