La comida con la que surfear la ola de calor

Mantenerse hidratado, centrarse en las frutas, verduras y hortalizas de temporada y reducir la proteína de la carne roja en beneficio de la que aporta el pescado son los tres mandamientos de la alimentación saludable en verano, una época proclive a romper rutinas y sumar calorías, pero que también puede ser una oportunidad para mejorar la dieta.
1 julio de 2024

La comida con la que surfear la ola de calor

Es matemático. Sube la temperatura y con ella el consumo de refrescos y helados. Según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, los productos con un mayor incremento de consumo en verano son los helados –en julio y agosto los españoles comemos más de la mitad del helado que se consume en todo el año–, las gaseosas y las bebidas refrescantes (un 26,5% más que el resto del año) y los zumos de frutas (un 14,7% más). La cerveza también está entre las opciones estivales preferidas. Sin embargo, el consumo de alimentos como las legumbres desciende un 27%. Nadie dice que no haya que darse un capricho en vacaciones, pero ¿y si lo frío, el alcohol y lo dulce precisamente no fueran lo ideal para combatir el calor?

Dieta y altas temperaturas.

Los alimentos juegan un papel esencial cuando la temperatura es extrema, tanto como el agua o el factor de protección solar. No elegir los adecuados puede deshidratar y aumentar la temperatura corporal, algo que conlleva un riesgo importante para la salud, sobre todo para aquellos con patologías subyacentes. El pasado verano, según registró la aplicación MACE (Mortalidad Atribuible por la Calor en España), desarrollada por el CSIC, murieron 2.115 personas por calor excesivo, un año que fue el tercero con mayor mortalidad atribuible a las altas temperaturas, después de la ola de calor de 2003 y el verano de 2022. La Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN) recomienda en estos meses sacarle partido a la dieta mediterránea. Es el patrón que aconsejan seguir todo el año, pero en verano es cuando podemos exprimir más su potencial. A casi 40 °C, el cuerpo nos pide menos cantidad de alimento y comidas más ligeras y refrescantes. Estos meses traen consigo un cambio en el ritmo de vida, pero también la oportunidad de comer más sano y nutrirnos mejor. Estas son las claves para conseguirlo.

1. Mantenerse siempre hidratado

Una persona adulta, en un ambiente con una temperatura moderada, pierde entre 2 y 2,5 litros de agua al día, entre la orina y las heces, la respiración, el sudor o las secreciones. Pero en temperaturas extremas, a 40 °C, se puede perder hasta unos 3 litros y aún más si se practica ejercicio intenso. Según el Observatorio de Hidratación y Salud, en circunstancias normales se recomienda ingerir 3,7 litros de líquido al día para hombres y 2,7 litros para mujeres. Con las temperaturas altas la agencia recuerda que se debe beber medio litro de agua adicional por cada grado de temperatura superior a 38 °C. Pero beber agua no es la única manera de hidratarse. Según la base de datos sobre la composición de alimentos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el 91% de la composición de las frutas es agua y hasta un 95% en el caso de las hortalizas. Al consumirlos no solo hidratan, sino que también aportan vitaminas, minerales y fibra. Además, sacian sin apenas aportar calorías.

También es importante no incurrir en hábitos que hagan perder más agua de la cuenta a nuestro organismo:

  • Evitar comidas con mucha sal. La gran mayoría de los platos que se comen fuera de casa están cargados de sal. Hay que tener en cuenta que cuanto mayor es la porción, más sal se estará ingiriendo. Normalmente nos producirá mucha sed y bebiendo agua lo solucionaremos, pero en ciertas personas con determinadas patologías una alta concentración de sodio en sangre puede traer más problemas, como fatiga, retención de líquidos o incluso algunos más serios si existe un problema de hipertensión.
  • No pasarse con los refrescos y jugos de fruta muy azucarados. Con estas bebidas estamos metiendo en el organismo una gran cantidad de azúcar. El cuerpo va a gastar mucha energía tratando de asimilar este ingrediente y transformarlo en energía, pero además el número de calorías son tan elevadas que el cuerpo tendrá que incrementar su temperatura corporal para asimilarlas y, como consecuencia, perderá más líquido.
  • Cuidado con el alcohol. Para metabolizar el alcohol, el hígado y los riñones necesitan mucha cantidad de agua. Por cada vaso (250 ml) de bebida alcohólica el cuerpo pierde entre 800 y 1.000 ml de agua. Es decir, que pierde hasta cuatro veces el líquido que gana. El resultado es la deshidratación. No hay que olvidar que porque vayamos más veces al baño cuando estamos bebiendo no significa que estamos eliminando el alcohol. Lo que ocurre es que las bebidas alcohólicas inhiben la hormona antidiurética, por lo que cada vez que vamos a orinar expulsamos más líquido que el que ingerimos. Si vamos a beber alcohol, mejor hacerlo con moderación y siempre combinándolo con agua.
Bocados que hidratan

Beber agua no es la única opción para evitar deshidratarnos en verano. Verduras y frutas son grandes aliadas frente al calor. Estas son las que más agua tienen.

