El Mare Nostrum lucha por su salvación
En las costas del mar Mediterráneo viven más de 130 millones de personas. Sus aguas han acunado el nacimiento de civilizaciones y han recogido la cenizas de pueblos extinguidos, y sus 46.000 kilómetros de litoral, ansiado por distintas potencias, han sido punto de conflicto y generador de guerras a lo largo de toda la historia. Pero de testigo de epopeyas y derrumbes ha pasado a ser un paciente moribundo, y se ha convertido en un problema que pesa en la conciencia de los países que tienen en él su estandarte, sus puertos, ciudades, destinos turísticos y cloacas. Basta observar el mapamundi para percatarse de las reducidas dimensiones del Mediterráneo, pero no nos dejemos engañar y reflexionemos sobre algunas cifras: baña 3 continentes -Europa, Asia y África-, concentra a 20 estados con 400 millones de habitantes, alberga la mayor diversidad biológica de Europa, es el primer destino turístico del mundo, soporta el 50% del tráfico marítimo global, desembocan en él cientos de ríos, algunos tan importantes como el Nilo, Ródano, Ebro o Po -un 85% de ellos con aguas contaminadas-, contiene un nivel de plomo 8 veces superior a los niveles oceánicos, necesita 80 años para renovar sus aguas cuya única salida natural es el estrecho de Gibraltar y está en el punto de mira de decenas de ONG que se comunican en, al menos, 22 lenguas diferentes. A estas cifras se le pueden sumar las innumerables reuniones, manifestaciones, denuncias y encuentros que ha provocado su estado, tan lamentable, que llevó al científico Jaques Cousteau a exclamar a finales de los años 60: “El Mediterráneo se muere”. Y para evitarlo, desde 1976 los países mediterráneos intentan ponerse de acuerdo para aprobar el Convenio de Barcelona, comprendido en 7 protocolos de actuación, que necesariamente han de se suscritos por al menos tres cuartas partes para entrar en vigor.
Principales amenazas
Más de 20 años de actuaciones no han conseguido prevenir la degradación del ecosistema; y ahora las denuncias se centran en que han sido empleados demasiados esfuerzos en medir el nivel de contaminantes y su localización, y ninguno en combatirlos. Aunque también se coincide en que proliferan las medidas y se multiplica la concienciación de los agentes implicados. Organizaciones ecologistas y defensoras del desarrollo sostenible e instituciones gubernamentales, aunque difiriendo en las soluciones, coinciden en señalar los principales problemas a los que se enfrentan. Se resumen en la construcción incontrolada en la costa, la contaminación procedente de la industria y de los vertidos de petróleo, y la sobrepesca. A estos hay que añadir la eutrofización en las desembocaduras (incremento de sustancias nutritivas en aguas dulces que provocan un exceso de fitoplacton y un descenso de oxigeno), la intoxicación producida principalmente por metales pesados, compuestos orgánicos, aceites y grasas y el aumento de residuos plásticos.
Esta amenaza se mide en el agua, pero también las riberas sufren consecuencias por del cambio climático, y cada vez son mayores las zonas afectadas por la deforestación, el agotamiento de tierras cultivables, la salinización, la erosión y la pérdida de hábitat. El mar de Liguria (Italia), la costa turca y el mar Egeo son los lugares más degradados, según estudios de organizaciones ecologistas. En el último lustro se han sumado a la lista de zonas que precisan protección urgente, la costa italiana del Adriático, la que hay entre Siria y la desembocadura del Nilo, la que une la desembocadura del Ródano en Francia con España y el litoral español desde Barcelona a Valencia.
Costa española
El problema mediterráneo es global y los datos se miden de forma uniforme, salvo los que afectan a las costas. A este campo pertenece el estudio realizado el pasado marzo por un grupo de científicos españoles, que concluyeron que el 47% de las aguas de la costa mediterránea española están afectadas por sedimentos de sustancias químicas utilizadas en productos habituales de higiene y de limpieza doméstica, cuya contaminación puede afectar al sistema hormonal y a la reproducción de la fauna marina.
