Hambre oculta: malnutridos por comer mal

La malnutrición no solo es pasar hambre, también se refiere a no poder conseguir los nutrientes que el organismo necesita para mantenerse saludable. Más de seis millones de personas en España sufren esta inseguridad alimentaria. Lo preocupante es que muchos son menores.
1 diciembre de 2024

Hambre oculta: malnutridos por comer mal

Vivimos en una época de superabundancia. El acceso a los alimentos es fácil y producimos y compramos más de lo que podemos consumir, hasta el punto de que, durante el año 2022, los españoles tiraron a la basura 1.201 millones de kilos/litros de alimentos y de bebidas sin consumir, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Pero, como se suele decir, cantidad y calidad no son lo mismo y bajo este tópico se esconde una paradoja preocupante: a pesar de la abundancia general de alimentos, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) de 2022, más de 3.000 millones de personas en todo el mundo sufren distintas formas de malnutrición –entre las que se incluyen la desnutrición, la sobrealimentación y las deficiencias dietéticas– y un 10% de la población pasa hambre.

Alguien podría pensar que los datos se refieren exclusivamente a los países en vías de desarrollo, pero la malnutrición también es un problema grave de las economías avanzadas y las cifras que lo demuestran son alarmantes. En España, cerca de 90.000 muertes al año se asocian a dietas inadecuadas y los costes directos de tratar el sobrepeso ascienden a cerca de 1.950 millones de euros al año.

Además, el problema tiene relación directa con las desigualdades y la injusticia social, lo que le añade una nueva dimensión: el 75% de los niños y adolescentes españoles en situación de vulnerabilidad social tienen dificultades para acceder a alimentos nutricionalmente adecuados para su crecimiento, salud y bienestar, según un estudio de la Universidad CEU San Pablo y la Fundación Mapfre, y más de seis millones de personas –un 13,3% de la población española– sufren inseguridad alimentaria, según el estudio encabezado por la doctora Ana Moragues, Alimentando un futuro sostenible, de la Universidad de Barcelona.

Falta de vitaminas y minerales.

La dietista-nutricionista Blanca Raidó lleva casi 12 años trabajando en Cruz Roja, donde ejerce de técnica del ámbito de salud. En su día a día está en contacto con centenares de familias que se asoman al abismo de la inseguridad alimentaria: “La falta de acceso frecuente a alimentos que sean suficientes y nutritivos y que a nivel de seguridad sean inocuos, debido a factores económicos, sociales o culturales”, explica Raidó.

Hasta unos años, organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS) manejaban el concepto de malnutrición A para referirse a la desnutrición clásica, propia de los países en desarrollo, caracterizada por una falta general de alimentos y calorías, y la malnutrición B, un problema más específico de los países desarrollados y que se centra en la calidad nutricional de la dieta, no en la cantidad de calorías. Pero hoy en día, se habla más de desnutrición y de malnutrición, y los expertos manejan también el concepto de “hambre oculta”. Según la OMS, se trata de una deficiencia de micronutrientes –vitaminas y minerales– que se produce cuando el patrón de alimentación no es lo suficientemente variado, dando lugar a un consumo insuficiente, deficiente o inadecuado de determinados alimentos, como frutas, legumbres, verduras y hortalizas, carne y pescado, lácteos y alimentos ricos en grasas de origen vegetal.

El hambre oculta es una forma de malnutrición que suele pasar desapercibida porque no siempre se refleja en un peso bajo o una apariencia desnutrida. Además, muchos profesionales de la salud no están familiarizados con el concepto y esto, sumado a su complejidad diagnóstica –que requiere evaluaciones continuadas en el tiempo, algo que suele ser complicado–, explica en parte que esté infradiagnosticado. También conlleva un importante estigma social, porque la asociación entre pobreza y malnutrición puede hacer que algunas familias oculten el problema.

La inseguridad alimentaria en España

La Escala de Experiencia de la Inseguridad Alimentaria es un indicador que utilizan organizaciones como la FAO, la OMS o Unicef para medir la gravedad de la inseguridad alimentaria que sufre una persona.

Seguridad alimentaria

Inseguridad alimentaria leve

Incertidumbre acerca de la capacidad de obtener alimentos.

Inseguridad alimentaria moderada

Se da cuando las personas:

  • No tienen dinero o recursos suficientes para llevar una dieta saludable.
  • Tienen incertidumbre acerca de la capacidad de obtener alimentos.
  • Probablemente se saltaron una comida o se quedaron sin alimentos ocasionalmente.

Se pone en riesgo la calidad de los alimentos y su variedad se encuentra comprometida.

