Plástico: un problema de fondo sin alternativa perfecta

UNA DE LAS GRANDES CRISIS MEDIOAMBIENTALES DE LA ACTUALIDAD ES LA INGENTE CANTIDAD DE PLÁSTICO QUE INUNDA MARES Y OCÉANOS. LOS LLAMADOS BIOPLÁSTICOS SE PRESENTAN COMO LA ALTERNATIVA. PERO ¿SON EL REMEDIO CORRECTO?
1 noviembre de 2019
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Plástico: un problema de fondo sin alternativa perfecta

Tenemos un problema: estamos llenando los océanos de plástico. Hay regiones del sur del Pacífico que ya registran más de 300.000 partículas de microplásticos (pequeños residuos de menos de 5 milímetros de diámetro) por kilómetro cuadrado, según el estudio Contaminación plástica en la zona subtropical del Pacífico Sur, elaborado por investigadores de EE UU y Chile. Esta cifra supone casi 800 gramos -el equivalente a unas 24 botellas de plástico de litro y medio- por kilómetro cuadrado. Son datos alarmantes, porque esos materiales tienen implicaciones ecológicas importantes.

Por ejemplo, animales marinos como las tortugas se ahogan con plásticos de gran tamaño que confunden con medusas (especie de la que habitualmente se alimentan). Estos restos también provocan cambios en las poblaciones microbianas, que pueden desestabilizar los ecosistemas y entrar en la cadena alimentaria. Un informe presentado en 2018 a la Comisión Europea por la consultoría Eunomia (Reino Unido) y la ICF International Inc. apunta a la posibilidad de que, en caso de ingesta, las partículas más pequeñas (nanopartículas) pudieran llegar a atravesar las membranas celulares de nuestro organismo.

La salud del ecosistema del suelo

El problema del plástico no solo afecta a los ecosistemas acuáticos. También se ha observado que puede dañar a los animales y microorganismos del suelo y dificultar la germinación y el crecimiento de las plantas. Finalmente, los humanos terminamos comiendo todo ese plástico que entra en la cadena trófica, ya sea a través del pescado, de otros animales marinos o de las plantas. Muchos son inertes y no afectan al tubo digestivo. Sin embargo, algunas primeras investigaciones apuntan a la posibilidad de que esta ingesta repercuta negativamente en la salud. Según el estudio Una evaluación de la toxicidad de los microplásticos de polipropileno en humanos, elaborado por investigadores de la Universidad de Yonsei (Seúl), el propileno (un tipo de plástico) podría inducir a las células inmunitarias a la producción de citoquinas (agentes responsables de las respuestas inflamatorias del cuerpo). Otra investigación de la Universidad de Hangzhou (China) concluyó que los restos de poliestireno podrían afectar a la microbiota intestinal, es decir, a esos microorganismos que nos ayudan a digerir adecuadamente los alimentos. No obstante, la realidad es que los estudios son aún muy recientes y su carga de prueba resulta muy débil, por lo que no debería sorprendernos encontrar nuevas noticias en los próximos meses o años, e incluso conocer otros efectos de los microplásticos sobre la salud. Según la Autoridad Europea para la Seguridad de los Alimentos (EFSA), “si bien la presencia de estas partículas en los alimentos está ya identificada como un riesgo emergente en la UE, existe todavía una falta de información sobre los mismos y, en particular, sobre su toxicidad”.

Detrás del concepto

“Plástico” no es un tipo de material, sino una propiedad que pueden tener los materiales y que engloba a muchas sustancias que lo único que comparten entre sí es una serie de propiedades mecánicas. No obstante, en la práctica, el concepto de “plástico” se asocia a la idea de ese material ligero e incluso flexible y fácil de moldear que tan presente está en nuestro día a día. Se calcula que, desde que el plástico se inventó a escala industrial en los años cincuenta, hemos generado 8.300 millones de toneladas de plástico, lo que equivale a un millón de torres Eiffel, según un estudio publicado en 2017 por la Universidad de California y la Sea Education Association.

Eso se traduce en 1.100 kilos por persona. A este ritmo, para 2050 habremos producido cerca de 34.000 millones de toneladas. Otro dato: en 2016 se recogieron en España unos 2,3 millones de toneladas de plástico, de los cuales el 46% acabó en vertederos. Lo ideal, por tanto, sería reducir, reutilizar o reciclar (apenas un 9% ha sido reciclado desde 1950), para lograr la sostenibilidad ambiental.

¿Compostable o biodegradable?

