¿Por qué defiende el uso de los transgénicos?
Porque pueden dar soluciones a problemas importantes de la humanidad.
¿Cómo cuáles?
En los próximos 30 años seremos 9.000 millones de personas (ahora somos 7.000 millones) y se perderá el 10% de la superficie de cultivo. Con la transgenia se puede cultivar en lugares ahora impensables, mejorar propiedades nutricionales de los alimentos, etc. En India han reducido un 70% el uso de insecticidas tóxicos con el medio ambiente. Ahora bien, no eliminarán el hambre en el mundo, porque para ello se necesitan medidas políticas y sociales adecuadas.
¿Se podría decir que son ecológicos?
Sí, porque aumentan la productividad y reducen el impacto ambiental. El maíz Bt no necesita insecticida químico porque produce una proteína tóxica para la plaga. Algunos países con cultivos de soja transgénica han reducido el uso de herbicidas hasta en un 90%.
¿Entonces no son nocivos para la salud y el medio ambiente como sostienen sus detractores?
No hay un solo dato científico que avale esas afirmaciones. No se puede hablar de riesgo cero, porque todo tiene algo de riesgo, incluida la llamada agricultura ecológica.
¿En España se consumen transgénicos?
En 1998 una conocida organización ecologista bloqueó la venta de transgénicos en las grandes superficies de distribución. Ahora se puede encontrar algún producto perfectamente etiquetado según la legislación vigente, pero de forma anecdótica.
¿Puede haber algún producto transgénico sin etiquetar?
El sistema de detección garantiza que el fraude es mínimo.
Se les culpa de estar vendidos a las multinacionales.
Esa afirmación cae por su propio peso: la conspiración mundial no existe. Y no hay que olvidar que las organizaciones que critican también tienen sus intereses económicos.
¿No se han extremado en exceso las posturas sobre este tema?
Hace ya bastantes años ha dejado de ser un debate técnico para convertirse en uno ideológico, político. Lo mismo que con las células madre o el cambio climático.
La sociedad por tanto no conoce en realidad qué son los transgénicos.
No, y en eso la comunidad científica tiene parte de culpa, no hemos sabido explicarlo.
¿Qué les diría a los consumidores?
Que se fíen de quién tiene la experiencia y el conocimiento científico en seguridad alimentaria: la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria o la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN). Y les recordaría las palabras de una de las grandes científicas de la historia, Marie Curie: a lo desconocido no hay que tenerle miedo, hay que entenderlo.
¿Los consumidores no entienden qué son los transgénicos?
No, porque si lo supieran cambiaría la actitud negativa. Un alimento transgénico está hecho como la insulina transgénica o los tejanos “lavados a la piedra”. Todo lo que comemos ha sufrido mejoras genéticas mediadas al azar por la mano del hombre desde hace siglos. Ahora tenemos la ingeniería genética, que permite de forma segura aislar genes concretos, estudiarlos e introducirlos. Aplicada al diseño de un alimento produce transgénicos.
A multinacionales como Monsanto se les acusa de crear semillas que solo germinan a su voluntad y de privar a pueblos indígenas de las semillas autóctonas.
No hay ninguna semilla transgénica comercializada con la “tecnología terminator” de la que tanto se ha hablado. Sí obligan a firmar un contrato para que no se produzca la semilla para uso propio. Y ninguna de las modificaciones genéticas actuales en el mercado ha utilizado genes de cultivos autóctonos. Esta polémica solo se da en Europa, porque la inmensa mayoría de países apuestan por la transgenia.
¿No hay polémica en el resto del mundo?
Ni de lejos. En Estados Unidos consumen transgénicos desde hace quince años y no han tenido ni un problema de seguridad alimentaria. China, India o Latinoamérica son productores masivos de transgénicos. El crecimiento del año pasado en Brasil fue espectacular: ya es el segundo país del mundo con mayor superficie cultivada.
¿No es necesario el principio de precaución como reclaman los ecologistas?
Este se debe aplicar cuando hay una mínima evidencia de peligro, y éste no es el caso. Desde que sale del laboratorio hasta que se vende en el mercado un producto transgénico pasa entre siete y diez años de evaluaciones de impactos sanitarios y ambientales.