Bulos sobre alimentación: cuando a los adultos nos engañan como a niños

A diario, los profesionales de la información que escriben sobre salud y nutrición reciben numerosos comunicados. Esa abundancia de noticias y la búsqueda de titulares llamativos provoca que muchas veces los medios se conviertan en meros trasmisores de bulos.
1 noviembre de 2021

Bulos sobre alimentación: cuando a los adultos nos engañan como a niños

La nutrición interesa. En los últimos años ha ido calando en la población el mensaje de que una buena salud lleva necesariamente aparejada una alimentación equilibrada y saludable. El público quiere saber más y los medios de comunicación convencionales han visto un filón para atrapar a esos lectores que leen con agrado noticias sobre aquello que pueden poner en el plato o comprar en el supermercado.

Falta de rigor y confusión

Sin embargo, la nutrición se sigue entendiendo como una división menor dentro de la salud y no siempre se aborda con el rigor que debería. Bombardeados por las marcas comerciales, seducidos por la inmediatez de las redes sociales y, muchas veces, conjurados por el poder del famoso clickbait (encandilar con un titular potente, aunque el cuerpo de la noticia no tenga nada que ver), en ocasiones los periodistas se convierten en transmisores involuntarios de medias verdades o bulos.

Los padres y las madres, por su parte, compran productos infantiles convencidos de que son buenos para sus hijos, porque se lo dicen la publicidad, los publirreportajes y algunos influencers. Las noticias falsas llegan a las familias porque ese filtro previo –que se supone que debería hacer el buen periodismo– en muchas ocasiones se ha perdido.

Otras veces, confluyen mensajes confusos o interesados por parte de la industria, que llevan a los padres a comprar ciertos productos que acaban favoreciendo la obesidad de los pequeños. Por ejemplo, informaciones que hablan de que “la vitamina C es necesaria para mejorar las defensas respiratorias”, son usadas por los fabricantes de zumos envasados para promocionar su contenido de vitamina C. Las familias, preocupadas por la salud de sus pequeños, acaban por darles cada día este producto que contiene azúcares libres, lo que aumenta el riesgo de que el niño acabe con sobrepeso.

Algo similar sucede con las galletas o los cereales enriquecidos con vitaminas y minerales. Basta un artículo aparentemente inofensivo haciéndose eco del observatorio de un conocido fabricante, que revela que los niños que siguen una dieta rica en vitamina B sacan más sobresalientes, para que los padres busquen mejorar las notas de sus hijos de la forma más fácil: con galletas, cereales u otros productos enriquecidos. Se pasa por alto que estos alimentos normalmente tienen una carga calórica alta y un alto contenido en azúcares añadidos, dos elementos que inciden en la obesidad infantil.

Sin embargo, se suele pasar de puntillas sobre un hecho muy relevante: nuestros niños cada vez duermen menos y eso incide en un menor rendimiento escolar. Este dato lo incluye el estudio Pasos 2019 de la Fundación Gasol. La falta de horas de sueño no solo lastra las notas, se asocia con una probabilidad de más del doble de presentar sobrepeso u obesidad a lo largo de la infancia y adolescencia.

Conflicto de intereses

Como sucede con todas las ciencias aplicadas, la nutrición no es una ciencia exacta. Está en continua evolución y admite matices. Incluso entre los propios nutricionistas no siempre hay consenso. A veces, se forman corrientes antagónicas que pueden hacer que el periodista se sienta entre dos aguas. Para la periodista especializada en temas de salud y alimentación Marta del Valle, “la evidencia científica sobre la nutrición no cambia tanto. Las únicas investigaciones que añaden ruido son las que llegan auspiciadas por la industria. Por eso, lo primero que debe hacer un buen periodista es analizar de dónde le llega esa información, quién está detrás, antes de dejarse deslumbrar por el mensaje. Si eliminas los estudios con conflicto de interés o financiados de forma interesada por la industria, no hay tanta novedad”.

Sucedió, por ejemplo, hace tres años cuando, en mitad del debate entre azúcares libres e intrínsecos y su papel en la obesidad, la Asociación Española de Fabricantes de Zumos (Asozumos) ponían el foco en un estudio de SGF Internacional que concluía que “el contenido en hesperidina del zumo de naranja es mayor que el de vitamina C”. A este micronutriente se le atribuía un papel cardioprotector. SGF es, en realidad, un organismo autorregulador creado por la industria de los zumos.

Es decir, se trataba de una información interesada que, en palabras de Eduard Baladia, fundador de la Red de Nutrición Basada en la Evidencia, “además de no aportar datos concluyentes sobre esa supuesta acción cardioprotectora, habría que ver si en un vaso de zumo hay suficiente hesperidina para evitar un evento cardio o cerebrovascular. Y lo siguiente sería evaluar el riesgo-beneficio, porque los zumos son bebidas que aportan azúcares libres, clasificados como perniciosos para la salud y cuyo consumo hay que limitar”.

