La salud de la piel

Acné: cuando el rostro estalla

Para evitar lesiones más graves y duraderas es fundamental acudir al dermatólogo ante la aparición de los primeros granitos
1 enero de 2011
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Acné: cuando el rostro estalla

Juventud, divino tesoro, decía el poeta. Sin embargo, el despertar de esa etapa vital es también una época de revolución hormonal que, en ocasiones, pasa factura al rostro. La mayoría de adolescentes sufre el, a menudo, molesto acné, un problema dermatológico que también puede afectar a los adultos debido a diversas causas. Cuando esto sucede, los dermatólogos aconsejan acudir a su consulta ante la aparición de los primeros granitos para evitar lesiones más graves y duraderas en el tiempo.

El acné es una enfermedad de la piel muy común, visible y antiestética, que se desarrolla en distintas etapas de la vida como la adolescencia, la juventud y la del adulto joven. En estas edades, mostrar una buena imagen corporal es para muchos, determinante.

Es un error dejar pasar
el tiempo sin iniciar un tratamiento

Por este motivo, el bienestar psíquico de las personas afectadas, además del alcance de sus lesiones, es una razón de peso suficiente para iniciar un tratamiento que borre el indeseable acné de las regiones corporales afectadas, que son las más ricas en la producción de grasa y, desafortunadamente, las más expuestas y difíciles de esconder: cara, cuello, hombros, espalda y tórax.

El acné y sus lesiones

El acné vulgar, también llamado polimorfo, aparece en zonas seborreicas localizadas en el rostro y en la parte superior del tórax. El motivo reside en que son áreas de piel ricas en producción de sebo y esto favorece la posterior aparición de las lesiones típicas del acné. La secuencia de los hechos es la siguiente: en la mayoría de los casos, el acné debuta en la adolescencia ya que las hormonas adrenérgicas actúan sobre pequeños vellos invisibles (los folículos pilosos) de la cara y del tronco, que se inflaman. A continuación, se registra un aumento de la grasa que obstruye esos folículos y, en consecuencia, se forman unos granitos rojos que se llenan de pus y otras lesiones más profundas que luego cicatrizan. Por último, en ese terreno graso la bacteria “Propionibacterium acnes”, que se encuentra en la superficie de la piel, coloniza las zonas dérmicas ricas en sebo y origina la inflamación característica de estos granos.

El resultado es un rostro y un tronco salpicados con distintos tipos de granitos (negros, blancos, rojos, con pus y también grandes y dolorosos) que se distribuyen de forma aleatoria. Así, entre las lesiones típicas de esta afección cutánea figuran los sebos (o grasa que aparece primero), los comedones (o típicos poros de la piel que se taponan y a los que se conoce como espinillas, barrillos o puntos negros, aunque también puede haber granos blancos) o las pústulas (aparición de pus en granos rojos). Las pápulas (granos previamente rojos que luego se inflaman), nódulos (lesiones más profundas que duelen), máculas (o zonas de la piel descoloridas detrás de una lesión acnéica que confiere al rostro un aspecto inflamado) y las cicatrices resultantes de las distintas lesiones son otras de las cara del acné.

Más allá de la adolescencia

La cadena de cambios físicos que conducen a la aparición del acné se ralentiza con los años, aunque hay una franja de edad, comprendida entre los 35 y los 40 años, que lo sufre cada vez más. Se trata, especialmente, de mujeres que sufren un estado de nerviosismo por distintos motivos familiares y laborales, a la alimentación y al estrés, factores que pueden perpetuarlo. De hecho, el tipo más frecuente es el acné persistente, el que surge en la adolescencia pero se mantiene en la edad adulta. Pero también existe el “acné de inicio tardío”, que surge en personas de más de 25 años que nunca lo habían padecido antes.

Según los últimos datos facilitados por la Asociación Española de Dermatología y Venereología (AEDV), durante la adolescencia y la juventud, el acné es la enfermedad más prevalente, puesto que afecta al 80% de los jóvenes de ambos sexos de entre los 12 y los 18 años, mientras que a partir de los 19 y hasta los 24 años ya afecta a un menor porcentaje, en concreto, a una cuarta parte de los que se encuentran en esa franja de edad.

Tratamiento: cuanto antes y a la carta

Muchas personas consideran el acné un mal inevitable debido a los cambios hormonales que se producen en la adolescencia y la juventud, y piensan que con el tiempo desaparecerá por sí solo. Aunque esto es en parte cierto, si el proceso se abandona a su suerte lo más probable es que los afectados acaben con la cara y otras partes del cuerpo señaladas por los episodios de acné juveniles de forma inconfundible y para siempre.

Por este motivo, los expertos insisten cada vez más en que dejar pasar el tiempo, sin iniciar un tratamiento, es un error. Aunque el acné no se puede prevenir (ya que se desconoce cuándo se iniciarán los cambios hormonales que lo dispararán), sí se puede tratar de forma precoz en cuanto aparecen las primeras señales con el fin de frenarlo y evitar daños posteriores, como las cicatrices.

