El futuro del envejecimiento

El futuro del envejecimiento

Cada año que pasa vivimos más, aunque no necesariamente mejor. La esperanza de vida media aumentó 30 años en el siglo pasado y cada lustro se alarga otro año más. Según la Organización Mundial de la Salud, hoy en día hay 125 millones de personas con más de 80 años, y para el 2050 serán unos 434 millones, lo que se traduce en un auténtico reto sociosanitario. Por ello, la ciencia lleva ya tiempo planteándose que, además de curar enfermedades, hay que intentar mantener un buen estado de salud a pesar del envejecimiento. Resetear las células, eliminar las senescentes, la robótica o la ingeniería de tejidos son algunas de las técnicas en las que los laboratorios trabajan para conseguirlo.
1 octubre de 2022

El futuro del envejecimiento. La eterna juventud es imposible, pero podemos envejecer más tarde y mejor

En 2050, el número de personas con 60 años o más será superior al de adolescentes y jóvenes de 15 a 24 años, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). En España, las previsiones son similares. El Instituto Nacional de Estadística (INE) nos dice que, al alcanzar la mitad del siglo, el 31,4% de la población tendrá más de 65 años y el 11,6% superará los 80. Cumplimos más años gracias a los avances de la medicina y la ciencia, pero ahora la clave está en encontrar cómo llegar a esas edades con salud y vivir con la mejor calidad de vida posible. Toda la investigación que se está llevando a cabo en muchos laboratorios del mundo ya está generando, y va a seguir haciéndolo, un conocimiento imprescindible para conseguir envejecer en mejores condiciones, lo que representa un reto sociosanitario de gran dimensión. 

La esperanza de vida media en España en el 2019 era de 83 años, pero la esperanza de vida saludable, de 72 años. Esto significa que la última década de nuestra vida no la vivimos en su pleno potencial. “El objetivo que tenemos los investigadores no es revertir el envejecimiento, sino que el incremento de la esperanza de vida se vea acompañado de un buen estado de salud”, analiza Diana Guallar, investigadora principal del Centro de Investigación en Medicina Molecular y Enfermedades Crónicas de la Universidad de Santiago de Compostela (CIMUS). Precisamente con la intención de frenar el envejecimiento desde los laboratorios se trabaja con diferentes técnicas, entre las que se encuentra la reprogramación celular.

Reprogramación celular: volver al punto de partida.

“Se trata de una técnica que consiste en coger una célula somática –las que conforman el crecimiento de los tejidos y órganos de un ser vivo pluricelular; por ejemplo, de la sangre, la orina o la piel– y convertirla en una célula pluripotente embrionaria”, explica Guallar. En otras palabras, partiendo de una célula adulta con una capacidad ya limitada de renovarse y permitir la producción de nuevas células sanas iguales genéticamente, somos capaces de obtener una célula con el potencial de generar cualquier tipo celular del organismo. “A esto le llamamos pluripotencia, capacidad indefinida de proliferar y que ha perdido los signos de envejecimiento que tenía la célula de origen”, añade. 

Este proceso, que logra revertir el envejecimiento de nuestras células y que suena a ciencia ficción, se consigue introduciendo unas proteínas que orquestan la función del genoma y que están presentes a muy altos niveles en el embrión. Estas cuatro proteínas –Oct4, Sox2, Klf4 y Myc– son suficientes para borrar la identidad de célula adulta y activar la identidad de célula embrionaria. “Este fue el descubrimiento que el equipo liderado por el doctor Yamanaka realizó en el 2006, cuando se consiguió por primera vez reprogramar células adultas de la piel de un ratón y convertirlas en células embrionarias muy similares a las que tiene un embrión de preimplantación (antes de ser transferido al útero)”, cuenta la investigadora. Este hallazgo mostró que se puede dar marcha atrás en el envejecimiento y desbancó el dogma de la biología que decía que el desarrollo embrionario era unidireccional, y las células adultas no podían convertirse en embrionarias.

Modificar el ARN para combatir las enfermedades degenerativas.