¿Dónde encontrar información veraz?

Instituciones

  • OMS (@WHO)
  • AESAN (@AESAN_gob_es)
  • CSIC (@CSIC)
  • Ministerio de Sanidad (@sanidadgob)
  • Ministerio de Consumo (@consumogob)
  • Academia Española de Nutrición y Dietética (@aedninforma)
  • Health On the Net (@HealthOnTheNet)
  • Instituto #SaludsinBulos (@SaludsinBulos)
  • Fundación Maldita (@maldita)
  • Universidades Asociaciones y Colegios profesionales

Sellos

Páginas web y aplicaciones que lleven los sellos:

  • Web Médica Acreditada
  • Distintivo AppSaludable

Otras cuentas

Para saber de quién nos podemos fiar en internet y las redes sociales, hay que fijarse en:

  • Que sea un profesional sanitario, como un médico o un dietista-nutricionista.
  • Que cuen te con el respaldo mayoritario de otros compañeros de profesión.
  • Que apoye sus afirmaciones con estudios científicos de prestigio.
  • Que no prometa curas milagrosas, pérdidas de peso infalibles o aliente mensajes alarmantes.

No es de segunda fila

Uno de los problemas que arrastra la información en temas nutricionales, a juicio de Del Valle, es que muchas veces el periodista no es consciente de la relevancia de este tipo de noticias. “Cuando se informa sobre cáncer o la covid-19 se entiende que los datos deben ser pulcros y exactos, pero cuando se trata de nutrición se asocia a estilo de vida, a algo ligero, y se tiende a bajar la guardia”, asegura. Para la experta, encargárselo a alguien sin formación o sin experiencia en nutrición es un error, aunque es lo más habitual. Pero, precisamente al tratarse de temas menos densos, alcanzan mayor audiencia. No hay que perder de vista que la nutrición tiene impacto en la salud. De hecho, sabemos que la mala alimentación está relacionada con muchas patologías adquiridas en las sociedades occidentales, como la obesidad infantil.

Para Josu Mezo, de Malaprensa. com y colaborador con la Fundación Maldita, organización sin ánimo de lucro que se dedica a la comprobación de noticias, “el buen periodista debe ser buen investigador y narrador. Esto implica saber manejar bien las estadísticas para evitar errores lógicos, malas interpretaciones de datos a partir de estudios científicos o gráficos mal hechos”.

Etiquetas que no se entienden

Un fallo habitual es confundir las calorías de la etiqueta, expresadas por ley en 100 gramos, con las calorías totales del producto o ración y considerar que un alimento es menos energético de lo que realmente es. Sucede, por ejemplo, con los yogures, que pesan 125 gramos. Las marcas aprovechan este despiste para camuflar las cifras de azúcar añadido. Si una marca contiene 12,5 g de azúcar por 100 gramos de producto, la realidad es que lo que realmente se ingieren son 15,6 g, la cantidad que contiene cada unidad.

También lo hacen los fabricantes cuando destacan que sus nuevos batidos tienen un 50% menos de azúcar añadido y apunta que solo llevan 2,1 g por 100 ml. Sin embargo, un batido de esos que los niños se toman al salir del colegio tiene 200 ml. Esto duplica la cantidad de azúcar hasta los 4,2 g por unidad. Teniendo en cuenta que la OMS determina que hasta los ocho años no se deberían superar los 16 g de azúcar, esa merienda láctea aporta algo más de la cuarta parte de todo el azúcar que el niño debería ingerir a lo largo del día.

Otro ejemplo de la dificultad para leer las etiquetas lo contaba el dietista-nutricionista Julio Basulto en su cuenta de Twitter. Tras enseñar la imagen de una palmera de chocolate con 2.300 kcal (las recomendadas para todo un día), varias personas lo acusaron de haber realizado mal los cálculos, porque leyeron que el producto tenía 2.700 kilojulios. “No, no hice mal los cálculos. Que mucha gente se haya confundido es la prueba fehaciente de que las etiquetas parecen diseñadas para que las entienda una mínima parte de la población”, denunciaba Basulto.

La mano que mece el bulo

Rocío Benavente, coordinadora de Maldita Ciencia, señala que el periodismo científico debe transmitir de forma rigurosa y útil información que ayude a los ciudadanos a tomar buenas decisiones en temas tan importantes como la salud o la alimentación. Sin embargo, hasta con un estudio riguroso y veraz se pueden dar titulares muy alejados de la verdad. En algunas ocasiones, por intereses de la industria.

