Envejecimiento inmunitario: cuida de tus defensas... y que cumplas muchos más

No hay truco. Por mucho que nos bombardeen con milagrosos e instantáneos remedios para reforzar nuestras defensas, la única medicina que existe para mantener un sistema inmune joven y fuerte durante muchos años es mimarlo. Se trata de un proceso largo que comienza en el útero, continúa en nuestra etapa infantil, en la adolescencia y en nuestra vida adulta, hasta llegar a la vejez. Y estos cuidados tienen recompensa. La ciencia confi rma resultados sorprendentes para aquellas personas que han sido constantes en el ejercicio y la dieta sana y no se han estresado más de lo necesario. Sí, es posible alcanzar los 80 años con las defensas de un adulto de 40.
1 marzo de 2021

Cuida de tus defensas... y que cumplas muchos más

Además de recibir merecidos homenajes por parte de familiares y amigos, los afortunados que alcanzan el siglo de vida son estudiados con especial atención por parte de la ciencia, sobre todo aquellos que soplan las velas presentando aún un considerable buen estado de salud. Los científi cos siempre han querido saber cuál es ese secreto de quienes pasan de los 90 años, qué les diferencia y qué es exactamente lo que les ha hecho más fuertes que a sus coetáneos que no llegaron a la vejez.

Lo que sabemos hasta el momento, según desvela la investigadora Mónica de la Fuente –una de las científi cas que, junto a su equipo de la Universidad Complutense de Madrid, lleva más años analizando estos longevos sistemas inmunes–, es que la gran mayoría de estos abuelos presentan una velocidad de envejecimiento de un adulto de 30-40 años. “Dado que la edad biológica se basa en el estado funcional del sistema inmunitario, parece evidente que las personas que consiguen tener una inmunidad propia de adulto en la vejez son las que alcanzan una elevada longevidad”, relata la bióloga. Pero eso no es fácil de conseguir o, al menos, a priori no lo parece.

Cómo mantenerse casi ‘intacto’

Nuestro sistema inmune, ese completo y coordinado conjunto de células, tejidos, moléculas y procesos biológicos que se encarga de defendernos de virus, bacterias, parásitos y células cancerígenas, se va deteriorando según nos hacemos mayores. Es un proceso del que no se escapa nadie, se llama inmunosenescencia y consiste en el deterioro progresivo de los distintos componentes que nos aporta esa inmunidad. Con los años se altera tanto el número de células encargadas de hacer frente a los diferentes patógenos como sus funciones, lo que reduce su respuesta a la hora de defendernos de patologías asociadas con la edad, como el cáncer, las enfermedades cardiovasculares o autoinmunes.

¿Cómo se consigue que el sistema inmune se mantenga más joven que el de otras personas de la misma edad? Los genes tienen que ver en ello (un 25%), pero mucho más nuestro estilo de vida (un 75%), unos hábitos que hay que cuidar desde que estamos en el útero. Para lograr que el envejecimiento de las defensas vaya a paso de tortuga y que estas estén alerta y en condiciones durante A Entre la genética y los hábitos.El 25% del envejecimiento del sistema inmune tiene que ver con los genes y el 75% restante, con el estilo de vida. más tiempo, no queda otra opción que pasarse la vida cuidando de ellas, un proceso que, lejos de tedioso, da la mayor de las satisfacciones: vivir muchos años y con buena salud.

Un declive que comienza a los 20 años (y a los 40 ya es evidente)

El envejecimiento es un proceso biológico que empieza tras fi nalizar el desarrollo, al alcanzarse la edad adulta, aproximadamente desde los 20 años. A partir de esa edad, el sistema inmunitario se deteriora un 2-3% al año, tanto en el número de células como en sus funciones. En unos casos estas responden menos, pero en otros hay un exceso de respuesta que genera una in fl amación y luego deriva en el desarrollo de enfermedades asociadas con la edad, como el cáncer, patologías cardiovasculares, autoinmunes… Según explica David Escors, investigador de Navarrabiomed, “a pesar de que este proceso comienza con la madurez sexual de las personas, es cierto que hay edades en las que el daño externo generado a nuestro organismo comienza a ser más evidente, y eso suele ocurrir alrededor de los 40 años”.