Desde ese hallazgo revolucionario, numerosos grupos han estudiado la reprogramación con numerosos enfoques. Por ejemplo, Diana Guallar y su equipo se encuentran inmersos en la investigación del rejuvenecimiento celular desde una nueva perspectiva: las modificaciones químicas del ARN. “Ahora todos hemos oído hablar del ARN con las nuevas vacunas que se han generado contra la covid-19. Pues bien, sabemos que podemos modelar la acción de las moléculas de ARN modificándolas químicamente. Mi laboratorio está interesado en explorar dichas modificaciones, ver cómo están afectadas en procesos patológicos y cómo revertirlas para poder tratar o aliviar enfermedades o procesos degenerativos que ocurren durante el envejecimiento”, explica la científica.

Sin embargo, Guallar reconoce que, a pesar de todos los avances ya logrados, sigue habiendo limitaciones técnicas en la regeneración celular, por lo que sigue siendo necesario investigar en este prometedor campo. El reto ahora de este y otros muchos equipos científicos es trasladar todas estas investigaciones realizadas con ratones a humanos. Esto significará que el alzhéimer, el cáncer, la diabetes y la mayoría de las enfermedades muy vinculadas a la edad serán cosa del pasado. Pero esto es algo que, según la mayoría de los genetistas, tardará en llegar. El investigador Salvador Macip, genetista, investigador y profesor en la Universidad de Leicester (Reino Unido), adelanta un avance que llegará a corto plazo para combatir el envejecimiento. “Lo que sí veremos en los próximos años, y antes de que se instale la reprogramación celular como terapia, serán los primeros fármacos que se utilizarán en enfermedades relacionadas con el envejecimiento”, vaticina Macip.

Primero llegarán fármacos contra enfermedades degenerativas y en el futuro habrá otros para frenar el envejecimiento en personas sanas

Fármacos para atacar a las células viejas

El descubrimiento más importante de los últimos años en el campo del envejecimiento seguramente es el trabajo de 2011 de la The Mayo Clinic College of Medicine and Science (MCCMS), que demostró que si se eliminan las células viejas (o senescentes) de un ratón, los animales viven más y mejor. Desde entonces se está buscando la manera de repetir lo mismo en humanos, y ya hay algunos fármacos que consiguen un efecto similar que están pasando pruebas clínicas. Salvador Macip ha liderado un estudio, publicado en Nature a finales de 2021, que demostró cómo un fármaco, basado en un anticuerpo, diseñado en su laboratorio era capaz de reconocer las células envejecidas y destruirlas.  

“Estamos diseñando una segunda generación de fármacos que puedan eliminar selectivamente las células viejas. Esto mejoraría los que se están probando ahora, que aún son poco específicos. En nuestro caso hemos construido lo que llamamos una “bomba inteligente”: un anticuerpo que detecta las células viejas y, cuando las encuentra, libera una carga tóxica en su interior que las destruye. De esta manera no afecta a las otras células del cuerpo. Hemos usado una tecnología que ya habíamos visto que servía para tratar el cáncer y la hemos modificado para usarla en el envejecimiento”, aclara el científico.

Y la pregunta del millón: ¿para cuándo estarán disponibles estas “píldoras milagrosas”?: “Primero veremos llegar fármacos para tratar enfermedades del envejecimiento como el alzhéimer o la fibrosis, y en el futuro habrá otros para frenar el envejecimiento en personas sanas. Quizás no eliminarán del todo enfermedades como la demencia, pero seguramente las podrán mejorar. Como todos los avances científicos, esto primero estará solo al alcance de las personas o los países ricos (igual como ha pasado con la vacuna contra la covid), pero hay que esperar que en un momento u otro cualquiera se podrá beneficiar de ellos”, avanza el científico. 

