Metales pesados

Toda una amenaza

Este año se dejará de servir gasolina con plomo. Con esta medida intentará reducir la presencia de partículas de metales pesados en el ambiente. Sin embargo, ese mismo elemento permanecerá como parte integrante de las baterías. Lo mismo ocurre con el mercurio, que, a pesar de su toxicidad, continúa en los termómetros familiares
1 marzo de 2001
Img medioambiente listado

Toda una amenaza

Se ha demostrado científicamente que, además de causar algunos de los problemas ambientales más graves, la exposición a metales pesados en determinadas circunstancias es la causa de la degradación y muerte de vegetación, ríos, animales e, incluso, de daños directos en el hombre.

De los 106 elementos conocidos por el hombre, 84 son metales, por lo que no es de extrañar que las posibilidades de contaminación metálica en el ambiente sean numerosas. Hay que tener presente que los metales son materias naturales que (desde la edad de hierro) han desempeñado un papel fundamental en el desarrollo de las civilizaciones. El problema surge cuando prolifera su uso industrial. Y su empleo creciente en la vida cotidiana termina por afectar a la salud. De hecho, el crecimiento demográfico en zonas urbanas y la rápida industrialización han provocado serios problemas de contaminación y deterioro del ambiente, sobre todo, en los países en vías de desarrollo.

Pero no todos los metales son peligrosos; algunos, pese a su toxicidad, se presentan de forma muy escasa o indisoluble, por lo que el número de estos productos dañiños para la salud sólo engloba a unos pocos. De entre ellos, destacan el plomo y el mercurio, seguidos por el berilio, el bario, el cadmio, el cobre, el manganeso, el níquel, el estaño, el vanadio y el cinc. Aunque su presencia natural no debería ser peligrosa (es parte del equilibrio de la naturaleza), lo que sucede es que, desde la Revolución Industrial, su producción ha ascendido vertiginosamente: entre 1850 y 1990 la presencia de plomo, cobre y zinc se multiplicó por diez, con el correspondiente incremento de emisiones que cello conlleva.

Qué es la contaminación por metales pesados

La actividad industrial y minera arroja al ambiente metales tóxicos como plomo, mercurio, cadmio, arsénico y cromo, muy dañinos para la salud humana y para la mayoría de formas de vida. Además, los metales originados en las fuentes de emisión generadas por el hombre (antropogénicas), incluyendo la combustión de nafta con plomo, se encuentran en la atmósfera como material suspendido que respiramos. Por otro lado, las aguas residuales no tratadas, provenientes de minas y fábricas, llegan a los ríos, mientras los desechos contaminan las aguas subterráneas. Cuando se abandonan metales tóxicos en el ambiente, contaminan el suelo y se acumulan en las plantas y los tejidos orgánicos.

La peligrosidad de los metales pesados es mayor al no ser química ni biológicamente degradables. Una vez emitidos, pueden permanecer en el ambiente durante cientos de años. Además, su concentración en los seres vivos aumenta a medida que son ingeridos por otros, por lo que la ingesta de plantas o animales contaminados puede provocar síntomas de intoxicación. De hecho, la toxicidad de estos metales ha quedado documentada a lo largo de la historia: los médicos griegos y romanos ya diagnosticaban síntomas de envenenamientos agudos por plomo mucho antes de que la toxicología se convirtiera en ciencia.

Daños para la salud

Estudios muy recientes se han ocupado de la repercusión negativa de los metales pesados en la situación del ecosistema y la salud del ser humano. Hoy día se conoce mucho más sobre los efectos de estos elementos, cuya exposición está relacionada con problemas de salud como retrasos en el desarrollo, varios tipos de cáncer, daños en el riñón, e, incluso, con casos de muerte. La relación con niveles elevados de mercurio, oro y plomo ha estado asociada al desarrollo de la autoinmunidad (el sistema inmunológico ataca a sus propias células tomándolas por invasoras). La autoinmunidad puede derivar en el desarrollo de dolencias en las articulaciones y el riñón, tales como la artritis reumática, y en enfermedades de los sistemas circulatorio o nervioso central.

