Estaciones de esquí

Deporte y ocio sí, pero respetando a la naturaleza

El ya recurrente debate entre conservación de los recursos naturales y progreso, entre beneficios económicos y equilibrio sostenible, entre marketing y ecología, se traslada cada inicio de invierno a 2.000 metros de altura sobre el nivel del mar, en las cumbres más altas de las cordilleras que es donde se alzan las estaciones de esquí o donde se proyectan las próximas.
1 diciembre de 2000
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Deporte y ocio sí, pero respetando a la naturaleza

Con el paso de los años, la iniciativa industrial ha sido capaz de colocar en las alturas telesquís, telesillas, cabinas y teleféricos que superan mil metros de desnivel en pocos minutos y de inventar aparatos con los que “crear” nieve cuando escasea porque las precipitaciones meteorológicas no acompañan. De igual forma, se han construido modernos complejos de apartamentos y hoteles en las propias estaciones de esquí y en sus zonas colindantes.

Se traslada así a las cumbres de las montañas, a un espacio natural tradicionalmente virgen, todo el ajetreo que acarrea la presencia masiva del ser humano con lo que ello supone: nuevas viviendas, hostelería y comercio, infraestructuras como luz, agua y carreteras, contaminación atmosférica, residuos domésticos, impacto paisajístico y socio-cultural…. En opinión de las asociaciones ecologistas consultadas por esta revista, lo más preocupante es que esta implantación se hace sin tener en cuenta que los montes son espacios naturales en los que una estación de esquí altera profundamente el ecosistema.

Un deporte cada vez más popular

ATUDEM (Asociación de Estaciones de Esquí) estima que los practicantes del esquí en nuestro país son más de 4 millones y medio, que llegado el invierno aprovechan sus días de descanso para acercarse a algunas de las 28 estaciones que se reparten por las diferentes cordilleras de la península, o viajan a las instalaciones que operan en los montes de Andorra, Francia o Italia.

Cuando la naturaleza se ve agredida por este tipo de tecnologías, edificios e infraestructuras se requieren acciones para salvaguardar el equilibrio entre la vida de la montaña y la explotación a la que está sujeta, sin olvidar que el esquí alpino (el de fondo y el de travesía generan un impacto medioambiental mucho menor) es un negocio del que viven muchas familias y que gracias a él, comarcas que sufren una climatología extrema y que cuentan con escasas posibilidades de recibir inversiones en infraestructuras han encontrado un medio de explotar sus recursos y de frenar al menos parcialmente el éxodo de su población a zonas con más empleo. El ganado y la agricultura de estas zonas rurales está dejando paso a la cada vez importante industria de los deportes blancos.

Pero al igual que en los países alpinos la actividad económica del esquí se viene diseñando de modo que se integre en el hábitat y respetando la idiosincrasia de los pueblos de montaña y la vida agropecuaria, primando el respeto de ésta sobre la explotación del ocio, en España los ecologistas reivindican que el desarrollo turístico de los valles blancos respete, para empezar, la conservación de las montañas y llaman la atención tanto a empresarios como a legisladores para que cumplan y hagan cumplir los planes de protección de la naturaleza.

Sensibles ante el potencial económico que las estaciones de esquí suponen para estas comarcas, los ecologistas defienden una estrategia posibilista: “mejorar, antes que ampliar”. Pero sus solicitudes están cayendo en saco roto, como demuestra la publicidad que las estaciones lanzan este principio de temporada: más sillas, más funiculares, más lagos artificiales con los que alimentar los cañones de nieve… Y, por otro lado, casi total ausencia de reformas, de ofertas alternativas y de estudios de impacto medioambiental, pocos cambios de remontes obsoletos…

Principales impactos

La preparación de las pistas de esquí, las infraestructuras de todo tipo, la construcción de accesos y la construcción de apartamentos y establecimientos hosteleros y comerciales representan un gran impacto medioambiental para la alta montaña, que deriva en una serie de riesgos que pueden convertirse en catastróficos, tanto desde el punto de vista de la naturaleza como desde el humano.

Entre los impactos producidos por las estaciones de esquí, la erosión de los montes se confirma como uno de los que repercute más gravemente sobre aspectos geomorfológicos, de vegetación y de alteración del paisaje. A su vez, la eliminación de suelo afecta también a la vegetación, en una zona de por sí exigente y difícil para la flora. Con la destrucción de la cobertura vegetal y la alteración de las laderas se dificulta asimismo la infiltración de agua, de manera que a largo plazo la zona acaba desertizándose. Son efectos que se agravan con los continuos movimientos de tierras para efectuar rellenos, instalar los sistemas de riego empleados en la obtención de nieve artificial, la construcción de edificios o las detonaciones nocturnas para evitar aludes.

Los grupos de defensa de la naturaleza proponen que el turismo de la nieve se realice atendiendo a la preservación de las montañas. Consideran que se puede seguir invirtiendo dinero y esfuerzo en los deportes blancos, pero que debe hacerse de una manera más imaginativa, ordenada y con actuaciones contrastadas, sin saltarse trámites legales y respetando la normativa ambiental y urbanística vigente en nuestro país.

Microciudades y cemento en los barrancos

Las estaciones actuales de esquí españolas fueron construidas sin tener en cuenta el hábitat natural en que eran proyectadas. Y como era de prever, algunos pueblos y paisajes originales casi han desaparecido engullidos por carreteras y grandes zonas asfaltadas para aparcamientos. Han cedido terreno a complejos de apartamentos que rompen la estética y el concepto de vida tradicional de las zonas de montaña. Las críticas también apuntan a que en la mayoría de los casos estas microciudades de montaña carecen de infraestructura de saneamiento y alcantarillado y las aguas fecales y otros residuos acaban en los ríos, muy cerca de las zonas en que éstos nacens.