Se reduce la cantidad de alimentos, se saltan comidas.

Inseguridad alimentaria grave

Se da cuando las personas:

  • Se quedaron sin alimentos.
  • Estuvieron todo un día sin comer, varias veces al año.

No se consumen alimentos durante un día o más.

Obesidad también es malnutrición.

El hambre oculta no afecta solo a aquellas personas que viven en situación de escasez alimentaria, sino también a los que consumen alimentos de escasa calidad nutricional en exceso; es decir, que es posible tener sobrepeso u obesidad y sufrir malnutrición: “La obesidad también es malnutrición. Que estén comiendo no significa que tomen los nutrientes que necesitan”, explica Raidó. Además, existe una relación directa entre la capacidad económica y el exceso de peso: “Históricamente venimos de la idea de que una persona con sobrepeso u obesa está comiendo bien, que tienen una buena vida. Vinculamos la obesidad a la abundancia, pero las estadísticas nos dicen justo lo contrario: en las personas en riesgo de exclusión social, los niveles de sobrepeso y de obesidad están por encima de la media”.

Según el último estudio Aladino, elaborado por la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) y el Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030, el 47,3% de los niños y niñas que viven en entornos familiares con ingresos inferiores a los 18.000 euros anuales sufren problemas de sobrepeso u obesidad, un 14% más que los menores que viven en hogares con un ingreso superior a los 30.000 euros anuales.

¿Cómo elegimos nuestra dieta?

La elección de los alimentos que compramos, aparte de las preferencias personales, tiene mucho que ver con tres factores: nuestra capacidad económica, nuestra cultura alimentaria y nuestro nivel de conocimientos. Cuando el dinero escasea, las elecciones se suelen limitar a alimentos baratos con alto contenido calórico, pero bajos en nutrientes, como los alimentos ultraprocesados. “Si no dispones de información correcta, vas al súper y ves que comprando ultraprocesados tienes la posibilidad de comprar más cantidad que comprando fruta o pescado, y no sabes los beneficios que conlleva comer esos alimentos, pues tiras hacia lo otro”, explica Blanca Raidó. Existe una relación directa entre el nivel educativo y el acceso a la alimentación. Las personas con un nivel educativo y social alto tienen menos probabilidades de sufrir inseguridad alimentaria.

El estudio Alimentando un futuro sostenible también refleja esta realidad. Según este, el porcentaje de hogares que no consumen cinco raciones al día de fruta y verdura por motivos económicos se eleva a un 38,7% entre los hogares con inseguridad alimentaria moderada o grave. Además, un 3,1% de los hogares encuestados tampoco puede permitirse el consumo de carne, pollo o pescado al menos cada dos días. Pero entre los hogares con algún tipo de inseguridad alimentaria, este porcentaje llega hasta el 20,3%.

Exceso de peso de los menores y la pobreza

Fuentes: Prevalencia de sobrepeso y obesidad en población infantil entre 2 y 17 años. INE, 2017. Tasa de riesgo de pobreza. INE, 2020.

Consecuencias sobre la salud.

Erradicar la inseguridad alimentaria se ha convertido en una urgencia, ya que como veremos perpetua situaciones de desigualdad y tiene un impacto directo en el crecimiento, la salud y el bienestar de los niños y niñas. La dietista-nutricionista Blanca Raidó explica que las consecuencias negativas sobre la salud de la inseguridad alimentaria se suelen separar en tres grupos: las físicas, las cognitivas y las socioemocionales. Las físicas tienen que ver con el bajo peso y el retraso en el crecimiento, pero el impacto a nivel físico tiene más consecuencias, especialmente a nivel cognitivo: “Todo afecta al desarrollo del cerebro, lo que tiene un impacto directo sobre el rendimiento escolar, porque no se han desarrollado bien el lenguaje, la concentración y la memoria”, analiza Raidó. “Al final, todo esto conlleva un abandono de los estudios, lo que a su vez los afectará cuando sean adultos”, advierte.

Por último, está también la parte socioemocional. Estas carencias físicas y cognitivas pueden conducir a una menor autoestima, que genera sentimientos de inseguridad y frustración, lo que va minando la autoconfianza y la motivación y la relación con el entorno personal y laboral. Además, señala la experta, también puede llevar a situaciones de depresión o de ansiedad. “Es como un pez que se muerde la cola. Si estás con depresión o ansiedad, comerás peor, tendrás otra vez patologías, problemas de enfermedades no transmisibles –cardiovasculares, algunos tipos de cáncer y la diabetes– u otras situaciones que te impidan salir de esta situación”. Raidó aclara: “He hablado de niños y niñas, pero a excepción de los problemas de crecimiento, casi todo es extrapolable a los adultos”.