A esta investigación de Macip y su equipo se une la de la inmunóloga española Corina Amor. El equipo de Amor, dirigido por el biólogo estadounidense Scott Lowe, han ideado una estrategia para extraer del paciente unos glóbulos blancos —los linfocitos T, células que normalmente reconocen agentes infecciosos, como virus, pero también tumores — y reprogramarlos en el laboratorio para que una vez dentro del organismo sean capaces de reconocer y destruir específicamente a las células senescentes. Su prueba, en ratones, se publicó hace dos años en Nature y mostraba cómo se produjo un incremento en la duración de la vida de los roedores, pero sobre todo de la duración de la vida con salud. Por ejemplo, se vio que estos ratones tenían un mejor estado físico y mucha mejor tolerancia a la glucosa según cumplían años. 

La “cura” para la artrosis, más cerca gracias a la ingeniería de tejidos. 

La artrosis es una de las enfermedades crónicas más prevalentes y, a su vez, una de las 10 patologías más incapacitantes de los países desarrollados, una enfermedad que además se incrementa con la edad y con la obesidad. Es una patología que afecta a las articulaciones móviles y que se caracteriza generalmente porque se produce una degradación del cartílago (el tejido que recubre las articulaciones). En España, un país con una población muy envejecida, hay más de 12 millones de pacientes con enfermedades reumáticas y musculoesqueléticas, pero solo la artrosis afecta al 70% de las personas mayores de 65 años. Es cierto que ya hay personas con 20 años (las menos) que pueden tener síntomas, pero normalmente suele aparecer a partir de los 40 años y va incrementándose con la edad. Se vaticina que España subirá su esperanza de vida a 84 años, acercándonos a Japón, país que lidera el ranking de longevos, por lo que se estima que la incidencia de las artrosis subirá.

El Grupo de Terapia Celular y Medicina Regenerativa del Instituto de Investigación Biomédica de A Coruña (Inibic) avanza en una investigación para lograr una “cura” para la artrosis con la aplicación de la ingeniería de tejidos. Buscan crear un tejido en laboratorio que reemplace el cartílago dañado. “Tenemos que adelantarnos a un problema que va a ocurrir en un futuro. No es llegar a los 80 o 90, es cómo llegar a ellos. A pesar de que son muchos los laboratorios que investigan sobre esta enfermedad, en la actualidad no tiene cura y, además, los síntomas aparecen ya demasiado tarde”, explica la directora del grupo, Silvia María Díaz Prado.

Lo bueno es que se sabe mucho de ella y hay varias líneas de investigación abiertas para abordarla. Desde el grupo que lidera Díaz Prado llevan muchos años estudiando el papel del cartílago, cuál es el comportamiento del único grupo de células que se encuentran en él (controcitos). Una de las claves de su investigación es la ingeniería de tejidos, “que se basa en intentar regenerar o reparar un órgano dañado con tejidos creados en el laboratorio”, relata la investigadora.

El objetivo principal es poder llegar a sustituir el cartílago dañado por un sustituto tisular creado en el laboratorio, utilizando materiales, factores de crecimiento y células, e implantarlo con la finalidad de que realice la función que estaba llevando a cabo el original. “Para ello hay que buscar la combinación perfecta: hay que encontrar el material, las células y los factores de crecimiento perfectos (un conjunto de sustancias, en su gran mayoría proteínas, que se encuentran en el plasma y en las plaquetas de nuestro sistema sanguíneo y que son esenciales en los procesos de reparación y regeneración celular)”, comenta Díaz Prado. 

Hasta el momento se han utilizado modelos in vitro en laboratorio y para los próximos cinco años este equipo espera producir grandes avances en la investigación y que se llegue a beneficiar un gran número de pacientes.

