Suicidio

Un desenlace fatal que se puede prevenir

“Te veo mal, ¿en qué estás pensando?”. Esta frase, tan sencilla como conveniente, puede servir de anzuelo para sacar a una persona de las profundidades del pozo de la desesperación que lleva al suicidio. Prevenirlo es posible. Hablar sobre el tema, no caer en falsas creencias, saber eliminar peligros e identificar señales de alarma son algunas de las pautas que los especialistas aseguran que todos, como sociedad, deberíamos conocer. Hacerlo puede salvar vidas.
1 enero de 2024

Suicidio. Un desenlace fatal que se puede prevenir

La metáfora del elefante en la habitación suele utilizarse para referirse a algo que es demasiado grande y obvio como para ser pasado por alto. A pesar de su magnitud, nadie quiere mencionarlo y termina siendo ignorado completamente. Por ello, no es casualidad que se recurra constantemente a esta expresión cuando se habla del suicidio, un problema grave de salud pública al que cuesta enfrentarse y que no distingue de sexos, clases sociales o poder adquisitivo.

Es un tema difícil de abordar desde las diferentes administraciones públicas, pero aún resulta más complicado y desesperante afrontarlo desde el seno familiar. Según la Organización Mundial de la Salud, unas 700.000 personas se quitan la vida al año en el mundo, una tragedia que no es ajena a nuestro país. En 2022, se produjeron en España 4.097 suicidios, un 2,3% más que el año anterior, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Esto se traduce en una media de 11 ciudadanos que, diariamente, deciden que ya no pueden más. Es también la primera causa de muerte en jóvenes y adolescentes entre 12 y 29 años. En definitiva, unas cifras demasiado dolorosas y elevadas como para ser silenciadas. Precisamente, para escuchar a estas personas se puso en marcha, a mediados de 2022, el teléfono de prevención del suicidio, el 024, que ha atendido desde entonces 178.000 llamadas.

“Los suicidios siguen aumentando año tras año y todo indica que estas cifras, ya de por sí malas, están infravaloradas. Hay muchos accidentes de tráfico o muerte por sobredosis que no se compatibilizan como suicidios al no haber forma de comprobar esa intencionalidad”, detalla Jesús Padilla, miembro del equipo psicológico de la Asociación Aragonesa de Suicidio y Conducta Autolesiva (LIANA).

Pero en medio del drama que representan estas cifras, la esperanza también tiene cabida entre tanto dolor. Los expertos aseguran que el suicidio, en ocasiones, se puede evitar. Para ello, es fundamental hablar de él, pero también saber cómo hacerlo correctamente. Como explica Rocío López Diago, psicóloga clínica, “el suicidio tiene muchas causas y, aunque lamentablemente en el 100% de los casos no se puede prevenir, si la familia o los amigos cercanos están instruidos y saben detectar el riesgo y cómo ayudar a la persona, sí que es posible evitar un desenlace fatal en la mayoría de ellos”.

Su relación con la enfermedad mental.

Somos seres humanos y necesitamos respuestas. Es inevitable que la familia o las personas cercanas a una que se ha suicidado o lo ha intentado se pregunten por qué lo ha hecho, pero contestar esta cuestión no es fácil. Los expertos aseguran que nunca hay una única causa, pero sí que puede haber un precipitante, la gota que colma el vaso, y que puede ser desde la ruptura con una pareja, quedarse sin empleo, el fallecimiento de un ser querido o una fuerte discusión. Rocío López Diago recuerda que “en un 90% de los casos de suicidio consumado se escondía un trastorno mental”. Estamos hablando de esquizofrenia, trastorno bipolar, depresión, ansiedad, abuso de sustancias, trastorno límite de la personalidad y trastornos de la conducta alimentaria. “Al 10% restante no se le había diagnosticado ninguna psicopatología, aunque eso no quiere decir que no la tuvieran, sino que estaba sin diagnosticar. Estos casos suelen ser suicidios que se han decidido más fríamente y que sí que pueden sorprender más al entorno”, relata la psicóloga.

Hasta el 70% de personas con trastorno de la personalidad intenta, al menos en una ocasión, acabar con su vida. El riesgo de suicidio en personas con trastorno bipolar –que se caracteriza por la aparición de periodos de tristeza intensos y por otros de euforia o felicidad extrema– es 15 veces mayor que en la población general, un trance que se agrava si se toman sustancias. En las personas con esquizofrenia, el suicidio es la primera causa de muerte prematura y tienen un riesgo nueve veces superior frente a la población general. “En todos estos trastornos subyace casi siempre una depresión combinada con un profundo sentimiento de desesperanza. Hay que tener en cuenta que no todas las personas que sufren depresiones tienen ideas suicidas. Lo que marca la diferencia en estos estados depresivos es que, además, tienen ese extra de desesperación, de sentir que ya no hay nada que puedas hacer”, comenta.