El de los plásticos es un problema digno de ser considerado desde una perspectiva global, al igual que lo son otros grandes retos medioambientales, como el cambio climático o las especies exóticas invasoras. La primera solución que nos viene a la cabeza es la sustitución de los materiales convencionales por otros alternativos. Se habla de los plásticos biodegradables, los compostables o los bioplásticos, pero ni todo lo biodegradable es compostable, ni todo el bioplástico es biodegradable.

Biodegradable. La Agencia Francesa del Medio Ambiente y de Control de la Energía (ADEME) define los materiales biodegradables como “aquellos que pueden descomponerse bajo la acción de microorganismos (bacterias, hongos, algas…). El resultado es la formación de agua, CO2 y/o metano, así como, posiblemente, subproductos (residuos, nueva biomasa)”. La cantidad de oxígeno, el grado de humedad y la temperatura a los que están expuestos influyen en el tiempo de biodegradación de los materiales, que puede ser de entre varias semanas y cientos de años.

Compostable. Es una cualidad que permite al material descomponerse en poco tiempo y convertirse en abono, más conocido como compost (de ahí que este proceso sea denominado “compostaje”). Para que un material pueda considerarse compostable, debe degradarse como mínimo al 90% en un plazo de seis meses, y siempre necesita de la acción del hombre. Es decir, para que se convierta en abono es necesario que se deseche en un contenedor de materia orgánica y pase por una planta de compostaje o sea sometido a un proceso de compostaje en el hogar.

Bioplástico. Este término engloba varios tipos de materiales. Por un lado, aquellas sustancias plásticas que han sido producidas a partir de materia orgánica, generalmente vegetal, ya sean aceites, féculas, microalgas o almidón. Pero, por otro, también se consideran bioplásticos aquellos que son biodegradables, aunque su origen sea fósil. Por el momento resultan un buen contrapunto a los plásticos no biodegradables derivados del petróleo.

La lista de bioplásticos es extensa y en ella se alinean versiones de plásticos convencionales, elaborados con materias primas orgánicas, como el poliestireno, el polipropileno, la poliamida… Un poliestireno puede ser producido a partir de derivados del petróleo o de aceites vegetales y, si bien su origen es distinto, su química no lo es.

Cómo desechar las colillas

Según la ONG Ocean Conservancy, las colillas son los desechos más comunes de los océanos y suponen el 13% de los residuos mundiales. La mayoría de los filtros de los cigarrillos están fabricados con acetato de celulosa, un termoplástico no biodegradable repleto de sustancias tóxicas. Una sola colilla es capaz de contaminar entre ocho y 10 litros de agua, según datos de Ecoembes, que recomienda depositarlas en el contenedor gris (donde se tiran los desperdicios que no se pueden reciclar ni sirven para hacer compost) o en los ceniceros de las papeleras urbanas. Y, nunca, tirarlas al suelo o al retrete.

Tipos de bioplásticos

Las diferentes familias de bioplásticos se clasifican según su origen: los que se elaboran a partir de biomasa o, lo que es lo mismo, a partir de materia prima orgánica, y los que se fabrican con productos de origen fósil como el petróleo. A su vez, se dividen entre los que son biodegradables y los que no.

NO BIODEGRADABLES

Bioplásticos. Que un plástico esté elaborado por biomasa no conlleva, necesariamente, que se pueda biodegradar. Es el caso de estos materiales cuya estructura química no se puede descomponer por microrganismos, pero sí son reciclables mecánicamente. Ejemplos: bio-polietileno (BIOPE), bio-polipropileno (BIO-PP), bio-poliamida (Nylon 11) y biopolietileno (BIO-PET).

Plásticos convencionales. Los plásticos de toda la vida, es decir, aquellos que se fabrican con materias primas derivadas del petróleo y no son biodegradables. Ejemplos: polietileno (PE), polipropileno (PP), poliestireno (PS), tereftalato de polietileno (PET) y policloruro de vinilo (PVC).

BIODEGRADABLES

Bioplásticos. Fabricados a partir de materiales vegetales como el maíz, la caña de azúcar o la celulosa, estos plásticos sí se pueden biodegradar. Son relativamente nuevos en la industria, aunque ya se están utilizando en la elaboración de envases. Ejemplos: ácido poliláctico (PLA), almidón termoplástico (TPS), polihidroxialcanoatos (PHA) y celulosa regenerada.

Bioplásticos. Este grupo lleva la etiqueta de ‘bio’ porque, aunque están elaborados a base de materiales fósiles como el petróleo, sí se descomponen por microorganismos. Ejemplos: polietenol (PVA), adipatotereftalato de polibutileno (PBAT) y polibutileno succinato (PBS).