Otras veces, las noticias falsas nacen simplemente porque los medios de comunicación buscan el clickbait o ciberanzuelo. Su incidencia ha aumentado con la pandemia por la preocupación ciudadana por la salud. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya habla de “infodemia”, al constatar que en dicha sobreabundancia de información se incluyen intentos deliberados por difundir información falsa.

Por ello, está desarrollando el sistema EARS (siglas en inglés de Herramienta de Respuesta Temprana con Escucha Social), una inteligencia artificial que detecta dónde hay debate en las redes, analiza si hay vacíos de información y articula una respuesta en tiempo real con información de alta calidad basada en la evidencia científica, así como recomendaciones de intervención para los administradores de sistemas de salud. Aún está en fase piloto.

Famosos que también opinan

Mencionar a la OMS como aval de cualquier información, en especial en los titulares, aunque el texto luego diga otra cosa, suele ser un indicio de un posible bulo. Además, que un político abrace una teoría o defienda un tipo de nutrición no significa que sea correcta. Por ejemplo, Donald Trump llegó a agasajar a sus invitados en la Casa Blanca con hamburguesas.

Con la reciente polémica de las declaraciones del ministro de Consumo, Alberto Garzón, sobre la ingesta excesiva de carne, muchos políticos, desde el ministro de Agricultura, Luis Planas, a la portavoz de Agricultura del PP en el Congreso, Mila Marcos, salieron a defender su consumo sin matices. Olvidaban que el CSIC, junto a investigadores del Instituto de Ciencia y Tecnología de Alimentos y Nutrición (ICTAN) y el Instituto de Agroquímica y Tecnología de Alimentos (IATA), participan en el proyecto V-PLACE, que estudia las alternativas vegetales al consumo de productos de origen animal. El ruido ocasionado por la polémica volvió a llenar el debate social de falsas argumentaciones, medias verdades y muchos bulos.

Mitos que pasan generaciones

Hay falsos mitos asentados en la cultura popular, como que la fruta engorda más si se toma de postre, que el melón es indigesto en la cena o que hay “superalimentos” con propiedades más allá de su estricto valor nutricional. Todos carecen de base científica. Otro clásico es el supuesto poder del agua con limón, que ni previene el cáncer, ni reduce los efectos de la covid-19, ni mejora la digestión. Y otro mito de las abuelas, aquello de que los bollos o el pan recién salidos del horno son perjudiciales para la digestión, tampoco cuenta con evidencias que lo respalden.

Durante la pandemia, la OMS denunció las noticias infundadas que apuntaban que los suplementos de vitaminas D y C o el zinc podían ayudar a tratar o aumentar la respuesta inmunitaria frene a la covid. También desmintió que la covid-19 se propague por el agua potable y que tomar ajo o beber alcohol posean acción protectora frente al coronavirus. Tampoco lo tiene la cafeína, un bulo que tuvo bastante repercusión en prensa. En realidad, era una interpretación de un estudio realizado en Inglaterra que revelaba que en un grupo de personas concreto se había visto que la incidencia de la covid-19 era menor entre aquellas que tomaban fruta, daban el pecho o consumían café. Los propios investigadores ya apuntaban que solo existía correlación y no una vinculación causa-efecto. Tal como llegó a la prensa entraría en el lote de los bulos.

Coincidiendo con la publicación de la noticia de que los españoles consumimos un 45% menos de chicles, según datos de la patronal Produlce, empezó a pulular por las redes el bulo de que los chicles eliminan las caries. La farmacéutica y experta en seguridad alimentaria, Gemma del Caño, recuerda que no elimina la caries, ni mucho menos, pero parece que masticar chicle con xilitol (sin azúcar) la puede prevenir. Aun así, insiste que hay dudas de que sea por eso. La explicación es que, a falta de tiempo o posibilidad para realizar una higiene bucal correcta tras la comida, mascar chicle puede generar una autolimpieza de emergencia, transitoria, que en ningún caso sustituye al cepillado. Aprovechando esta falsa creencia, Mondelez –la casa madre de las galletas Fontaneda o el chocolate Milka– lanzó Trident Oral B con flúor. Las medias verdades y la buena fe del consumidor allanan el camino para que la industria coloque nuevos productos.

El aceite de coco es, para la tecnóloga de los alimentos Beatriz Robles, “la mayor burbuja nutricional de los últimos años. Es cierto que sube el colesterol bueno, pero como está hasta arriba de grasas saturadas (el 90%) también sube el malo y los triglicéridos. Actualmente no tenemos la certeza de que valores altos de colesterol HDL reduzcan el riesgo cardiovascular, pero sí está contrastado que la subida del LDL lo incrementa”, recalca. Tampoco hay evidencia de que ayude a adelgazar ni a controlar la glucosa en sangre. La lista de noticias falsas acerca de los alimentos es inabarcable. De ahí la importancia de la responsabilidad de los periodistas para no difundir informaciones falsas que confundan al consumidor o pongan en riesgo su salud.

