¿Viejo, Tercera Edad, anciano?
Personas mayores. Es el término con el que más se identifican quienes lo son. Tercera Edad resulta paternalista e incluso peyorativo; anciano sólo califica a las personas a partir de los ochenta años, y viejo, como sustantivo, es una palabra bonita, pero en España, que no en el castellano, denota cierto menosprecio. Un apunte: ser llamados abuelos no les gusta, pues sin duda limita su función dentro de la sociedad.
¿Por qué para algunas personas resulta triste hablar de esta etapa de la vida, cuando sólo llegar a ella debiera ser un motivo de alegría?
Efectivamente, poder ser una persona mayor es un logro personal, y así lo decimos en nuestro Decálogo en su segundo punto: “toda persona mayor debe sentirse orgullosa por haber llegado ahí”. De hecho, cuando la gente es muy mayor presume de años, y antes de quitárselos, se los suma. Pero es que, además, poder contar con un sector amplio de gente mayor es un triunfo social, tal y como queda reflejado en el primer punto del citado decálogo: “El envejecimiento de un país es consecuencia de su progreso, y en ningún caso debe presentarse como una carga o problema”.
Sin embargo, la atención a las personas mayores se incluye institucionalmente dentro de los Servicios Sociales.
Unir marginación con vejez responde a una mala concepción sobre las personas mayores. Resulta una discriminación, consecuencia de la mala política que se hace en nuestro país, que era, dentro de la Europa de los 15, uno de los que menos dinero y esfuerzo dedicaba a las personas mayores.
¿Cuándo se entra ahora en la vejez?
Administrativamente se dice que cuando uno se jubila o cuando supera los 65 años. Pero ojalá entendiéramos todos que envejecer es, efectivamente, cambiar, pero no sinónimo de enfermar. Si lo contempláramos así, no habría tanto miedo a ser una persona mayor, ni a ser tratado como tal, pues se respetaría su dignidad y todas sus dimensiones personales. Es raro que las personas estemos más jóvenes que la edad que tenemos; pero no hay por qué estar más deteriorado que lo que implican los años. Los cambios de envejecimiento estrictamente fisiológicos cada vez son más tardíos, hoy podríamos situarlos en torno a los 80. La edad no justifica los achaques. Este es un mito que hemos de romper, pues cumplir años no deriva necesariamente en perder memoria, ni en tener dolores, ni en quedarse ciego o sordo.
Pero las personas mayores enferman.
Igual que los niños. El problema es la pérdida de autonomía que generan las enfermedades graves, y sobre todo, la falta de recursos destinados a cubrir las necesidades de esta franja social. Los programas de vejez son sistemáticamente incumplidos, pero lo que es más grave, la sociedad asume como inevitable aquello que es evitable. Que haya tanta pobreza en la vejez se ve como normal, que los ingresos sean menores que el salario mínimo no inquieta, e incluso, que la sordera o el porcentaje de ceguera sea tan alto se asume como natural. Son muchos los casos en que una persona mayor no va al hospital y muere en casa de viejo. Y de viejo, no muere nadie, siempre hay una razón, una enfermedad o dolencia.
Algo que preocupa sobre manera es alto consumo de fármacos en estos años. ¿Hasta qué punto es un error?
Las propias personas mayores se quejan de que se les atiborra a medicamentos. Este abuso es una alternativa a la atención sanitaria, derivado de la escasez de tiempo que se les dedica cuando van al médico. Es más fácil extender una receta que atender a las verdaderas necesidades, que se descubren con un poco de escucha y no achacando males a la edad. Está demostrado que un mayor tiempo de atención concluye en un menor consumo de fármacos. En cualquier caso, me gustaría insistir en que cuando van al médico, a urgencias sobre todo, es el grupo de edad que tiene un mayor motivo justificado para ir. No van a pasar el rato como se hace creer.
¿Qué patologías son más susceptibles de mejora?
Sin duda alguna, las que generan dependencia y presentan síndromes geriátricos, como la incontinencia, la desnutrición, los problemas de oído y vista o el aislamiento que deriva en depresiones, etc. Todas estas enfermedades se han de tratar de una forma multidisciplinar para poder superarlas, y aunque el esfuerzo de la Geriatría está centrado en su prevención y cura, los recursos son muy escasos.
La figura de los cuidadores de las personas mayores es cada vez más importante. ¿Cuáles debieran ser sus características?