  • Calabacín. 96,5% de agua.
    Solo aporta 15 kcal por cada 100 gramos, pero es un alimento denso nutricionalmente, es decir, que cada caloría aporta muchos nutrientes. Siempre es mejor prepararlo en crudo, al vapor o a la plancha al dente para no perder fibra y demás nutrientes.
    Cómo comerlo. Sopa fría, a la plancha, solo o en guarnición, en ensaladas y salteados. También se puede cortar en tiras para crear fideos o espaguetis para utilizar como alternativa a la pasta.
  • Pepino. 95,7% de agua.
    A pesar de su contenido en agua, también lleva hidratos, que le aportan un mínimo contenido en calorías (13 kcal por 100 g). Unas 32,5 kcal por un pepino entero y vitamina C y minerales (potasio).
    Cómo comerlo. Cortado en rodajas, como aperitivo. Envuelto en una fajita, con tomate. En gazpacho (el tradicional o en otras recetas, con aguacate o espinacas), en ensalada o en carpaccio.

  • Apio. 95% de agua.
    Está compuesto principalmente por agua, de ahí su bajo contenido calórico de solo 16 kcal por ración. Además, contiene algo de fibra, vitamina K y potasio.
    Cómo comerlo. Crudo, cortado en palitos como snack o en sopas, cremas frías, en ensaladas,
    para untar el humus…

  • Sandía. 95% de agua.
    Sin apenas calorías (100 g tienen 20,3 kcal), su 95% de agua provoca una gran sensación de saciedad y es muy diurética. Contiene importantes cantidades de vitaminas y minerales.
    Cómo comerla. Cortada en cuadrados como tentempié, en ensalada, con queso fresco y especias, en batidos, añadiendo leche u otra fruta, o como gazpacho.

  • Tomate. 94% de agua.
    Está compuesto principalmente por agua. Un tomate mediano aporta aproximadamente media taza de agua (118 ml) y su nutriente mayoritario son los hidratos de carbono. También destaca por su vitamina C. Una ración de tomate cubre el 61% de las ingestas recomendadas de esta vitamina.
    Cómo comerlo. Simplemente aliñado con aceite de oliva, acompañado de queso y albahaca, en ensalada campera, en gazpacho o en salmorejo, en tartar, en forma de sopa fría junto con otras hortalizas, como por ejemplo
    la remolacha.

  • Melón. 92% de agua.
    Una ración (300 g) de esta fruta suponen 50 kcal y proporciona el 75% de la ingesta diaria recomendada de vitamina C. En cuanto a los minerales, cabe destacar su riqueza en potasio. Una ración de melón cubre un 16% de las ingestas recomendadas para este mineral.
    Cómo comerlo. Cortado en cuadrados como postre o tentempié, o en brochetas con mozzarella, en ensaladas con frutos secos o legumbres, como una crema fría, como carpaccio, acompañado
    de jamón o en sorbete.

2. Reducir las calorías y cambiar la carne por pescado

Según van subiendo las temperaturas, hay trucos para ir adaptando la alimentación al exceso de calor. Reducir las calorías diarias ayuda a disminuir la temperatura corporal, ya que cuando el organismo trabaja procesando esas calorías, genera energía y calor. Un estudio de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington de 2011 concretó que reducir en un 23% la ingesta de calorías podía hacer disminuir la temperatura del cuerpo medio grado centígrado. Aunque no parezca un gran descenso, esta opción, combinada con otras estrategias, puede ayudar a reducirla bastante más. Por ejemplo, sustituir las proteínas que nos aporta la carne roja por las del pescado. El pescado es ligero, su digestión es más rápida, tiene pocas calorías y en verano hay muchas variedades. La Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN) aconseja tomar más raciones de pescado que de carne a la semana, en torno a cinco o seis de pescado, de las cuales al menos tres deberían ser de pescado azul.

Con ello se pretende favorecer la digestión: la carne de vaca y cordero tiene unas proteínas que al sistema digestivo le cuesta más digerir que las del pescado. La digestión es un proceso que necesita mucha energía y esto genera mucho calor en el interior del organismo, ya que la temperatura interna puede incrementarse hasta 2 °C tras haber ingerido una comida copiosa.

