Radiografía de la microbiota

Cientos de miles de millones de microorganismos residen en nuestro cuerpo. Bacterias y, en menor medida, virus, hongos, arqueas y protistas, que son indispensables para nuestra salud, pero que también pueden ser responsables de trastornos y enfermedades. Hablamos de la microbiota. Un auténtico ecosistema que, en los últimos años, se ha revelado como pieza clave de nuestro organismo.
1 octubre de 2021

Radiografía de la microbiota

Las últimas investigaciones revelan que tenemos la misma cantidad de bacterias que de células humanas. Según este cálculo, el catedrático de Microbiología Ignacio López-Goñi asegura que seríamos “mitad humano, mitad bacteria. Es más, el ser humano no sería una unidad independiente, sino una comunidad dinámica e interactiva de células humanas y microbianas”.

Un ecosistema en equilibrio

En esta comunidad, poblada por más de 1.000 especies bacterianas diferentes, la gran mayoría de los microorganismos se encuentra en nuestro tracto digestivo, principalmente, en el intestino: más del 90% residen en el colon. También tenemos microbiota en la cavidad oral y nasofaríngea, en el tracto genitourinario, en el tracto respiratorio e, incluso, en la leche materna.

Puede que no seamos conscientes de su presencia, pero está más presente en nuestro día a día de lo que creemos. ¿De dónde vienen el olor de los pies, la halitosis o las caries? ¿Qué hay detrás de trastornos gastrointestinales o de intolerancias alimentarias? Incluso, las bacterias pueden ser la causa oculta de las dificultades en la concentración y memoria, de enfermedades autoinmunes, de problemas dermatológicos y de dolores articulares. Estos desórdenes pueden surgir cuando el ecosistema bacteriano pierde su equilibrio y se altera su composición y diversidad.

La armonía de nuestra microbiota intestinal influye en cómo hacemos la digestión y en qué medida digerimos y absorbemos los componentes de los alimentos, porque se encarga de aprovechar los nutrientes que no son digeribles en estómago e intestino delgado y de producir nutrientes esenciales como algunas vitaminas, aminoácidos y ácidos grasos. Por ejemplo, como explica la doctora en Ciencias Biomédicas Sari Arponen, las personas que tienen una enfermedad de Parkinson cuando beben leche pueden tener una alteración de la microbiota que provoca la producción de un metabolito neurotóxico como es el sulfato de indoxilo. Por esa razón, los pacientes con esta patología quizá deberían dejar de beber leche.

Bacterias buenas y malas

La gran mayoría de nuestras bacterias (en torno al 90%) pertenecen a los filos Bacteroidetes y Firmicutes (un filo es una categoría taxonómica que engloba familias, géneros, órdenes…). De forma muy simplificada, podríamos decir que las primeras son las “buenas” y las segundas, las “malas”. La clave para nuestra salud es el equilibrio: se trata de que haya una ratio adecuada entre estos dos filos de bacterias y que, si se rompe, no sea a favor de las Firmicutes. En personas con distintas enfermedades, como obesidad, patologías metabólicas o autoinmunes, se ha visto que hay menos diversidad que en las personas sanas. Por tanto, nos interesa una microbiota variada.

No hay dos iguales

Cada uno de nosotros tiene una microbiota diferente, hasta el punto de que su composición es tan personal como la huella dactilar. A esta diversidad se suma la falta de estudios sobre la microbiota sana, ya que la mayoría se centra en personas con algún problema de salud, por lo que resulta muy difícil definir la excelencia. Lo importante para hablar de una microbiota sana es, precisamente, el equilibrio entre las diferentes familias de microorganismos, así como su diversidad. Hay que distinguir entre:

  • Eubiosis. Con este término nos referimos a una microbiota normal y equilibrada que pueda “beneficiarnos de sus efectos positivos sobre la salud a nivel metabólico, inmunitario, neuronal y de barrera protectora”, explica Eva Gosenje, dietista-nutricionista del Grupo Eroski.
  • Disbiosis. A menudo se producen cambios cuantitativos o cualitativos de la composición de nuestra microbiota, y esto puede provocar alteraciones en su funcionamiento. Ese desequilibrio bacteriano puede producirse por muchísimos motivos: alimentación, toma de fármacos, estrés, sedentarismo, consumo de tóxicos (tabaco y alcohol…). Se trata, sobre todo, de factores que pueden hacer disminuir las bacterias beneficiosas o aumentar las patógenas.