Hay otros riesgos vinculados al suicidio, como el hecho de sufrir el inmenso dolor de una enfermedad crónica que se alarga en el tiempo. Son casos en los que se producen también intentos y consumaciones sin necesidad de tener una depresión o trastorno mental diagnosticado. Un artículo reciente publicado por la revista Journal of Rheumatology asegura que las personas con enfermedades reumáticas y musculoesqueléticas, como lupus, artritis reumatoide o la fibromialgia, tienen un riesgo de suicidio 2,5 veces mayor que la población general. “Todos estos enfermos crónicos pueden sufrir un estado depresivo, pero solo está motivado por su situación. Si esta desapareciera, también se iría ese estado de pena y desesperación”, detalla López Diago.

¿Qué pasa con los adolescentes?

La mayor incidencia de suicidios en España sigue siendo en adultos, concretamente en la franja de los 40 a 64 años, pero llama la atención el incremento que se ha producido entre los adolescentes. Según el INE, en 2022 se suicidaron 72 adolescentes de entre 15 y 19 años (53 lo hicieron el año anterior). No hay una única causa para este incremento, como en el caso de los adultos, pero las redes sociales y la manera sensacionalista en la que se habla del suicidio en ellas han podido producir un efecto imitación. Además, la adolescencia es un periodo de impulsividad y uno de los riesgos del suicidio es, precisamente, el grado alto de ese impulso. El psicólogo Jesús Padilla apunta también a la desconexión emocional que vive la sociedad: “Somos una sociedad muy conectada en redes, pero muy desconectada en lo emocional. Nos cuesta mucho hablar de las emociones. Muchos padres se quejan de la falta de comunicación con sus hijos y su imposibilidad para acercarse a ellos y saber cómo están. Si estos jóvenes sienten que no pueden hablar con su familia, el riesgo aumenta”. Además de la tristeza y la depresión, la vergüenza y la culpa, sobre todo en adolescentes que han sufrido acoso escolar (en el instituto o en redes), también se unen a ese cóctel de factores que, finalmente, les lleva a tomar la decisión. El acoso escolar y el suicidio van cogidos de la mano. Hoy en día, si se activa el protocolo antiacoso también lo hace inmediatamente el protocolo antisuicidio.

La psicóloga clínica Rocío López hace una distinción con las autolesiones, ya que es cierto que se producen mucho entre los adolescentes, pero no tienen por qué significar que el joven se quiera matar. “La inmensa mayoría simplemente se quiere lesionar; bien para calmar su ansiedad o parar distraer el dolor psíquico que siente con el físico, ya que les va a resultar más tolerable. Los padres vienen a consulta muy asustados pensando que su hijo se quiere suicidar, pero lo cierto es que, en la gran mayoría de las ocasiones, tras hablar con ellos, su intención es la de hacerse daño, castigarse, pero no quitarse la vida”.

Para Padilla, está bien valorar la necesidad de crear una estrategia nacional y, sobre todo, aumentar las plazas de psicólogos clínicos en la Seguridad Social. Así, vamos a ayudar al paciente, pero ¿cómo protegemos a la población en general? La respuesta está en la educación.

  1. Trabajar desde edades muy tempranas la inteligencia emocional. Hablar de la muerte y dotar a los alumnos, también desde el ámbito familiar, de recursos para la resolución de problemas y habilidades sociales. Hay que enseñarles a enfrentarse a la vida y seguir para adelante cuando llegan las cosas malas.
  2. Compartir tiempo con los hijos y la familia. “Somos una sociedad que tiene más tiempo para los compañeros de trabajo que para la propia familia”, denuncia Padilla.
  3. Hablar de ello. Para prevenir el abuso sexual, hay que dotar a los niños de educación sexual, ya que solo de esta manera sabrán entender lo que es normal y lo que no. “Igual ocurre con el suicidio y la muerte, que siguen siendo temas tabú, pero hay que hablar de ellos a los niños”, recomienda el psicólogo.

Ideas falsas que no ayudan.