La industria como fuente

Para dar a conocer sus productos, el recurso habitual de la industria es la publicidad, y más cuando se trata de alimentos destinados al público infantil. Sin embargo, cada vez es más potente la maquinaria desplegada desde los departamentos de comunicación para entremezclar mensajes saludables o solidarios con el propio producto. Galletas Príncipe financia un estudio con la psicóloga Silvia Álava e Ipsos según el cual el 98% de los padres considera que el deporte es clave en el desarrollo cognitivo y socioemocional de sus hijos. Sin embargo, las galletas están lejos de ser un alimento saludable y su consumo debe ser ocasional. Uniendo todos esos elementos en un mismo mensaje, puede dar la sensación de que comer galletas combate el sedentarismo y hace que los pequeños sean más listos. No se dice expresamente, pero el cerebro del consumidor inconscientemente ata los cabos.

Algo similar sucede con los alimentos sin gluten, bio o sin lactosa, o los famosos “enriquecidos” con hierro, calcio, vitaminas o ácidos grasos DHA. El Estudio Nutricional en Población Infantil Española (EsNuPi), promovido por las Fundaciones Española (FEN) e Iberoamericana (FINUT) de Nutrición, en colaboración con la Asociación Española de Pediatría (AEP), tenía por objetivo revelar los patrones de alimentación y hábitos de actividad física en la población infantil española de uno a nueve años. Una de sus conclusiones es que tres de cada cuatro niños españoles no alcanzan las ingestas recomendadas de omega-3. Esta carencia puede paliarse con leches de crecimiento enriquecidas con ese nutriente. ¿Es casual que el estudio contara con la financiación del Instituto Puleva de Nutrición, marca láctea que cuenta con una leche precisamente con esas características?

Contrastar antes de publicar

Para Alipio Gutiérrez, responsable de Salud en Telemadrid y vicepresidente de la Asociación Nacional de Informadores de la Salud (ANIS), una nota de prensa procedente de la industria, aunque vaya respaldada por un estudio, siempre debe contrastarse. “Cada vez hay más intentos de colarnos publicidad disfrazada de información. Te aportan un estudio, pero es propaganda para la marca. Antes de publicar nada, tengo que contrastar con profesionales al margen de la industria: profesores universitarios, investigadores independientes, médicos…”.

Otra cosa es que la fuente sea directamente un organismo que se dedica a la investigación, como el CSIC. “En ese caso doy por hecho que tiene rigor científico”. Gutiérrez reconoce que las marcas o los gremios de la alimentación se aprovechan de que las sucesivas reducciones de plantilla en las redacciones hacen que los pocos periodistas que quedan anden saturados de trabajo y no siempre tengan tiempo para contrastar. “Otras veces se cae en la trampa de sacarla a toda prisa para ser los primeros en dar la noticia, por el clickbait o la primicia. Tal vez no en un informativo, pero sí desde las redes sociales del medio”, analiza.

Contrastar o complementar información a partir de contenidos de internet porque se va con prisas es un arma de doble filo. Un estudio de 2015 puede estar obsoleto y no ser válido para refrendar un argumento. Otras veces, el error parte del periodista al dar por buenos y aplicables en humanos estudios que solo se han llevado a cabo en animales. Ante las recientes críticas al CSIC por aceptar encargos de la industria, Gutiérrez cree que, si esos ingresos que entran por ahí sirven para financiar después estudios que redunden en la salud general, bienvenidos sean. “Sigo confiando en la integridad de los científicos. Otra cosa es que el comunicado que se envía a la prensa vaya sesgado. Pero ahí ya es tarea del periodista valorarlo, interpretar correctamente los datos, ir a las fuentes y contrastar”, añade.

En un país como el nuestro, donde solo se destina a investigación el 1,2% del PIB frente al 2,1% de Alemania, las universidades e instituciones se ven obligadas a realizar estudios para terceros como forma de lograr fondos. “Si se destinara más dinero a investigar tal vez desaparecería este conflicto”. Para la periodista Marta del Valle, “lo que no es de recibo es copiar y pegar una nota de prensa. Jamás debería publicarse como noticia”.

¿Quién controla las noticias en internet? 

