La primera y obligada pregunta nos conduce a un término que ni siquiera recoge la RAE y que, sin embargo, cada día se escucha más. ¿Qué significa la palabra sostenibilidad?
Una actividad humana se define como sostenible cuando es viable, posible y tiene futuro. El desarrollo económico ha tenido lugar a costa del derroche de materias primas no recuperables y de abundante energía no renovable, acompañado de una creciente contaminación de la atmósfera, de la Tierra y de los océanos. En tiempos de bonanza económica el desarrollo ha sido sostenido y no sostenible, y a veces acelerado. Pero hace muy pocas décadas surge la conciencia de la necesidad de un desarrollo sostenible, es decir, viable, que no condene la supervivencia de futuras generaciones y que se haga manteniendo nuestro hábitat, el planeta Tierra, en condiciones de habitabilidad.
Dicho esto, ¿desarrollo y sostenible son términos antagónicos?
En absoluto, deberían ir siempre unidos, al menos a partir de ahora.
Esto implicaría que el respeto del medio ambiente fuera una obligación, y en nuestra sociedad todavía no lo es.
En todas las sociedades, y en particular en las más desarrolladas, se va abriendo camino la conciencia del deber y la conveniencia, aunque sólo sea por egoísmo ilustrado, del máximo respeto al medio ambiente. En los países en vías de desarrollo priman las necesidades vitales, debido a una mayor extensión de la pobreza. Movimientos como los verdes muestran esas inquietudes. Aunque a menudo se trate de activistas con intereses políticos, contribuyen a extender la sensibilidad ante las graves amenazas que sufre la Naturaleza en todos los órdenes.
Existe cierto desánimo medioambiental, pero ¿podemos hablar de logros?
Los mayores logros son por ahora los intangibles, como los estudios y debates en multitud de foros. Por otra parte y desde la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo de 1992, en Río de Janeiro, se han adoptado acuerdos internacionales al más alto nivel con contenidos de envergadura, si bien se están cumpliendo tan sólo en pequeña medida y alargando en exceso los plazos límite iniciales. Ese es el caso, muy en particular, de los acuerdos alcanzados en Kioto.
¿Hay futuro sin Kioto?
¿Hay futuro sin ser todos responsables de nuestros actos? El Protocolo de Kioto fue el resultado de una difícil negociación que redujo sensiblemente el texto inicial que allí se negoció con mucha resistencia de los grandes países industrializados. Al Gore, entonces Vicepresidente de los EEUU, presionó para llegar a ese acuerdo una vez que logró fuera muy rebajado en sus metas, todo ello en clara contradicción con lo que él mismo había publicado tiempos atrás en sus propios libros sobre esos temas. Así es la vida y así son sus tristes realidades. Ahora, sin embargo, se regatea y resiste activamente la aplicación de aquel Protocolo unánimemente consensuado.
¿Con qué otros errores nos enfrentamos?
La lista es interminable, empezando por la atención casi exclusiva a la contaminación atmosférica y el consecuente cambio climático, sin advertir que la contaminación y depredación de la Tierra, con pérdida rápida de la biodiversidad, va acompañada también de una no menos grave agresión a los océanos.
Precisamente ahora se habla de nuevo sobre la posibilidad de depositar la basura en el fondo de los océanos, porque afirman que su capacidad de digestión es muy grande.
Los océanos comienzan a asfixiarse, como el Pacífico en el entorno de Japón, debido a los vertidos. La biodiversidad de los mares se encuentra en grave peligro. Las islas coralíferas, las algas, etc. están amenazadas. Es cierto que las arcillas abismales de los océanos poseen una inmensa capacidad de absorción del CO2, muy superior al de todos los bosques del mundo. Pero, ¿cómo hacer llegar los gases de la atmósfera a esos abismos? Los residuos sólidos, incluidos los vertidos de metales pesados y tóxicos como el mercurio, constituyen otra de las mayores agresiones a los mares, problema que sin ir más lejos sufre el Mediterráneo. Todos los residuos deben ser reciclados y en esa tarea todos, empezando por cada individuo en su respectivo hogar, tenemos mucho que aprender y hacer. En relación con estos temas, recomiendo vivamente leer el informe “El futuro de los océanos”, elaborado para el Club de Roma por Elisabeth Mann-Borghese.
