Cuando comienza a trabajar en una construcción, ¿se plantea un ejercicio artístico o una tarea en el que la belleza debe plegarse a la utilidad?
La arquitectura es una actividad humanística que para ser considerada arte tiene que cumplir unas condiciones esenciales. Es obligado que se materialice, sólo es arquitectura aquello que de proyecto pasa a ser una obra concreta, real. Pero igual de importante es que, una vez construida, sea útil. Es decir, que responda al propósito para el cual está concebida. Que, en su expresión final, es servir a la sociedad en la que se desarrolla. No concibo un edificio bello si éste no sirve o su construcción no tiene valor material.
Su opinión de que los arquitectos tienen su parte de responsabilidad en el encarecimiento de la vivienda no es muy común en la profesión.
La vivienda es la máxima expresión del cumplimiento de la arquitectura en su función de servicio, y el arquitecto se está quedando al margen en esa función social y particular. Durante el Modernismo, el arquitecto colaboraba en la definición de los planes urbanísticos, participaba en la proyección de nuevos ensanches y en la concepción del desarrollo de las ciudades. Yo pienso que ahora debería volver al juego político, sobre todo en el caso de las viviendas sociales. Con esto no quiero decir que opte entre las diversas tesis de los partidos políticos, pero sí que emita juicios de valor sobre los proyectos y que proponga mejoras. Es decir, que aporte más de lo que hoy se le pide. La arquitectura no es ajena a la realidad ni a las normas imperantes en la sociedad. Como hecho formal con proyección mediática que es, y en la medida en que se trata de un bien de consumo, le rodea una concepción efímera y de respuestas inmediatas a las necesidades. Esto, aplicado a la vivienda, es muy grave, pues se olvida su carácter social y la proyección de una ciudad como polis, como un lugar donde viven los ciudadanos. Si quienes mandan, deciden y condicionan la arquitectura no son arquitectos, sino otros agentes sociales con conocimientos e intereses distintos, triunfarán, como lo hacen, las propuestas en las que, entre otras cosas, la utilidad ha dejado de primar. Sin duda, la situación actual está ligada al problema del suelo. Pero detrás de él, no cabe duda de que el sentido social que tiene la construcción de viviendas vive un momento muy bajo.
¿Tiene solución el problema de la carestía del suelo, al que se achaca el elevado precio de la vivienda?
n gran medida tiene que ver con un modelo muy burocratizado de la gestión urbanística, que genera un encarecimiento extraordinario del suelo y demuestra que se siguen haciendo planes urbanísticos que no funcionan, porque al final, son una especie de inmenso volumen de normas con afán de definición exhaustiva que no establecen pautas generales. Además, está la cultura imperante de la especulación, que poco tiene que ver con la realidad física, pero que se impone en la economía, y no se sabe cómo ponerle freno.
La adquisición de una vivienda es el gasto más importante que realiza una persona a lo largo de su vida. Parece evidente que debería comprar un bien que satisfaga sus expectativas, siquiera las básicas.
“Los mayores avances en arquitectura se han producido en los edificios públicos”
El problema del difícil acceso a la vivienda enmascara, oculta, unas necesidades que debieran ser demandadas y, por supuesto, ofertadas. Debería exigirse que la vivienda tenga luz natural, que el calor esté repartido homogéneamente y que las vistas sean agradables, por ejemplo. Estos tres son temas esenciales en la arquitectura y, a pesar de ello, ni siquiera se discuten. Para el ciudadano es muy difícil solicitar estas cosas cuando ni siquiera el mínimo está cubierto.
Esa ley de máximos, ¿está al menos cumplida en la arquitectura civil?
Es en la proyección pública de la arquitectura donde se han experimentado mayores avances cualitativos. Nada tienen que ver las escuelas, hospitales o centros de salud de antes con los de ahora. Hoy se entienden como espacios donde quien acude a ellos ha de encontrarse cómodo. Por supuesto, son construcciones que deben de cumplir una utilidad, y según mi criterio, imponer el concepto de confortabilidad, un término en desuso porque no suena a moderno pero que a mí me sigue pareciendo que implica un respeto esencial al usuario.
Vivimos un momento en el que casi todas las ciudades parecen empeñadas en crear su propio icono arquitectónico, como si carecer de ellos condenara a la ciudad al ostracismo o a no merecer el interés de los turistas. ¿Estamos ante una moda pasajera?
La necesidad de todas las sociedades de buscar símbolos es un hecho histórico. Cada ciudad busca su referencia arquitectónica para distinguirse físicamente de las demás, pero la historia nos indica que los símbolos precisan del paso del tiempo para que la gente los admita en su vida y se conviertan en referentes. Antes, las obras, igual que precisaban del tiempo para elevarse, lo necesitaban para consolidarse. Hoy, no, porque se juzgan en su proyecto, en su ejecución y en su resultado. Entiendo esa voluntad de la ciudad por tener un rostro nuevo que le represente, pero continúa siendo necesario el paso del tiempo para que realmente estas nuevas construcciones se conviertan en símbolo que las identifique.
La domótica, los edificios “inteligentes”, ¿son el futuro?
No lo creo. Los edificios no son inteligentes, las instalaciones pueden estar muy bien resueltas, pero no podemos decir que nos estamos acercando a la perfección. Los sistemas de comunicación han avanzado, pero son elementos aplicados, no consustanciales. Me parece más importante investigar y profundizar en la calidad de los espacios, de la luz, de la confortabilidad de la que hablábamos antes, que en la implantación tecnológica en la edificación. Podemos encontrar un edificio llamado inteligente donde el personal que trabaja está separado por biombos y la luz natural le queda a muchos metros de su puesto de trabajo. Pues… menuda inteligencia.
Lejos de esta tendencia se encuentra la arquitectura rural, definitoria de regiones y culturas durante siglos. ¿La estamos perdiendo?
No sé hasta qué punto las construcciones rurales pueden ser consideradas arquitectura, ya que su existencia es la respuesta inmediata a los requerimientos del medio y no el producto de la razón. Con esta afirmación no trato, ni mucho menos, de desprestigiarla, pero la arquitectura como expresión es una respuesta de la razón y nace con la ciudad y la ilustración. Es decir, su valor está unido a la capacidad del ser humano de transformar el condicionante natural para someterlo a las necesidades de la polis, donde se generan juicios políticos, culturales y sociales.
¿Las urbanizaciones, entonces, quedan a medio camino?
Son respuestas inmediatas a las deficiencias de la ciudad. No dejan de ser un retorno a lo rural, en el que se incluye el aislamiento pero intentando conservar los esquemas de la ciudad. Para mí tienen lo peor de las dos cosas.
¿En qué medida se parece, en la cotidianeidad del trabajo, el proyecto acabado al soñado?
Sin duda, el soñado es más atractivo y lo ideal es que se parezcan lo más posible. Pero el sueño es inmaterial y ya decíamos antes que la arquitectura no lo es hasta que no está construida.