La genética importa, pero también los hábitos

La longevidad extrema, aquellos que alcanzan los 100 años, tiene que ver con la genética, pero el envejecimiento saludable (alcanzar los 70-80 con el sistema inmune de un adulto de 40-50) tiene que ver más con nuestros hábitos. Lo que hagamos a lo largo de nuestra vida es relevante a la hora de cómo vamos a envejecer. Según varios estudios, los genes representan un 20% de la longevidad. Sin embargo, hasta un 80% depende de otros factores. Esto es lo que hay que hacer para llegar lo más tarde posible:

1. Sobrepeso: alteración del sistema inmunológico

No se conocen casos de ancianos centenarios obesos. El sobrepeso genera mucha inflamación y altera nuestras defensas. Comer en exceso es malo, pero comer mal también lo es, por ello hay que controlar lo que se come y cuánto se come. Hay que reducir los alimentos azucarados y procesados, controlar el consumo de las carnes rojas y, sobre todo, tomar alimentos ricos en antioxidantes (verduras y frutas, legumbres y cereales), que además tienen también poder antiinflamatorio. Con los años, además, hay que ir reduciendo la ingesta calórica. A partir de los 35-40 años, la Sociedad Española de Cardiología recomienda ir bajando por década el 10% de las calorías diarias. La reducción en la ingesta de calorías tiene dos efectos. En primer lugar, se disminuye la producción de sustancias oxidantes que tomamos a través de los alimentos, o que generamos durante la ingesta, sobre todo procedentes de grasas. Pero, en segundo lugar, esta restricción causa una reprogramación metabólica del cuerpo, haciendo que disminuya el riesgo a sufrir cardiopatías, diabetes y otras enfermedades. 

2. Ejercicio: llegar a los 80 con metabolismo de 30

En general, el ejercicio está relacionado con una menor incidencia de riesgo cardiaco, mejora muscular y buena oxigenación. Aunque es importante realizarlo de forma constante toda la vida, también hay estudios que muestran una mejora importante en las capacidades cognitivas de personas que comenzaron a practicarlo en su edad madura. Igual ocurre con la intensidad de la actividad física. Es cierto que el ejercicio aeróbico moderado beneficia a personas de todas las edades, pero una investigación de hace un par de años, realizada por científicos del King’s College de Londres y la Universidad de Birmingham, mostró resultados increíbles para aquellos que se trabajan el cuerpo “un poquito más”. En concreto, estos investigadores siguieron a 125 ciclistas de larga distancia de 80 años que llevaban practicando este deporte toda su vida y descubrieron que la gran mayoría tenían un sistema inmune de unos 30 años. Pero no hace falta hacer un ejercicio intenso de resistencia para obtener beneficios. El mero hecho de salir a correr, caminar rápido o asegurarte que haces 10.000 pasos al día activa el músculo esquelético y estimula los macrófagos, células que detectan y destruyen organismos dañinos. 

3. Vacunas: un estímulo para las defensas

Las defensas se van estropeando con la edad (se produce una disminución de células T vírgenes, que son las que nos defienden de nuevas infecciones) y, por tanto, respondemos peor a antígenos nuevos. Es fundamental empezar a vacunarse cuando uno es joven, cuando el organismo es capaz de responder a esos antígenos de forma eficiente y fuerte. Con cada vacuna estimulamos el sistema inmunitario, generamos una respuesta que cuando seamos ancianos nos va a proteger. 

4. Estrés: mucho es malo, pero en pequeña dosis ayuda

Algunas cosas que objetivamente pueden ser algo “negativas”, como el estrés –el cortisol, la hormona que liberamos cuando estamos estresados, inhibe el sistema inmune–, en pequeñas cantidades nos pueden resultar beneficiosas al generar mayores defensas. Es la base de lo que se denomina “hormesis”, pequeños estreses que nos ayudan a llevar mejor los grandes. La hormesis se genera con el ejercicio físico, la dieta, el salir a relacionarnos con los amigos, al leer, estudiar, entre muchas otras cosas. Todas estas actividades suponen pequeños estreses para el cuerpo (que tiene que regular la temperatura, usar diferentes fuentes de energía o gastar recursos, por ejemplo, para la concentración) que, al ser moderados, nos hacen tener mejores defensas y un envejecimiento más lento.