A largo plazo, la inseguridad alimentaria también incrementa el riesgo de enfermedades crónicas en la edad adulta y puede perpetuar ciclos de pobreza y desigualdad al afectar las oportunidades educativas y laborales futuras. En este sentido, la malnutrición es un problema individual, pero también colectivo, ya que tiene un impacto profundo en el bienestar social y económico del país.

¿Qué podemos hacer?

Abordar la inseguridad alimentaria requiere un enfoque integral, que implique mejorar el acceso a alimentos frescos, educar a las familias, implementar políticas públicas efectivas y crear un entorno que promueva hábitos alimentarios saludables. Raidó considera que la educación nutricional es fundamental: “Es la herramienta básica para que todo el mundo sepa qué tiene que comer. Es decir, que tenga acceso a los alimentos y que luego sepa cuáles elegir. Queremos prevenir, y no tener que curar.”

La educación pasa por la escuela, pero Blanca Raidó también insiste en la importancia de establecer programas de formación o campañas en medios que proporcionen información sencilla y útil que ayude a combatir el entorno obesogénico en el que vivimos, con una hiperabundancia de alimentos ultraprocesados y de baja calidad nutritiva que contribuyen a la malnutrición: “Vivimos en un ambiente que no ayuda nada. Hay mucha publicidad y muchas influencias y si no tienes la formación para saber qué es correcto y qué, no puedes tomar decisiones adecuadas”. Además, la detección de casos en las escuelas y los centros de atención primaria debería mejorar, reforzando la formación de los sanitarios y de los profesores porque los signos de malnutrición de la inseguridad alimentaria suelen ser sutiles. Algunos síntomas físicos incluyen fatiga constante, palidez, propensión a enfermar, fragilidad en el cabello o uñas quebradizas. En el ámbito escolar, los niños pueden presentar problemas de concentración, baja energía y un rendimiento académico deficiente. De ahí la importancia de la detección precoz.

Familias, profesores y sanitarios deben estar pendientes de estas señales y el comedor escolar es un lugar clave: “Piensa que los niños y las niñas que tienen dificultades para comer porque se encuentran en situaciones vulnerables sufren también una gran estigmatización”, dice la experta, algo que los lleva a tener conductas alimentarias determinadas durante las comidas, “como comer de más o de menos para esconder el hecho de que en casa quizás hay problemas”.

Soluciones que funcionan.

Hasta hace poco, parte de las familias vulnerables recibían ayuda en forma de alimentos –u otros productos, como ropa o enseres– , pero cada vez hay más organizaciones que defienden que entregar tarjetas monedero en vez de comida –las personas que las reciben pueden hacer las compras directamente en distintos comercios– tiene más ventajas: además de dignificar la ayuda, convierte a las personas usuarias en receptoras activas y no en sujetos pasivos de la ayuda, lo que contribuye a mejorar su recuperación. En los últimos años, Cruz Roja ha triplicado la entrega de tarjetas monedero y ha recibido una subvención excepcional del Gobierno para que ponga en marcha un programa de tarjetas monedero en todo el territorio.

“Hace poco presentamos los resultados de un estudio que hicimos entre casi 1.200 personas usuarias de tarjetas monedero para comprar alimentos. Hemos visto que si realizamos la entrega de tarjetas acompañada de información, mejoran sus hábitos alimentarios”, explica Raidó. “Además de impartir talleres, envían SMS durante un periodo de tiempo con mensajes muy sencillos como ‘¿Has comido fruta hoy?’. Hemos constatado que así la gente mejora sus compras”, concluye.

Nutrientes que no deberían faltar

A causa de la inseguridad alimentaria se producen deficiencias nutricionales, aunque resultan difíciles de determinar, ya que los estudios no suelen medir estos parámetros. “Es importante que detectemos la falta de hierro, omega 3, vitamina A o yodo”, explica la dietista-nutricionista Blanca Raidó. Según la OMS, estos son los micronutrientes más importantes en lo que se refiere a salud pública. Se encuentran en las carnes magras, las verduras de hoja verde y legumbres, entre muchos otros alimentos, pero las barreras socioeconómicas y culturales dificultan el acceso a estos alimentos, sobre todo en las familias de bajos recursos. Raidó insiste en la importancia de la educación: “En el caso del yodo no se trata de un tema económico, porque se encuentra en la sal yodada, pero si no sabes que es importante, no la compras”.