Pinceles, cubos con rocas, cuadrículas de hilo, decenas de manos excavando, buscando fósiles, piezas de restos humanos, diversas cuevas en diferentes parajes. Este yacimiento se antoja inabarcable, pero al margen de los restos físicos, ¿qué se busca y que se encuentra entre los sedimentos?
Lo que mueve a la ciencia es el conocimiento. Aquí se está investigando el origen del hombre, las características de la naturaleza humana. Los científicos pretendemos dar respuesta a qué hacemos aquí, por qué somos de una manera y no de otra. Ésta es la pregunta eterna que nos impulsa a investigar. No hay otra pretensión.
Sus palabras parecen remitir más a la filosofía pura que a un sesudo análisis científico.
La razón de la existencia y el tiempo de la misma, antes y después, angustia al ser humano desde que es racional, y a lo largo de la historia quienes han respondido con más frecuencia han sido las religiones. Pero por ejemplo, a la cuestión de por qué el parto es doloroso, la religión judeo-cristiana le asocia una maldición divina, mientras que la ciencia encuentra y demuestra que la cadera evoluciona al convertirse la mujer en un animal bípedo y que esta adaptación termina generando dolor. La ciencia busca el conocimiento, respuestas elementales y esenciales no exclusivas de la filosofía, y para ello se vale de métodos científicos que desvelan la evolución humana a través de datos empíricos, no de ideas.
Una pregunta a la que se encaminan las diversas teorías y creencias de la humanidad es si después de la muerte hay vida. ¿Puede conjugarse aquí la fe con la certeza científica?
La fe es fe, y responde a una certeza irracional. No me considero un científico que desligue las creencias de la ciencia, para mí la epistemología no es ajena al humanismo. De hecho, son los movimientos religiosos quienes se enfrentan a los científicos, y no al revés. No está en nuestro propósito destruir sus mitos, sino responder a la necesidad de saber más sobre el género humano. Lo que sucede es que la teología y otras corrientes alejadas del empirismo se han revuelto siempre como gato panza arriba cuando el avance de la ciencia demostraba, sin propósito de contradecirles, razones de la evolución diferentes a las mantenidas por ellos. El conflicto entre ciencia y religión ha convivido siempre, pero si observamos el enfrentamiento con perspectiva nos sorprendemos de que se prohibieran los libros de Copérnico o de que se satanizara a Darwin. Se podría concluir que aunque las preguntas son las mismas, las respuestas a las que se quiere llegar difieren ya que pertenecen a ámbitos distintos.
¿Es hoy también difícil la convivencia entre religión y ciencia?
Los movimientos religiosos sostienen que lo que descubrimos los científicos les afecta directamente, y por eso no se sienten cómodos. No ha habido un solo descubrimiento científico relevante al que no se haya opuesto la Iglesia. Desde el lugar que ocupa la Tierra en el Universo, hasta la situación del hombre en la naturaleza, todo ha sido cuestionado, negado y enfrentado por al Iglesia. Hoy tenemos el ejemplo de las investigaciones científicas sobre las células madre, que tanto bien pueden generar en la solución a ciertas enfermedades. El conflicto es inevitable, pero hay que entender que la búsqueda del sentido, del conocimiento, no es patrimonio de las religiones ni de los Estados.
¿Qué está sucediendo en las últimas décadas para que tras avances científicos que han supuesto tantos siglos de investigación, se vuelva, especialmente en los Estados Unidos, a entender el origen del hombre a partir de teorías creacionistas?
No ocurre sólo en ese país. Es más, si pudieran aquí también los libros de texto obviarían la evolución de Darwin. En toda mi formación escolar nadie me explicó la teoría de la evolución del hombre. La biología que me presentaron era puramente descriptiva, respondía a preguntas de cómo se llaman los árboles, cómo se reproducen las plantas y poco más. No se profundizaba. Las religiones monoteístas no aceptan la teoría evolutiva, y esto deriva en que no se quiere ofrecer conocimiento y se aleja a éste del progreso. Mi impresión es que se aceptan de mala gana los avances de las investigaciones científicas.
