Año nuevo, viejas catástrofes
Felicitémonos, pues, el Año Nuevo, que poco queda ya de siglo, e intentemos ser más felices, viviendo y dejando vivir. Hablando de vida, resulta inevitable echar una mirada atrás, y comprobar que todavía muchas personas dejan de vivir entre nosotros por motivos perfectamente previsibles. Hoy recordamos a la treintena de personas que han muerto este año en sólo dos desgracias, las inundaciones de Bajadoz y la rotura del depósito de agua en Melilla. En ambos casos, la tragedia estaba avisada, y los afectados poco o nada podían hacer por eludirla.
Se sabía que podía ocurrir. Los vecinos de Melilla habían formulado oficialmente más de 300 quejas sobre las fugas del fatídico depósito de agua. Y el barrio anegado en Badajoz constaba en un libro técnico sobre riesgos de inundaciones urbanas, auspiciado por la Administración, como zona muy susceptible de padecer este problema, al haberse edificado en el cauce seco de un río.
Igualmente en ambas tragedias, las víctimas eran personas de muy modestos recursos económicos, de las que parecen estar abocadas a que sólo se hable de ellas en estas situaciones, o en programas testimoniales de TV, siempre en contextos teñidos de precariedades diversas o marcados por desgarradores dramas personales y sociales. Aunque en ocasiones les obliguen a vestirse de traje para comparecer en el estudio de TV.
El derecho a la salud y a la seguridad es el primero de los que nos asisten como consumidores. Sin ellos vigentes, de poco sirven los demás. Sirva esta felicitación por el nuevo año como recuerdo a quienes pagaron tan alta factura por la falta de previsión ante estas catástrofes. La seguridad tiene un coste, y hemos de ser conscientes de que hay que pagarlo en dinero y con medidas y actitudes preventivas si no queremos pagarlo en vidas humanas. Ahora, sólo queda exigir que las personas damnificadas sean adecuadamente indemnizadas en lo económico. Porque en lo humano no hay reparación posible.