Operación: el viaje del arte
Los museos salvaguardan el arte. Son responsables de la conservación del patrimonio sobre el que ejercen de centinelas. A esta función suman la de facilitar el encuentro con el público, un público cada día más ávido de disfrutar con las expresiones plásticas y satisfacer su curiosidad cultural. Décadas atrás debía resignarse a contemplar fotografías o esperar la oportunidad de acercarse a la expresión de artistas, movimientos y obras. Sin embargo, terminada la Gran Guerra, los museos comenzaron a hablarse entre ellos y acordaron intercambiar fondos y exposiciones. El éxito de esta iniciativa no ocultó sus riesgos. El arte peligraba, los cambios de escenario, de luz, de temperatura y el propio traslado acarreaban deterioro de piezas delicadas y ante todo únicas e irremplazables. Se sucedió entonces un tiempo de reflexión, y si bien no se renunció a proseguir el camino emprendido, se legislaron y reforzaron los métodos. Hoy, el traslado de una obra de arte es un procedimiento cirujano medido y controlado al detalle. Se asegura e inspecciona cada pieza y en el proceso intervienen especialistas, presentes en todas las fases desde el embalaje, el traslado y la apertura de las cajas.
Seguimos el viaje de ‘La sombra de Oteiza en el arte español de los años cincuenta’, una exposición comisionada por Alfonso de la Torre, a la que el artista Javier Balda dotó de la armonía espacial y cuyas piezas provienen de diferentes museos y colecciones particulares. Recaló hasta abril en Alzuza (Navarra) y desde allí se trasladó a una sala de Zaragoza. Suma treinta piezas de incalculable valor económico y reconocido valor artístico. El equipo que se encargó de embalar cada una de ellas necesitó cinco días para completar la exposición y emprender el viaje.
Una exposición itinerante ocupa un lugar circunstancial pero definido. El espacio que acoge las obras ha de garantizar unas medidas de temperatura y de luz determinada. Las piezas son sensibles a la intensidad de la luminaria y están acostumbradas a unos grados concretos de climatización.
Una obra de arte cuando viaja está asegurada. Le acompaña en su tránsito una documentación aceptada por las partes que refiere al estado en que se presta. Se detallan los fallos, las imperfecciones y toda alteración de la que haya constancia. Fotos y certificados dan fe de su estado. En las operaciones previas al traslado está presente el representante de la propiedad, bautizado como “el correo”, a quien acompaña el conservador del museo o de la sala de acogida. Cada salida y cada llegada queda documentada con fotos e informes.
El coordinador del traslado y los operarios aguardan el visto bueno del correo para proceder a mover la pieza. La desligan de la sirga con la que estaba sujeta a la peana y la colocan sobre una mesa cubierta de un lienzo virgen para proceder a su examen. Son momentos muy delicados. Los montadores son licenciados en Bellas Artes o historiadores especializados en conservación y restauración. Sus movimientos reflejan respeto y precaución.
Cada detalle debe de ser examinado. El correo es el valedor de la pieza, es su notario. Lo habitual es que nada haya que destacar, pero si sucediera, la pieza quedaría retenida a la espera del dictamen del perito. Desde que fueron modificadas y extremadas las medidas de traslado, las acciones están encaminadas a la prevención, y el control protocolario demuestra su eficacia.
Las piezas se trasladan en cajas diseñadas y confeccionadas en exclusiva para sus características morfológicas, teniendo en cuenta su material y su estado de conservación. La pieza se protege con papel tisú poroso y de ph neutro, igual acidez que la de todos los adhesivos que se utilicen. La caja es de madera de pino contrachapada e hidrófuga, cubierta en su interior por un aislante térmico y antivibrador. Todas las juntas son de neopreno. La pieza está encajada en unas costillas de poliestireno con las que no tienen contacto. Introducida, asegurada y si es necesario, rellenado el espacio con bolitas, se encajan las partes del cubo y se atornillan.
Han transcurrido dos horas desde el inicio de la operación. La caja está sellada y un código identifica la obra de arte que está en su interior. El embalaje está diseñado para aminorar las vibraciones y evitar influencias externas. El camión que traslada las cajas también cumple unas medidas especiales de suspensión y climatización. En su destino, las cajas aguardarán al menos veinticuatro horas antes de ser desembaladas, un tiempo que sirve para aminorar contrates. El mismo equipo que embaló las piezas será quien desembale. De esta manera se aseguran un conocimiento empírico muy valioso que evita errores fatales y rubrica las grandes oportunidades que significa que el arte pueda viajar seguro.