Vacunas en la edad adulta: la inyección que más vidas salva

Aunque la mayoría se administra antes de los 18 años, existe un calendario de vacunación para adultos que muchos olvidan. Conseguir la inmunidad con este tratamiento no solo salva vidas, también ha contribuido a erradicar numerosas enfermedades. Ahora que se habla tanto de la ansiada vacuna de la covid-19, repasemos otras también vitales.
1 octubre de 2020
Vacunas

Vacunas en la edad adulta: la inyección que más vidas salva

No hay ningún tratamiento que haya contribuido tanto a aumentar la esperanza de vida como las vacunas. Rino Rappuoli, uno de los investigadores en vacunas de la Escuela de Medicina de Harvard, suele ilustrarlo diciendo que “sin vacunas volveríamos a tener una esperanza de vida de 50 años o menos”. Pero, ¿qué es exactamente una vacuna? “Hablamos de un medicamento con unas características muy singulares porque habitualmente no es una sustancia química, sino un producto biológico, y como tal está sometido a controles de seguridad, estabilidad, eficacia… Su objetivo es generar inmunidad contra una enfermedad estimulando la producción de anticuerpos”. La explicación la da Ángel Gil, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Rey Juan Carlos, de Madrid, que diferencia dos tipos de vacunas según su clasificación microbiológica y clínica:

  • Las atenuadas o vivas, elaboradas con microorganismos o sus derivados, cuya actividad está disminuida. Por ejemplo, las vacunas del sarampión, la rubeola, la varicela o el rotavirus. Pueden emplearse en toda la población, excepto en las personas inmunocomprometidas, porque en ellas pueden inducir la enfermedad.
  • Las inactivadas, en las que esa materia prima (bacterias, virus o sus subunidades) está muerta. Por ejemplo, las vacunas de la gripe, la hepatitis A o el virus del papiloma humano (VPH). Se pueden administrar a toda a población, incluso a embarazadas. Son más seguras, pero suelen requerir más de una dosis de recuerdo.

No solo para los niños

Casi recién nacido, un bebé recibe la primera dosis de una vacuna, la de la hepatitis B, y a partir de ahí unas cuantas más contra esta enfermedad (dosis de recuerdo) y contra otras a los dos, cuatro, 11 y 12 meses de vida. Es un tratamiento muy ligado a la infancia, pero no exclusivo de esta etapa de la vida. Los adultos también deben vacunarse, por tres motivos:

  • Muchos adultos tienen enfermedades, como, por ejemplo, la diabetes, que van acompañadas de inmunosupresión. Esto quiere decir que son más vulnerables al ataque de agentes infecciosos externos.
  • A partir de los 60 años de edad se produce un fenómeno conocido como inmunosenescencia, por el cual nuestro sistema inmunitario se va debilitando y el organismo responde peor ante las enfermedades infecciosas.
  • La protección que teníamos cuando nos vacunaron de niños con el tiempo tiende a desaparecer y, en algún caso, es necesario reforzarla con dosis de recuerdo.

¿Por qué son necesarias?

Un adulto debe vacunarse porque es la mejor forma de proteger su salud y la de su entorno al reducir la probabilidad de enfermar y de transmitir ciertas patologías. En el caso de las vacunas contra enfermedades ocasionadas por bacterias, es otra forma de luchar contra la resistencia bacteriana a los antibióticos. El uso inadecuado de estos medicamentos ha hecho que pierdan su capacidad antiinfecciosa, lo que constituye uno de los retos de salud pública más importantes. La vacunación, por tanto, reduce la necesidad de la población de recurrir a los antibióticos y, en consecuencia, disminuyen las probabilidades de que las bacterias desarrollen resistencias a ellos. “Es un efecto indirecto que tiene este tipo de vacunas, sobre todo, las utilizadas frente a la neumonía neomocócica, la principal causa de muerte por una enfermedad infecciosa”, apunta Ángel Gil.

La Streptococcus Pneumoniae ocasiona entre 9.000 y 10.000 muertes por neumonía en España todos los años, sobre todo, entre los ancianos. Uno de los problemas para hacerle frente es que este microorganismo se ha hecho resistente a los antibióticos convencionales y la vacunación ha ayudado a invertir ese proceso: “Hay un 20% de pacientes a los que damos antibióticos y no responden a ellos. Disponer de una vacuna que reduce la circulación de la bacteria ha tenido como efecto colateral que que esta vuelva a ser sensible a estos tratamientos”.

Tipos de inmunidad

Los dos grupos de vacunas se diferencian también en el tipo de inmunidad que proporcionan. Las elaboradas a partir de microorganismos atenuados inducen una inmunidad muy parecida a la natural, pero tienen la limitación de no poder emplearse en toda la población. “La inmunidad natural siempre es más fuerte y más duradera en el tiempo”, explica Ángel Gil. No obstante, ello no justifica el argumento de los que defienden prescindir de las vacunas. “Pasar una enfermedad de manera natural entraña unos riesgos innecesarios, no parece la forma lógica de protegerse”, añade Gil. Las vacunas inactivadas, como la del tétanos, se diferencian de las anteriores en que su inmunidad inicial no es tan potente, “pero gracias a las dosis de repetición que se administran, conseguimos un alto nivel de protección frente al patógeno”, puntualiza el catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos.