Antes de hablar de cuidadores, distingamos dos tipos de personas mayores. Por un lado, las que simplemente tienen años, que no quieren dejar su casa y no tienen por qué hacerlo. Es fundamental respetar su autonomía y, aunque debamos estar atentos a su salud, no tienen que ser tratados como personas pasivas. Por otro, las que necesitan cuidados especiales, que pueden ser sencillos, como el seguir un tratamiento farmacológico, o más complejos. En este caso, se trata de atender a una persona enferma, por lo que quien le ayuda debiera contar con conocimientos específicos, aunque sea un miembro de su familia. Cualquiera no vale para cuidarle, y en cambio, todo el mundo puede adquirir unos conocimientos elementales y sencillos.
¿Cuándo un cuidador debiera plantearse la necesidad de pedir ayuda?
Cuando comience a manifestar síntomas de perder la salud por agotamiento, decaiga su estado de ánimo, sufra tristeza permanente o le surjan ideas tan extrañas que incluso le parezcan ajenas. Cuidar a una persona mayor influye en la vida, pero no tiene por qué hacerlo de forma negativa.
Y, ¿cuándo hay que plantearse acudir a una residencia?
En general, las personas mayores prefieren no ir, pero son necesarias y en bastantes casos, la mejor opción posible. Será el propio médico de cabecera, o si lo tuviera, su geriatra, quien lo debiera recomendar. Hay que tener en cuenta, también, que la persona mayor prefiere vivir en su casa antes que hacerlo con sus hijos, pues desea conservar su autonomía y su privacidad. Se tiene cierta tendencia, probablemente derivada de la marginación que nuestra sociedad somete a los mayores, a no tenerles en cuenta. No sólo han perdido autoridad, es que ni siquiera se les pide su parecer en circunstancias que les atañen directamente. Por eso, antes de valorar la posibilidad de hacerles abandonar su hogar, hay que contar con su parecer.
Tal vez se quiera alejarles de la soledad que supone vivir solos.
Un precio que hay que pagar cuando se vive mucho es ir quedándose solo. Se ve morir a los padres, la pareja, los amigos e incluso puede que a algún hijo. Pero hay que distinguir más que nunca el vivir solos con el estar solos. En España viven solos el 15% de las personas mayores, lo cual no significa que estén solos. Son mayores y pueden hacer con su vida lo que mejor les parezca. Y se puede estar muy solo viviendo con la familia.
¿Hay diferencia entre hombres y mujeres a estas edades?
Muchas, y desde diversos puntos de vista. Físicamente está claro que la mujer vive más, pero con más enfermedad y más dependencia. Socialmente es evidente que existe una discriminación entre viudas y viudos: ellos cobran más dinero en su pensión, por ejemplo. Y también en el aspecto cultural prevalece un cierto machismo en las relaciones. El viudo joven es mucho más proclive a encontrar una nueva pareja, a vivir con mayor alegría y está mejor visto en su entorno. La crítica a la viuda es más común.
Precisamente ahora se habla mucho de la sexualidad en la edad adulta, ¿se ha superado el tabú?
La sexualidad es algo inherente al ser humano. Nace y muere con ella. Y su práctica es algo natural. Es cierto que el sexo está ligado a belleza y juventud, pero no tiene por qué ser exclusivo. Será diferente a los 30 que a los 70, pero igual de respetable e igual de importante ponerlo en práctica. Además, no es tan rara la pareja que afirma que la etapa más apasionante de su vida la está viviendo en la vejez.
¿Qué recomendaciones daría usted a un joven y a un adulto para un envejecimiento sano?
Se envejece como se vive. Si se tienen hábitos de vida saludables en la juventud y en la edad adulta, se conservan cuando se es mayor. Lo que añadiría a todo lo que ya sabemos de alimentación sana, fuera tabaco y demás drogas, y a dedicar algo de tiempo a la actividad física, es la recomendación de mantener relaciones sociales adecuadas. Cada cual tiene las suyas. No hay unas mejores que otras, pero es importante saberse ser social y ejercerlo. Las personas nos necesitamos las unas a las otras, y este aspecto conviene mimarlo.
Permítanos preguntarle cuál fue su motivación para especializarse en geriatría.
Pensé que podía ser más médico que en otras disciplinas, pues quería dedicarme a la que creo es la parte más desatendida de la sociedad. No me equivoqué. Mis veinticinco años trabajando en Geriatría me ha proporcionado mucha felicidad. He conocido familias cuidadoras que no son noticia pero son héroes en un mundo cada vez con menos heroicidades. He podido estar con personas mayores que me han servido de estímulo y de ejemplo de vida. Sin duda, me duele ver todos los días a personas enfermas sufriendo por que reciben una atención sanitaria mediocre, y aspiro a presenciar el día en que las personas mayores dejen de estar discriminadas en los aspectos sociales, económicos, culturales y sanitarios.