Adiós al atún rojo
Sin duda, los principales afectados por el estado de las aguas mediterráneas son la flora y la fauna marítima. Entre los más perjudicados destaca el codiciado túnido, que ha visto disminuida su población en un 80% en los últimos años. La pérdida de este ejemplar llama la atención, pero también deviene fundamental recordar la dificultad que encuentran la mayoría de las especies de pesca para su recuperación, ya que se enfrentan a sistemas de cerco industrializado que ralentizan su desarrollo. Dentro de la amenaza registrada, se incluyen 58 especies marítimas, 6 de reptiles, 17 de aves y 22 de mamíferos, en los que se contabilizan los 3 tipos de ballenas que surcan sus aguas y un tipo de delfines.
El Convenio de Barcelona:
El plan de acción para salvar el Mediterráneo está marcado por su ritmo lento. Se aprobó el 16 de febrero de 1976 y entró en vigor el 12 de febrero de 1978, bajo el nombre completo de Convenio de Barcelona para la Protección del Medio Marino y de la Región Costera del Mediterráneo (Barcon). Lo rubricaron veinte estados costeros y la Comunidad Europea. El 10 de junio de 1995 se incluyeron el Convenio varias enmiendas para adaptar su contenido a los cambios que el Mediterráneo ha sufrido en los últimos años, pero el nuevo texto aún no ha entrado en vigor. Lo conforman siete protocolos pero tan sólo uno de ellos ha sido ratificado, de hecho, en la última de las reuniones bianuales que tuvo lugar en octubre del pasado año en Mónaco, se acordó un nuevo plazo para que los gobiernos firmaran primero, y aplicaran después las cláusulas suscritas. Sólo el Protocolo sobre cooperación para combatir en situaciones de emergencia la contaminación se encuentra en vigor, todos los demás están pendientes de ponerse en marcha. Los protocolos aluden a la prevención y eliminación de la contaminación del mar Mediterráneo (Protocolo sobre vertidos desde buques), que conforme pasan los años, ha de adaptar sus medidas a las nuevas prácticas ilegítimas con el medio ambiente, como verter los depósitos de las plantas incineradoras de basuras; a las zonas especialmente protegidas y la diversidad biológica en el Mediterráneo (Protocolo ZEP); a la protección contra la contaminación causada por fuentes y actividades situadas en tierra (Protocolo sobre contaminación de origen terrestre); a la contaminación resultante de la exploración y explotación de la plataforma continental, del fondo del mar y de su subsuelo (Protocolo sobre fondos marinos); y a la contaminación causada por los movimientos transfronterizos de desechos peligrosos y su eliminación (Protocolo de residuos transfronterizos).
El Mediterráneo recibe cada año a 220 millones turistas que buscan en sus bellas costas el descanso anual, y que no son ajenos a la degradación de la riqueza natural y cultural de sus costas y aguas. Por ello, organizaciones ecologistas como Adena apuestan por introducir conceptos que ayuden a que el deterioro de la naturaleza se detenga o se revierta. Estiman que toda la industria del turismo -desde operadores hasta autoridades locales- deben alcanzar un compromiso que garantice el desarrollo turístico de todas las regiones. Como mínimo, esto significa una adecuada protección de las áreas claves para la conservación de la biodiversidad, un no-desarrollo en los lugares más críticos de dichas áreas y un desarrollo beneficioso para las comunidades locales. Según un análisis presentado por Adena, para el año 2005 países como Francia, Italia y España continuarán en las listas de principales destinos de vacaciones, mientras que Marruecos, Túnez, Grecia, Turquía y Croacia experimentarán un masivo boom turístico. Esto propiciará que continúen la erosión del suelo, las crecientes descargas de contaminantes en el océano, la pérdida de hábitat natural, una creciente presión sobre las especies amenazadas, así como una elevada vulnerabilidad a los incendios forestales y un incremento de la contaminación acústica. También los veraneantes ponen en peligro los recursos de agua dulce: en épocas no vacacionales un ciudadano español gasta 250 litros de agua al día, en tanto que un turista utiliza hasta 880 litros de agua (son responsables de este aumento el llenado de las piscinas de complejos hoteleros, las duchas de las playas…).