Factores desde antes de la cuna

Hábitos durante el embarazo. En el periodo fetal ya empieza a formarse la inmunidad innata, justamente en el segundo trimestre de la gestación. Al nacer, el bebé ya lo hace con algunos mecanismos de defensa, pero es una inmunidad muy inmadura y muy frágil. Para que esa inmunidad innata funcione correctamente tiene que interrelacionar con la adquirida (la memoria que permite reconocer el patógeno que estuvo en contacto con el organismo y actuar rápidamente contra él), que se irá desarrollando según vaya creciendo el niño y esté en contacto con estos patógenos; ya sea a través de la vacunación o al pasar las enfermedades. Durante el embarazo, esa inmunidad adquirida, esa memoria, le llega desde la madre. A través de la placenta le transmite anticuerpos y glóbulos blancos. Por ello es importante que, además de llevar una vida saludable, la madre haya recibido todas las vacunas, ya que sus anticuerpos serán la primera defensa de su hijo.

Nacer por parto natural inmuniza más (pero solo durante unos meses). La manera de dar a luz también influye en el desarrollo del sistema inmune, ya que existen diferencias inmunológicas entre un parto vaginal y uno por cesárea. El primer contacto con los microbios se da en el parto, por lo que los niños que nacen por cesárea, y no atraviesan el canal, no son colonizados por las bacterias que componen la fl ora vaginal de la madre, y por lo tanto no pasan a formar parte de su microbiota. Entre estas bacterias que tienen un efecto benefi cioso cuando se adquieren durante el parto están los Lactobacillus, bacterias que, entre sus funciones, está la de convertir la lactosa en ácido láctico, inhibiendo así el crecimiento de bacterias perjudiciales para la salud. Es cierto que el parto vaginal otorga cierta ventaja inmunológica que hace al bebé menos susceptible a la hora de sufrir infecciones en sus primeras semanas de vida, pero tampoco es algo que deba obsesionar a las madres que dan a luz por cesárea, ya que no está comprobado (como hasta ahora se había afirmado) que este retraso en la activación del sistema inmune del bebé que no pasa por el canal del parto le deje desprotegido o incremente la susceptibilidad a alergias y enfermedades autoinmunes. Es lo que concluye una investigación reciente llevada a cabo por la Universidad de Londres: tras analizar la microbiota de 596 bebés nacidos por cesárea y parto natural, determinó que estas diferencias inmunológicas desaparecen entre los 6 y 9 meses y que, trascurrido ese tiempo, todos los niños estaban igual de sanos, dejando en el aire y sin poder confi rmar al 100% que estas diferencias fueran a suponer implicaciones futuras en su salud (por ejemplo, tener más riesgo de padecer obesidad).

La lactancia materna, lo mejor para crear defensas fuertes. Ya en el exterior, el niño se pone en contacto con microorganismos que van a ayudar a potenciar las defensas a través de los alimentos, en especial de la lactancia materna, considerada por muchos científi cos como la primera vacuna que recibe el recién nacido. A través de la madre se produce el traspaso de componentes con propiedades que protegen al bebé de agentes infecciosos, en su mayoría de carácter gástrico y respiratorio, durante sus primeras semanas de vida y hasta que su organismo vaya generando su propia inmunidad (de los 6 a los 12 meses). Entre estos componentes se encuentran, por ejemplo, los macrófagos –unas células que abundan en el calostro (la sustancia que se produce antes de la subida de la leche) y que se caracterizan por su capacidad para secretar citosinas, esenciales en la regulación de los mecanismos de infl amación–, los neutrófi los, cuya principal función es destruir bacterias y participar en el inicio del proceso infl amatorio, o las inmunoglobulinas del tipo IgA, cuya actividad está relacionada con la inmunidad de mucosas, evitando la penetración de antígenos en la pared del intestino.

La inmunización. Los bebés nacen con un sistema inmunitario que puede combatir a la mayoría de los microbios, pero hay enfermedades contra las que no puede luchar, algunas de ellas especialmente graves. Por eso necesitan a las vacunas: para reforzar el sistema inmunitario.

