Las palabras pueden discriminar
El término ‘sexismo’, tal y como recoge el Diccionario de la Real Academia (DRAE), designa la ‘discriminación de personas de un sexo por considerarlo inferior al otro’. El femenino es el que de manera sistemática ha sufrido este trato en todos los ámbitos de la vida, y el lingüístico no es una excepción. Su adaptación a la realidad social, más igualitaria entre los hombres y las mujeres, no se circunscribe a la lengua española. La gran mayoría de los idiomas han tenido que crear o adaptar nuevos términos y definiciones para poder corregir acepciones superadas, como por ejemplo, la de alcaldesa como mujer del alcalde, y dotar al discurso de herramientas con las que construir mensajes no sesgados, como es el caso del término alumnado para englobar a alumnas y alumnos. Sin embargo, a pesar del carácter social e internacional de este esfuerzo de adaptación, a nadie se le escapa que este ejercicio ha sido, y es, objeto de críticas e incluso de burlas, y quienes lo defienden deben cargarse de argumentos para demostrar su necesidad. Bastaría una ojeada a los diccionarios de uso para comprobar cómo detrás de algunas acepciones admitidas como válidas se esconde una concepción del mundo muy desequilibrada. Por ejemplo, según el DRAE, se es más huérfano al perder al padre: “Huérfano, na. A quien se le ha muerto el padre y la madre, o uno de los dos, especialmente el padre”.
El sexismo lingüístico se materializa cuando el lenguaje resulta discriminatorio debido a su forma. Por ello, conviene prestar especial atención a la utilización de maneras, estructuras y expresiones que, pese a una carga sexista latente, o incluso patente, pasan desapercibidas o no generan reflexión alguna por la cotidianeidad y naturalidad de su uso.
La sustitución del sujeto masculino por el femenino y la comprobación de cómo suena la frase tras el cambio es una buena forma de detectar una forma discriminatoria. Pongamos un ejemplo: Se invita a la asistencia de un acto a “los directivos, que pueden acudir acompañados por sus mujeres”. Como es obvio, si hay mujeres en puestos de dirección se entiende que podrán ir acompañadas “por sus hombres”. ¿Chirría? Desde luego. Nada cuesta, por tanto, aclarar que quienes son invitados se pueden hacer acompañar por “sus cónyuges”. La forma aquí habrá sido cuidada sin mayor esfuerzo.
Este caso evidencia una discusión centrada en el género gramatical, puesto que en castellano el género masculino posee un doble valor, como específico (referido a varones) y como genérico (referido a ambos sexos), mientras que el femenino no posee este carácter y sólo puede emplearse de modo restrictivo. No obstante, y esto es lo que trata de subsanar el lenguaje no sexista, el uso del masculino genérico en determinados mensajes produce ambigüedades y confusiones que pueden dar lugar a la discriminación y a la ocultación de la mujer. Observemos un ejemplo: “Los hombres de esta empresa son buenos profesionales”. Si hay mujeres en la plantilla, no se encuentran reflejadas, o cuando menos, quedan ocultas. Nada cuesta decir que “esta empresa cuenta con grandes profesionales”. Se demuestra aquí que la causa del sexismo lingüístico no se halla en la propia lengua, sino en el uso que se hace ella. Por tanto, su fin es sencillamente una cuestión de voluntad para interiorizar la evidencia de que si las mujeres ocupan espacios que antes no ocupaban, y si realizan funciones que antes no realizaban tendrán que nombrarse, y eso supone cambios en el lenguaje que ni los prejuicios, la inercia, o el peso de las reglas gramaticales interiorizadas deben obstaculizar o impedir.
Un asunto recurrente a la hora poner en práctica el lenguaje no sexista es la discutida acepción de hombre, más aún en su plural, hombres, para definir al ser humano. Hombre suma al macho y a la hembra como sinónimo de especie humana, pero no es menos sinónimo varón de hombre, y con el sencillo gesto de optar siempre por el primero se le conferiría una singularidad más acusada al término hombre como indicador de la especie.
Esta aspiración puede parecer quimérica, pero no lo es evitar el abuso del masculino genérico, algo relativamente sencillo gracias a los múltiples recursos de la lengua española: colectivos (profesorado, en vez de profesores), perífrasis (la persona interesada, en vez del interesado), construcciones metonímicas (la infancia, en sustitución de los niños), desdoblamientos (los niños y las niñas), barras (Sr/a), omisión de determinantes o empleo de determinantes sin marca de género (cada contribuyente en lugar de los contribuyentes), utilización de formas personales genéricas o formas no personales de los verbos (“es necesario prestar más atención” por “es necesario que el usuario preste más atención”). Todas estas soluciones no son posibles en todos los contextos. Se trata de optar por la más adecuada, es decir, aquella que, sin atentar contra la gramática, no margine a la mujer en el discurso.
Quien desee no caer en el uso por inercia de un lenguaje sexista y depurar su expresión puede seguir unas sencillas normas, fáciles de interiorizar e incluir con total naturalidad en su habla y en su escritura.
- Optar por términos genéricos: Infancia, por niños y niñas. Alumnado, por alumnos y alumnas.
- Elegir nombres abstractos: Alcaldía, por alcalde o alcaldesa. Presidencia, por presidente o presidenta.
- Usar dobles formas. Cuando se trata de nombrar a un grupo mixto, que precise evidenciar el femenino: Premio a la mejor empresaria o empresario del año.
- No utilizar el término “mujer” como sinónimo de esposa, como no lo es el de hombre a esposo. Eliminar el tratamiento de señorita, igual que está caduco el señorito.
- No usar la @. No es un signo lingüístico. Si se quiere economizar espacio puede recurrirse a dobletes con barra (/).
- Respetar la orden ministerial (22-05-95) por la que quedan regulados la denominación de títulos académicos: Diplomada, arquitecta, médica, enfermera, obrera, etc.
- Flexibilizar el orden de las palabras, no hay razón para anteponer por sistema el término masculino al femenino: Madres y padres, trabajadoras y trabajadores.
- Dotar al discurso de homogeneidad. Cuando adoptemos una solución no sexista, mantenerla a lo largo de todo el texto, porque si no lo hacemos favorecemos la ambigüedad.