Ancianos en casa

La labor de los cuidadores, poco valorada

Una de las características demográficas más significativas de las sociedades desarrolladas es el progresivo envejecimiento de la población. Las causas de este fenómeno residen en el aumento de la esperanza de vida en todos los países desarrollados (en España las mujeres viven una media de casi 82 años y los hombres, más de 74 años) y en un acusado descenso de la natalidad.
1 febrero de 2001
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La labor de los cuidadores, poco valorada

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 2000 había unos 600 millones de personas mayores de 60 años, lo que representa el 10% de la población del planeta. En Europa y en América, concretamente, la población de más de 60 años sobrepasa ya el 20% del total. Y dentro de nuestro viejo continente, la española es una de las sociedades más envejecidas, con cerca de 7 millones de personas mayores de 65 años, lo que supone más de un 17% de la población. Y las previsiones son muy poco optimistas: según el IMSERSO, dentro de 25 años este porcentaje aumentará hasta alcanzar casi una tercera parte de la población.

Pero detrás de todas esas cifras se esconde el día a día de nuestros mayores, principalmente de los que ya no se valen por sí mismos, y de sus familias o cuidadores, que los acogen y se enfrentan a una vida organizada alrededor de ellos. Vivir con un anciano que requiere atención constante resulta duro, y en la mayoría de las ocasiones poco gratificante. Aún así, es una opción elegida por muchas familias y aceptada con resignación por otras tantas, debido a que las infraestructuras gerontológicas de nuestro país resultan insuficientes.

Recordemos, de todos modos, que algunos ancianos gozan de una salud envidiable, tan sólo ensombrecida por pequeños achaques, y que su aportación a los hogares resulta fundamental al hacerse cargo de los nietos o realizar pequeños encargos domésticos. Además, se alcanzan cada vez edades más avanzadas en mejor estado de salud, y muchos mayores no desean renunciar a la independencia de vivir por su cuenta.

También se percibe un lento pero imparable cambio de mentalidad en la sociedad, y al igual que en otros países europeos, cada vez más abuelos optan por vivir solos hasta que requieran asistencia ininterrumpida. El miedo a la soledad desaparece en la medida que son autosuficientes, gozan de un estado de salud aceptable para su edad y hallan actividades a las que dedicarse. Es por ello que los hogares de jubilados, polideportivos municipales y asociaciones de diversa índole realizan una labor fundamental para ellos.

La familia, pilar básico del anciano

Según un estudio de 1998 de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, un 30% de nuestros mayores reside con su familia. Este porcentaje es alto si lo comparamos con otros países europeos, en los que la mayor parte de los ancianos optan por otro tipo de formas de vida, como residencias y viviendas tuteladas. Estas diferencias con nuestros vecinos se explican en parte por en la escasez de plazas residenciales (no llegan a 3 plazas por cada cien personas mayores de 65 años), y en la mayor influencia de la familia en una sociedad tradicional en estas cuestiones como es la española.

La mayoría (84%) de los ciudadanos piensa en nuestro país que cuidar a los mayores es obligación de los hijos, aunque sólo un 24% se muestra convencido de que, en el futuro, la atención a los ancianos seguirá corriendo a cargo de los hijos. Sin embargo, cuando la necesidad de asistencia de los abuelos se vuelve permanente, un 29% de los encuestados estima que la ayuda debe prestarla la propia familia, un 37% opina que es competencia de los servicios sociales y un 29% cree que debe ser proporcionada por ambas partes.

Las tres edades de los ancianos y sus necesidades

Las necesidades de las personas de hasta 70 años y los cuidados que requieren son los mismos que los de las personas integradas en el grupo de prejubilados: llenar su tiempo libre, sentirse útiles, relacionarse, transmitir conocimientos y entreterse, divertirse. Una vez cumplidos los 70-75 años de edad aparecen otras necesidades, como la de superar con buen ánimo la soledad, la de afrontar con realismo y cierta resignación la inevitable disminución de ingresos o la de solucionar las actividades cotidianas. Demandan profesionales de la salud e infraestructuras para la prevención gerontológica y precisan cuidadores, además de equipamientos domésticos que faciliten su autonomía y relaciones humanas .

La realidad, lamentablemente, es que las infraestructuras gerontólogicas existentes en España no pueden hoy ofrecer las prestaciones que este sector de la población necesita. La gran repercusión de estas carencias, sobre todo en las personas más longevas (más de 80 años de edad) parece empeñarse en poner de manifiesto la necesidad de aumentar los fondos públicos y privados destinados a la población mayor.