El acné se puede controlar con tratamientos
tópicos que contienen antibióticos, pero siempre
deben utilizarse bajo control médico

Hay que tener en cuenta que el inicio del tratamiento no siempre lo marca la gravedad del acné (es decir, si este se encuentra muy extendido, tiene lesiones muy profundas, nódulos y quistes), sino el malestar psicológico del afectado. Esto se debe a que hay personas que se encuentran tan deprimidas que necesitan que se les aplique un tratamiento médico cuanto antes para que el acné desaparezca de su cara, aun cuando éste no sea grave.

En cuanto a los remedios dermatológicos disponibles en la actualidad, la finalidad de todos ellos es reducir la aparición de los nuevos granos que nacen y curar los ya existentes, aunque el paciente debe tener paciencia y ser constante, ya que la mejoría no se empieza a notar hasta pasadas cuatro semanas, según subraya la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (Semfyc) en su “Guía Práctica de la Salud. Enfermedades de la piel y el pelo”.

El acné se puede controlar con tratamientos tópicos que contienen medicamentos antibióticos, peróxido de benzoilo y retinoides. Son cremas y sales que se aplican sobre la piel, pero que siempre deben utilizarse bajo control médico. También se trata con fármacos, como los antibióticos por vía oral o bien hormonas, cuyo objetivo es controlar la producción excesiva de la grasa que conduce a la formación del acné. En los casos de acné rebelde se puede utilizar la isotretinoína -más popular por la marca Roacutan ®-que resulta beneficiosa para controlar el factor graso, las hormonas y las bacterias que intervienen en la aparición del acné. Aunque, debido a sus efectos secundarios, ya que reseca la piel, aumenta el nivel de lípidos en sangre y en mujeres embarazadas puede causar daños en el feto, siempre debe utilizarse bajo control médico.

Las personas que ya tienen cicatrices y marcas pueden recurrir a soluciones cosméticas, entre las que figuran los peelings y otros tratamientos para combatir la sequedad excesiva del rostro. Tras aplicar alguna de las opciones terapéuticas disponibles, el acné remite y se consigue controlar al cabo de unos seis meses y un año en la mayoría de los casos, en torno al 80%. Para conseguirlo, se debe aplicar el tratamiento más apropiado para cada tipo de paciente y es fundamental no abandonarlo si se quieren lograr buenos resultados. Con el tiempo, el acné puede volver a aparecer, pero si ya se ha controlado una vez de manera correcta, reaparecerá de forma menos intensa y será más fácil de frenar.

Ante la aparición de los primeros granos...
  1. Acudir pronto al dermatólogo.
  2. Evitar el estrés.
  3. No abusar de la exposición solar. Aunque en su justa medida tomar el sol incide de forma positiva sobre el grano, su abuso puede empeorar algunos casos de acné.
  4. Mantener una higiene correcta sin llegar al exceso. Según cada piel, se realiza una o dos veces al día, con jabones suaves o para pieles con acné. El secado debe hacerse de manera suave y sin frotar y hay que mantener el pelo limpio y apartado de la cara.
  5. Los alimentos grasos, como el chocolate, no producen acné, por lo que no hay que suprimir ninguno en concreto, a menos que las personas afectadas noten que empeoran al tomarlos. En cualquier caso, se debe seguir una dieta sana, sobre todo en casos de obesidad.
  6. Las mujeres susceptibles de sufrir acné deben evitar el maquillaje y los cosméticos grasos porque taponan los poros. Se pueden utilizar aquellos que en la etiqueta ponga “no comedogénico”, “libre de aceites” o “no produce acné”. Y dejarse aconsejar por el médico.
  7. En los hombres, es posible que el afeitado agrave la situación, por lo que es preferible evitarlo. Cada uno deberá averiguar si le perjudica menos utilizar la maquinilla eléctrica o las cuchillas.
  8. No se deben intentar reventar los granos ni manipular las lesiones, puesto que al hacerlo se rompen hacia el interior, aumentan de tamaño y provoca una mayor inflamación.
  9. Las personas que ya han quedado con marcas pueden someterse a un tratamiento cosmético específico.
  10. Los medicamentos para el acné pueden producir irritación, enrojecimiento y ardor. Al principio se pueden usar menores cantidades y en días alternos (siempre que así lo prescriba el médico) y poco a poco aumentarla. Se aconseja aplicarlos después de haberse lavado y secado bien y evitar el contacto con los ojos.
  11. Con tratamiento, el acné tarda en mejorar cuatro semanas. Después hay que continuar hasta el final y no abandonarlo para evitar recaídas.

Fuentes: Guía Práctica de la Salud. Unidad 12: Enfermedades de la piel y el pelo, de Semfyc, y Aurora Guerra, jefa de Sección de Dermatología del Hospital Doce de Octubre, de Madrid, profesora titular de la Universidad Complutense de Madrid y miembro de la Asociación Española de Dermatología y Venereología (AEDV). (www.auroraguerra.com)