Fuente: ¿Qué son los bioplásticos?, European Bioplastics

Inconvenientes de los bioplásticos

El término bioplástico suena muy bien, pero no todo son ventajas. En primer lugar, la producción de plásticos con materiales de origen renovable, como el PLA (ácido poliláctico), también genera un impacto en el medio ambiente. Por ejemplo, el cultivo del maíz, materia prima con la que se pueden fabricar plásticos PLA, necesita gran cantidad de agua y de energía, además de conllevar un uso y desgaste del suelo. Así, ese origen vegetal, aunque a priori sea bien percibido, acarrea unas implicaciones medioambientales y éticas que también deben tenerse en cuenta a la hora de valorar si un material es más sostenible que otro.

En segundo lugar, el residuo generado tras el uso de un bioplástico presenta otros problemas. Por un lado, la gran variedad de bioplásticos ocasiona confusión en el momento de ser desechados: por ejemplo, si tiramos un bioplástico compostable al contenedor amarillo, podemos estar dificultando el proceso de reciclaje, ya que debería ser depositado en el contenedor marrón para su posterior compostaje. Sin embargo, otros bioplásticos como el BIO-PET se pueden reciclar sin problema arrojándolos al contenedor amarillo. Pero, ¿y si un plástico biodegradable no acaba en el contenedor, sino en la naturaleza?

Un análisis en profundidad

Que un objeto sea biodegradable no significa que, si se deja en el monte tras un domingo de pícnic, vaya a descomponerse y desaparecer por sí solo. Para que esta degradación suceda en un corto plazo de tiempo, han de cumplirse ciertas condiciones, que deben ser proporcionadas deliberadamente para la correcta y rápida eliminación del plástico biodegradable en cuestión. Por ejemplo, el bioplástico PLA (ácido poliláctico) se degrada muy bien cuando se trata de hacer compost de forma industrial, pero tarda más en un suelo que no tenga suficiente humedad, y su biodegradabilidad es prácticamente nula en el mar. Es decir, el bioplástico PLA se descompone bajo la acción de microorganismos, pero solo lo hará en un corto plazo en condiciones industriales. Así pues, lo realmente importante en este caso es su cualidad de compostable, porque en condiciones no industriales (es decir, sin la acción deliberada del hombre para su procesado), la degradación será mucho más lenta.

Por tanto, los problemas de la gestión de los residuos de bioplásticos son en muchos casos similares a los del plástico convencional. Así, aunque de los más de dos millones de toneladas de bioplásticos que –se calcula– se produjeron en 2017, el 42,9% fueran biodegradables, la diferencia a la hora de tratar el residuo no es significativa. Si nos preguntamos si puede alguien tirar al campo una bolsa hecha de bioplástico biodegradable con la conciencia tranquila de que no producirá impactos, la respuesta es no. Esa bolsa no va a descomponerse fácilmente, especialmente en aquellos entornos en los que las condiciones no sean las idóneas, y lo más probable es que termine rasgada y convertida en pedazos de menor tamaño o arrastrada por el agua hasta el océano.

La eliminación de un plástico, incluso siendo biodegradable, no equivale a una ausencia de huella o impacto. Tanto el proceso de compostaje como la biodegradación en la naturaleza de los plásticos generan gases de efecto invernadero, como el metano o el dióxido de carbono. Además, aparte de este tipo de gases, algunos productos plásticos también pueden generar, al descomponerse, sustancias tóxicas que tienen un impacto negativo sobre los ecosistemas. Un estudio elaborado por investigadores de la Universidad de Alcalá y la Autónoma, ambas de Madrid, concluyó que uno de los plásticos biodegradables más comunes, el polihidroxibutirato (PHB), libera durante su degradación nanoplásticos que producen efectos tóxicos sobre organismos acuáticos como algas y bacterias. Sí existen algunos plásticos biodegradables comerciales que pueden degradarse totalmente sin dejar residuos tóxicos, pero son minoría.

Algunas alternativas

¿La solución pasa, entonces, por emplear otros materiales? Siempre que sea posible, es preferible evitar directamente el consumo de productos o envases de un solo uso e intentar decantarse por opciones reutilizables. Pero en algunos casos, como los productos con alérgenos (el apio, por ejemplo), el envase es necesario para evitar la contaminación cruzada.