En el documental El dilema de las redes sociales (Netflix) se deja al descubierto la gran verdad de internet: los algoritmos de Google no buscan la verdad. Se limitan a proporcionar la información más afín a cada usuario. Mediante un mecanismo de aprendizaje automatizado el buscador detecta los gustos o ideología del usuario y prioriza aquellos resultados de su agrado. Si es negacionista, recibirá más resultados negacionistas. Si cree que hay que comer chuletón a diario, el predictivo le indicará la conveniencia de comer carne roja a diario. Si es vegano, los resultados apostarán por la proteína vegetal. Google no conoce verdades o mentiras. Solo proporciona resultados.

Pero las mentiras existen. Los bulos circulan por las redes con total impunidad y las medias verdades o inexactitudes confunden a la población. El pasado año, el Colegio Oficial de Médicos de Madrid (ICOMEM) creaba Observatorio Digital para localizar y desmentir bulos aparecidos en prensa. “Contamos con la colaboración de la Agencia EFE y RTVE. Si detectan noticias de salud incorrectas o falsas nos contactan. Nosotros las contrastamos, buscamos la información en instituciones oficiales y en literatura científica y, más tarde, les pedimos que desmientan si realmente hay pruebas de que lo dicho no es verdad. También aclaramos ciertas informaciones que, sin ser bulos, no se sabe su veracidad real porque no hay estudios suficientes en el momento actual”, declara Jaime Barrio, médico de familia y miembro del Observatorio Digital del Colegio Oficial de Médicos de Madrid (ICOMEM).

Fuera de nuestras fronteras, Health On the Net es una organización sin ánimo de lucro que cuenta con el apoyo de diversas asociaciones médicas, la OMS y la Comisión Europea. Su objetivo es velar por el rigor en la información sanitaria. Su comité de médicos analiza la veracidad de las webs que así lo solicitan y, si logran ser validadas, pueden añadir la palabra HONcode en los términos de búsqueda SEO. Entre sus recomendaciones a los internautas está la de acudir siempre a fuentes oficiales y fiables, como hospitales, universidades y agencias gubernamentales.

Otras formas de asegurarse informaciones veraces es buscar otros sellos de acreditación, como Web Médica Acreditada o Distintivo AppSaludable.

Mentiras a alta velocidad

Mucha de la información sobre alimentación que reciben los menores llega a través de las redes sociales, como TikTok, Instagram o Twitch. Pese a que la edad mínima para abrir una cuenta en la mayoría de esas plataformas es de 13 años y algunas especifican que hasta los 18 deben hacer uso solo acompañados de un adulto, lo cierto es que los menores navegan con bastante libertad por las redes. Y es uno de los escenarios en los que se concentran y divulgan más bulos.

Controlarlos es complicado por la ingente cantidad de información que fluye a diario. Limitarla es legalmente controvertido. El jurista experto en derecho digital, Borja Adsuara, explica que la Constitución española prohíbe expresamente la censura previa de contenidos (antes de publicarse) y su secuestro o supresión (una vez publicados) solo puede producirse por resolución judicial. “Sin embargo, existen en las redes sociales los ‘Términos de uso’ o ‘Normas de la comunidad’ que dejan en manos –no de expertos ni de jueces–, sino de empresas privadas como Twitter o Facebook, la posibilidad de cerrar una cuenta o borrar ciertos contenidos”, acentúa.

Los internautas, por su parte, no tienen la opción para denunciar una cuenta por difundir bulos. Los algoritmos de TikTok detectan y borran cuentas sin avisar si revelan palabras malsonantes o contenidos ofensivos. Los bulos, al no responder a un formato o palabra clave concreta, pasan por debajo del radar.

En busca de los tuits serios

Carlos Mateos, coordinador de #SaludsinBulos, una iniciativa que combate las mentiras sobre salud con profesionales sanitarios y el aval de 40 sociedades científicas, asume que “la nutrición es el campo de la salud que más bulos genera. Hay mucho interés en comer bien, pero también, mucho desconocimiento”. El Instituto #SaludsinBulos, la Asociación de Innovadores en eSalud (AIES) y Health 2.0 Basque firmaron hace un año un acuerdo de colaboración para fomentar información veraz de salud digital. Tanto desde las cuentas de Salud Sin Bulos como desde su propio perfil (@carloscomsalud) se dedica a desmontar mentiras y aportar informaciones veraces acerca de salud y nutrición.