El abuso de antibióticos en la infancia pasa factura. Son la mejor arma para luchar contra las infecciones, pero un abuso de ellos en edades tempranas va a tener consecuencias en la microbiota intestinal del bebé, algo que puede hacerle más propenso a sufrir enfermedades crónicas (como asma, enfermedad infl amatoria intestinal o enfermedades atópicas). El motivo es que los dos primeros años son cruciales para el establecimiento de esa microbiota, y la introducción de antibióticos en los primeros meses produce una disminución de la diversidad de esta y, con ello, el retraso en el establecimiento del ecosistema microbiano. Durante un tratamiento con antibióticos, el organismo reduce a la mitad en número de microorganismos. Es cierto que muchos de ellos se recuperan en una o dos semanas tras el cese del tratamiento, pero algunas especies no llegan a recuperarse nunca y su espacio vacío es ocupado por patógenos. Además, se produce una sobreproducción de los microorganismos que han ido generando resistencias, algo que reduce aún más la diversidad microbiana.

Los genes y el historial de infecciones

No se puede olvidar el peso que tiene la genética a la hora de que unos sistemas inmunes se estropeen antes que otros. Otro factor importante es nuestro historial de infecciones, ya que algunos de los virus que se quedan crónicos en el organismo pueden ser un auténtico acelerador del deterioro de nuestras defensas. “En ocasiones, la manera en que respondemos a dichos patógenos hace que nuestro organismo se deteriore antes (que se produzca lo que los científi cos llamamos inmunosenescencia prematura). Es el caso del virus de inmunodefi ciencia humana (VIH-sida), pero tenemos otros más comunes y mucho más inofensivos que también pueden acelerar nuestro envejecimiento”, explica la Alejandra Pera, del grupo de Inmunología y alergia del Instituto Maimónides de Investigación Biomédica de Córdoba (IMIBIC).

Un ejemplo es el citomegalovirus (CMV), un herpes común, pero que no causa sintomatología como lo hacen el herpes labial y genital, y que se contrae generalmente en la adolescencia al entrar en contacto con fl uidos. Nuestras defensas, siempre que estemos sanos, lo mantienen a raya, pero no son capaces de eliminarlo, por lo que el virus queda latente en nuestro organismo y de vez en cuando se reactiva. “Vamos generando memoria contra él, invirtiendo gran parte de nuestra respuesta inmunitaria en controlarlo, lo que hace que algunas personas generen una enorme cantidad de células memoria contra el citomegalovirus, algo que se ha visto que está asociado con el desarrollo de enfermedades típicas de edades avanzadas, como la enfermedad cardiovascular, enfermedades autoinmunes… “, indica la investigadora.

Cómo calcular la edad biológica

Lo que hacemos a nuestro cuerpo, lo que llamamos “estilo de vida”, va a determinar en gran medida el desgaste de nuestras defensas antes de tiempo. La vida sedentaria, la mala alimentación, el consumo de alcohol y el tabaco, el estrés… Todo ello va a aliarse a la hora de deteriorar nuestro organismo, y con este deterioro vendrán problemas más graves que normalmente se asocian a edades más avanzadas. “Si a una mala genética le sumas un mal estilo de vida el resultado es que vas a vivir mucho menos tiempo y con peor calidad de vida”, resume Alejandra Pera. Por eso no es raro encontrarse jóvenes con una salud de anciano y abuelos con la salud de un adulto joven. Porque, como señala Mónica de la Fuente, “la edad cronológica es la que marca el reloj. Pero luego está la biológica, que es la velocidad a la que esa persona está envejeciendo y que puede variar muchísimo respecto a la edad que marca la partida de nacimiento”.