¿Para qué funciona? 

La microbiota realiza más de 20.000 funciones que las células humanas no pueden hacer. De esta manera, los microorganismos tienen una relación simbiótica con nosotros: les dejamos un lugar para vivir y les aportamos los nutrientes que precisan (les damos casa y comida, podríamos decir); a cambio, ellos llevan a cabo trabajos que no podemos realizar por nosotros mismos:

  • Función metabólica. Nos ayudan con la digestión al fermentar alimentos no digeribles. El director de la Unidad de Investigación del Sistema Digestivo en el Hospital Universitario Vall d’Hebron, Francisco Guarne, pone un ejemplo: “En los vegetales hay carbohidratos complejos que no podemos metabolizar, por lo que llegan intactos al intestino. Allí sirven de alimento a las bacterias, que los metabolizan y generan butirato, con el que se alimentan las células epiteliales que cubren el intestino”.
  • Función de barrera. Proteger la barrera intestinal es muy importante, ya que sirve para evitar el paso al torrente sanguíneo de sustancias tóxicas. Si la barrera está agujereada (hiperpermeabilidad intestinal) y pasan los tóxicos, el sistema inmune se pondrá alerta y provocará una inflamación de bajo grado, que es el origen de muchas enfermedades autoinmunes.
  • Función de defensa. A lo largo de nuestra evolución como especie, en el transcurso de millones de años, las bacterias han ayudado a las células del sistema inmune a identificar amenazas. “La microbiota favorece la comunicación con el sistema inmunitario y nos permite mantenerlo en buen estado para combatir las enfermedades infecciosas, lo que ayuda a evitar patologías autoinmunes o alergias”, explica Sari Arponen, doctora del Servicio de Medicina Interna del Hospital de Torrejón.

Factores que afectan a la microbiota

Hemos dicho que la composición de la microbiota es tan personal como una huella dactilar. Pero ¿de qué depende que tengamos esas diferencias en número y diversidad? La respuesta rápida es de todo. Porque, desde que nacemos hasta que morimos, nuestras acciones, relación con el entorno o alimentación van a ir modulando nuestra microbiota.

  • Nacimiento. Aunque estamos acostumbrados a pensar en el intestino cuando oímos hablar de microbiota, también hay bacterias en otras zonas. Entre ellas, en la mucosa vaginal. En el nacimiento se produce un trasvase de estas bacterias beneficiosas de la madre al bebé a través del canal del parto. Dado que esto no se da en los casos de cesárea, hay especialistas que sugieren impregnar una gasa en el flujo vaginal de la madre y aplicarlo por el cuerpo del bebé para transmitirle esa protección inicial.
  • Lactancia materna. Durante mucho tiempo se pensó que la leche materna era estéril, pero hoy se ha demostrado que está colonizada por bacterias. Álex Mira, director del laboratorio de Microbioma Humano en el Área Genómica y Salud de la Fundación FISABIO, es coautor de un estudio en el que se trazó el mapa de la microbiota bacteriana en ​​la leche materna. En dicho estudio, se identificaron más de 700 especies, aunque se sigue sin determinar todas sus funciones. “Al principio pensábamos que eran una ayuda a la digestión, pero cada vez cobra más fuerza la idea de que favorecen el desarrollo del sistema inmune del bebé y le ayudan a distinguir lo propio de lo ajeno”, afirma Mira.
  • Genética. No solo heredamos los ojos azules o el sentido del ritmo. Al parecer, también nuestros genes pueden influir en cuáles son los microorganismos predominantes en nuestra microbiota. Un estudio estadounidense de 2016 y publicado en la revista científica Cell Host & Microbe reveló cómo los genes tienen un impacto en el tipo y en la cantidad de bacterias que se alojan en nuestro intestino.
  • Patologías. Nos movemos entre el huevo y la gallina, en ese qué fue primero. Si una microbiota desequilibrada causó una enfermedad o si una patología fue el origen de un desequilibrio bacteriano. El investigador del CSIC Manuel Ferrer, coautor de una investigación en torno a los efectos de ciertas patologías en nuestra microbiota intestinal, apunta que “algunas enfermedades autoinmunes, como el lupus, la enfermedad de Crohn o la artritis reumatoide pueden afectar a la microbiota mucho más que otros factores como la obesidad, la edad, la dieta o el tabaco”.
  • Fármacos. Los antibióticos arrasan con la microbiota y pueden producir trastornos importantes, sobre todo, porque ese vacío de bacterias beneficiosas podría ser ocupado por microorganismos patógenos, como el Clostridium difficile, que puede causar diarrea y afecciones intestinales más serias y desencadenar un proceso inflamatorio. Pero no son solo los antibióticos. Hoy se sabe que uno de cada cuatro medicamentos puede ser capaz de modificar la microbiota. Y eso puede tener un efecto negativo, pero, en algunos casos, también positivo. Así, uno de los fármacos tradicionales para tratar la diabetes cambia la composición de la microbiota con un efecto metabólico favorable, ya que elimina bacterias nocivas y aumenta las positivas.
  • Ejercicio. Una revisión de 18 artículos científicos desarrollado en la Universidad de Granada ha demostrado que existe una asociación positiva entre la actividad física y la diversidad y composición de nuestra microbiota.
  • Estrés, ansiedad y el eje intestino-cerebro. Existe una conexión por la cual el estrés y las emociones repercuten en nuestro bienestar intestinal; ahora bien, se trata de un eje bidireccional y, de hecho, cada vez se estudia más cómo la microbiota puede ayudar a explicar algunos de las más frecuentes enfermedades neurológicas, como el Alzheimer, la enfermedad de Parkinson o la esclerosis múltiple.
  • Edad. En la primera infancia la microbiota dependerá básicamente del modo de nacimiento, de la lactancia, del estado de salud de la madre, de la genética… A medida que vamos cumpliendo años, continuamos interfiriendo en nuestra microbiota según nuestros hábitos. En la vejez se observa una menor diversidad bacteriana y un incremento de las potencialmente patógenas.