Por supuesto, no todo lo que fluye por las redes es bulo. Muchos profesionales del ámbito de la salud, la nutrición o la investigación divulgan a diario informaciones relevantes que combaten esas mentiras. Que sea un profesional de la salud, que avale sus ideas con estudios científicos independientes y que cuente con el respaldo mayoritario de otros colegas de profesión es un buen indicio para darle credibilidad. Si no goza de respaldo profesional, solo se preocupa por difundir sus propios mensajes o busca confrontar para aumentar su repercusión y seguidores, hay que desconfiar. “Hay que tener pensamiento crítico, pero no basado en desacreditar a otros profesionales o entidades”, agrega Carmen Pérez, presidenta de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria (SENC). Perfiles como la tecnóloga de los alimentos Beatriz Robles (@beatrizcalidad) o el tecnólogo Miguel A. Lurueña (@gominolasdpetro) son algunos de esos paladines contra los ciberbulos.

En esta línea, la iniciativa @PorcentajeJusto analiza en Twitter la proporción real de esos ingredientes que la industria publicita como el más destacado y que, en muchas ocasiones, no alcanzan ni un 1%. “Hay una industria alimentaria que intenta ponerse lo más bonita posible para la foto, pero le pasa como en Instagram: abusa tanto de los filtros y se aleja tanto de la realidad que te está mostrando una cosa que no es”, insiste la periodista Laura Caorsi, autora del @PorcentajeJusto.

Los bulos más extendidos sobre alimentación infantil

Alimentos enriquecidos con vitamina D para mejorar las defensas y mejorar los huesos. Es uno de los reclamos más recurrentes de la industria en productos como leches o yogures. Desde el Grupo de Educación Sanitaria y Promoción de la Salud del PAPPS (Programa de Actividades Preventivas y Promoción de la Salud de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria) insisten en que no hay estudios rigurosos que lo avalen y sí muchos que refrendan que estos productos son innecesarios. Para alcanzar los niveles de vitamina D recomendados al día, se aconseja seguir una dieta saludable con alimentos ricos en esta vitamina, por ejemplo, los pescados azules y grasos como el salmón, la caballa o el atún, y una exposición al sol sensata.

Jarabes para abrir el apetito. En su libro Se me hace bola, el dietista-nutricionista Julio Basulto defiende que, como cualquier ser humano sano, los niños tienen un mecanismo autorregulador del apetito. Si no comen más es porque no lo necesitan. Buena prueba de ello es que cuando están pegando un estirón, comen más. Por eso, los jarabes que prometen abrir el apetito de los más pequeños son completamente innecesarios.

Los zumos sustituyen a una pieza de fruta. No, un zumo no es igual que comer fruta. Cuando un niño o una niña toma una pieza entera adquiere la fibra y todos sus nutrientes. Con el zumo, los menores ingieren el azúcar libre en forma de fructosa. Un tipo de azúcar que según la OMS hay que limitar.

La fruta por la tarde altera a los niños. La nutricionista Beatriz Robles, la farmacéutica Gemma del Caño y el dietista Pablo Ojeda desmontan en su Guía sobre bulos en alimentación un mito que se remonta a los años setenta: el azúcar altera a los niños. Este bulo dio como consecuencia que desde algunas fuentes se pensara que las frutas a media tarde trastocan el comportamiento de los menores y los hace más hiperactivos. Según estos expertos, “entre los efectos perjudiciales del consumo de fructosa como azúcar añadido no se encuentra la alteración del comportamiento infantil”.

Los yogures diseñados para bebés son saludables. Desde hace algunos años las estanterías de los supermercados se han llenado de productos dirigidos a los más pequeños de la casa: mi primer yogur, mi primera galleta… Estos productos se revisten de mensajes para parecer saludables, pero en realidad esconden mucha cantidad de azúcar. Además, son innecesarios. Los lactantes de entre 6 y 12  meses no necesitan tomar yogures porque la leche materna cuenta con mejores nutrientes y con menos proteínas. Los menores de esas edades que toman leche de fórmula tampoco los necesitan: con la leche de continuación (tipo ) ya toman demasiadas proteínas. A esas edades es más recomendable la leche artificial que un yogur de este tipo, que, además, lleva azúcar y nata.

¿Verdad o mentira?

Una ‘app’ para sacarnos de dudas Cada vez existen más herramientas para detectar noticias falsas sobre la salud, como la Fundación Maldita o Newtral. Pronto llegará a nuestros bolsillos una más, la aplicación móvil No Rumour Health, un proyecto liderando por la Universidad de Valencia y que cuenta con el trabajo de un consorcio de tres países: España, Grecia y Polonia. El objetivo de esta app, que está en proceso de desarrollo, es ayudar a la gente mayor a diferenciar si las informaciones sobre salud que recaban a través de las redes sociales son ciertas. También quiere convertirse en una guía para que estas personas puedan aprender a identificar las noticias falsas y poder saber qué páginas son fiables.

