El placer de hacerse mayores
Ello facilita que cuando algún signo (una enfermedad propia de gente ya madura, la llegada de los nietos, constatación de que los hijos no nos necesitan, la muerte de personas de nuestra edad, …) nos revela que somos más viejos que jóvenes, se desencadene una crisis personal difícil de superar.
Año tras año, hemos adquirido saberes y destrezas relacionadas con nuestra profesión o aficiones, pero raramente nos hemos preparado para algo vivir la vejez. Nuestra esperanza de vida ronda los 75 años de media. Hoy, una persona no puede, no debe, considerarse vieja al superar los 55 años. Nuestras posibilidades físicas no son equiparables a las que teníamos con 30 años, pero para cada edad hay varios estilos de vida muy satisfactorios. El proceso de envejecimiento es algo natural en los seres vivos, y lo que la investigación científica ha hecho por frenarlo se limita a la lucha contra las enfermedades y a la prevención sanitaria. Son fundamentalmente los achaques de salud y cuestiones sociales, como la pérdida del valor mítico de referencia que antes constituían los mayores para los jóvenes, y la relajación en el respeto social a los ancianos, junto con la pérdida de capacidad económica de los mayores, lo que convierte a este periodo en difícil de sobrellevar.
La inevitable pérdida, por fallecimiento, de familiares y amigos de su edad, el cese de la actividad laboral y de la vida social que esta podía generar contribuyen a crear sensaciones que van desde la apatía o la melancolía, hasta el temor a una muerte que se siente cercana.
Viejos y felices.
Los cambios en nuestro organismo, tanto a nivel físico como psicológico no llegan de improviso. Son graduales, y como tales hay que abordarlos, sin dejar los deberes para mañana. Es posible aprender a vivir bien, a disfrutar de la última etapa, aprovechándola como oportunidad de experimentar vivencias y sensaciones intensas, incluso novedosas. Y tan placenteras que quizá nos sorprendan e incluso nos hagan exclamar: “nunca me había divertido tanto”. Las generaciones que hoy rondan o superan los 60 años se han sacrificado mucho por las que hoy lideran la vida social y económica. Este es el momento de resarcirse. El riesgo merece la pena. Y si no sabemos pensar en nuestra propia satisfacción,o no nos sentimos con fuerzas para intentarlo, aprendamos.
El cuerpo, para empezar.
Cultive todas las posibilidades de su cuerpo, mediante actividades adecuadas a sus posibilidades reales, no a su edad. Búsquese personas para pasear en grupo. La gimnasia (en un centro especilizado o, si tiene disciplina, en su propio hogar) le ayudará a mantener la flexibilidad, la coordinación de movimientos, le acostumbrará a adoptar posturas cómodas, y a favorecer el buen estado de cuello, hombros, brazos, espalada, caderas, piernas y pies.
Aprenda a respirar mejor, mejora casi todas las funciones vitales. O técnicas de relajación, para afrontar con serenidad y provecho esta etapa. No olvidemos la alimentación: una dieta equilibrada es la mejor garantía de salud. Es preferible levantarse de la mesa con un poco de apetito. “Poca cama, poco plato y mucha suela de zapato” podría ser un buen lema.
La mente también alimenta.
Quienes mantienen una elevada actividad intelectual, leen el periódico todos los días, frecuentan los libros, ejercitan su memoria, participan en tertulias o realizan actividades creativas como pintar o escribir, disfrutan durante muchísimos años de agilidad y lucidez mental. La curiosidad por saber y por estar al día son signo de juventud y de alegría de vivir.
Escuchar música no sólo relaja, también proporciona momentos inolvidables. La TV no es la única opción, aunque tampoco sea desdeñable. Antes que nada, conviene controlar las emociones y pensamientos negativos. Inevitablemente, llegan, y hay que prepararse para superarlos.
Ante melancolías dañinas o momentos tristes, confrontémoslas con todo nuestro arsenal de positividad (la vida es bella e irrepetible), y si hemos aprendido alguna técnica de relajación, probemos su efectividad.
Y con los demás…
Los contactos intergeneracionales son positivos. No los desestime. Muchas actividades de ocio y tiempo libre no tienen edad, y le permitirán estar en contacto con gente más joven.
El sentido del ridículo, la dignidad y otros frenos no deben impedir actividades que deparan satisfacción. Como si tiene que hacer un programa en una radio libre o entrenar a un club femenino de balonmano. ¿Por qué no? Y qué decir de los viajes. Prepárelos de modo que le permitan disfrutar. No se agobie con los preparativos. La única obsesión debe ser pasarlo bien, conocer gente y lugares nuevos. Miedos (“vete a saber a dónde nos llevan”), rutinas (“yo eso no lo puedo comer”), desconfianzas (“algo querrán cuando nos tratan tan bien”), hemos de aparcarlos. Viajar cuesta bastante dinero. Si lo tiene, permítase el lujo de hacer el viaje que siempre soñó. Si no, confecccione uno a su medida. Busque fechas económicas y viajes sencillos pero a destinos que le apetezcan. Y no lo olvide: la generosidad bien entendida empieza por uno mismo. Cuando nos hacemos mayores, las manías y rarezas se reafirman. No son malas “per se”, pero pueden perjudicarnos cuando dificultan nuestra relación con los demás y el disfrute de la vida. En nuestra mano está controlarlas.
Un consejo directo: seamos más dialogantes, escuchemos a los demás. Evitar discusiones banales ayuda a vivir mejor. Y, por último, el tema tabú: irse a a vivir a una residencia. Si sus hijos le acojen con agrado y se siente bien, no hay motivo para pensar en ello. Pero si no es así, en una residencia estaremos tranquilos, más seguros y mejor atendidos. Acusaremos, al principio, la falta de ese calor humano que sólo dan hijos y nietos, la rigidez de los horarios o la comida que en poco se parece a la de casa. Pero estaremos rodeados de gente como nosotros, y a nada que nos animemos, puede resultar bien ameno. Los amigos (siempre es tiempo de hacer nuevos), a mano, y todos los servicios en la misma casa. Además, el régimen abierto de estas residencias permite salir a visitar a los amigos de siempre y a los familiares.
- Los hijos son mayores, es hora de pensar en nosotros mismos. La generosidad comieza por uno mismo. Y no hay regalo mayor para los hijos que ver felices a sus padres.
- No se obsesione con sus limitaciones físicas. No compare con el pasado. Adopte los paseos largos y la gimnasia como un rito diario. Si le apetece, prac tique, con prudencia y asesoría médica, un deporte adecuado a sus posibilidades.
- Ojo a la alimentación: haga una dieta equilibrada. Coma sin excesos.
- Las técnicas de relajación ayudan a tomarse la vida y los problemas con más serenidad.
- Haga trabajar a su intelecto. Lea periódicos y libros, escriba, pinte, escuche música, participe en tertulias. Ejercite su memoria.
- Controle las emociones y sentimientos negativos. Positivice. Siempre hay cosas por las que merece la pena vivir. Recuérdelas y valórelas en su justa medida.
- Relaciónese con gente joven, hágalo premeditadamente. Se sorprenderá de lo bien que le reciben, y de lo que le reporta a nivel personal.
- Si tiene dinero, no se obsesione con guardarlo. Gástelo, es el momento. Viaje, dedíquelo a sus hobbies, a ser feliz. Para eso debe servir el dinero, no sólo para sobrevivir.
- Ser tolerantes y dialogantes y escuchar a los demás, enseña mucho y ayuda a caer bien a los demás. Discusiones fuertes por temas banales, ninguna.