Nuestra edad biológica se puede calcular. Eso es precisamente lo que hace el grupo de investigadores del Departamento de Fisiología de la Facultad de Biología de la Universidad Complutense de Madrid, del que es responsable De la Fuente. Se trata del único laboratorio de España en el que se lleva a cabo la analítica que concluye la edad biológica de cada persona. De acuerdo con todos estos análisis que llevan haciendo años: ¿el sistema inmune de los españoles está más joven y fuerte de lo que corresponde a su edad cronológica o al contrario? “En general, son mayoría las personas que supuestamente están sanas (sin ningún problema de salud) y que tienen una edad biológica mayor que la cronológica. Puede ser debido a que somos una sociedad que no afrontamos adecuadamente las situaciones de estrés, la dieta que se hace no es apropiada y se tiende al sedentarismo”, explica Mónica de la Fuente. Estos individuos, al tener una edad biológica mayor que la que les corresponde cronológicamente, van a presentar menor longevidad.

“Todo lo que hagamos a lo largo de nuestra vida es relevante y determina la forma en que vamos a envejecer”, indica De la Fuente. La buena noticia es que se puede intervenir en cualquier momento y revertir la situación. Pero no se trata de revertir el envejecimiento y lograr la inmortalidad. Evidentemente, eso es imposible. Pero sí es factible que, con una buena nutrición, la adecuada actividad física, un buen descanso y una actitud positiva, consigamos hacer más lento ese envejecimiento y alcanzar la longevidad máxima en las mejores condiciones físicas y cognitivas. Estamos a tiempo.

5 pautas para la ‘eterna juventud’ (inmune)

Vacunarse 

Las defensas se estropean con la edad (se produce una disminución de células T vírgenes, las que nos defienden de nuevas infecciones) y, por tanto, respondemos peor a antígenos nuevos. “Por este motivo, si pretendemos empezar a vacunarnos cuando ya somos mayores, la respuesta que generamos es pobre y, en muchos casos, insuficiente. Por ello, resulta fundamental empezar a vacunarse cuando uno es joven y capaz de responder a esos antígenos nuevos de forma eficiente y fuerte. Cada vacuna estimula el sistema inmunitario y generamos una respuesta que cuando seamos ancianos nos va a proteger”, recomienda Alejandra Pera, del grupo de Inmunología y alergia del IMIBIC. Por ejemplo, tenemos el caso del virus de la gripe. Sabemos que muta mucho y por ello nos vacunan anualmente. Como explica la investigadora, “si desde jóvenes nos vacunamos todos los años, iremos generando respuestas contra muchas variantes del virus. Cuantas más variantes conozca nuestro sistema inmunitario, mejor. De este modo, cuando seamos mayores, tendremos esa protección parcial que nos ayudará a sobrevivir a la nueva infección”.

Cuidado con el estrés

Mucho es malo, pero en pequeña dosis nos ayuda. Algunos factores que objetivamente pueden ser algo negativos, como el estrés (el cortisol, la hormona que liberamos cuando estamos estresados, inhibe el sistema inmune), en pequeñas cantidades, pueden resultar beneficiosos al generar mayores defensas en nuestro organismo. Es la base de lo que se denomina hormesis. Pequeños estreses que nos ayudan a llevar mejor los grandes. Como indica Mónica de la Fuente, catedrática de Fisiología de la Universidad Complutense de Madrid, “la vida es un estrés, y quien no responde al estrés está muerto. La hormesis se genera con el ejercicio físico, la dieta, al salir a relacionarnos con los amigos, al leer, estudiar, entre muchas otras cosas. Todo ello son estreses que al ser moderados nos hacen tener mejores defensas y un envejecimiento más lento”.

Especial atención a la alimentación 

Tener sobrepeso reprime el sistema inmunológico, en una medida similar a la de ser una persona inmunodeprimida, ya que el tejido adiposo (grasa) impacta negativamente en la respuesta de los anticuerpos. “No conozco casos de ancianos centenarios obesos. El sobrepeso genera mucha inflamación y altera nuestras defensas. Comer en exceso es muy malo, pero hacerlo mal también lo es, por ello hay que controlar lo que se come y cuánto comes”, explica Alejandra Pera, que aconseja prescindir de los alimentos azucarados y procesados, controlar el consumo de las carnes rojas y, sobre todo, tomar alimentos ricos en antioxidantes (verduras y frutas, legumbres y cereales integrales), que además tienen también carácter antiinflamatorio. Con los años hay que ir reduciendo la ingesta calórica. A partir de los 35-40 años, la Sociedad Española de Cardiología recomienda ir bajando por década el 10% de las calorías diarias. “La reducción en la ingesta de calorías tiene dos efectos. En primer lugar, se disminuye la producción de sustancias oxidantes que tomamos a través de los alimentos, o que generamos durante la ingestión de alimentos, sobre todo procedentes de grasas. Pero, en segundo lugar, causa una reprogramación metabólica del cuerpo, haciendo que disminuya el riesgo a sufrir cardiopatías, diabetes y otras enfermedades”, explica el investigador de Navarrabiomed, David Escors.

