Mi hijo no come

La obsesión de muchos padres por la comida y la insistencia para que los niños coman cantidades desproporcionadas son los motivos principales de esta situación
1 diciembre de 2011
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Mi hijo no come

“No me importa si es niño o niña, lo único que quiero es que coma”. Este es el deseo de muchos padres que esperan su segundo hijo y que ya no saben qué hacer para que el primero coma. Y no se trata de un caso aislado. Esta inquietud, compartida por tantas familias, responde en la mayoría de los casos a una preocupación exagerada de los padres y las madres. Los cambios que vive el niño en su corta vida influyen de manera determinante en su conducta, y estos se reflejan también en su comportamiento con la comida. El cambio que experimenta el menor cuando pasa de tomar el pecho o de tomar el biberón a comer sólido, el inicio de la guardería, quedarse a comer en el comedor, la vuelta al colegio después de las largas vacaciones, el nacimiento de un hermanito… Son situaciones que alteran a los niños y que de forma natural manifiestan también con la comida. En muchos casos, el problema de que un niño sano sienta cierta inapetencia o no coma lo suficiente responde a las malas costumbres de los padres o de los cuidadores de su alimentación, ya que pretenden que los niños coman cantidades de comida equivalentes a las de un adulto.

¿De verdad que el niño no come?

La diferencia entre un niño que realmente no come y un niño que parece que no come, es que el primero pierde peso, y el segundo no. No obstante, ante la duda y la preocupación, el pediatra ha de descartar cualquier enfermedad mediante una revisión exhaustiva. A continuación, se enumeran las soluciones a la situaciones más comunes y que más preocupan a los padres :

No se puede pretender que los niños coman las mismas cantidades de comida que un adulto

  • Come en el colegio pero no en casa (o poco y con mucho esfuerzo). Aparte del vínculo emocional y el interés por ser el centro de atención que tiene el niño en casa con respecto al comedor escolar, seguro que hay algo más que diferencia estos ambientes. En el comedor del colegio los niños de la misma edad comen todos juntos y sin distracciones; no hay tele, no hay juguetes. La hora de la comida se dedica a lo que es: el momento de comer. Después de comer, se juega, pero no mientras se come. Tampoco hay opción de elegir otro plato si el que se ha servido no gusta o no apetece: se deja un tiempo concreto para que el niño coma (solo o con apoyo) el plato que toca en el menú día. Pasado ese tiempo, haya comido más o menos, deberá comer el segundo plato. En el comedor escolar tampoco hay posibilidad de comer el postre que más le gusta. En casa, sin embargo, es más fácil que los niños consigan sus caprichos porque padres, tíos y abuelos ceden a sus insistentes (e incluso molestas) peticiones. La clave está en analizar las distintas situaciones que se dan en ambos ambientes, copiar lo que funciona en el colegio para llevarlo a la práctica en casa, ser perseverantes, no ceder ni conceder caprichos y tener la confianza de que los cambios van a funcionar.
  • Come en casa pero no en el colegio. Distinta situación, pero mismo consejo; analizar las situaciones que funcionan en casa y valorar la posibilidad de repetirlas en el colegio. Aunque esta práctica no siempre es posible, ya que el comedor se rige por unas normas determinadas. En este caso, una buena idea es concederle al niño una mayor libertad e independencia a la hora de hacer las cosas. Se debe admitir, sin reproches, que el niño se manche la ropa o las mangas si come solo. No pasa nada, la ropa se lava, aunque se le debe educar en que sea cuidadoso mientras come.
  • Apenas come en ningún sitio. Si el niño está sano, pero es inapetente, el problema de su comportamiento negativo puede ser consecuencia de que la relación entre los padres y la alimentación sea mala. En la siguiente tabla se recogen algunos de los errores que cometen los padres y que deben mejorar para que la conducta del niño cambie.
  • Come siempre bien, en casa, en el colegio… El consejo no es otro que seguir como hasta ahora y no preocuparse de si el niño come menos durante uno o dos días, o en determinados momentos (merienda, cena…). Los niños, igual que los adultos, no tienen el mismo apetito todos los días. ¡Permitámosle que no siempre coma igual de bien! No vayamos a cometer el error de obligarle a comer cuando realmente no quiere.

¿Por qué no quieren comer muchos niños?

En muchas ocasiones, el problema de la conducta negativa de los niños lo tienen los padres por ser muy insistentes, ofrecer comida a cualquier hora, obsesionarse con que se lo coma todo, servir una cantidad exagerada de comida para su edad, o ceder a sus caprichos y darles lo que más les gusta siempre ante la mínima protesta… .