Los plásticos tienen unas características, como su ligereza, transparencia y moldeabilidad, que han potenciado su aplicación en muchos usos, entre ellos los envases. Sin embargo, se han desarrollado otros materiales alternativos: vidrio, papel, cartón, tela…, aunque no son necesariamente más sostenibles. Cada caso requeriría un análisis pormenorizado que valorase sus riesgos y sus beneficios, así como una mirada contextual que tenga en cuenta la situación medioambiental de los lugares en los que vaya a generar algún impacto, con especial detenimiento en los aspectos medioambientales más críticos de cada zona a la que va a afectar.

Europa ya ha aprobado la llamada Directiva de Plásticos 2019/904 (UE), que prohíbe, a partir del 1 de enero de 2021, la venta de artículos de plástico de un solo uso, como cubiertos y platos de usar y tirar, bastoncillos, bolsas y, cómo no, las pajitas. Ante la entrada en vigor de esta normativa, los fabricantes se preparan y plantean alternativas a las pajitas. Unos, por ejemplo, apuestan por la celulosa, pero tiene sus inconvenientes: sigue siendo de un solo uso y tiende a deshacerse si permanece mucho tiempo en contacto con la bebida. El papel y el cartón, además, requieren una enorme cantidad de agua, tanto para su fabricación como para su reciclaje. Según la Unesco, para producir una hoja de papel A4 se gastan 10 litros de agua. Además, la producción de estos materiales implica, algunas veces, un proceso de deforestación que, entendido de forma masiva, podría ser inasumible. Por eso, a la hora de elegir estos materiales habría que fijarse en algunas certificaciones como el sello Forestry Stewardship Council (FSC), que garantiza que la materia prima proviene de plantaciones forestales donde los árboles nativos se replantan como parte del proceso.

Otra alternativa a las pajitas de plástico son las de metal. Existen varios tipos y muchos de ellos son perfectamente viables para un uso alimentario. Pero, en el caso de las pajitas, entrañan riesgos de seguridad, ya que se pueden clavar en el paladar.

Y, por último, la silicona. Es un polímero de silicio flexible que se puede reutilizar muchas más veces que cualquier plástico, es fácil de reciclar y su eliminación por incineración no genera compuestos tóxicos (pero sí gases de efecto invernadero), como ocurre con muchos plásticos. Además, a diferencia de la madera, la silicona es fácil de limpiar para eliminar los temidos biofilms bacterianos (bacterias que crecen en películas apiladas unas sobre otras), que suponen uno de los mayores riesgos en seguridad alimentaria.

Pero más allá del ejemplo de las pajitas, no existen soluciones mágicas ni alternativas perfectas, y la silicona tampoco lo es: no resiste los cortes de un cuchillo, no permite empaquetar grandes palés, no podemos hacer con ella láminas finas y transparentes lo suficientemente resistentes y no sirve para fabricar bolsas, botellas de agua o envases para la lejía. En conclusión, a la hora de tomar una decisión, hay que tener en cuenta muchos factores; entre ellos, su impacto ambiental global.

Las huellas en el medio ambiente

La huella ambiental mide el impacto de un producto sobre el medio ambiente a lo largo de su ciclo de vida, desde que es extraída la materia prima para su producción hasta que se genera (y trata) el residuo tras su uso. Se basa en 14 categorías de impacto, desde el agotamiento de los recursos naturales, el uso del suelo, la contaminación derivada de su extracción, transformación y transporte y los efectos sobre el clima, hasta aspectos directos sobre el ser humano como los impactos sobre la salud.

Es decir, para conocer la huella ambiental de un producto hay que analizar su impacto en el ecosistema desde su fabricación hasta el final de su vida (incluida la gestión del residuo tras su uso), recabando datos sobre su consumo de agua y energía, sus emisiones a la atmósfera… Reducir nuestra huella ambiental es clave para conseguir un desarrollo sostenible, concepto que lleva implícita la posibilidad de que las generaciones actuales puedan satisfacer sus necesidades, sin comprometer la posibilidad de que las satisfagan las generaciones de mañana.

¿Cuál es la solución?

En definitiva, materiales alternativos existen y cada uno añade un nuevo punto de vista, con sus propios problemas e impactos. La sostenibilidad no es algo sencillo y se debe abordar desde muchas perspectivas, cada una de ellas con sus particularidades. Es obvio que quien pueda permitirse hacer una bolsa de tela con una vieja camiseta estará reduciendo el uso de las bolsas de plástico, y que comprar unas pajitas o unos táperes de silicona evita la utilización de cientos de pajitas de usar y tirar y de docenas de envases de plástico.