Elegir bien en el chiringuito
  1. Optar por los pescados marinados o preparados a la brasa o a la plancha, evitando los fritos y rebozados. Para saber que el pescado es fresco, su carne debe ser firme
    y consistente.
  2. Buscar elaboraciones sencillas: al vapor, papillote o a la plancha. Evitar las salsas o los aliños con mayonesas o nata, porque  pueden enmascarar la poca frescura de los alimentos.
  3. De primer plato, lo mejor es la verdura, la ensalada, el gazpacho o el salmorejo. Estos platos contienen una buena cantidad de agua y fibra que sacia.
  4. De plato principal , se puede elegir la paella, los diferentes arroces o la fideuá, pero siempre en raciones moderadas.
  5. El bocadillo no es la mejor opción, pero si tenemos que elegir lo mejor es optar por los de pechuga de pavo o pollo, atún y tomate.
  6. Algunos helados y postres contienen grandes cantidades de azúcar, por eso es mejor dejarlos para contadas ocasiones. Si se puede, elige fruta.

3. Tomar menos alimentos fríos

Un buen trago de agua fría, una infusión helada, un granizado, un polo de hielo o cualquier alimento fresquito… Esto es lo que apetece cuando aprieta el calor, pero la ciencia asegura que la comida y la bebida a muy baja temperatura no hidrata más. De inmediato sí que proporcionan ese efecto refrescante que se busca, pero no dura demasiado. El alivio se queda en la boca, ya que lo frío no es precisamente lo más efectivo para hidratarnos. Lo mejor es tomar algo que esté a temperatura ambiente. El motivo es que la temperatura interna del organismo se encuentra normalmente entre los 36,5 °C y 37 °C y si tomamos algo muy frío nuestro organismo va a tener que trabajar más de la cuenta para compensar la diferencia y lograr templar ese alimento hasta que llegue al estómago. Para realizar ese gasto energético extra el cuerpo necesita más agua, por lo tanto, el agua muy fría lo que hace es provocar que perdamos líquido. Por otra parte, beber algo caliente puede no apetecer, pero conviene saber que provoca un aumento de la temperatura corporal que hace que el cuerpo quiera enfriarse y comenzar a sudar para perder ese calor a través de la piel. Por el mismo mecanismo, incluir alimentos picantes en la comida también puede resultar buena idea para luchar contra el calor. Ciertas especias y el chile también provocan esa aceleración del metabolismo que favorece la sudoración y su consiguiente efecto refrescante.

Pasarnos al plato único

Un plato completo, es decir, con verdura y hortaliza, proteína y grasa de calidad, puede ser nutritivo y saciante. Hay seis ingredientes imprescindibles que tiene que llevar, pero las opciones son infinitas.

  • Hoja verde. Por lo menos una, pero lo ideal es que sea lo más variada posible: lechuga, rúcula, escarola, endivia, canónigos, espinaca, pak choi (col asiática), col china, salvia, albahaca, menta…
  • Hortalizas, verduras y frutas. La idea es mezclar colores. Elegir entre calabacín, pepino, zanahoria, tomate, rábanos, pimientos, cebolla, espárragos, brócoli, judías verdes, algas, berenjenas… Se pueden añadir crudas, cortadas en trocitos o ralladas. También a la plancha o incluso se pueden incluir germinados y fermentados. Frutas como la manzana, los melocotones, las fresas o el melón combinan muy bien en estos platos.
  • Grasa saludable. Elegir como máximo dos grasas saludables. Puede ser una cucharada de aceite de oliva virgen extra (10,15 ml), aguacate, un puñado de frutos secos, aceitunas, semillas variadas…
  • Almidón. Hidratos de carbono ricos en almidón, como la pasta integral, las legumbres, los tubérculos, como la patata o el boniato cocidos, el arroz integral o la quinoa, por ejemplo.
  • Proteína. Aquí cabe desde pollo, pavo o conejo hasta langostinos, gambas, huevos cocidos, conservas de pescado (en aceite de oliva virgen extra y bajas en sal), pescado a la plancha, queso, tempeh, tofu o seitán.
  • Aliño. Siempre ligero. Con aceite de oliva virgen extra, hierbas, vinagre, jugo de limón, lima, una mezcla de cítricos o incluso yogur natural si lo queremos más cremoso.
Comer fuera de casa con seguridad
  • Evitar la comida cruda y las tortillas poco cuajadas (la salmonela se destruye a más de 74 °C).
  • No consumir alimentos que hayan estado a temperatura ambiente, como ensaladas preparadas con mucha antelación, sobre todo las templadas, que combinan alimentos calientes con fríos (pollo con lechuga, por ejemplo), porque el riesgo de contaminación es mayor.
  • Mantener los alimentos tapados y protegidos del alcance de insectos y otros animales.
  • Lavarse bien las manos antes de comer.
  • Cuidado con el anisakis. Pregunta y asegúrate de que el pescado haya sido previamente congelado.
  • Evitar las mayonesas que no hayan estado refrigeradas. Pasados los 20 °C ya existe peligro. Siempre hay que conservarla a menos de 4 °C y si no se está seguro, mejor no escoger por estos platos.
  • No llevarse a casa las sobras si han estado expuestas a altas temperaturas. Es fundamental no romper la cadena de frío de los alimentos.