Hay que moverse

En general, el ejercicio aeróbico beneficia a personas de todas las edades, pero una investigación reciente realizada por científicos del King’s College de Londres y la Universidad de Birmingham, mostró resultados increíbles en aquellos que se trabajan el cuerpo “un poquito más”. En concreto, estos investigadores siguieron a 125 ciclistas de larga distancia de 80 años que llevaban practicando este deporte toda su vida y descubrieron que la gran mayoría de ellos tenían un sistema inmune de unos 30 años. En concreto, estos ancianos producían el mismo nivel de células T, las células que ayudan al organismo a defenderse de nuevas infecciones, que un adulto de 30-40 años. Sin embargo, no es necesario hacer un ejercicio intenso de resistencia para obtener beneficios. El mero hecho de salir a correr, caminar rápido o realizar 10.000 pasos al día activa el músculo esquelético y estimula los macrófagos, células que detectan y destruyen patógenos dañinos que entran en nuestro organismo. “En general, el ejercicio está relacionado con una menor incidencia de riesgo cardíaco, mejora muscular y buena oxigenación”, explica Escors.

La felicidad y la vida social

Alcanzar esa ansiada longevidad pasa por mantener una adecuada salud, y esto depende del trabajo en equipo de nuestros sistemas homeostáticos (el nervioso, el endocrino y el inmunitario), que están en constante comunicación. “Un hecho comprobado es que, como consecuencia de esa comunicación neuroinmunoendocrina, cuando nos sentimos tristes, solos o tenemos emociones negativas, nuestro sistema inmunitario se deteriora, y por ello somos más susceptibles de tener infecciones. Por el contrario, si tenemos emociones positivas y somos felices, nuestra inmunidad está mejor y somos capaces de defendernos de las infecciones”, explica Mónica de la Fuente.

Enfermedades autoinmunes: cuando el cuerpo se vuelve en contra

El sistema inmunitario puede convertirse en agresor. En muchas ocasiones utilizamos la palabra ejército para describirlo, ya que este es la defensa del organismo. Pero a veces sucede que, estas tropas, en lugar de atacar a los microorganismos peligrosos, apunta a las células y tejidos saludables; es decir que, siguiendo con el lenguaje bélico, es como si los soldados dispararan contra su propio batallón. Así es como funcionan las enfermedades autoinmunes. Aproximadamente se han identificado unas 80 enfermedades autoinmunes (se dividen en dos grupos, las que afectan a un órgano y las que afectan a varios) y hay algunas con más incidencia que otras (como el caso de la artritis reumatoide o la tiroiditis de Hashimoto), pero en su origen todas comparten un fallo del sistema inmune que deja de realizar su trabajo adecuadamente (defendernos de las agresiones externas) y pasa a producirnos un daño.

La enfermedad celiaca, la de Crohn, la colitis ulcerosa, la diabetes tipo I, la hepatitis autoinmune, la artritis reumatoide, la esclerosis múltiple, el lupus, la fiebre reumática, algunas dermatitis, el vitíligio, el síndrome de fatiga crónica o algunas alteraciones en la tiroides… Todas son enfermedades autoinmunes. Algunas de ellas aparecen en la etapa de la niñez, otras son más proclives a hacerlo en mujeres y en el embarazo, y otras tienen más predilección por la vejez, como la artritis reumatoide (que afecta a más de 250.000 personas en España y se caracteriza por la inflamación crónica de las articulaciones y su progresiva destrucción). Son todas enfermedades crónicas y se desconoce como prevenirlas, pero es cierto que con un buen estilo de vida algunas de ellas pueden llegar a aletargarse.