Rafael Mata

"Se construyen grandes edificios de autor, pero se diseñan pocos proyectos urbanos de calidad"

1 julio de 2008
Img entrevista

Además de mapas, ¿qué labor realiza un geógrafo?

Los mapas son el producto final de un trabajo de análisis. El núcleo de nuestra disciplina es el conocimiento, el análisis del territorio en su dimensión ambiental, en su dimensión social y económica. Pero además de conocer e investigar, también queremos proyectar ese conocimiento en la intervención sobre el terreno.

¿Y se les hace caso?

De momento se nos empieza a tomar en consideración, porque también nos estamos renovando. La reorientación de nuestra disciplina hacia la ordenación del territorio, urbanismo, conflictos ambientales o conflictos sociales está teniendo un eco creciente y desde ese punto de vista nos vamos implicando también en la tarea profesional con arquitectos, ingenieros o profesionales de las ciencias de la naturaleza. Con este fin estamos reorientando el plan de estudios.

Es decir, la geografía está encontrando su norte.

Bueno, sí. Yo creo que el norte ya lo tenía, pero muy apegado al ámbito de la enseñanza y la investigación. Y lo que nos faltaba era dar el salto a la acción. Muchos de los problemas que se trataban sectorialmente -ambientales, ecológicos, culturales, económicos …- hoy se plantean en los territorios. Es un momento clave para la geografía y para el territorio. Y no podemos perderlo.

¿En qué influye la labor de un geógrafo en la vida de una sociedad?

“Un mal paisaje
responde a un
territorio que se está
organizando mal”

A partir de esa tarea de conocimiento detectamos problemas o contradicciones entre la sociedad y el territorio e intentamos plantear, junto con otros profesionales, soluciones a esos problemas. Nos guía un objetivo: mejorar la calidad de vida a través de un equilibrio entre los valores ambientales en sentido amplio y las necesidades de crecimiento y desarrollo de una sociedad.

Un equilibrio casi utópico.

Sí, pero bueno, no perdemos de vista esa utopía porque ese es un compromiso de la geografía.

Su labor de orientación no termina, por tanto, con los mapas. También desean orientar la intervención en el territorio.

Sí, al menos la base de la sostenibilidad, que es la prudencia en el uso del territorio, conocer los valores y los problemas y a dónde nos puede llevar un determinado modelo de gestión de ese territorio si se ejecuta sin control.

Pero hay intereses opuestos en lograr este fin.

Claro. El problema es que hay intereses muy fuertes que parecen ir en sentido contrario de la sostenibilidad o la prudencia, pero ese es el reto de nuestra disciplina, que se ha situado a mitad de camino.

Entre los mapas de Ptolomeo y Google Earth, ¿dónde se sitúa?

Me tengo que situar entre las imágenes de Google Earth porque son las imágenes del presente, pero esas imágenes no se podrían interpretar sin la calidad cultural ni la historia que está cargada en los mapas desde Ptolomeo. Ahí hay una solución de continuidad muy clara. De Ptolomeo a Google Earth, entre la tradición y la renovación. Podría ser un buen eslogan.

Usted es uno de los autores del Atlas paisajístico de España. ¿Con qué paisaje se queda?

“El nivel de conservación de
nuestros paisajes es todavía
sorprendentemente alto frente
a otros territorios europeos”

Bueno, cada uno tiende a quedarse con los paisajes próximos, los paisajes vividos, en mi caso, el de la Axarquía malagueña. Pero en ese Atlas los paisajes son como criaturas, como hijos de uno mismo. Con este Atlas hemos aprendido a reconocer la diversidad de nuestro país. Y es ahí donde radica su interés. El Atlas no persigue hacer una taxonomía jerarquizada de los buenos y malos paisajes, sino de su diversidad. Ahí radica su valor.

En esa diversidad, España es un caso especial.

Sí, tenemos la biodiversidad más rica de Europa y uno de los mayores mosaicos paisajísticos, por el tamaño propio de la Península y de las islas, pero también por una carga histórica y de diversidad cultural y natural. Además, el nivel de conservación de nuestros paisajes es todavía sorprendentemente alto frente a lo que ocurre en otros territorios europeos.

