Ética y sociedad de consumo parecen términos muy distantes, pero en sus planteamientos los vemos unidos e incluso reconciliados.
En cualquier sociedad tiene que estar presente la ética. Los seres humanos, como decía el profesor Aranguren, no pueden vivir más allá del bien y del mal, y de ellos deriva el grado de moralidad que rige en una sociedad en una etapa determinada. En estos momentos, la nuestra es una sociedad de consumo, y en la raíz de ese consumo se reflejan las motivaciones más o menos morales, lo que indudablemente nos convierte en seres más o menos libres. Si las personas consumimos de una manera moderada, sensata y justa, la sociedad funcionará en esa misma dirección.
La actuación de las asociaciones de consumidores, las instituciones públicas y otras organizaciones sociales influye en los modos en que todos llevamos a cabo el consumo, pero la facultad última es del propio consumidor porque en sus manos está marcar el ritmo y las leyes del mercado. Su poder es tan grande que le permite, en cierto modo, cambiar el mundo. Y tiene que ser consciente de ese papel activo, asumiéndolo y ejercitándolo en su vida cotidiana.
Está usted vinculada a la ciencia en calidad de miembro de la Comisión Nacional de Reproducción Asistida. ¿Hasta qué punto la ética debe condicionar las investigaciones científicas?
La ciencia, como cualquier actividad humana, puede ser más o menos moral. La biotecnología, en este momento tienen la capacidad de alterar la genética de las personas, y ello obliga a los científicos a asumir un alto grado de responsabilidad. Las investigaciones caminan hacia la consecución de mejoras en las características físicas y en la capacidad intelectual del ser humano y esto puede significar que sean en exclusiva los ricos o poderosos quienes se beneficien de esos avances científicos. Ello plantea problemas de injusticia, de ahí que la ética deba estar presente en todo el proceso del desarrollo científico, y no sólo en el resultado final.
¿Es necesario que los agentes sociales velen por el cumplimiento de unas ciertas normas éticas?
La sociedad lo hace sola, es consciente de que la realidad debería ser de otra manera. De hecho, la moral contemporánea es muy exigente. A partir de la Declaración de los Derechos Humanos podríamos ramificar los principios básicos en dos vertientes: los que se refieren a las facultades civiles y políticas de los pueblos y de sus individuos, y los que nos confieren unos derechos civiles, sociales y culturales. Estos últimos están universalizados: todo el mundo quiere alcanzar un cierto nivel de consumo, conseguir una vivienda digna, tener acceso a la educación y contar con asistencia sanitaria. No se cuestiona esta demanda. En la otra vertiente, la política, no hay duda de que China y el mundo islámico, por ejemplo, no disfrutan de democracia, pero responden a un planteamiento político que ordena unas facultades cívicas, diferentes a las de las democracias liberales, en las que sin embargo subyace de alguna manera un acuerdo en que son los hombres y mujeres los titulares de los derechos.
Ignacio Ramonet afirmaba hace unos meses en estas páginas que la globalización ha terminado por separar el mundo en dos bloques, los que tienen y los que no tienen. ¿Es la globalización un fenómeno éticamente reprochable?
De cualquier forma, la globalización es algo irreversible. Las nuevas tecnologías han roto fronteras que antes parecían insalvables en la economía, las finanzas y la comunicación. El mundo está conectado, globalizado. Más que nunca, las decisiones adoptadas a miles de kilómetros son ejecutadas al instante y esta acción repercute a su vez a miles de kilómetros de distancia. La globalización, como cualquier otro fenómeno humano, puede ser aprovechada para el bien o para el mal. Ahora comprobamos que se están ampliando las diferencias entre ricos y pobres, entre países o incluso dentro de ellos, pero esta situación nos brinda una gran ocasión: globalizar lo bueno. Por vez primera se dan las condiciones para que se cumpla el sueño de Cicerón: crear un mundo de ciudadanos cosmopolitas que conviven con las mayores posibilidades de libertad, y que se guían por unas normas éticas que aspiran a la justicia. Puede parecer una utopía, pero hace poco más de un siglo, la abolición de la esclavitud no era una premisa ética incuestionable, y cuando hoy se practica nos produce horror.
Como viajera habitual a Hispanoamérica, ¿Qué cree ha pasado en Argentina para que un país tan rico y culto se vea sumergido en esta crisis tan acuciante?
La responsabilidad no es del ciudadano y si la tiene es en un grado menor. No han tenido fortuna con los poderes políticos ni con los empresariales. La corrupción económica de Argentina también ha tenido su plasmación en USA, pero éste es un país más fuerte y sus reservas y salvaguardas impiden que su economía se hunda. No sería justo reprochar a la sociedad argentina un bajo grado de ética por la incorrecta actuación de quien gestionaba los recursos. La corrupción y el engaño son la consecuencia de una ética negativa, que contagia a la moral, rompe perspectivas y roba la libertad. Además, acaban con la justicia y provocan lo contrario que una ética justa. Oscurece de tal forma a la sociedad que termina aceptando la corrupción como norma, cuando debiera cuestionarla, y por otra parte, contar con medios para extinguirla.
Pero los medios para combatir la corrupción los cede a los políticos, quienes siempre recurren a argumentos éticos para justificar sus decisiones.
La ética vende, por eso está tan presente en el lenguaje político. Estamos acostumbrados a que la usen como aval de sus promesas y como garantía de sus actuaciones, y ello porque la ética es una herramienta de convicción muy poderosa. Hablar de principios, comportamientos y resultados éticos confiere un estatus más elevado y convincente a lo que se dice y a quien lo dice. Pero del dicho al hecho hay un trecho, y la ética implica el cumplimiento de los pensamientos y creencias, porque traduce en hechos lo que se piensa o defiende. De ahí el gran crédito que tiene la ética.
Hace unos años, CONSUMER preguntó a los ciudadanos qué pedían a las empresas y comprobó que las mas comprometidas socialmente, las que devolvían a la sociedad una mayor parte de sus beneficios, tenían mejor imagen ante los ciudadanos y suscitaban mayor confianza.
La responsabilidad social está de moda, y es ético que las empresas devuelvan parte de sus beneficios a la sociedad y se comprometan con sus necesidades. Pero es también admisible que publiciten estas medidas para que el consumidor las conozca, porque quieren decirle que están obedeciendo su mandato. Es un reflejo del poder del consumidor, del que muchas veces ni él mismo es consciente. Debería saber que es él quien orienta la producción, y asumir que si practica un consumo justo y exigente, actúa como el agente activo y decisivo que es dentro de la cadena de producción.
Estamos en víspera de Navidad, la época consumista por excelencia. Regalos, compras para las celebraciones, la paga extra para afrontar los gastos… Es difícil un consumo responsable.
La clave está en consumir de modo consciente y reflexionado, con el propósito de ser feliz y que lo que se compra nos reporte verdaderamente felicidad. Muchas veces adquirimos objetos que en vez de producirnos satisfacción, nos trasladan a un estado de preocupación y ansiedad. Y el consumo debiera generar todo lo contrario, y convertirse en una acción gratificante. Pero, ¿qué ocurre? Que pensamos que adquirir cosas es una manera de autoafirmarnos, y si su precio es alto y podemos comprarlas, mejor todavía. El problema es que quien se reafirma de esa forma y cree que el éxito no debe ser ante uno mismo sino ante los demás, se deja el yo por el camino, comprando cosas una detrás de otra. El consumidor ha de ser consciente de que es libre y solidario, de que su posibilidad de libertad es enorme, y de que ejercerla responsablemente produce mucho gozo.