En sus tesis liga siempre educación y medio ambiente. ¿Con qué criterios?
La educación medioambiental se va aceptando como parte indispensable de todo sistema educativo. Es el mejor modo de informar y formar a los futuros ciudadanos en sus deberes y derechos, tanto en aras de su propio interés como en el de este mundo tan interdependiente. Sin embargo, no se trata de añadir una asignatura más, sino de ofrecer una formación interdisciplinaria, de alcance global y con fines a corto y largo plazo. No basta con proclamar los Derechos Humanos, hay que hacerlos efectivos, y también asumir los Deberes Humanos respecto los demás y la Naturaleza, para alcanzar la armonía entre las personas y el medio ambiente.
¿Y qué decir a las voces que aseguran que el medio ambiente ha mejorado en el último lustro?
Hay que decir rotundamente que el medio ambiente no ha mejorado en el mundo en su conjunto, si bien se vienen realizando muchos meritorios esfuerzos con mejoras puntuales e incluso sustanciales. Pese a ello, y dado lo insuficiente aún de esas mejorías, si continúa la tendencia actual nos dirigimos inexorablemente hacia el desastre. ¿Cuándo? ¿En 50, en 100, en 200 años? ¡Qué importa! ¿O es que acaso sólo se trata de asegurar la supervivencia en la Tierra para nosotros y para nuestros más inmediatos descendientes? Lo que se está haciendo sirve tan sólo de punto de partida de una creciente sensibilidad y compromiso, incluyendo sacrificios en bien de las futuras generaciones.
¿Resulta eficaz la responsabilidad penal para castigar los delitos de contaminación?
Establecer la responsabilidad penal es un medio importante para frenar actividades irresponsables, incluso criminales, y para fomentar la conciencia ciudadana sobre la inmensa importancia del medio ambiente para todos nosotros y nuestros descendientes.
¿Cuánto hay de publicidad y cuánto de verdad en todo lo que lleva como apoyo el término ecologista?
Respeto mucho las buenas intenciones, actitudes y actuaciones positivas ligadas a los movimientos ecologistas. El problema se resolvería si todos fuéramos ecologistas de hecho y de corazón, es decir, personas plenamente responsables ante el medio ambiente.
Si hay que rebajar a la mitad la extracción de recursos en todo el mundo, los países industrializados necesitarán incrementar su eficiencia para usar la energía y materiales de cuatro a diez veces en los próximos 30 a 50 años, tal como fue aceptado por la Asamblea General de la ONU, en 1997. ¿Por qué hay tanta disparidad para cumplirlo en diferentes países de Europa, si sus Ministros de Medio Ambiente lo habían aprobado en 1996?
De las palabras a los hechos hay mucho trecho… Al tratar de aplicar localmente esas declaraciones y compromisos internacionales se descubren los sacrificios y costos que encierran, por lo que los políticos se echan para atrás. De ahí que, en mi opinión, las democracias tengan que introducir el principio y desarrollo de lo que he dado en llamar ‘democracia anticipatoria’. Los partidos no sólo deben presentar metas económicas y sociales positivas y deseables para sus electores, sino también información sobre las consecuencias que esas ambiciones conllevan a largo plazo, señalando con valor los sacrificios que la sociedad debe aceptar si de verdad quiere un futuro mejor.
En resumen, ¿cuál es el problema ambiental más severo del mundo?
El más evidente de momento es el cambio climático por la contaminación de la atmósfera debido a las emisiones de gases, principalmente de anhídrido carbónico. La disminución del grosor de la capa de ozono está afectando al sistema inmunológico humano, diariamente desaparecen múltiples especies animales y vegetales…