Enfermedades más comunes

La geriatría establece tres edades, tres grupos de ancianos cuyas dolencias pueden ser diferentes. Los mayores de 65-75 años reciben el nombre de ancianos jóvenes. Se trata de recién jubilados, pero con capacidades motrices e intelectuales a pleno rendimiento. Entre los 75-85 años se les llama ancianos. Y los de más de 85 años adquieren el rango de muy ancianos. Las enfermedades propias de los ancianos, y a las que se enfrentarán sus cuidadores, se dividen en cuatro grupos. Entre el 60% y el 80% de los mayores padecen problemas osteoarticulares, principalmente artrosis y artritis, mientras que las enfermedades cardiovasculares afectan al 50%-70% y casi un 40% sufre trastornos del sistema nervioso-cerebral. Por último, están las dolencias del aparato urinario. No obstante, las relacionadas con el sistema nervioso-cerebral, la demencia y el Alzheimer, son las que más preocupan a expertos y familiares.

Estas clasificaciones de enfermedades y edades derivan en una gran variedad de situaciones a medida que aumenta la esperanza de vida. Se incrementan las enfermedades del sistema nervioso- central, como la demencia y el Alzheimer, y las enfermedades cardiovasculares. Por ello, el objetivo es que los dos primeros grupos de edad mantengan durante el máximo tiempo posible su buen estado de salud.

Alzheimer, el mal que más preocupa

Las previsiones auguran un incremento espectacular de los casos de Alzheimer para el año 2025, debido al envejecimiento de la generación del baby boom, nacida en los sesenta, que traerá consigo un aumento de la dolencia, ya que la incidencia de la enfermedad crece a ritmo exponencial. Así, a partir de los 65 años el número de demencias se dispara hasta el punto de duplicarse cada cinco años. Según los expertos, entre un 5 y un 10 por ciento de los españoles, 700.000 mayores de 65 años, padece algún tipo de demencia. En cuanto al modo en que la enfermedad afecta a las relaciones cuidador-paciente, hay imposiciones por parte del cuidador, sobre todo en los primeros meses después del diagnóstico: se le prohíbe conducir y que manipule dinero o cartillas. Además, se intenta que nunca permanezca sólo.

Resulta difícil para los familiares comprender la enfermedad porque no hay una repercusión física que puedan ver. Y una de las primeras reacciones es el ¿duelo anticipado¿: para ellos se produce una muerte psicológica del enfermo. El momento del fallecimiento por Alzheimer es especialmente duro para la familia. Significa una cierta liberación para los cuidadores que han atendido durante años al paciente, pero también surge un enorme vacío emocional, ya que durante una media de 10 años han estado durante las 24 horas al cuidado de otra persona.

Perfil del cuidador

Habitualmente, es el cónyuge quien se hace cargo de la persona que precisa cuidados, como ocurre en el 60-70% de los casos de Alzheimer. Pero si quien requiere asistencia es la esposa, la situación se complica porque nuestros mayores varones no asumen fácilmente su nuevo rol de cuidador, de amo de casa. Cuando no es el cónyuge, son las hijas quienes asumen el papel de cuidador. Para ello, abandonan su trabajo y en muchos casos desatienden su relación con sus propios cónyuge e hijos, lo que puede conducir a situaciones de desestructuración familiar.

Los psiquiatras abogan por la creación de centros asistenciales que acojan temporalmente a los enfermos para que los familiares-cuidadores puedan tomarse un respiro. No es cuestión baladí: el cuidado de estos pacientes acaba causando estrés y depresiones entre quienes se encargan de su protección y custodia.

Opinión del experto


¿Las familias no están enseñadas?

En opinión del Dr. José Mercé, médico adjunto en geriatría del Hospital Dr. Peset (Valencia), el problema de cuidar un anciano en casa es que las familias no están enseñadas. Somos la sociedad más envejecida de Europa pero nadie nos enseña a tratar a los mayores. No hay suficientes profesionales sanitarios y sería necesario un plan integral para enseñar a cuidar a nuestros mayores. Considera que aprender a cuidar de los mayores supondría un ahorro en dinero y recursos, ya que el desconocimiento motiva que ante cualquier eventualidad los familiares acudan a las urgencias de los hospitales. Para el doctor Mercé, uno de los problemas para los abuelos es ¿la pérdida de identidad y de autoridad, porque ya no son ellos los que ponen las normas, sus hijos quienes mandan sobre ellos. Se produce una pérdida de autonomía y un traslado del cabeza de familia: o es el hijo o el director de la residencia¿. En su opinión, ¿el sistema sanitario debería favorecer un sistema tendente a que vivan en su propio domicilio o en uno próximo al de sus familiares. También existe la posibilidad de que haya pisos o bloques tutorizados con moderada dependencia. Es un error llevar a un anciano a una residencia¿. Considera erróneo, por último, el uso que se hace de los Centros de Día, ya que ¿su utilidad debería ser la de un hospital de día, una unidad médico asistencial rehabilitadora. Actualmente lo que hay son guarderías de abuelos¿.