Mikel López Iturriaga, ‘El Comidista’

“Desconfía de los productos ‘enriquecidos’ con vitaminas y alimenta a tus hijos con comida que no los necesite”

Desde su sección en el diario El País bajo el nombre de El Comidista, Mikel López Iturriaga comanda un equipo de periodistas y expertos en nutrición con un solo fin: informar sobre alimentación sin bulos.

Ciertas verdades son un azote para la industria. ¿Qué información le llega por parte de los fabricantes? Cierta industria alimentaria se empeña en confundir a la gente para vender más. Pero son conscientes de que los consumidores cada vez tienen más en cuenta la salud a la hora de decidir qué compran, por eso redoblan esfuerzos para destacar las presuntas cualidades de sus productos. Cuando se trata de ultraprocesados o bebidas alcohólicas tienen que esforzarse por parecer lo que no son. Por eso gastan mucho dinero en estudios poco rigurosos que los retraten como sanos.

¿Hay algún sector especialmente intenso en sus intentos de disfrazarse de saludable? Especial mención merecen el vino y la cerveza, que pueden estar muy ricos, pero los mires por donde los mires no son saludables. Su industria se empeña en contarnos que hidratan, que rejuvenecen y hasta que son buenos para el alzhéimer, para que olvidemos un pequeño detalle: llevan una sustancia tóxica y cancerígena llamada alcohol.

¿Por qué los productos dirigidos a niños son tan susceptibles de ir “avalados” por estudios o asociaciones profesionales? Porque esa preocupación por la salud se dispara cuando hablamos de los niños. Cualquier madre o padre quiere dar a sus hijos alimentos sanos, por lo que la industria de los ultraprocesados tiene que hacer un sobresfuerzo para disfrazarlos y engatusar a esos progenitores preocupados. Los envases de esos productos, cargados de azúcar, de sal o de grasas insanas, están forrados de reclamos saludables (“con calcio”, “con vitaminas A, B y D”…) o de avales de instituciones untadas por la gran industria alimentaria. Mi consejo: desconfía por sistema de todos los productos que lleven estos reclamos, y siempre que puedas alimenta a tus hijos con comida que no los necesite.

Cuando les llega un estudio avalado por tal asociación médica, ¿lo dan por bueno? En los estudios dudosos consultamos a nuestros expertos de cabecera en cuestiones de nutrición, algunos de ellos colaboradores de El Comidista, pero después de 10 años hemos aprendido a detectar en tres minutos los claramente sesgados. Si rascas y aparece la industria alimentaria o la del alcohol, pon de inmediato el estudio en cuarentena. O tíralo a la papelera directamente.

¿Hay voces o entes más fiables, más independientes? Hay entidades y voces fiables y, por suerte, muchos ejercen una labor de divulgación más accesible que nunca gracias a internet y las redes sociales. La cuestión es saber distinguirlos, porque conviven con entidades supuestamente científicas y desinteresadas, financiadas por la industria y con más de un científico que ha vendido su alma al diablo. Hay que fiarse de lo que dicen organismos oficiales o dietistas-nutricionistas, tecnólogos o expertos en seguridad alimentaria con cierta reputación.

El consumidor confía en la imparcialidad y veracidad de la prensa. ¿Qué puede hacer para saber si algo que se publica es veraz? Primero, pensar si está leyendo esa información en un sitio fiable o en una web cazaclics. Segundo, fijarse en las fuentes de las que sale la información: los medios rigurosos suelen enlazar a estudios concretos de instituciones o revistas prestigiosas, incluyen voces autorizadas y matizan mucho sus afirmaciones con explicaciones claras. Los medios cantamañanas usan expresiones del tipo “diversos estudios confirman”, “los científicos aseguran”… Suelen ser más contundentes en titulares y textos, y acostumbran a basar sus afirmaciones en estudios de remotas universidades de las que nadie ha oído hablar. Por último, conviene bucear un pelín en las fuentes para detectar posibles conflictos de intereses o financiación por parte de empresas. Si la información es favorable a sus intereses, ¡cuidado!

Redes sociales: ¿nos podemos fiar?

El interés por el mundo de la nutrición tiene su reflejo en las redes sociales. En los últimos años se han multiplicado los influencers de la alimentación y la vida sana que divulgan sus métodos y opiniones, con o sin respaldo científico, y en cuyas cuentas suman miles de seguidores. Pero ¿hasta qué punto saben de lo que hablan? y ¿en qué medida influyen en la alimentación y nutrición de los españoles?