La sociedad está plagada de numerosos conceptos erróneos sobre la conducta suicida en los que es relativamente fácil caer. Son frases hechas que han ido arraigándose a través de los años, sin ninguna razón científica detrás de ellas, pero que, al final, tras mucho repetirlas, se han convertido en casi verdad. Pero no lo son. Es más, estos mitos no ayudan en nada a la persona o a sus familiares y entorpecen la prevención.

  • “Quien quiere quitarse la vida, al final lo consigue. No hay nada que se pueda hacer”. Esta frase escuchada hasta la saciedad es muy ambigua. “Nunca se llega a saber del todo si esa persona, cansada de vivir, terminará suicidándose, pero desde luego si no se le ofrece asistencia siempre tendrá más papeletas a la hora de consumar el acto. Actualmente, la intención de toda la sociedad (no solo instituciones) es prevenir con la asistencia psicológica, desde donde vamos a intentar siempre frenar la impulsividad y la conducta suicida”, explica Padilla.
  • “Justo ahora que parecía estar tan bien”.Hay veces que el entorno de la persona que comete el acto lo puede, en cierta medida, llegar a esperar, porque ya lo había dejado claro verbalmente o ya lo ha intentado más veces. Pero en otros casos, esta decisión ha sido sorprendente y completamente inesperada porque la persona parecía estar anímicamente bien. “Hay personas que han tenido mucho sufrimiento psíquico y cuando ya han tomado la decisión internamente es muy frecuente que se observe un periodo de calma, paz y tranquilidad en ellos antes del suicidio, algo que suele despistar a las familias”, indica López Diago.
  • “Hablar del suicidio le animará más a hacerlo”. “Te estoy viendo mal. ¿Cómo estás, qué te ocurre? Una persona quizá no vaya a decir directamente que tiene pensamientos suicidas, pero si vemos que un amigo, un familiar o un compañero de trabajo está pasando una crisis y menciona que no se encuentra bien, hay que intervenir”, explica Padilla. Como familiares, amigos o parte de la sociedad, tenemos una responsabilidad y está demostrado que preguntar a una persona sobre la presencia o no de pensamientos suicidas disminuye el riesgo de hacerlo, ya que calma y tranquiliza. ¿Cómo se hace? “Escuchando, apoyando y validando sus emociones. Expresando nuestra preocupación por ellos, preguntando por lo que le angustia e incluso directamente si ha pensado en el suicidio. A partir de ahí, si lo reconoce, será mucho más fácil ayudarle”, cuenta Padilla. Nunca hay que dejar el asunto y pensar que está pasando por una mala racha y que ya se le pasará.
  • “La gente que verdaderamente lo hace, no lo avisa”. Según datos de la Sociedad Española de Suicidología, el 18% de los pacientes que se quitó la vida había acudido a su médico de atención primaria ese mismo día, un 66% lo había hecho durante el último mes y hasta un 75% en los últimos tres meses. Estas visitas indican la necesidad que tenían estas personas de compartir lo que estaban sintiendo. Además de esta estadística, los especialistas han observado que después de un suicidio ya consumado, en un altísimo porcentaje (más del 90%) lo había verbalizado. Habían mostrado sentimientos de desesperanza, con expresiones como que “la vida no merecía la pena”, que “no le veían sentido a seguir viviendo” o directamente “no quiero vivir”.
  • “Lo hace para llamar la atención”. Esta frase resuena con más fuerza en las consultas del psicólogo cuando el paciente es un adolescente. “Muchas familias vienen a consulta diciendo que el intento de suicidio de su hijo o hija ha sido porque quiere llamar la atención. Lo primero que les digo es que querer llamar la atención no es nada malo. Es más, es sano. Todos somos animales sociales y necesitamos de los otros, sentir que estamos vinculados y que tenemos una red social. El problema está en que para llamar la atención haya tenido que hacer eso, dañándose a él y a su entorno. Un intento de suicidio debe interpretarse como un grito de ayuda, no es justo simplificarlo como una llamada de atención y hay que poder llegar al sufrimiento que hay debajo”, relata la especialista. La psicóloga no rechaza tampoco la posibilidad de que una persona lo haga verdaderamente para llamar la atención. “Pero si es así, algo va mal. Esa persona va a necesitar habilidades para ser capaz de pedir ayuda sin hacerse daño y relacionarse con sus iguales sin la amenaza de por medio”, concluye.

¿Qué hacer si la situación es de riesgo?