Trastornos relacionados con la microbiota

Existen enfermedades que están directamente relacionadas con las alteraciones en la microbiota. Estas patologías pueden afectar a varias partes del cuerpo:

Estómago e intestino 

  • SIBO (Small Intestinal Bacterial Overgrowth). El trastorno de sobrecrecimiento bacteriano del intestino delgado se produce cuando hay un aumento anormal de las bacterias en el intestino delgado. En este, a diferencia de en el intestino grueso, la cantidad de bacterias es baja, pero existen diferentes causas que pueden alterar este equilibrio. En general, son situaciones en las que se ralentiza el tránsito intestinal (diverticulosis, celiaquía, poscirugías…) y los nutrientes permanecen más tiempo en el intestino delgado sirviendo de caldo de cultivo para las bacterias. Se trata de un desequilibrio en la microbiota que puede ocasionar síntomas digestivos, cutáneos, dolores articulares, trastornos autoinmunes… Hay que tratarlo con medicación (antibióticos) y con una dieta específica, baja en FODMAP (frutooligosacáridos y galactooligosacáridos), un tipo de carbohidratos que no se digieren totalmente en el intestino delgado, como la fructosa o la lactosa.
  • Helicobacter pylori. El descubrimiento de esta bacteria en los años ochenta sirvió para ayudar a muchas personas con úlceras gástricas y duodenales. La infección se produce cuando esta bacteria coloniza el estómago, ya que es capaz de sobrevivir en ambientes ácidos. A partir de ese momento se desarrollaron combinaciones de antibióticos para eliminarla, pero cada vez hay más evidencias acerca de que hay que evaluar individualmente cada caso. Según adelanta Eva Gosenje: “Parece que acompañar los antibióticos con probióticos da mejores resultados, mejora los efectos secundarios y la eliminación de la bacteria. Se transmite sobre todo de persona a persona por contacto de saliva o materia fecal, pero también a través de alimentos y aguas contaminadas”.
  • Estrés digestivo. El estrés emocional sostenido puede producir una alteración de la microbiota, una disfunción de la barrera intestinal y una menor recuperación de la mucosa digestiva.
  • Enfermedades inflamatorias autoinmunes. Crohn, artritis, psoriasis… En su origen se unen la genética, el ambiente y la microbiota en las enfermedades inflamatorias intestinales (EII), y parece que la relación puede ser bidireccional. La disbiosis puede ser factor de riesgo y al revés, las EII pueden ser factor de riesgo de disbiosis. El tratamiento dependerá de sus causas y de la sintomatología.