La teoría evolucionista explica que las especies animales y vegetales van cambiando sus características hasta que surgen nuevas especies mejor adaptadas al medio. Esto se aplica tanto a la especie animal como al hombre, cuyos antepasados pertenecen a otras especies. Después de varias evoluciones surge el homo sapiens. ¿La especie humana sigue cambiando?
Esperemos que no. Si bien es cierto que la evolución es un proceso constante, esto no es lo mismo a que se produzca un salto evolutivo, es decir que surja la aparición de una especie distinta, ya que para ello debe producirse la selección natural, que lleva indudablemente a la muerte de la gran mayoría de la población. El resto, aquellos que no mueren, no se reproducen, y sólo lo hacen quienes poseen una característica especial. Es decir, si no hay una mortalidad, no hay selección natural, y si no hay selección natural, no se evoluciona. La especie humana nos mantenemos dentro del espacio y del tiempo.
Da vértigo pensar que sólo somos una parte más del ecosistema, reducidos a un cuerpo, eso sí con capacidad de pensamiento, pero que se pudrirá. ¿No es, entonces, la especie humana la elegida?
Sin duda, no lo somos. Nuestra presencia, nuestra existencia, no es necesaria. Ni del grupo humano, ni de la individualidad de cada sujeto. Salvo que creamos que hubo una providencia que hiciera que del acto sexual inevitablemente apareciera el ser humano, nuestra existencia se demuestra innecesaria. Podríamos existir o no. Una vez estamos, damos gracias al azar, al destino, a quien se quiera, de tener la inmensa fortuna de vivir y de ser conscientes de ello.
¿Nuestros antepasados que vivían en Atapuerca eran también conscientes?
Creemos que sí. En la Sima de los Huesos, un yacimiento de hace 300 mil años, se han encontrado indicios que responden a un rito funerario. De cualquier forma, tampoco ahora somos tan conscientes, tan dueños de nosotros mismos. De hecho, no tenemos que pensar para respirar, e incluso realizamos actos mecánicos, como conducir, en los que la inconsciencia manda sobre la voluntad.
La paleoantropología, su disciplina científica, estudia el hombre antiguo en todas sus dimensiones, tanto físicas como culturales, en un intento de llegar a descubrir la evolución humana. Desde una perspectiva tan amplia, ¿cómo se interpretan los intentos de algunas corrientes pseudointelectuales de demostrar científicamente la validez de la superioridad o diferencias de las razas?
La mejor argumentación contra el racismo es que se trata de una estupidez. Aparte de ser ética y estéticamente intolerable, no hay duda de que la especie humana es la misma, de hecho es el mamífero más homogéneo que existe y aunque nos importa mucho nuestro aspecto individual y colectivo, y aunque distinguimos entre los blancos y los negros, o entre los que tienen ojos más redondos o más oblicuos, en realidad somos muy parecidos. Han surgido familias distintas en la especie por las radiaciones del sol, el entorno o la humedad, que han generado que unos tengan la pigmentación más oscura y otros la nariz más ancha, pero pretender demostrar una diferencia que no existe es una estupidez. De hecho, las posturas racistas están muy vinculadas a las teorías machistas y clasistas. En el XIX se pensaba que la perfección del ser humano estaba en el hombre, ciudadano, inglés, blanco y rico: todos los demás padecían tara. Si contemplamos ahora esto, nos parece una majadería. Pues tiene el mismo rigor científico cualquier argumentación que defiende diferencias xenófobas.
Tal vez con un mayor índice conocimiento de temas científicos se lograra humanizar a la sociedad.