Un tiempo para cada dosis

Desde 2019 todas las comunidades autónomas administran las mismas vacunas. El Consejo Interterritorial de Salud, el órgano de coordinación de los servicios de salud autonómicos, aprobó el calendario de vacunación a lo largo de la vida. Puede variar la modalidad de vacuna que se aplica, pero las enfermedades contra las que se protege son las mismas. El objetivo es de salud pública; se trata de proteger a todos los ciudadanos, independientemente del lugar de España donde residan. Todas las comunidades tienen, además del calendario convencional, uno acelerado destinado a grupos de población específicos, como los inmigrantes, para poner al día las vacunas que no hayan recibido en su país de origen. Este programa se aplica tanto a los niños como a la población adulta. De esta manera se minimiza el riesgo de transmisión de enfermedades.

El calendario está sujeto a modificaciones periódicas en función de las aportaciones de la evidencia científica. Uno de los cambios más frecuentes tienen que ver con las dosis de recuerdo. La que se ponía contra el tétanos en la edad adulta cada diez años, ahora se ha espaciado, explica Ángel Gil: “Si una persona ha recibido cinco o seis dosis de la vacuna durante la infancia, bastaría con ponerse una de recuerdo antes de los 35 años, otra antes de los 60 y la última después de esa edad”. El número de dosis también ha variado en la vacuna contra el virus del papiloma humano (VPH). Cuando comenzó a aplicarse en 2008 se ponían tres dosis y ahora son dos.

¿Son obligatorias? 

La vacunación en España es una recomendación. Sin embargo, puede hacerse obligatoria ante un brote epidémico. Las autoridades sanitarias echan mano en esa circunstancia de la Ley General de Salud Pública que establece que en esta materia debe primar siempre el bien de la colectividad. “En el caso del sarampión, el calendario prevé, incluso, que en situaciones de riesgo el tratamiento se administre a los seis meses (ahora se pone a los 12 meses), siempre primando el bien del grupo”, apunta Ángel Gil. Las sentencias de los jueces, recuerda el catedrático, siempre se han mostrado a favor de proteger la salud pública, la jurisprudencia es clara. Todo el cuerpo legislativo en España está orientado en esa dirección. Por ese motivo la vacunación puede ser forzosa ante el peligro de una epidemia. A día de hoy no hay nada decidido, pero cuando esté disponible la vacuna contra la covid-19, podría hacerse obligatoria basándose en ese criterio.

Para evitar que en los próximos meses los efectos del coronavirus pueden sumarse a los ocasionados por otros virus y llegar a colapsar el sistema sanitario, algunas comunidades autónomas han apuntado la posibilidad de adelantar este año la campaña de vacunación contra la gripe. Ángel Gil explica que vacunarse contra la gripe y contra la neumonía neumocócica siempre es positivo, pero este año que van a coexistir con el coronavirus, todavía más.

Algunos efectos colaterales de un tratamiento seguro

Las vacunas, como cualquier medicamento, pueden ocasionar efectos adversos que, en su mayoría, son leves y pasajeros. Se localizan en la piel (enrojecimiento, inflamación), el sistema respiratorio, el cardiovascular (taquicardia, hipotensión, arritmia) o el digestivo. Un mismo síntoma puede ser habitual tras algunas vacunas y raro en otras. La reacción más común es la fiebre. En la tosferina, por ejemplo, aparece en la mitad de los pacientes. Sin embargo, este síntoma solo se da entre el 1% y el 6% de las personas que reciben la vacuna de la hepatitis B.

Las reacciones graves de las vacunas son algo extraordinario, pero se dan porque la seguridad absoluta no existe. En la vacuna triple vírica se han registrado convulsiones febriles en un paciente cada 3.000 y reacciones alérgicas graves en un caso de cada millón de personas tratadas. Lo más frecuente es que las secuelas aparezcan en las primeras horas o días tras el tratamiento, pero también pueden darse, en casos excepcionales, hasta un año después.

Las reacciones pueden producirse por el contenido de la vacuna (a uno o a varios de sus componentes). Por ejemplo, tras poner la de la difteria, el tétanos y la tosferina puede aparecer enrojecimiento, dolor e hinchazón en el hombro. Aunque las vacunas antes de aprobarse han pasado por controles de seguridad exhaustivos, excepcionalmente se da alguna reacción ocasionada por un defecto en la calidad del producto o en los dispositivos para su administración. También pueden producirse errores en la prescripción, en la manipulación o al administrar el tratamiento. Se han dado casos de transmisión de una infección por emplear un vial contaminado, una posibilidad casi nula ahora por el uso de material desechable.