No es esa la idea que se transmite, sobre todo si se tienen en cuenta las consecuencias de la expansión urbanística desaforada en la costa.

Sí, pero el énfasis no se puede poner sólo en un espacio, en un territorio. Sí creo que hay una pérdida, un deterioro de valores paisajísticos en un espacio litoral donde el crecimiento turístico se ha ejecutado considerando muy poco esos valores. Sin embargo, en el interior ibérico, en la España Atlántico-Húmeda, en las montañas y en los llanos hay todavía, como decimos en el Atlas, muchos paisajes que mantienen su carácter, su identidad.

Aparte de la costa, ¿cuáles son las zonas más deterioradas?

Se han cuidado muy poco los crecimientos suburbanos, metropolitanos y periurbanos. El crecimiento urbano y el crecimiento industrial no han considerado para nada el conflicto con los valores de paisaje. Diría incluso que en los espacios metropolitanos y en los espacios litorales se concentra el proceso de pérdida y deterioro mayor, pero el problema es que si no incorporamos la dimensión de los valores del paisaje a las ciudades medias, a las ciudades pequeñas, a muchas zonas rurales, nos podemos ver abocados en poco tiempo a que ese proceso de deterioro se extienda a todo el territorio.

¿Industria e infraestructuras son compatibles con el paisaje?

Deben ser compatibles.

Esa compatibilidad, ¿supone más inversión?

En algunos casos sí. Pero en muchas ocasiones, se trata de una opción colectiva por conseguir ese equilibrio entre accesibilidad, desarrollo y conservación. Pero yo puedo decir con convencimiento, porque vamos estudiando a pequeñas escalas distintos territorios, que muchas veces no es cuestión de más dinero, sino de más criterio en la toma de decisiones.

¿Qué gana la sociedad buscando el respeto o la conservación del paisaje?

En lo más inmediato, gana en su calidad de vida. Pero el beneficio repercute, sobre todo, a largo plazo. Se trata de gestionar con prudencia el territorio, uno de los recursos menos renovables de los que disponemos.

La búsqueda de sostenibilidad también genera conflictos entre dos formas de preservar o conservar recursos limitados. Un ejemplo es la energía eólica y el impacto paisajístico. ¿Cómo se puede buscar el equilibrio en este punto?

Hemos tenido la oportunidad de actuar en espacios concretos donde ese conflicto se planteaba con mucha violencia. Terminamos hace unos años el Plan Territorial Insular de Menorca, que recibió el año pasado el Premio Nacional de Urbanismo, y justamente uno de los conflictos territoriales se planteaba entre los valores del paisaje, que además son un recurso para la actividad turística, y un modelo energético basado en energías renovables. La decisión consensuada fue relegar de estos usos una parte de la isla y definir áreas menos lesivas desde el punto de vista de los valores ecológicos para implantar uno de los parques eólicos que, de los cuatro previstos en la isla, ha sido el que finalmente se ha concretado. De cualquier modo, y por encima de energías renovables sí, energías renovables no, hay que estudiar qué modelo de desarrollo y de consumo energético queremos.

¿En el concepto de paisaje se engloba lo urbano?

Sí, sí. El paisaje no tiene calificativos, no tiene escala. El Convenio Europeo del Paisaje que se aprobó en 2000 y que España ha ratificado en 2007 no califica a los paisajes no por buenos, ni por malos, ni por urbanos o rurales o naturales. Además, los últimos datos de Naciones Unidas señalaban que, por primera vez en la historia, hay más personas que viven en las ciudades que en el campo. Por lo tanto, hay que cuidar el paisaje urbano.

¿Y cómo influye el paisaje urbano en la calidad de vida de sus habitantes?

Influye en la relación con tu entorno, y también está relacionado con temas que se han tratado de manera particularizada, con los problemas de desplazamiento y accesibilidad. De hecho, un desarrollo urbano como el que se está extendiendo, basado en un modelo difuso, laxo, extenso, está generando descenso en la calidad de vida de los ciudadanos, que perdemos mucho tiempo en el desplazamiento, en el movimiento, en el uso de energía. Todo está relacionado. Al final, el paisaje es la faz del territorio. Un mal paisaje responde a un territorio que se está organizando mal.

¿Cómo calificaría el estado de los paisajes urbanos de nuestro país?