Boca y faringe

  • Periodontitis y caries. En nuestra boca encontramos más de 700 especies diferentes de bacterias y en cada milímetro de saliva puede haber entre 10 y 100 millones de microorganismos. Por eso, la higiene bucal es fundamental para eliminar la placa dental. Si dejamos que se acumule, el líquido gingival hará que las bacterias se multipliquen, causando aún más inflamación.
  • Endocarditis. Lo peor de una disbiosis bucal no es la caries, ni siquiera la enfermedad periodontal. El mayor riesgo es que estas bacterias patógenas puedan llegar a zonas del organismo, como las válvulas cardiacas, donde pueden causar graves problemas. Es el caso de las endocarditis bacterianas. También se han visto casos de cáncer de colon en los que están implicadas unas cepas, las fusubacterium, procedentes de la boca.
Las cosas por su nombre: ¿qué es qué?

No son sinónimos porque expresan entidades diferentes, pero estos dos conceptos están íntimamente relacionados:

Microbiota. Es el conjunto de microorganismos que reside en nuestro cuerpo. Ahí entran las bacterias y, en menor cantidad, virus, hongos y otros tipos de microorganismos.

Microbioma. Cada uno de los microorganismos que forma parte de la microbiota tiene su propio genoma. A la colección de todos los genes de los miembros de una microbiota se le llama microbioma. Si el genoma humano consta de unos 23.000 genes; la microbiota contiene cientos de miles de genes que ofrecen funciones complementarias a las de nuestras células.

Prebióticos vs. probióticos: estas son las diferencias

¿Qué son?

Prebióticos. Compuestos de algunos alimentos vegetales que el organismo no puede digerir, por lo que pasan a través del sistema digestivo para convertirse en alimento para los microorganismos que habitan en el colon. Al servir de comida para las bacterias sanas del intestino, aportan un beneficio para la salud de la persona que los toma. Los más estudiados: la inulina y los oligosacáridos, algunos ácidos grasos poliinsaturados, compuestos fenólicos y parte de la fibra dietética.

Probióticos. Microorganismos vivos, generalmente cepas específicas de bacterias, que se añaden directamente a la microbiota intestinal. Solo si se administran en cantidades suficientes pueden aportar algún beneficio para la salud de las personas. Los más estudiados: distintos tipos de bacterias y levaduras.

¿Dónde los encontramos? 

Prebióticos. En alimentos de origen vegetal: cereales como la avena, la cebada o el arroz, tubérculos, bulbos, raíces y pasta cocida y enfriada. Además, en la alcachofa, el espárrago, el ajo, la cebolla o el puerro.

Probióticos. En algunos alimentos fermentados, como el yogur, el kéfir o el chucrut casero (repollo fermentado). El pan, el vino, el chocolate o los encurtidos en vinagre no son probióticos, ya que durante su proceso de elaboración se han destruido los organismos vivos

¿Qué efecto tienen sobre la salud? 

Prebióticos. Su efecto positivo es indirecto: como son el alimento de la microbiota intestinal, equilibran y mejoran la cantidad, variedad y actividad de los diferentes tipos de bacterias y otros microorganismos. Estos fabricarán compuestos –como ácidos grasos de cadena corta, enzimas, neurotransmisores o vitaminas–, que aportan beneficios en el metabolismo de las personas: aprovechan nutrientes, ayudan a controlar el peso y los niveles de colesterol y azúcar en sangre… También ayudan a mantener la mucosa intestinal.

Probióticos. Para ejercer una acción en el organismo tienen que llegar vivos y en suficiente cantidad al intestino, lo que es difícil porque el ácido gástrico suele destruirlos. Esta cantidad suele ser muy elevada, de 100 a 1.000 millones de unidades formadoras de colonias (UFC) por dosis, dependiendo de la cepa. Según investigadores de Cochrane, solo hay evidencia científica del efecto positivo de algunas cepas específicas para trastornos como diarreas por antibióticos o para prevenir la enterocolitis necrotizante (inflamación del intestino grueso) en bebés prematuros o con bajo peso.

Los posbióticos 

Desde 2010, varios trabajos científicos han introducido un nuevo concepto: los posbióticos. Los definen como aquellos compuestos producidos durante la fermentación de las bacterias, es decir, por los probióticos, y que pueden tener efectos positivos en la salud a nivel nutricional, metabólico e inmunitario. Los más estudiados son los ácidos grasos de cadena corta, neurotrasmisores, varios tipos de nutrientes, péptidos antimicrobianos o las enzinas activas frente a carbohidratos. Actualmente, se están estudiando sus beneficios, como los de las enzimas, que ayudan a los probióticos a digerir las fibras. Hasta la fecha se han descubierto unos 500 posbióticos.