5. Felicidad: el estado de ánimo influye

Poder alcanzar esa ansiada longevidad pasa por mantener una adecuada salud, y esto depende del trabajo en equipo de nuestros sistemas homeostáticos (el nervioso, el endocrino y el inmunitario), que están en constante comunicación. La ciencia ha comprobado que existe una conexión entre longevidad y felicidad. Cuando nos sentimos tristes, solos o tenemos emociones negativas, nuestro sistema inmunitario se deteriora, y por ello somos más susceptibles de tener infecciones.

Centenarios que dan muchas pistas: estilo de vida y genética

Consuelo Borrás, investigadora principal del Grupo de Investigación en Envejecimiento Saludable de INCLIVA y de CIBERFES, explica por qué es importante para los científicos estudiar a las personas con longevidad extrema: “Las personas centenarias son un ejemplo de envejecimiento saludable, no solo porque viven mucho sino, sobre todo, porque viven mejor. A los 80-85 años, cuando el resto de la población empieza a padecer los efectos del envejecimiento en forma de pérdida de funcionalidad, fragilidad o enfermedades, las personas centenarias no lo experimentan”, analiza Borrás. 

Estudiar a los centenarios aporta a los investigadores mucha información. Por un lado, sobre sus estilos de vida y, por otro, sus datos biológicos relacionados con su genética y su epigenética. “Podemos ver qué es lo que tienen ellos para intentar simularlo con alguna estrategia factible, como puede ser fisiológica, como el ejercicio físico, farmacológica o nutricional”, explica Borrás. 

Aunque nadie se libra del daño oxidativo, cuando este no es muy elevado permite que desarrollemos adaptaciones que nos protegerán frente a un daño mayor, lo que llamamos efecto hormético. Pero cuando el daño es más acusado, entonces sí que altera la función de las células y es perjudicial para el organismo. “Los centenarios son personas que controlan mejor su daño oxidativo y tienen menores niveles que personas de 70-80 años”, matiza la científica.  

La experta en envejecimiento explica que tenemos varios genes que conforman una huella genética y que es característica de las personas centenarias, algo que según han observado hereda su descendencia. Es decir, que los hijos de los centenarios comparten esa huella genética con sus padres y tienen menos patologías al llegar a la vejez. “Hay alrededor de 1.700 genes en esa huella, pero todos ellos se pueden agrupar por su función. A su vez, estos genes confluyen todos en Bcl-xL, que es el gen en el cual hemos centrado nuestros estudios. Este gen previene la apoptosis, que es la muerte celular programada. Cuando hay un daño en una célula, esta se ‘suicida’ para no propagar el daño. Bcl-xL inhibe este proceso y permite que la célula aguante un poco más sin autoeliminarse”, concluye Borrás.

Las personas centenarias son un ejemplo de envejecimiento saludable, no solo porque viven mucho, sino, sobre todo, porque viven mejor

La robótica: evitar caídas y recuperar la movilidad

Según la SEN (Sociedad Española de Neurología), en España se producen 120.000 ictus al año. Es una de las enfermedades más frecuentes a partir de los 55 años y, según la OMS, se calcula que en el 2050 el 46% de las personas mayores de esa edad estarán en riesgo de sufrirlo. Hablamos del ictus porque cuando sucede hay un 75% de probabilidades de que queden secuelas, sobre todo aquellas que afectan a la movilidad de las extremidades superiores (brazos, manos, dedos) y apenas un 20% de los que lo sufren recuperaran completamente la movilidad tras seis meses de rehabilitación. “La movilidad es un componente clave de la salud y es necesaria para que los adultos mayores mantengan su autonomía. De hecho, más del 64% de los dispositivos de ayuda a la marcha son utilizados por mayores de 65 años. Los bastones, las sillas de ruedas o los andadores ofrecen una ayuda razonable al caminar, pero para la mayoría de los ancianos no es suficiente. De hecho, la inestabilidad de la marcha, la debilidad muscular y los problemas cognitivos impiden a las personas mayores mantener su independencia”, explica el ingeniero Borja Bonail, gestor de proyectos e investigador del Centro de Investigación y desarrollo tecnológico Tecnalia.