Pero la respuesta no está tanto en el material como en una concienciación de los efectos de nuestros hábitos. Para disminuir el impacto y cuidar el medio ambiente, el consumidor puede aportar su granito de arena si pone en marcha la regla de las tres ‘R’: reducir, reutilizar y reciclar. La producción de envases u objetos genera un impacto ambiental, sean del material que sean. Por lo tanto, en primer lugar, lo ideal es evitar su uso o consumo (reducción). Pero si esto no resulta posible, es preferible decantarse por aquellos materiales que provengan de fuentes renovables y que hayan sido producidos minimizando su huella ambiental, además de intentar alargar su vida útil (reutilizándolo las veces que sean posibles) y, finalmente, gestionar su residuo correctamente. Este último punto, el reciclaje, está cada vez más presente en los hábitos de los consumidores: en 2018 se reciclaron en España 1.453.123 toneladas de envases de plásticos, latas, briks, envases de papel y cartón, lo que que evitó la emisión de 1,6 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera, según cifras de Ecoembes. El siguiente paso, por tanto, consiste en concienciarse en la reducción y en la reutilización.

Etiquetas que garantizan un menor impacto ambiental
  • AENOR. Certificación de la Asociación Española de Normalización y Certificación (AENOR) que acredita el compromiso de un producto o servicio con el medio ambiente a través de una minimización de impactos ambientales.
  • EU Ecolabel. Etiqueta establecida por la Comisión Europea que certifica que un producto o servicio está comprometido con la conservación de la calidad ambiental y con el fomento de una economía circular.
  • FSC. Del inglés Forest Stewardship Council, el Consejo de Administración Forestal, con sede en Alemania. Garantiza mediante sus etiquetas ‘FSC’ el cuidado de los bosques. La etiqueta ‘FSC 100%’ certifica que el producto proviene totalmente de bosques certificados FSC; la ‘FSC reciclado’, que toda la madera o el papel del producto procede de material recuperado o reutilizado, y la ‘FSC Mixto’ es una combinación de ambas etiquetas.
  • PEFC. Del inglés Programme for the Endorsement of Forest Certification, el Programa para el Reconocimiento de Certificación Forestal, con sede en Suiza. También certifica con su etiqueta ‘PEFC’ el cuidado de los bosques.

La regla de las tres ‘R’

No hay soluciones perfectas, pero sí hábitos que ayudan a cuidar el medio ambiente:

Reducir 

El primer paso consiste en evitar que se genere ese residuo siempre que sea posible. Comprar únicamente lo que necesitamos para evitar el desperdicio de alimentos y los residuos de envases o llevar una taza al trabajo para tomar el café y evitar el vasito de plástico que nos da la máquina son dos ejemplos.

Reutilizar 

Cuando no podamos reducir, intentemos reutilizar. Siempre es preferible que ese producto o envase tenga una vida útil lo más larga posible, que no sea de un solo uso.

Reciclar 

Cuando no podamos reutlizar debemos reciclar, es decir, transformar ese residuo en nueva materia prima que sirva para otro proceso productivo. En el caso de los plásticos, hay que comprobar que son 100% reciclables o compostables y depositarlos en el contenedor amarillo o en el marrón, respectivamente. Para saber si lo son, lo más probable es que la etiqueta incluya el conocido triángulo de Moebius con las tres flechas verdes, si es reciclable; el sello de OK compost en el caso de los productos compostables; alguna frase como ‘100% reciclable’ o ‘100% compostable’, o el icono del contenedor al que debe tirarse el residuo.

¿Qué productos son reciclables? 

Para saber si los materiales de un objeto se pueden reciclar o compostar hay una serie de logotipos estandarizados que nos aportan esa información.

¿A qué se destina el material reciclado?

  • Construcción (tuberías, tarimas…): 41,8%
  • Otros mercados (calzado, textil…): 22,6%
  • Envases: 14,1%
  • Mobiliario urbano: 9,5%
  • Bolsas de basura: 5,8%
  • Macetas: 3,7%
  • Agricultura (riego): 2%
  • Automóviles: 0,5%

Destinos finales de las materias plásticas recicladas. Fuente: Cicloplast

La segunda vida de las botellas de plástico
  • 1 botella= 2 bolígrafos
  • 2 botellas= 3 cepillos de dientes
  • 16 botellas= Juguete infantil
  • 17 botellas= 1 mochila
  • 17 botellas= 1 par de zapatos
  • 27 botellas= 1 camiseta
  • 40 botellas= 1 forro polar
  • 80 botellas= 1 chaqueta de esquí
  • 114 botellas= 1 saco de dormir

Tabla de equivalencia con botellas recicladas. Fuente: Ecoembes y Lanjarón.