El dilema de la energía nuclear
¿Dónde están las limitaciones y las ventajas? En líneas generales, los grandes problemas asociados a la energía nuclear son tres: los costes, el peligro de la proliferación de material susceptible de ser usado para hacer armas nucleares y los residuos radiactivos.
Altos costes de construcción
De cualquier forma, los expertos afirman que con un diseño unificado para todas las plantas, tal como se ha hecho en Francia, con unas 59 centrales, los costes bajan. Es precisamente en este país vecino donde la energía nuclear es más rentable: en 2003, el coste de cada kilovatio era de 3,5 céntimos de euro aproximadamente. En España, por el contrario, las plantas son de diferentes diseños: seis continúan en funcionamiento y dos están cerradas.
Mantenimiento y combustible
Superada la construcción, el mantenimiento de una planta nuclear es barato si se compara con las centrales de gas, petróleo o carbón. Además, el uranio está distribuido de forma homogénea por todo el mundo y se augura que su precio se mantendrá estable. Sin embargo, los detractores mantienen que si se trata de conseguir combustible barato, la energía solar es gratis. El problema de las placas solares es su coste, en parte porque se necesita fabricarlas con un silicio de alta pureza difícil de obtener. Claro que la energía nuclear también requiere enormes inversiones. Se podría decir, entonces, que en este punto empatan.
Otro aspecto que se maneja en el debate es el suelo requerido. Según datos del Foro Nuclear de la Industria Española, para producir 1.000 megavatios de potencia, una central nuclear necesita entre uno y cuatro kilómetros cuadrados, frente a los 20-50 kilómetros cuadrados que necesita la energía solar y los 50-150 kilómetros cuadrados que precisa la energía eólica.
Accidentes improbables, costes sin cubrir
El gran obstáculo que debe superar la energía nuclear, dicen los expertos, es la percepción social de que es una tecnología insegura. Sin embargo, afirman, con unas instalaciones adecuadas, la probabilidad de accidente es muy remota. El accidente de la planta nuclear en 1979 en Three Mile Island (EE.UU), argumentan, no tuvo consecuencias porque los mecanismos de seguridad funcionaron. En Chernobil, sin embargo, la planta no cumplía los estándares requeridos.
Aun así, si se diera ese riesgo improbable, ¿quien respondería frente a él? Mientras todos los negocios tienen un seguro para cubrir daños a terceros, no hay ninguna aseguradora que quiera hacerse cargo del accidente de una nuclear. Para salvar este escollo, en los Estados Unidos las empresas han puesto un fondo de 10.000 millones de dólares, según informa un artículo de la revista Nature. Esta cantidad, frente a un caso como Chernobil, sería insuficiente para cubrir los gastos, así que el coste extra lo acabaría asumiendo el Gobierno. “Es, en esencia, un seguro-subvención”, dice un informe de la Universidad de Harvard.
Residuos y proliferación nuclear
El auténtico talón de Aquiles de la energía nuclear está en el residuo radiactivo, altamente contaminante y que podría ser usado en armas, lo que plantea importantes retos de seguridad. Es la razón por la que el enriquecimiento de uranio está controlado internacionalmente por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA).
En la actualidad, los residuos se encuentran en instalaciones temporales, en las llamadas piscinas de enfriamiento. Para el futuro la opción más viable es el almacenamiento geológico profundo, que implica construir laboratorios- almacén a profundidades de hasta 800 metros para confinar de forma segura un material cuya radiactividad se extenderá durante cientos de miles de años. La construcción de un laboratorio así es altamente costosa.
Los más optimistas dicen que quizá en unos años se habrá hallado la forma de evitar los residuos. Pero la cautela advierte a muchos que es mejor no dejar a generaciones futuras un problema que no se sabe manejar en la actualidad.
Para algunos expertos, el debate de la energía nuclear es una falsa disyuntiva. Optar o no por ella no solucionará el problema real, que es la continua demanda de energía de una sociedad que debería optar por estimular el ahorro energético
En este aspecto, los consumidores pueden ayudar renunciando, por ejemplo, a coches desmesuradamente potentes o intentando no tener encendidos todos los aparatos eléctricos a la vez. Las políticas de ahorro energético, como las subvenciones para la compra de electrodomésticos de bajo consumo o las campañas del gobierno japonés, que anima a los ejecutivos a quitarse traje y corbata para reducir el gasto en aire acondicionado, van también en esa línea.
La cifras, sin embargo, no son optimistas y se requerirá un gran esfuerzo por parte de la sociedad. En España, según el Foro Nuclear, el consumo energético fue en 1990 de 88 millones de toneladas equivalentes de petróleo (Mtep) y ocho años después creció hasta las 114 Mtep. En cambio, la producción interna de energía fue en 1998 de 32 Mtep, lo que hace a España muy dependiente de la importación de energía. El aumento de aparatos de consumo y del número de hogares pronostica que, de no poner medidas, el gasto energético seguirá creciendo.