Síndrome del cuidador

  • Problemas musculares: lumbagias, hernias y dolores por el esfuerzo que requiere el mover a una persona de edad avanzada y en ocasiones de peso elevado.
  • Infartos, debido al estré.
  • Problemas psicológicos, como la depresión, ya que no son capaces de asumir por sí mismos la asistencia a los mayores durante tanto tiempo. Además, su esfuerzo no es reconocido por los ancianos, que no son conscientes de él. Y a los sinsabores causados por las patologías que aparecen en edades avanzadas, se le añade la espera del desenlace final.
  • Ansiedad por una sobrecarga de factores psicológicos, incluido el deseo de que todo termine cuanto antes.
  • Aislamiento social, problemas con la pareja cuando es una hija la cuidadora, y absentismo laboral. Esto provoca una rutina en la que sólo se piensa en el bienestar del enfermo; el cuidador se olvida de sí mismo y va perdiendo su equilibrio emocional.
  • Problemas para aceptar la enfermedad y el deterioro que conlleva. La nueva situación es más difícil de aceptar para el cónyuge-cuidador que para hijos u otros familiares, y se consigue afrontar mostrando el mismo afecto y el mismo cariño día a día, asumiendo que no tiene cura y explicándosela de manera adecuada a vecinos, amigos y familiares.

Alternativas a la permanencia en el hogar

En los últimos años se han buscado alternativas y creado servicios para evitar la institucionalización de nuestros mayores. Los gobiernos muestran un creciente interés en proporcionar sistemas de apoyo a la familia para que ésta cuide a sus mayores y no deba recurrir a instituciones. Es por ello que, con el fin de favorecer la permanencia de los ancianos en el hogar familiar, se están impulsando fórmulas de ayuda y compensación a quienes dediquen su tiempo al cuidado y atención de los mismos, y se adoptarán medidas compensatorias para quienes tengan personas mayores a su cargo en situación de dependencia. Algunos países incluso han adoptado medidas de estímulo económico para las familias de bajos ingresos que deseen cuidar a sus abuelos, tales como préstamos a bajo interés y rebaja de impuestos.

Sin embargo, numerosas familias no pueden o no desean afrontar la enorme responsabilidad que el cuidado de un anciano entraña, y mucho menos cuando requiere asistencia permanente. Las familias que optan por otra fórmula que diferente a la de asumir sin ninguna ayuda el cuidado de los ancianos o los mayores que no desean vivir con sus familiares disponen de diversas opciones: centros de día (en los que el anciano pasa el día y regresa a su casa a la noche), residencias públicas o privadas, viviendas tuteladas, hogares del jubilado, teleasistencia y la posibilidad de que el anciano comparta su hogar con un joven (frecuentemente un estudiante que se encuentra lejos de casa).

Algunos programas de ayuda a las familias con ancianos en casa Ayudas ¿Cuidamos a los que cuidan¿ es el nombre del programa puesto en marcha en 1997 por la Cruz Roja de Cataluña y la Fundación La Caixa en las tres capitales catalanas. El objetivo de dicho programa es proporcionar un fin de semana de descanso al mes a las familias, especialmente a las mujeres, sobre las que recae normalmente esta responsabilidad, que atienden de forma permanente a personas mayores incapacitadas en su casa, y que no cuentan con los recursos suficientes para pagar un servicio privado. Hasta la fecha, dicho acuerdo ha permitido atender a 227 familias en Cataluña. Cruz Roja aporta el personal, integrado por terapeutas, enfermeras, fisioterapeutas, trabajadores familiares y voluntarios, coordinados por un psicólogo, y hace el seguimiento de la iniciativa.

La Fundación La Caixa, por su parte, asume el coste del proyecto, que asciende a 75 millones de pesetas. El programa incluye, además, una serie de servicios complementarios, como ayudas técnicas para determinadas dolencias, detectores de humos o la instalación de una terminal de teleasistencia en los domicilios.

La Generalitat Valenciana, a través de su Consellería de Bienestar Social, también cuenta con un plan de ayudas para las amas de casa que tienen a su cargo y cuidado a ancianos, con el objetivo de plantear la estancia domiciliaria como una alternativa a las residencias. Desde su puesta en marcha en el año 1996, se han beneficiado de estas ayudas 29.124 personas, que han percibido entre 15.000 y 30.000 pesetas mensuales, en función del nivel de la renta familiar. Según las previsiones, durante 2001 se destinarán a este fin cerca de 2.150 millones de pesetas.

Otros Gobiernos Autonómicos y Diputaciones son también conscientes de las cargas económicas, sociales y emocionales que conlleva el cuidado de un anciano dentro del entorno familiar, sobre todo si el abuelo tiene problemas físicos o mentales. La Diputación de Vizcaya, por citar alguna, concede ayudas para facilitar el acceso a Centros de Día a personas mayores que padezcan demencia o discapacidad física. La cuantía de dichas ayudas es de 6.000 y 5.547 pesetas por día, respectivamente.