Antes, durante o después de recibir la vacuna algunas personas tienen brotes de ansiedad. Los síntomas más frecuentes que presentan son: hiperventilación, desmayo, vómitos y convulsiones, así como mareos, cefalea y hormigueo de manos y boca. En ocasiones también aparecen reacciones, como una fiebre ocasionada por una infección precedente, que no tienen nada que ver con la vacunación, solo coincide en el tiempo con el tratamiento.

¿Cómo se garantizan su seguridad y eficacia?

Igual que ocurre con los medicamentos, las vacunas deben superar una fase 0 previa a su testado en humanos. Esta etapa preclínica incluye pruebas in vitro y en animales. Una vez concluida, pasa por otros cuatro estadios.

Fase 1. Se prueba en un grupo reducido de personas, entre 20 y 100, para descartar riesgos, identificar los posibles efectos secundarios y demostrar la efectividad. También sirve para fijar la dosis pertinente.

Fase 2. Se prueba en cientos de personas y se centra en valorar dos aspectos: qué efectos adversos aparecen con más frecuencia a corto plazo y cómo reacciona el sistema inmune ante la vacuna.

Fase 3. En miles de personas, se compara la evolución de las que han sido vacunadas con respecto al resto. La muestra de individuos es mucho mayor y, por tanto, permite perfilar más los efectos secundarios detectados en la fase anterior.

Fase 4. Superadas las tres etapas anteriores, la vacuna obtiene la autorización de la Agencia Europea del Medicamento para ser administrada. En esta fase, como ocurre con los fármacos, se recopila más información proveniente de su uso masivo, sobre todo, relacionada con efectos adversos.

Calendario de vacunación para adultos

Cinco vacunas incluidas en el Calendario común de vacunación a lo largo de toda la vida, del Ministerio de Sanidad, se administran completamente hasta los 18 años: poliomielitis, hepatitis B, virus del papiloma humano (VPH), enfermedad meningocócica e HIB (Haemophilus Influenzae tipo B). Sin embargo, en otras cinco, se prolonga el tratamiento durante la edad adulta: varicela, gripe, enfermedad neumocócica, DPT3 (difteria, tétanos y tosferina), así como la triple vírica (sarampión, rubeola y paperas).

El primer calendario de vacunación se implantó en 1975 y, desde entonces, se ha ido ampliando conforme aparecían nuevas vacunas. Los especialistas consideran que, dadas las tasas de vacunación, la población española está ampliamente protegida. Si un adulto desconoce qué vacunas le faltan, por no estar reflejadas en la historia clínica o por otro motivo, mediante un análisis de sangre se puede determinar si tiene o no anticuerpos (por haber sido vacunado o por haber pasado la enfermedad).

Es el método que se emplea con personas procedentes de otros países para poder administrarles las vacunas que les faltan. Además de este calendario, el Ministerio de Sanidad establece unas recomendaciones concretas de vacunación a los grupos de riesgo, como trabajadores sanitarios, personal de servicios públicos esenciales, embarazadas, inmunodeprimidos o enfermos crónicos, que pueden consultarse en su página web (www.mscbs.gob.es).

Difteria, tétanos y tosferina (DTP3). Se incorporó en el primer calendario vacunal que se aplicó a partir de 1975. Antes de proceder al tratamiento de una persona adulta hay que verificar el estado de vacunación previo documentalmente o mediante serología, el estudio con el que se comprueba la presencia de anticuerpos en la sangre. Entre 19 y 64 años. En las personas que no hayan recibido las cinco dosis hasta los 19 años, deben completarse en la edad adulta. A partir de 65 años. Se recomienda una dosis de recuerdo en los ancianos.

Triple vírica (sarampión, rubeola y paperas). La vacuna se incorporó al calendario en 1978. Se recomienda que se vacunen las personas nacidas a partir de 1970 que desconozcan si fueron vacunadas en su día. Todas las personas deben recibir cinco dosis durante la vida.

Varicela. Han de recibir dos dosis las personas sin evidencia de inmunidad a la varicela. Se considera que existe inmunidad cuando se han recibido dos dosis de la vacuna. Si se desconoce, se realizará una determinación serológica de la existencia o no de anticuerpos.

Enfermedad neumocócica. A partir de 65 años. La tasa de incidencia de la enfermedad aumenta desde los 65 años y, sobre todo, a partir de los 75 u 80 años. Por eso está indicada la vacunación a esta edad.

Gripe. Entre 19 y 64 años. Las embarazadas deben vacunarse. Pueden hacerlo en cualquier trimestre de la gestación. Está indicada en enfermos con trastornos crónicos cardiovasculares, renales, hepáticos, neurológicos, hematológicos, metabólicos (diabetes) y pulmonares (epoc, asma…). Las personas inmunodeprimidas (enfermos de cáncer, VIH) también deberían ponérsela. A partir de 65 años. Se recomienda a partir de 65 años porque, a esa edad, es mayor el riesgo de complicaciones graves por gripe.