Yo creo que se hizo un esfuerzo desde la transición democrática en los 70-80 hasta hoy por la salvaguarda, la gestión de los paisajes urbanos que tienen esa categoría de conjuntos históricos. Algunos de ellos son bienes de interés cultural… Ahí tenemos Vitoria, Toledo, Córdoba… pero yo creo que se ha hecho muy poco, en contrapartida, por los crecimientos suburbiales y periurbanos de los 80 y 90, donde está buena parte de la vida social. Y también ahí, en función de modelos de distribución de zonas verdes, de diseño de calles y plazas hay mucho que hacer para conseguir un paisaje mejor.

¿Y qué se puede hacer?

Hay que hacer proyectos de paisaje, en los que colaboran arquitectos paisajistas, ingenieros y psicólogos que trabajan en percepción social. Se trataría de diseñar esos paisajes y el crecimiento urbano con la idea de que lo que estamos haciendo es ciudad y no urbanización. No se trata de ocupar territorios, sino de que ese espacio siga teniendo las funciones de una ciudad: de integración, de relación, de mestizaje… Los grandes arquitectos firman con grandes edificios, pero yo creo que se hacen pocos proyectos urbanos de calidad. Ahí el urbanismo también tiene un reto, no sólo los geógrafos, sino los arquitectos, en diseñar ciudades y no ofrecernos sólo como visión de su profesión las grandes obras de autor, estadios, torres… sino ciudad.

¿Y se está prestando atención a esta necesidad?

No es la línea preferente de los urbanistas en general, de los arquitectos, ingenieros, geógrafos y otros especialistas en ciencias del territorio, en ciencias naturales y sociales, pero creo que hay que recuperar el valor del buen urbanismo y no sólo el valor de las grandes obras.

La cultura del adosado no encaja en ese deseo.

Ya tenemos unas piezas que están ahí, y esas piezas no se pueden dinamitar, las han comprado muchas personas con mucha ilusión. En algunos lugares se está intentando recuperar el sentido urbano en esos tejidos de adosado, pero no es fácil, porque ha sido un crecimiento tan espasmódico y rápido en diez años que es difícil encontrar orden y recomponer.

¿Y qué le parecen los campos de golf como motivo de atracción para turistas?

La oferta alocada y sin planificación, no sólo territorial sino económica, de los campos de golf me parece un dislate. El problema es que aquí cada municipio, cada comarca planifica como si fuera la receptora de toda la demanda de golf de España. Los campos de golf se han venido creando en España como un recurso turístico pero sobre todo como el señuelo para la promoción inmobiliaria. Es decir, ha sido el banderín de enganche de los 200 ó 2.000 chalés que se crean en su entorno.

Usted fue uno de los promotores en 2006 del Manifiesto por una Nueva Cultura del Territorio, en uno de cuyos apartados ya se indicaba que “la gestión sostenible del territorio es ciertamente una obligación social y ambiental pero resulta también un apremiante imperativo económico”.

Una mala ordenación del territorio puede hacer perder mucho dinero y muchos recursos que hipotecamos a largo plazo.

Se habla de urbanismo sostenible. ¿Cómo se podría definir?

Engloba las ideas de crecimiento a partir de la red de núcleos existentes; el concepto de las densidades medias o medias altas que permitan rentabilizar el transporte público; y la multiplicidad de funciones (productivas, de ocio, docentes, educativas) dentro de un mismo espacio.

Usted ha participado en un Tribunal Internacional de Fronteras. ¿En qué consiste?

Ésta es otra labor de los geógrafos clásicos del siglo XIX y XX, que formaban parte de las comisiones de límites. En este caso se dio en una pequeña parte de la frontera entre Chile y Argentina. Se produjo un conflicto diplomático que pudo desembocar en un conflicto bélico. Por eso, la Organización de Estados Americanos consideró que era necesario acudir al arbitraje, a la constitución de un tribunal internacional para decidir sobre el trazado del límite que en ese sector de la frontera. Para mí hay un antes y un después de esta experiencia. Sobrevolar aquellos territorios en helicóptero con los militares chilenos y argentinos, envueltos en la bandera… fue una experiencia maravillosa y, por supuesto, se llegó a un acuerdo después de dos años de debate, de sesiones jurídicas.