Añaden los detractores de las estaciones de esquí que la riqueza que éstas generan se limitan a unos pocos meses y que el empleo autóctono se reduce al sector servicios y de manera temporal. Y cuando la nieve se retira, surge un panorama desolador: balas de pajas cubiertas de colillas, enormes tuberías que descienden en barrancos con incrustaciones de masas de cemento, extemsiones de una tierra pseudolunar salpicada por las torretas de los remontes, apartamentos desocupados, tiendas y hoteles cerrados… Esto hace que el turismo de verano en esas montañas resulte menos atractivo para el visitante, ya que quien quiere disfrutar del monte elige preferentemente espacios en los que el efecto de la actividad humana sea menos notorio y agresivo, y huye de estaciones de esquí con aspecto de zonas muertas, antiestéticas y detenidas en el tiempo hasta que las temperaturas bajen y llegue la nieve, que las convertirá en espacios bellos y hábiles, en el sueño de los esquiadores.

La clave, según los ecologistas, reside en considerar la nieve como una actividad extraagraria, un recurso complementario e integrado con los restantes usos de la montaña.

El esquiador no emite ruido ni contamina la atmósfera, y su desplazamiento en la nieve no consume energía. Y, además, apenas perjudica al paisaje ni altera el ecosistema. El gran problema del esquí alpino (practicado por la mayoría de los aficionados a los deportes blancos) es que exige remontes mecánicos que suban al aficionado hasta las cimas desde las cuales efectuará sus descensos. Este es el impacto medioambiental imprescindible de una estación de esquí, y para que la repercusión ecológica y paisajística no sea mayor de la estrictamente necesaria, pueden adoptarse algunas medidas.Veámoslas.

En las estaciones ya en funcionamiento

  • prohibir a los turismos privados que lleguen hasta pie de pistas. Como opción, un eficaz y económico servicio de buses.
  • ampliar los kilómetros esquiables ganándolos a espacios vírgenes sin arrastres mecánicos, con un servicio de recogida de esquiadores por medio de autobuses.
  • adecuarlas en lo posible al concepto de estaciones de”cuarta generación”.
Las estaciones de cuarta generación

Ecologistas en Acción y la Fundación Ecología y Desarrollo optan más por mejorar las estaciones de esquí -en servicio, instalaciones y seguridad- que por ampliarlas en superficie. En otros países de la UE comienzan a valorarse las estaciones de “cuarta generación”, en las que se integran los deportes de nieve en la ordenación del área de montaña y surgen conceptos nuevos como el de nivel de ocupación, o los estadios y parques de nieve.

La clave, según estas organizaciones ecologistas, está en considerar la nieve como una actividad extraagraria, un recurso complementario e integrado con los restantes usos de la montaña, en el que interviene la población local en forma de empresas mixtas municipales o de agrupaciones de propietarios; o que las estaciones sean promovidas por los municipios, perto siempre propugnándose una ocupación menos intensiva. Los beneficiarios de estas inversiones deberían ser las comarcas en que se realizan. Se pretende que, ya que en muchas ocasiones las estaciones son promovidas con dinero público, sean los habitantes del lugar quienes gestionen su explotación.

Cada año nieva menos, con lo que de seguir con la política actual, las estaciones se implantarían cada vez a más altura para garantizar la nieve, y las ampliaciones de las ya existentes podrían resultar aún más agresivas con el entorno. La cuestión reside en diseñar estaciones en las que el impacto ambiental sea mínimo.

  • Se evitará la construcción de apartamentos y hoteles en las propias estaciones, y se potenciará la inversión en pequeños hoteles o casas rurales, así como en restaurantes y tiendas dentro de los cascos urbanos de los pueblos al pie de las montañas.
  • Los grandes aparcamientos no se construirán por encima de cierta altura, y se habilitará un servicio de autobuses, competente y de calidad, para que los usuarios alcancen cómoda y rápidamente los arrastres mecánicos.
  • En las pistas sólo se permite instalar casetas con servicios básicos, como WC y atención médica. Hostelería y otros servicios, en los pueblos, no a pie de pistas. Es más incómodo y menos comercial, pero la naturaleza también impone sus condiciones.
  • Torretas, sillas y algunas otras infraestructuras no puede ser excluidas del esquí alpino, pero no debe añadirse ningún elemento más al paisaje. El respeto alcanza también a la montaña: queda prohibido dinamitar collados para convertirlos en pistas, y desviar caudales para embalsar agua que alimente a los cañones de nieve.
  • Se limitarán zonas para reservas ecológicas allí donde no llegan los remontes, manteniéndose vírgenes para que fauna y flora se desarrollen sin problema alguno.
  • Una oferta amplia y de calidad del deporte blanco, fomentando las disciplinas menos agresivas con el medio natural esquí de fondo, de travesía, y otras que no necesitan remontes, cables o grandes edificios- y canalizando hacia estos ambientes la actual demanda de turismo invernal.

En Europa se tiene en especial consideración el concepto de zonas limitadas para aquellas reservas ecológicas donde no llegan los remontes, manteniéndose vírgenes en cuanto a fauna y flora, e integrando la protección de la naturaleza y el desarrollo socioeconómico de la zona de forma armónica. En otras palabras, la salvaguarda del medio ambiente tiene prioridad sobre las posibilidades turísticas de la alta montaña. De ahí que las asociaciones conservacionistas propongan, entre otras medidas, la prohibición de que las construcciones -edificios y aparcamientos- no se asienten por encima de los 1.550 metros de altitud, integrándose si es posible en los cascos urbanos más cercanos. Otro aspecto sería .