Ante un gran riesgo, es decir, cuando estamos ante una persona con una crisis aguda que ya ha pensado cómo hacerlo, que vive sola y sin supervisión,  que tiene métodos para llevarlo a cabo y cree que puede perder el control, siempre hay que llamar o acudir a urgencias. Hay casos más difusos, situaciones en las que se sabe que la persona lo ha pensado alguna vez, pero no tiene intención de hacerlo. En estos casos en los que el riesgo no es inminente, se puede acudir con él o ella al médico de familia (o pediatra, en caso de menores) y pedir derivación a psiquiatría o psicología clínica.

A partir de esta visita, probablemente se comience a medicar, con antidepresivos y, a partir de ahí, hay que buscar ayuda psicológica, en el sistema público o privado. “No hay psicólogos para todos y, dependiendo de la lista de espera, habrá que optar por una u otra. Esto es una realidad, pero también hay que saber que una persona con pensamientos suicidas se considera en la Seguridad Social una prioridad”, recuerda Padilla. También existe toda una estructura (grupos de ayuda, asociaciones y fundaciones) que, además de la terapia, pueden ayudar.

Si no hay método no hay suicidio, por lo que, en lo posible, hay que sacarle información a la persona de cómo planea hacerlo y, a partir de ahí, actuar en consecuencia. Si planea hacerlo con medicación, habrá que retirársela o pedir que la entregue. Si piensa en precipitarse y vive en un piso alto, quizá habría que pensar en cambiarle de vivienda durante una temporada. La idea es reducir los medios y tratar que la persona no esté nunca sola, que es cuando ocurren la mayoría de los suicidios.

También se recomienda preguntarle a la persona por sus motivos para vivir. La idea es encontrar algo que sea tan importante como para frenar la tentativa. Por ejemplo, los hijos. “Cuando una persona se encuentra en esa situación anímica, tiene visión de túnel. Hay que intentar que abra el foco y hacerle entender que necesita estar en este mundo para ayudar a sus hijos a crecer y que ellos estarán orgullosos de una madre o un padre que pide ayuda”, relata la psicóloga. Las ideas de suicidio van y vienen, por lo que hay que hacerle entender que lo que ahora puede estar mal, no lo va a estar siempre. Con el suicidio ya no hay marcha atrás.

6 señales que dan la voz de alarma
  • Intentos previos. Este es uno de los factores que más determina el riesgo de suicidio. Los especialistas lo miden por grados: el primero sería tener ideas pasivas de muerte, pero sin intención de querer matarse; el segundo ya sería tener ideas suicidas; el tercero, cuando la persona pasa a planear el método de cómo hacerlo, y el último, cuando pasa a ejecutarlo. A mayor grado, más riesgo. Igualmente, a mayor gravedad de intentos previos y ocultación de los mismos, también habrá un mayor riesgo.
  • Consumir sustancias legales o ilegales. Si la persona consume cocaína, psicofármacos o alcohol en grandes cantidades, estamos ante un problema mayor, ya que en el momento que sienta la desinhibición provocada por los efectos de las drogas, lo va a hacer. Incluso cuando no hay adicción, el simple hecho de que una persona con ideas suicidas consuma ocasionalmente ya debería alarmar a su entorno.
  • Comentarios relacionados con la muerte. Desde el punto de vista anímico, hay que estar alerta ante estados altos de depresión o ansiedad y a su verbalización. Por ejemplo: “Me gustaría desaparecer”, “no pinto nada en este mundo”, “quiero descansar”, “es preferible quitarse del medio”… También hay que observar si estos coinciden con algún desencadenante agudo, como el diagnóstico de una enfermedad, una ruptura, un grave problema económico…
  • Cambios en la conducta. Puede ir en dos sentidos. Por una parte, puede observarse un aumento significativo de la irascibilidad e irritabilidad –al que se suma el hecho de dormir y comer poco– o un periodo de calma y tranquilidad repentino cuando, previamente, había presentado demasiada agitación. Creer que esta situación es una mejoría, podría ser un error, ya que puede ser una señal de peligro de riesgo inminente.
  • Se está despidiendo. Regalar objetos personales, preciados y queridos, cerrar asuntos pendientes, dar en adopción a las mascotas, preparar el testamento, mandar cartas a seres queridos a modo de despedida… Todo ello significa que lo está planeando.
  • Ha estado ingresado previamente en psiquiatría. Hay un riesgo mayor inmediatamente posterior al alta hospitalaria por ingreso en la unidad de psiquiatría. Este es un peligro que, además, puede seguir siendo alto durante años.