En esa línea, la Universidad del País Vasco (EHU) y la Fundación Eroski han unido fuerzas para fotografiar esta realidad a través del estudio de investigación Seguridad alimentaria y cibermedios: temáticas, nuevas fuentes y servicios, que acaba de ver la luz. “Queríamos comprobar cuáles eran los temas alimentarios que mayor reacción provocaban en las audiencias. Para ello, nos pareció interesante analizar el engagement [compromiso] o fidelización de una serie de nutricionistas y divulgadores de la alimentación en las redes sociales para comprobar cuáles eran aquellas cuestiones que acarreaban una mayor participación”, asegura José Ignacio Armentia, catedrático de la Universidad del País Vasco (EHU) e investigador principal del proyecto.

Para ello, seleccionaron a los divulgadores en nutrición con mayor influencia en redes sociales en España, su formación y la información que publicaban a través de este medio, además de determinar qué plataformas se utilizaban para hablar de alimentación. En el periodo entre julio de 2017 y el 30 de junio de 2019, los 10 divulgadores en nutrición más importantes eran Julio Basulto, Miguel Ángel Lurueña, Juan Revenga, Virginia Gómez, Lucía Martínez, Aitor Sánchez, Carlos Ríos, Gabriela Uriarte, Juan Llorca y Victoria Lozada. Durante estos dos años de estudio, el número de contenidos producidos por estos nutricionistas fue de 29.655, que provocaron cerca de 18,5 millones de respuestas; con un promedio de 620 respuestas por mensaje.

¿Saben de lo que hablan?

Los divulgadores analizados son expertos en tecnología de los alimentos o dietética y nutrición y, en algunos casos, doctores y escritores, a excepción del cocinero Juan Lorca que, no obstante, cuenta con una amplia experiencia en estos campos. Eso sí, pese a que se trata de divulgadores con formación sólida, no están exentos de revuelo y polémica. La propia realidad, con el reciente caso de la controvertida crema de cacao lanzada al mercado por uno de estos influencers, nos ha mostrado que, en ocasiones, las voces y posturas se contraponen entre ellos.

“Tanto en las redes como en internet, en general, te puedes encontrar lo mejor y lo peor en casi todos los ámbitos y la nutrición no iba a ser una excepción”, aclara el máximo responsable de la investigación. Ahora bien, no debemos perder de vista un detalle: algunos de los influencers analizados han colaborado con la propia industria alimentaria, reconociéndolo abiertamente en sus distintos perfiles de redes sociales o interviniendo con su propia imagen en distintas campañas de empresas de distribución, como Aitor Sánchez o Carlos Ríos.

¿Resta este tipo de prácticas fiabilidad a su discurso? Lo que está claro es que como usuarios y usuarias de redes sociales debemos agudizar los sentidos y contextualizar cualquier información que leamos en ellas. El espíritu crítico no ha de perderse entre likes y retweets. Desde el Departamento de Periodismo de la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación, donde trabaja este grupo de investigación con el nombre de Medialker, subrayan que, normalmente, alguien a quien se pueda considerar divulgador o divulgadora en algún campo viene avalado por una trayectoria.

Probablemente también haya tenido un blog, haya colaborado con algún medio de comunicación o escrito algún texto divulgativo o, incluso, científico. “Además, las redes son un espacio vivo en el que los diferentes puntos de vista pueden ser rápidamente refutados. Por otro lado, aunque en internet puedan circular determinadas noticias falsas, si alguien tiene interés no es tan complicado comprobar la veracidad de los hechos”, aseguran.

Un medio más 

¿En qué medida influyen las redes en la alimentación y nutrición de los españoles? Según José Ignacio Armentia “influye en la medida de que se han convertido en medios a través de los que se informa a un mayor número de la población”. Las redes sociales permiten ofrecer “una mejor información alimentaria en las generaciones más jóvenes”, los usuarios por excelencia de este medio. Así, el hecho de que existan influencers expertos en nutrición y en las redes sociales ofrece la posibilidad de llegar a este colectivo con un lenguaje cercano y fiable.

Es una vía muy interesante para generar opinión de calidad e interés. Más allá de estos datos, el equipo de investigación liderado por el profesor Armentia advierte que el mundo de las redes es muy cambiante y, probablemente, en los dos años que han transcurrido desde la elaboración del estudio se hayan producido cambios. Los informes de la asociación de comunicación, publicidad y marketing digital IAB, y de la consultora The Social Media Family apuntan a un crecimiento de Instagram o a la consolidación de nuevos actores como Tik Tok. “El ascenso de Instagram, unido a su alto grado de penetración entre el público más joven, puede convertirla en una buena herramienta de divulgación”, explican.

Este artículo está basado en la investigación Seguridad alimentaria y cibermedios: temáticas, nuevas fuentes y servicios, financiada por MINECO-AEI-FEDER (referencia CSO2017-82853-R). Sus autores pertenecen al Grupo MediaIker de la UPV/EHU (referencia GIU19/024). Proyecto Universidad/Sociedad US17/15.