Así se alimentan nuestras bacterias

Estas son las sustancias que mejor les sientan a nuestras bacterias. Repasamos los alimentos que las contienen y que, por tanto, deben estar presentes en nuestra dieta.

Fibras altamente fermentables 

En los últimos años se han multiplicado las investigaciones en torno a estas fibras y sus efectos beneficiosos sobre la salud. No somos capaces de digerirlas ni de asimilarlas, por lo que llegan al intestino grueso intactas y allí son fermentadas por las bacterias. Son, por tanto, prebióticos.

  • Pectinas (manzanas, zanahoria). Es la fibra más fermentable y favorece la diversidad bacteriana. Para que alimenten nuestra microbiota, dichos alimentos tienen que estar cocinados, no crudos.
  • Almidón resistente (patatas, boniatos, arroz y pasta). En este caso, los alimentos deben ser cocinados primero y enfriados después. El objetivo es que el almidón modifique su estructura y sea capaz de resistir el proceso digestivo. Así se podrá fermentar y producir los ácidos grasos de cadena corta.
  • Mucílagos (semillas de lino y de chía). Si tomamos estas semillas tal cual, pasarán por nuestro intestino y las excretaremos sin más. Para obtener su fibra debemos remojarlas en agua y dejar que espese el líquido.
  • Fructooligosacáridos (espárrago, cebolla o puerro). Son un tipo de fibra alimentaria soluble que destaca por su capacidad para modificar la composición de la microflora del colon.
  • Inulina (achicoria, ajo, alcachofa o plátano). También son un tipo de fibra soluble que sirve de alimento para la microbiota intestinal.
  • Galactooligosacáridos (leche materna). Estimula el crecimiento de las bacterias buenas en el intestino del bebé, por eso se añade también en algunas leches de fórmula.

Polifenoles

Se encuentran en alimentos de origen vegetal y destacan por su alta capacidad antioxidante. También favorecen el desarrollo de las bacterias beneficiosas. Aunque el vino y el aceite también los contienen, solo llegan al intestino grueso los que van acompañados de fibra, por lo que en estos productos pierden sus beneficios.

  • Frutos rojos.
  • Frutos secos (especialmente almendras, nueces y avellanas).
  • Cacao con más del % de pureza.
  • Especias (principalmente anís estrellado, menta seca, jengibre, cúrcuma y canela).

¿Y si la trasplantamos?

Hace años que se investigan las posibilidades que puede tener un trasplante de microbiota. La idea es ver si bacterias procedentes de un donante sano pueden restaurar el equilibrio ecológico del intestino de una persona enferma. En este sentido, desde el laboratorio de Microbiota del Grupo de Investigación en Fisiología y Fisiopatología Digestiva del Hospital Vall d’Hebron, se ha realizado un estudio en animales, publicado en la revista EBioMedicine, que demuestra que el trasplante de microbiota fecal restaura la microbiota intestinal. En combinación con antiinflamatorios, podría ayudar a tratar las enfermedades inflamatorias intestinales, como la colitis ulcerosa o la enfermedad de Crohn.

¿Influye en la covid?

La microbiota también guarda relación con el coronavirus. Se ha visto que la microbiota nasofaríngea de los pacientes con covid-19 es diferente a la de las personas sanas. Uno de los aspectos interesantes es que en pacientes con covid leve se ve que hay un mayor número de Fusobacterium periodonticum, lo que sugiere que este microorganismo podría proteger contra las formas más severas de la enfermedad. Igualmente, se ha visto que la microbiota intestinal también puede incidir en una covid más o menos grave.

También en el apéndice 

En el apéndice hay bacterias y tradicionalmente se ha pensado que, cientos de miles de años atrás, estas bacterias tuvieron la misión de ayudar a nuestros antepasados a digerir la celulosa de las plantas. Hoy, esa función ya no sería necesaria y, por tanto, el apéndice sería un órgano inútil, vestigial. No obstante, en 2007, se publicó un estudio que sugería que ese almacén de bacterias podía tener una utilidad: en el caso de que una infección arrasara con nuestra microbiota, las bacterias del apéndice actuarían como reservorio para poder repoblar nuestro intestino.