¿Don natural o producto del esfuerzo?
La memoria es una de las facultades superiores del ser humano. Así se considera desde tiempos inmemoriales, porque recordar lo acontecido y conservar este compendio de saberes para su posterior uso ha sido casi desde siempre un reto para la humanidad. En realidad, somos, en gran parte, herencia de lo que nuestros antecesores fueron. Y en muchas decisiones que adoptamos, consciente o inconscientemente, utilizamos nuestra memoria, es decir, lo que pensamos, hicimos o vivimos con anterioridad.
Un individuo sin memoria es un ser a la deriva, con grave riesgo de inadaptación social y aislamiento. No recordar, o hacerlo sólo en muy escasa medida, constituye un problema, especialmente para quienes desean o necesitan aprender cosas nuevas. Por otra parte, la falta de memoria reciente, de lo ocurrido hace poco tiempo, es una de señal de alarma que preocupa a las personas mayores.
De todos modos, la memoria como bien absoluto ha sido también cuestionada, se ha dicho de ella incluso que es “la inteligencia de los torpes”. Probablemente, este menosprecio esté vinculado a ciertos comportamientos y métodos de estudio basados en el almacenamiento mecánico, casi indiscriminado y basado en la repetición, de enormes cantidades de información, sin que la comprensión de los contenidos merezca el valor estratégico que representa entender lo que se memoriza.
La memoria, ligada a la inteligencia y convenientemente estimulada, resulta imprescindible en nuestra vida de seres racionales que actúan tomando decisiones en las que no sólo interviene el impulso o la intuición sino también la capacidad de pensar, indisolublemente unida a la de reflexionar trayendo a colación los recuerdos, tanto los recientes como los más lejanos en el tiempo, precisamente mediante la memoria. Poseer una suficiente capacidad de memoria deviene, por tanto, esencial para una vida inteligente.
En dos palabras, qué es la memoria
La memoria es la capacidad de retener y evocar los estímulos que tras penetrar adecuadamente en nuestro cerebro han encontrado un hueco en él. Es la permanencia de partes simbólicas de nuestro pasado en el presente. La inteligencia es algo más complejo, pero no puede entenderse sin la capacidad de memoria. Ahora bien, una persona muy inteligente disfruta normalmente una buena memoria, pero tenerla no significa necesariamente ser más inteligente que un individuo desmemoriado. Al parecer, incluso desde antes del nacimiento algunas sensaciones se graban en el cerebro del niño. Durante los primeros años de vida nuestra memoria es de carácter sensitivo, graba fundamentalmente sensaciones o emociones. Es más tarde cuando aparece la memoria de las conductas: se ensayan movimientos, se repiten y, poco a poco, se van grabando. De esa forma, los niños van reteniendo y aprendiendo experiencias que permiten que progrese y se adapte al entorno. Finalmente, se desarrolla la memoria del conocimiento, o capacidad de introducir datos, almacenarlos correctamente y evocarlos cuando sea menester. Estas tres fases son esenciales y explican en gran parte algunos olvidos y las claves para mejorar la memoria.
Introducción de los datos
Es el momento en que los conocimientos, experiencias y acontecimientos acceden a nuestro cerebro. Las circunstancias que rodean este momento resultan fundamentales para el éxito o fracaso de la memoria. Son imprescindibles la atención y la concentración. Si en ese momento confluyen elementos ajenos a lo que desea aprender o memorizar (por ejemplo, conversaciones, música o televisión mientras se está estudiando) los datos no llegarán ni se almacenarán de forma adecuada. O si la persona está viviendo situaciones emocionales difíciles, su atención estará en otro lado, la distracción vencerá y será difícil la recepción adecuada de esos conocimientos o registros. Por todo ello, hemos de asegurar que la entrada de los datos sea adecuada y mediante el máximo número de canales: vista y oído, principalmente, y en su caso, tacto, olfato…
El almacenamiento de la información
Es el momento en que los datos introducidos se registran ordenadamente en el cerebro. Ello requiere no sólo de una metodología, también exige estructuras intelectuales que ayuden al individuo a clasificar los datos. Un ejemplo: a la hora de guardar ropa en un armario podemos clasificarla previamente por tipos de prendas, para después depositarla en los correspondientes huecos. La diferencia se hará patente cuando busquemos la ropa, porque un orden conocido por nosotros (somos quienes lo han establecido) rige en la ubicación de cada prenda.