A pesar de las abundantes pruebas de estos efectos nocivos para la salud, la exposición a los metales pesados continúa y puede incrementarse por la falta de una política consensuada y concreta. El mercurio todavía se utiliza profusamente en las minas de oro de América Latina. El arsénico, junto con los compuestos de cobre y cromo, es un ingrediente muy común en los conservantes de la madera. El aumento del uso del carbón incrementará la exposición a los metales porque las cenizas contienen muchos metales tóxicos que pueden ser aspiradas hasta el interior de los pulmones.

Plomo hasta en Groenlandia

Varios estudios dejan patente el aumento de los metales en todo el mundo. Así, el contenido de plomo en las capas de hielo depositadas anualmente en Groenlandia evidencia un aumento continuado que corre parejo con el renacer de la minería en Europa. La consecuencia es una presencia de ese metal cien veces superior a la natural. La minería propiamente dicha, no sólo de metales pesados, sino también de carbón y otros minerales, constituye otra vía de exposición.

Cierto es que se han realizado progresos perceptibles en la seguridad de los trabajadores y en lograr una producción más limpia, pero la minería continúa siendo una de las actividades más dañinas y peligrosas para el medio ambiente. En Bolivia los residuos tóxicos de una mina de zinc en los Andes acabaron con la vida acuática a lo largo de un trecho de 300 kilómetros de vías fluviales en 1996, y pusieron en peligro la vida de 50.000 agricultores. Las fundiciones incontroladas han configurado algunas de las peores zonas muertas del medio ambiente, en las que la vegetación apenas sobrevive. Por ejemplo, las emisiones tóxicas de las fundiciones de níquel en Sudbury, Ontario (Canadá), devastaron 10.400 hectáreas de bosques situados en la zona de influencia de los vientos procedentes de la fundición.

En 1953, unas familias de pescadores que vivían a orillas de la bahía de Minamata, Japón, sufrieron el azote de una misteriosa enfermedad neurológica. Perecieron cuarenta y cuatro personas, y muchos supervivientes quedaron paralizados. El origen de la dolencia no se pudo esclarecer hasta que se reparó en síntomas parecidos en aves marinas y gatos domésticos. Esta observación dirigió la atención hacia los alimentos que compartían: peces y mariscos. Al final, se descubrió que la causa de la enfermedad era el metilmercurio vertido en la bahía por una fábrica de plásticos, una sustancia que se conentró en peces y mariscos para acabar siendo ingerida por las víctimas. En marzo de 1970, un científico noruego descubrió que el nivel de mercurio en los peces de los Grandes Lagos superaba en un 20% al permitido. Se prohibió su venta hasta que los niveles se redujeran.

Estudios con musgos

Así pues, poco puede hacer un consumidor ante este tipo de contaminación, salvo tener presente que la gasolina debe ser verde, o retirar de sus botiquines caseros los termómetros de mercurio. Pero, por lo demás, son las instituciones y los organismos internacionales quienes tienen la obligación de tomar medidas. En este ámbito, hace escasos meses, un equipo de cuatro investigadores de la Universidad de La Rioja y la de Santiago de Compostela elaboró el primer estudio en varias provincias sobre indicadores biológicos de la contaminación atmosférica por metales pesados. El informe destaca la relativa limpieza atmosférica de las localidades analizadas en La Rioja, Soria y Burgos, ya que no se registra ninguna situación de contaminación que sobrepase los bajos niveles acordes con las zonas estudiadas y, los casos de situación sospechosa son escasos. La información acumulada permite inferir que dicha contaminación es, en el momento actual, muy débil o inexistente, de acuerdo con la ruralidad predominante en esas zonas, que se encuentran alejadas de focos contaminantes locales.

El trabajo de investigación utilizó las técnicas de análisis basadas en organismos bioindicadores; en particular, los musgos. Estas plantas acumulan específicamente metales pesados en sus células en concentraciones superiores a las que se dan en los medios donde viven. La concentración de metales pesados es más fácil de detectar, por lo tanto, a través de los musgos que midiendo directamente el aire o el agua en la que viven. A pesar de estos datos halagüeños, el estudio concluye con una advertencia: los efectos que pueden causar los metales pesados sobre las personas, la flora y la fauna son graves.