Se necesita algo más, y aquí entran en juego los exoesqueletos, unos robots vestibles que han surgido como una solución prometedora a la hora de ayudar en la ejecución de actividades físicas y que sirven de apoyo y refuerzo de los movimientos mediante fuerza mecánica. “Estos dispositivos pueden guiar al anciano a la hora de caminar, ayudándole a mantener el equilibrio o en la realización de sus movimientos. Algunos han demostrado capacidad para reducir la fatiga o para restaurar la pérdida parcial de control muscular sin restringir la libertad de movimiento en personas con discapacidades leves. Pero, además, los exoesqueletos tienen el potencial de recoger datos y enviar alertas a familiares o al servicio médico, facilitando la supervisión e intervención en caso de situaciones que pongan en peligro la vida del paciente”, explica el responsable de Tecnalia. 

Estamos ante el comienzo del desarrollo de esta tecnología, pero aun siendo todavía muy incipiente, el experto augura que pronto iremos viendo la aparición en el mercado de exoesqueletos cada vez más avanzados y especializados dirigidos a personas mayores, que les permitirán cada vez tener mayor autonomía. “No será antes de 10 años. Hasta entonces no estaremos en la situación de afirmar que los exoesqueletos están realmente integrados en el día a día de la sociedad”, anuncia Bonail.

Además de los exoesqueletos rígidos que incorporan estructuras duras como barras de aluminio, fibras de carbono, que pueden ayudar a levantar más peso y a ejercer una fuerza más elevada, también se está investigando sobre exotrajes o ropa motorizada. Son los exoesqueletos denominados blandos, integrados en la ropa. Algunas empresas ya han desarrollado esta tecnología para ayudar a los soldados a llevar su equipamiento sin experimentar altos niveles de fatiga y mejorar su resistencia, pero ahora se está investigado cómo aplicarla a pacientes con accidentes cerebrovasculares, para recuperar su fuerza y fluidez de movimiento. Sería algo parecido a un traje de neopreno con una computadora integrada que garantiza que el traje funcione en colaboración con los músculos reales del paciente. Aunque también existen otros dispositivos que se cosen directamente en la ropa del usuario y ayudan a estimular los movimientos correctos.

¿De qué nos servirá vivir más años si este tiempo extra que nos regala la vida no es de calidad? Los científicos insisten en lo inútil que es obsesionarse con la inmortalidad. La clave está en entender que el objetivo no está en alcanzarla, sino en vivir la mayor parte de nuestro tiempo en las mejores condiciones de salud posibles. El envejecimiento llegará, pero gracias al avance de la ciencia y a un mayor entendimiento de este, es posible que cada vez lo haga más tarde.

El proteoma humano

Clave para entender mejor el Párkinson o el Alzhéimer

Uno de los grandes descubrimientos científicos que tuvieron lugar el año pasado fue, según la revista Science, la identificación de todas las proteínas que forman un ser humano. El descubrimiento del proteoma humano es fundamental a la hora de conocer más sobre cómo se desarrollan las enfermedades y el envejecimiento. Un hito para la biología quizá solo comparable al descubrimiento del genoma humano hace 20 años. Una de las características del envejecimiento y muchas de sus enfermedades relacionadas con la edad avanzada es la pérdida del equilibrio del proteoma. Su estabilidad es crucial para la salud de la célula y contribuye a la del organismo. Con la edad, se producen errores en los procesos de eliminación de las proteínas sobrantes o defectuosas, lo que pueden dar lugar a la acumulación de proteínas. Es lo que ocurre en el caso de la enfermedad de alzhéimer –que se caracteriza por los depósitos de proteína beta amiloide–, el cáncer o el párkinson. La caracterización de estas proteínas significa identificar todas las codificadas por los cerca de 22.000 genes que contiene el genoma y determinar sus funciones, lo que ayudará a avanzar en el entendimiento y tratamiento de las enfermedades mencionadas, pero también ayudará a diagnosticar y conocer cuál es el mejor fármaco que se ajusta al paciente.