Los científicos estudiamos al ser humano y somos, por tanto, humanistas, aunque se nos considere de otra rama, como si buscásemos otros conocimientos. Tradicionalmente, se ha separado el saber humanista del científico, e incluso se les ha enfrentado. En nuestro país no tenemos tradición científica, no ha habido ciencia o ha sido muy escasa, y no tenemos hábito de estar cerca de la ciencia. Aunque lo justo sería afirmar que la costumbre no está instaurada en quienes poseen la capacidad de transmitir conocimientos. Y me explico. La mitad de los estudiantes se decanta por la rama científica y abandona lo que llamamos letras, es decir, les interesa más la física que el arte. Pero hay un problema: quienes tienen la capacidad para ofrecer cultura, las editoriales, los periódicos o programadores de televisión, viven alejados de la ciencia, son personas formadas en humanidades, con lo que su capacidad de entendimiento e interés en el campo científico es escaso. Si voy a ofrecer información a un periodista para un artículo me hace advertencias de que utilice un lenguaje cercano, o al menos no especializado, pero eso no sucede cuando hojeas las páginas de motor donde sin empacho alguno hablan en términos muy concretos, pero a mí me piden que no baje al detalle.
Sin embargo, sus libros científicos han cosechado un gran éxito.
Una de las revistas más leídas es Muy interesante, algo significará esto. Los textos científicos interesan a una gran parte de la población, incluso hay muchas muestras de que invertir en proyectos audiovisuales o literarios es rentable. Estuve en la Feria del Libro y no dejé de firmar ejemplares a lectores jóvenes y mayores, mujeres y hombres.
Cumplidos 25 años del inicio de las excavaciones de Atapuerca, explíquenos la importancia real del yacimiento.
Es una gran biblioteca que encierra mucha documentación sobre la historia de la humanidad y sobre la evolución del hombre en Europa. Su riqueza es apabullante y nos ayudará a registrar el pasado con todo tipo de datos, desde los climas y las evoluciones hasta el comportamiento de los seres humanos. En los yacimientos que conforman la sierra se esconden muchos antepasados, más que en ningún otro sitio, y sólo estamos empezando a descifrar lo que nos esconde.
Se sabe, pues, cuando ha empezado. Pero, ¿cuándo acabará de dar su tesoro esta mina de información tan valiosa?
La documentación es lo suficientemente excelsa para que estudie en ella toda una generación. Alguno de los alumnos que hoy está de prácticas me sucederá y terminará dirigiendo las investigaciones. Aquí, la medida del tiempo, igual que en el de las cuevas, responde a parámetros muy alejados de la inmediatez.
El último dato científico localiza en África un fósil primitivo, antecedente del hombre y datado hace 7 millones de años. ¿Cree que el ser humano perdurará tantos años a partir de ahora?
Al mundo le queda todavía mucho combustible, muchos millones de años, pero eso sí, todo se acaba.
De la lectura de sus obras sorprende la afirmación de que el progreso alcanzado por la agricultura y la ganadería no hizo ganar salud al ser humano.
Cuando comparas los esqueletos de agricultores y ganaderos con el de sus antecesores recolectores y cazadores, te das cuenta de que plantar semillas y organizar rebaños no mejoró su esperanza de vida ni su salud. Son más bajitos, tienen más enfermedades y viven menos tiempo que sus antepasados. Las huellas encontradas en dólmenes indican que su estado físico se había deteriorado. Incluso si estudias esqueletos del siglo XIX percibes que su estructura ósea es peor que la de sus antiquísimos antecesores. Cuando hace 9.000 años, al comenzar el Neolítico, la gente se aseguró su alimentación ordenando hectáreas que garantizaban más kilos de semillas y carne, logró aumentar las familias pero no esto no implica que se viviera mejor. De cualquier forma, la calidad de vida no es un término objetivable. Al estado de bienestar se le añaden periódicamente criterios, como que el entorno sea cada vez más natural, la alimentación más sana, el tiempo libre más numeroso. Y es que el ser humano sigue siendo un misterio, aunque el conocimiento sobre él es cada vez mayor.