Fase clave: la evocación
A la hora de recordar, de extraer la información guardada, si lo almacenado se ha clasificado bien será más fácil localizarlo y utilizarlo. Pero no todo es atención al registrar y orden al guardar: otros factores, como la edad, la salud y las propias circunstancias vitales, intervienen decisivamente en la memoria. La preocupación surge cuando aparecen los olvidos, cuando el alumno no es capaz de recordar en el examen lo que lleva varias semanas estudiando o cuando, ya viejos o cercanos a serlo, no recordamos dónde dejamos las llaves, si hemos cerrado el gas antes de salir de casa o el nombre de aquella persona que tanto nos llamó la atención cuando la conocimos hace un par de años.
El porqué de los olvidos
Los olvidos pueden sobrevenir por interferencia, al haber mezclado los datos en la fase de registro, por déficit de atención en esa misma etapa, por desuso (los recuerdos se debilitan cuando no se utilizan), por desmotivación (hay cosas que nuestro inconsciente prefiere arrinconar, no recordar, porque nos causan sufrimiento o desazón), y por el paso de los años. Con el discurrir del tiempo algunas facultades, entre ellas la memoria, pierden vigor: los mayores ven disminuir la capacidad de recordar cosas recientes aunque puedan disfrutar de una buena memoria remota. Los olvidos, esos déficit no patológicos de memoria, revelan que no nos hemos aplicado a la hora de registrar los datos o, también, que con el envejecimiento, el deterioro de las facultades físicas e intelectuales acaba afectando a la capacidad de recordar. Pero ante los olvidos no conviene alarmarse, y, menos aún, obsesionarse. Hagamos intentos, esfuerzos serios y metódicos, de extraer de nuestra memoria otros datos relacionados, siquiera indirectamente, con lo que deseamos recordar. Y si esta estrategia no funciona, lo mejor es despreocuparse. Obsesionarnos sólo hará que se bloquee aún más nuestra memoria. El recuerdo vendrá por sí solo cuando menos lo esperemos y es entonces cuando deberemos ejercitar todo lo que podamos nuestra memoria. La amnesia, por otro lado,, es un olvido grave que, relacionado frecuentemente con acontecimientos traumáticos (ya sean físicos o psicológicos), requiere tratamiento médico.
Aunque hay condiciones físicas, aún insuficientemente conocidas, que facilitan la memoria, ésta siempre se puede optimizar. Veamos algunas sugerencias para mejorarla:
- Procuremos que en el momento de introducir los datos, intervengan todos los sentidos posibles: vista, oído, olfato…
- Rodeémonos de circunstancias favorables y evitemos las interferencias. Si confluyen estímulos de otra naturaleza, despistarán la atención que requiere memorizar lo que deseamos recordar.
- Aumentemos nuestra capacidad de atención y concentración, escuchando en medio del silencio, resolviendo juegos visuales o los ejercicios de percepción de diferencias que aparecen en los periódicos.
- Intentemos entender bien, relacionándolo con otros conocimientos, lo que pretendemos memorizar.
- La imaginación es nuestra capacidad de evocar imágenes. El cerebro retiene mejor lo que es imaginable. Intentemos asociar con imágenes lo que queremos aprender o recordar. Esas imágenes no han de ser forzosamente lógicas, pueden ser auténticos disparates que, por el contraste, pueden grabarse mejor.
- Una vez entendido lo que se quiere asimilar, repitámoslo hasta la saciedad. La repetición crea el hábito, y la insistencia ayuda a grabar mejor los conceptos.
- Comprobemos periódicamente nuestra capacidad de recordar. De vez en cuando, hagamos inventario de lo que estamos aprendiendo y de nuestras vivencias. Podemos autoevaluar nuestra memoria, es un ejercicio divertido y muy recomendable.
- A medida que avanza nuestra edad, es conveniente estimular la memoria reciente -la memoria remota nos plantea menos problemas en nuestra vida cotidiana- mediante una serie de actividades: seguir la actualidad leyendo diariamente los periódicos, hacer de vez en cuando un pequeño resumen escrito u oral de lo que hemos leído o escuchado, mirar con frecuencia el calendario para mantener viva la orientación temporal, aprender de memoria letras de canciones o versos de poemas, clasificar nuestras fotografías, mirarlas y recordar los momentos que reflejan, coleccionar objetos, ordenarlos y disfrutar de ellos de vez en cuando.
- Por último, un consejo realmente útil: escribamos nuestras memorias. A buen seguro, nos sorprenderemos de lo que somos capaces de recordar.