Los pediatras subrayan que la única esperanza de cambio cuando un niño se aferra a no comer está en que cambien los padres. Un niño que no come tiene que perder mucho peso para que haya un riesgo real de enfermedad. Si el niño está sano, tiene vitalidad, duerme, juega y ríe, aunque parezca que come poco, está comiendo lo que su cuerpo le pide. No más.

Qué hacer para mejorar

  • No quiere comer con cuchara: El desarrollo de cada niño es distinto, y si el primer hijo comenzó a comer con cuchara las papillas y los purés con 4 o 5 meses, no significa que el siguiente hijo lo haga de la misma manera. A veces se confunde la paciencia (por ingeniárselas para que el niño coma de cuchara cuando todavía no quiere) con la insistencia. Conviene respetar el desarrollo de cada niño para evitar situaciones incómodas, como que el niño llore siempre mientras come, que escupa la comida o que aprenda a vomitarla.
  • Demasiadas proteínas: Los niños pequeños han de comer en plato pequeño, de forma que quepa en el plato una cantidad de comida proporcional a sus necesidades. Una ración saludable de carne son 100-120 gramos, cantidad justa para una persona adulta y para un adolescente, pero demasiada para un niño pequeño. Tanta proteína no es necesaria, ni sana. Por tanto no es un buen hábito saciar al niño con proteínas sin que antes haya comido verduras o cereales, como tampoco lo es que los niños coman proteína animal siempre, tanto para comer como para cenar. Las cifras de sobrepeso y obesidad infantil se han duplicado en los últimos 10 años, y cada vez son más las personas jóvenes con hipercolesterolemia o triglicéridos altos.
  • Demasiada leche y lácteos: Muchos adultos serían incapaces, y con toda la razón, de comer la cantidad exagerada de lácteos que toman muchos niños. Medio litro de leche al día o sus equivalentes en yogures y quesos suaves es más que suficiente. Si come más, es lógico que no le quepa mucha más comida en el estómago.

Más fruta de la que come un adulto: Dar a un niño pequeño dos o tres piezas de fruta batidas para merendar es exagerado, desproporcionado. Conviene ofrecerle al niño una cantidad de comida proporcional a su tamaño, y en particular al volumen de su estómago.

Los niños no tienen el mismo apetito todos los días

  • Raciones y platos de mayores para los menores: En una comida familiar el niño comienza por comer un buen trozo de pan porque es un día especial, y come más tarde de lo normal. Comienza la comida: picoteo de chorizo y queso (el niño come), unas croquetas (el niño come varias), primer plato (un plato de verdura que el niño come)… ¿Con todo lo que el niño ha comido ya, se pretende que coma la paella, que pruebe el guiso de pollo o se tome la fruta de postre? Son muchas las ocasiones en las que se le ofrece al menor una cantidad de comida similar a la de un adulto.
  • Todo el día comiendo: Si un niño con un año comía muy bien y de manera abundante, cuando cumpla dos no tiene que comer el doble, aunque parezca un razonamiento lógico. Lo más probable es que después del año, el niño coma menos, porque su crecimiento no es tan exagerado y por tanto sus requerimientos son menores y, de manera natural, su cuerpo le pide menos.

Malas prácticas

  • Padres muy insistentes: La sobreprotección de muchos progenitores es mala consejera de la educación infantil y de la educación alimentaria. Angustiarse e insistir en que el niño coma un alimento que se resiste a comer, lo único que provoca es mayor rechazo por parte del pequeño. El círculo vicioso ha comenzado.
  • Odiosas y “temidas” comparaciones: Las comparaciones ridiculizan a los niños, por lo que no es sano usarlas con el objetivo de que coma más y mejor. Cada niño tiene unas necesidades concretas, un apetito particular y un gusto diferente por los alimentos que conviene tener en cuenta y respetar.
  • Obligar a comer todo y comidas que el niño aborrece: Lo sano es justo lo contrario: no obligar a comer si muestra rechazo y no obligar a comer comidas que el niño aborrece. Lo idóneo es servirle la cantidad que sabemos que comerá con seguridad y esperar a que pida más si se ha quedado con hambre. Conviene dejar un tiempo prudencial entre un plato y otro y pasar al siguiente, haya o no haya comido todo, incluido el postre, pero sin chantajearle con el postre o con dulces o chucherías.
  • Chantaje emocional: ¿premios y castigos con la comida? “Si te comes las espinacas te compro un helado”… Los expertos aseguran que usar la comida como premio o castigo es un error pedagógico. Los alimentos que se usan como premio (suelen ser dulces, helados, chocolates, chucherías…) o como castigo (verduras, pescado o cualquier alimento sano que el niño no aprecie) también suponen un error dietético.